“a mi amigo arquitecto Íñigo Ortiz Monasterio ¡Gracias por permitirme reflexionar contigo!...”
Está claro que sobrevivimos en un sistema económico ¡que no funciona! La lógica de lo tangible es innegable: si el 70% del mundo pasa hambre y miseria solo puede significar ¡lo mal que lo hemos hecho como sociedad!
El propio sistema capitalista nos atiborra las pupilas con miles de objetos para comprar, lucir, cambiar, tirar y no reutilizar. La teoría del decrecimiento no es nueva ¡viene de lejos! Y hoy en día a repuntado y se ha puesto “de moda” a raíz de los estudios impulsados por el francés Serge Latouche, él afirma que debiésemos consumir como en los años 70’s, que esta sacrificada tierra nuestra ¡no da para más!
¿Quién impulsa el decrecimiento? ¿El propio sistema capitalista para protegerse a sí mismo de su destrucción? O ¿la innegable realidad de un mundo que pasa hambre y miseria, mientras una ínfima parte del norte opulente, muere de obesidad?
Llevamos años ya con una desenfrenada ola de consumismo loco que contamina mares, laderas, ríos y países en desarrollo repletos de recursos Mientras pausadamente debatimos sobre el siguiente paso a tomar, los bosques se consumen, los polos se derriten, las ciudades crecen desmesuradamente y atraen hoy a la mitad de la población del mundo!
¿Y qué hacemos nosotros los arquitectos al respecto?
Ciudades como Barcelona, que se enorgullece de la gentrificación (¡palabrita de marras que se ha puesto de moda!) y que debería promover el cambio en las condiciones y equipamiento de nuestros barrios, se ha convertido simple y sencillamente, en la inhabitabilidad más grande que no he visto nunca en una ciudad como Barcelona, donde los turistas gozan de pisos turísticos, policía turística, servicios turísticos y hasta autobuses turísticos, mientras los ciudadanos de a pie, son (somos) expulsados a la periferia de la ciudad por el coste excesivo de alquileres y compra de viviendas. Moderna especulación inmobiliaria pero “de perfil bajo” que le llaman…
Y todo esto nos devuelve al principio: si nuestros recursos naturales son finitos, cómo es que no hemos aprendido que, si largamos a la gente del centro de las ciudades, solo creamos nuevos problemas de transporte, de servicios, de contaminación, de uso excesivo del automóvil privado, en definitiva, de gastos y más gastos sin ninguna planificación cierta…
Llevamos más de dos décadas de debates políticos estériles que nos confirman que, desde 1989 con la caída del muro de Berlín, no hay contrapeso político ante la vorágine del capitalismo neoliberal que arrasa con todo y de manera constante.
Nuestras ciudades son reflejo de ello, hemos convertido nuestro habitar humano en una especie de “Disneyland” con montañas rusas y edificios caros que lucimos en las pasarelas una arquitectura y un urbanismo de lo estúpido, lo inútil, lo banal y del fascistoide reflejo de un capitalismo salvaje que lo arrasa todo y nos hace creer, en medio de luces, espejitos y brillos que “necesitamos” de nuestra propia destrucción e incluso, la consideramos “cool” y “guay”.
Hace tiempo escribí: “la actual arquitectura se vende más o menos igual a como lo hacen los grandes sastres o modistos. De tanto en tanto, van haciendo pasarelas donde ‘exhiben’ (ojo con el concepto) a famélicas modelos emperifolladas con ropas exóticas y exquisitas, con ello ‘sus’ marcas de moda se venden y promueven alrededor del globo, gracias al marketing de la economía ‘globalizada’. Y venden ‘su’ moda en tiendas exclusivas a lo largo y ancho del planeta. Pero eso sí, los precios también son ‘globalizados’, y cuestan sus ropas lo mismo en la Ciudad de México, Caracas, Barcelona o París. Con lo cual la ‘moda’ está al alcance de cualquiera, sí... ¡Que pueda pagarla!” (1) Y hoy, a principios del año 2017 me reafirmo en mis palabras.
Tomo un respiro para seguir mi redacción, salgo a caminar para despejarme un poco las ideas, solo salir de mi edificio a mi derecha, unos colchones, unos cartones y algunos enseres personales en una rincón de mi calle cerrada aguardan a un homeless de los tantos que hoy duermen por las calles de Barcelona, sigo mi ruta hacia la avenida Paral.lel, bajo por la calle Concordia y veo que en algunas calles aledañas hay obras (¡por fin nos amplían las aceras, pienso!), en mi recorrido aparecen por lo menos 5 homeless más, unos en los bancos de la plaza, otros frente el súper, otros acomodando sus colchonetas en la calle para que la señora de la limpieza, pueda fregar el lobby de la Caixa de la esquina, donde dormirá de nuevo esta noche para despistar el frío invierno húmedo de la ciudad de los prodigios.
Casi me atropellan un grupo de “güirís” que van con sus maletines de mano rodando por nuestras estrechas calles del barrio, salen por todos lados con mapas de Barcelona, con la reserva de su “piso turístico” y se adentran en las entrañas del barrio apoderándose de él. Para luego, desde sus ventanas mirar cómo vivimos y sobrevivimos en esta empobrecida Barcelona “turística”.
Barcelona repleta de cruceros y de turistas que bajan en manadas y llenan la Sagrada Familia, el Parque Güell, la Pedrera, las Ramblas… mientras nosotros ciudadanos de a pie ya no podemos pagar las carísimas entradas de aquella ciudad que antes “fue completamente nuestra”.
Paro en la plaza, y miro a la gente andar rápido, esquivando maletas, camellos y cacas de perro… Y pienso: ¿¡Vaya con la Disneylandización del mundo no!?
Luego pienso, seguro mis lectores pensarán que me he desviado un poco del tema, pero no, sigo pensando en los debates sobre el decrecimiento, sobre otro mundo posible, sobre otra arquitectura y urbanismo que colectivicen la habitabilidad del hombre… ¡¿para eso era que estaban los arquitectos y urbanistas no?! ¡Para eso era que estamos los arquitectos y urbanistas! – Me respondo.
Quizás Sergue Latouche tenga razón y debamos decrecer hasta producciones de los años setentas, cuando podíamos todavía ir a comprar leche al establo y hervíamos, y la nata la untábamos en pan caliente recién hecho y comprado en la panadería de Don Diego, el de la esquina, o de cuando nos dábamos el lujo de comprar algún refresco y dejábamos el importe de la botella de vidrio que debíamos devolver para que la rellenasen de nuevo, sin tanto reciclado obligado (ahora me recuerdo que leí: “si se colocara toda esa basura a lo largo de las costas de la Tierra, habría cinco bolsas de la compra llenas de plásticos cada 30 centímetros”).
¡Hemos convertido el mundo en un vertedero!
Hoy nos hablan de ciudades inteligentes (bueno vale, ¡smartcities!) que nos comunicaran por Wifi con el WhatsApp de la persona que tenemos a dos metros, y que en las paradas sabremos en todo momento cuánto tardará en pasar el siguiente autobús, y haremos superillas verdes, peatonales y sin coches… Y si todo esto es tan “cool” por qué cada vez vemos a más gente deprimida, más suicidios en Japón, más ataques cardíacos en Estados Unidos… No será que seguimos sin entender que necesitamos un nuevo ritmo de vida… Un drececimiento, porque si no “todos” tenemos derecho a la utopía de las ciudades inteligentes entonces, busquemos democratizar el bienestar, la salud, la educación, el descanso, y las calles peatonales y verdes ¡Y al alcance de todos los seres humanos!
Regreso a casa agotado y del habitáculo del homeless solo quedaba tizne porque fuego había arrasado en medio de la noche sus colchones, cartones y enseres.
Mirando las llamas arder, vuelvo al principio y pienso que sobrevivimos en un sistema económico ¡que no funciona y que necesitamos algo más que superillas, smartcities o gentrificaciones ¡que no incorporan al 70% del mundo que pasa hambre y miseria!.
Busquemos soluciones que desde abajo, vayan cambiando nuestra cotidianidad… ¡Dejemos la Disneylandización para otros! Algunos nos hemos empezado a mover tarareando a Alfredo Zitarrosa: “Crece la pared por hiladas / crece la pared /crece desde el pie amurallada / crece desde el pie”.
¿Nos acompañáis?
nota
1
GONZÁLEZ, Humberto. Disertaciones entre arquitectura y realidad. Visión desde La Periferia. Ciencia Ergo Sum, v. 12, n. 3, Toluca, México, nov./feb. 2005, Universidad Autónoma del Estado de México, p. 308-316 <www.redalyc.org/articulo.oa?id=10412312>.
sobre el autor
Humberto González Ortiz é especialista en la obra del Arquitecto mexicano Carlos González Lobo y la Arquitectura Moderna Latinoamericana. Arquitecto por la Facultad de Arquitectura de la Universidad Nacional Autónoma de México (1993-Graduado con mención honorífica). Doctor en Arquitectura por la Escuela Técnica Superior de Arquitectura de Barcelona, de la Universidad Politécnica de Cataluña. Tesis Doctoral: Carlos González Lobo... Caminos hacia lo alternativo dentro del ámbito conceptual, proyectual y contextual de la arquitectura” (2002 – sobresaliente). Investigador Independiente desde el año 2002. Peatón, poeta, fotógrafo, arquitecto y crítico que reflexiona… Caminando la ciudad.