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ARUCA ALONSO, Lohania. Plazas de intramuro de la Habana Vieja. Resenhas Online, São Paulo, año 02, n. 024.02, Vitruvius, dic. 2003 <https://vitruvius.com.br/revistas/read/resenhasonline/02.024/3199/es>.


El espacio abierto, dedicado a los múltiples y singulares encuentros de los seres humanos en sus actividades colectivas – de intercambio comercial, cultural, deportivo, recreativo, de reflexión o consulta de opiniones, culto a los dioses, castigo a los transgresores de las normas sociales de un grupo, y muchas otras, según el caso particular de que se trate –, fue descubierto y definido por casi todas culturas que conforman, desde los más remotos tiempos, la experiencia histórica de la vida humana en nuestro Planeta.

En la Cuba prehispana, las tribus de inmigrantes aruacos, que poblaron las macroregiones geográficas oriental y parte de la central, utilizaron la palabra batey para nombrar algunas acciones: "significan sentarse, estar en reunión (y sentarse). . . " (según Perea y Perea, 1941:106, citado por Sergio Valdés Bernal en Las lenguas indígenas de América, el español de Cuba, 1991, Ediciones Academia, La Habana, tomo 1, p. 108). El batey no es un vocablo desaparecido de nuestro entorno actual (junto a la tradicional y poco acertada afirmación del exterminio total de los aruacos y de su influencia cultural, y la de sus descendientes, hasta hoy día). Todo lo contrario, en la actualidad aún nos ocupamos de los bateyes, especialmente de los que, desde mucho tiempo atrás, dieron ese nombre al espacio más complejo y activo de un ingenio ocentral azucarero.

Así, el batey forma parte de lo que podemos considerarla auténtica cultura agraria cubana, y, sin embargo, es lo menos recordado en el estudio de los antecedentes de nuestra cultura urbana. ¿Por qué? Pues, precisamente por el empeño que se tomó el conquistador y colonizador europeo en dejarnos su legado eurocentrista, en el que civilización (contrario de la ¡"barbarie"!) se relaciona etimológicamente con la ciudad, que procede de la voz latina civitas, y el corazón de toda ciudad es precisamente la plaza principal. En el caso de España se le llama plaza mayor. Y, casinos llegan a convencer de que juntarse, y sentarse, en un espacio abierto fue un gran aporte, exclusivo, de la civilización occidental.

Desde el ágora hasta la plaza más contemporánea de los mencionados países occidentales, abrir un espacio público en el tejido de la ciudad y mantener la relación de este con la naturaleza, aunque sea sólo visualmente, a veces fue o es una aspiración difícil de lograr, debido a la superpoblación del espacio ocupado, que ha sido, cada vez más, el rasgo característico más destacado de la vida urbana, con la inevitable, al parecer, migración del campo a la ciudad.

Carlos Venegas Fornias, (Trinidad, 1946 –), un cubano historiador del arte, ha seleccionado este interesante y polémico tema cultural como asunto central de su nuevo libro Plazas de intramuro, editado recientemente, 2003, bajo el auspicio del Consejo Nacional de Patrimonio Cultural, en La Habana, (120 pp y 98 ilustraciones).

Indaga el autor, como primer objetivo de su trabajo, las razones por las que las plazas intramuros "dominaron el escenario urbano de una ciudad como La Habana" (las palabras entre comillas son citas textuales del libro al que se refiere este comentario). También, en segundo lugar, se propone develar, a través del estudio desde los orígenes hasta el siglo XIX, las causas del "policentrismo" de esos sitios urbanos, que es reconocido como un "valor estructural" del centro histórico habanero que lo caracteriza en su totalidad.

De acuerdo con el contenido del libro, este puede dividirse claramente en dos partes. En la primera, se desenvuelve un ensayo (pp. 5 a 78) muy bien documentado y argumentado, acerca de los Antecedentes, orígenes y evolución histórica de las plazas intramuro en San Cristóbal de La Habana, a lo largo de los siglos fundacionales del urbanismo en la isla de Cuba, XVI y XVII, trasladando a la capital de la Capitanía general una imagen de poder erigida sobre la aparición alrededor de la plaza de edificios militares y religiosos, realizados según los códigos renacentistas. En los dos acápites finales de esta parte, dedicados al siglo XVIII ("etapa de madurez") y XIX (decadencia, 1834 en adelante), Venegas expone la coincidencia total del auge y la caída de esos centros urbanos con los movimientos similares del poder de los criollos ricos bajo el gobierno colonial, la aparición y uso de códigos barrocos, y de la casa señorial urbana con balcones y portal publico rodeando la plaza (estilo plaza vieja del setecientos, definido por Joaquín Weiss y Sánchez). Mientras que, en la tercera década de la siguiente centuria, ocurrió la transformación en mercados cubiertos de algunas de estas (la Plaza nueva y la del Cristo). Hacia la zona de extramuro se había desplazado, poco a poco, la vida social y cultural de los habaneros. Los paseos y los ejes viales flanqueados por comercios y portales públicos, absorbieron cada vez más la atención y el uso de los transeúntes que viajaban en carruajes o se desplazaban a pie.

La segunda parte del libro (pp. 79 a 114), puede resultarle al lector una excelente y práctica guía para visitar, y/o aproximarse mejor al conocimiento de las plazas intramuro, a los edificios que hoy están presentes en ellas, como límites verticales del espacio abierto, y a los vecinos que los habitaron. En riguroso orden de aparición se lee acerca de la Plaza de Armas, Plaza nueva (vieja en el ochocientos), Plaza de San Francisco, Plaza de la Catedral (sobre el eje norte-sur establecido por las Flotas del oro y la plata), yde la Plaza del Cristo (que marcó la dirección de crecimiento hacia el oeste de la ciudad, y al mismo tiempo, se ubicó frente a una de las entradas del recinto amurallado). Cinco plazas mayores para una pequeña ciudad portuaria colonial ¡cuanta riqueza acumulada para una historia urbana que tiene tantos asuntos que tratar!

Con esta obra el autor incita a la profundización en el análisis urbanístico de la Habana vieja, al estudio de los hechos históricos locales que sucedieron en esos cinco espacios, articulados con las iglesias y familias principales de la vida económica y social habanera. Cada acápite del libro se convierte en un nuevo punto de partida para la búsqueda e interpretación de otros investigadores.

Cabe destacar la coherencia y amenidad del ensayo que recuerda el oficio del escritor, por cierto, muy bien reconocido. Allí donde quedó algo deshilvanado o inadvertido en los estudios precedentes (Weiss, Roig de Leuchsenring, Segre y otros), ahora se reorganiza la materia, y se le añade un dato de tipo social, una observación que tiene en cuenta el documento jurídico encontrado en lejano archivo, el razonamiento analítico o la nueva interpretación del hecho urbano, sustentada en teorías y métodos de actualidad.

La edición ha sido felizmente muy cuidadosa y la impresión de alta calidad, a pesar de la modesta apariencia de la encuadernación. Un total de noventiocho ilustraciones (mapas, planos, fotos) se han distribuido sabiamente, y están ahí, justo en el lugar donde una imagen economiza muchas palabras, o permite comparar a simple golpe de vista los aspectos formales que evidencian la identidad propia de cada plaza. El formato del pequeño libro es apaisado, cómodo para llevarlo en la mano u hojearlo sobre una mesa, y disfrutar de este modo también su belleza, en la buena compañía de amigos.

sobre le autor

Lohania Aruca Alonso es miembro de la UNEAC, Vicepresidenta de la Sección de Historia de la Asociación de Escritores y miembro de la UNAICC.

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Plazas de intramuro

Carlos Venegas Fornias

2003

024.02
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original: português

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024.01

Uma obra prima

Rosa María González

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