Carlos Raúl Villanueva, a lo largo de su vida profesional, persiguió un sueño de integración y síntesis. Quiso fundir los dos mundos distintos a los cuales pertenecía: el mundo ilustrado de la cultura europea y el mundo americano, exótico y provinciano, pero pleno del atractivo híbrido y tropical que la sensibilidad del extranjero en su propio país percibe mejor que cualquier otro. No hubo diferencias en la valoración de estos mundos, ninguno era mejor que el otro para él.
Villanueva, hijo de un diplomático venezolano, nació en Londres pero su cultura era francesa, a los 28 años vino a Venezuela con su título de arquitecto de la École des Beaux-Arts de París, sin saber hablar español, y este país fue su patria amada y admirada. En el arquitecto, dividido entre dos culturas y dos medios geográficos distintos, surgió la ambición de integración y síntesis que persiguió insistentemente a lo largo de su vida y que muestra su intento de reconciliación para recuperar la unidad perdida. Fue una búsqueda vital que le permitió, mediante la creación de la arquitectura, asignar un giro productivo al conflicto de pertenecer a dos culturas y a dos ámbitos geográficos tan distintos. Era la búsqueda de un hombre que vivía en Venezuela, iba religiosamente todos los años a París y Nueva York y revisaba cuidadosamente las publicaciones que sus dos libreros recibían en esas ciudades y le enviaban sin consultar.
El deseo de integración y síntesis que animaba a Villanueva implicaba un proceso complejo, porque la cultura arquitectónica europea de la primera mitad del siglo xx distaba mucho de constituir un bloque monolítico y la americana se caracterizaba por comprender una suma de herencias cruzadas muy diferentes, ¿qué elecciones asumir?, ¿cómo establecer esa alquimia singular para dar lugar a resultados estéticamente significativos, verdaderas joyas arquitectónicas?
Desde las primeras etapas de la Ciudad Universitaria de Caracas, su obra más importante y en la cual trabajó desde 1943 hasta su muerte en 1975, se pueden rastrear las trazas de estos intentos de integración que muestran la prosecución de un ideal infinitamente presentido, nunca alcanzado completamente como la perfección misma. Esta insistente persecución del ideal de síntesis lo condujo después de muchas búsquedas, de idas y venidas, al logro de lo sublime, que se resumía en el encuentro con una espacialidad presentida, americana, que saludaba el arte y las ideas arquitectónicas de las vanguardias europeas al lado de las creaciones de artistas venezolanos y de otros países de América Latina. Esta nueva espacialidad, atmosférica e inspirada, plena de memorias y vanguardias, que reunía lo que era irreconciliable en esos años, se edificaba con la mano de obra local que se mezclaba con la de los artesanos más experimentados que las guerras europeas nos regalaron, al lado de las nuevas técnicas que nuestros jóvenes ingenieros absorbían con aguda creatividad. Villanueva se permitió soñar su propio lenguaje mestizo, ambiguo y complejo, personal y colectivo, que disolvió entre la vegetación tropical y que le permitió el acceso a lo sublime.
El rescate actual de la idea de lo sublime responde al necesario reconocimiento de las cualidades y valores de los espacios y objetos que son capaces de conmover profundamente a los espectadores, gracias al talento del creador de entrar en resonancia con ellos mediante los logros formales alcanzados. El embrujo de estos lugares singulares, estéticamente significativos, genera un particular goce en quienes los perciben y a la vez los eleva al estadio superior que sólo el arte es capaz de ofrecer. Se colma así la necesidad humana de compartir los más altos logros de la creatividad de los otros y se reitera además la capacidad que tienen los objetos utilitarios de brindar disfrute estético, reivindicando así la cotidianidad de la existencia.
La Ciudad Universitaria de Caracas desde sus inicios, en una Venezuela atrasada que empezaba a ser rica debido a la prosperidad que el petróleo nos ofreció, evolucionó gracias al empeño de Villanueva en la materialización de una densidad cualitativa, espontánea y plena de sencilla opulencia, que le condujo a producir una obra extraordinaria. En ella, la sencillez se encuentra saturada de la riqueza que le ofrendan el arte y la vegetación exuberante todo el año y que se materializó gracias a técnicas y materiales constructivos que habían trascendido en poesía.
Villanueva entró en contacto con lo sublime tras diez años de búsquedas donde el academicismo y la modernidad, el realismo y la abstracción, convivían sin problemas aparentes y de esta unión nació la ambigua belleza de los edificios de la Facultad de Medicina que combinan una sintaxis académica con el lenguaje de la primera modernidad europea, animados con balcones y terrazas americanos. A estas primeras búsquedas siguieron las incursiones posteriores más escuetamente modernas de la Facultad de Ingeniería que muestran el juego de las siempre distintas cajas prismáticas asimétricamente dispuestas en el lugar. Lo sublime tomó posesión del entorno en los años cincuenta cuando las respuestas maduras del arquitecto produjeron calidades capaces de conmover a quienes las percibían, y cuando estas percepciones tuvieron un alcance colectivo.
El asombro placentero y el estremecimiento ante la contemplación de los edificios de los años cincuenta de la Ciudad Universitaria de Caracas evidencian la síntesis estética de las expectativas de una época y un lugar, con lo cual se ubica a Villanueva entre los grandes creadores del siglo xx, a pesar del relativo desconocimiento de su obra.
Las discretas estructuras de los inicios, revestidas y generalmente embutidas en las paredes, adquirieron formas más contundentes que dieron lugar a estables y robustos pórticos de concreto a la vista que contrastaban con los atrevidos voladizos de principios de los años cincuenta. Las grandes estructuras de la Ciudad Universitaria de Caracas como los estadios y las grandes salas, junto a los corredores techados en vuelo que vinculan sus diferentes lugares, constituyen la explosión del arte tectónico en la arquitectura de Villanueva y uno de los aspectos fundamentales de su encuentro con lo sublime.
Al necesario paso por la transformación de los requerimientos portantes de la edificación en poética estructural y la atención puesta en los elementos y procesos constructivos como piezas de un mundo integrado en el cual el arte era uno de esos tantos fragmentos, se sumó la preocupación del Maestro acerca del lugar, su clima y atmósfera apenas incipiente en años anteriores, a los cuales se agregó la recuperación desenfadada de elementos tradicionales de la arquitectura latinoamericana que habían tenido su origen en la herencia colonial, como balcones, corredores, tramas para protegerse del sol y plazoletas. Esta afortunada conjunción coincidió con el rescate de algunas ideas de las vanguardias europeas de los años veinte, al lado de la admiración, y respeto por la obra de Le Corbusier, su amigo personal.
La consideración de la arquitectura como un organismo en constante evolución, que llegó a Villanueva por la apología de la arquitectura orgánica emprendida por Zevi, se sumó a la incorporación del tiempo en la percepción de la arquitectura, tan afín al cubismo e indispensable para apreciar los espacios que ahora no pueden ser captados con una sola mirada. Estos dos aspectos se juntaron con la evocación del espacio artístico total del Neoplasticismo y las referencias de la arquitectura brasileña de esos años, para fundirse en una síntesis nueva en el trópico venezolano de Villanueva, pleno de inspiradas intuiciones.
Pero ninguno de estos aportes tienen sentido sin la sensibilidad para juntar en una sola obra contribuciones tan diversas. Esta se evidencia en la despreocupada sencillez que incorpora grandes tesoros del arte universal, como las obras de gran formato de Léger, Laurens, Vasarely, Pevsner, Lobo, Calder y Arp, entre otros, que no son considerados como algo excepcional sino como la merecida potencialización del espacio por la vía del arte. Es también en el encuentro sutil de la cotidianidad con lo excepcional donde se percibe lo sublime del corazón de esta ciudad del saber.
En los lugares públicos principales de la Ciudad Universitaria de Caracas, en los espacios del caminar y el estar, en corredores y plazas, reina el espacio techado, pleno de insinuaciones y velos que producen sombras cambiantes en pisos y paredes. Estos lugares de la penumbra cobraron forma, también, gracias a la agudeza de talentosos ingenieros estructurales, al ingenio constructivo de competentes artesanos y a las posibilidades plásticas del concreto.
El espacio de la Plaza Cubierta de la Ciudad Universitaria de Caracas recuerda la informalidad de nuestros asentamientos selváticos, pero también la complejidad de los organismos vivos: pisos de apariencia húmeda, refrescante, y techos rugosos que se abren para dar lugar a extraordinarios logros del arte occidental; superficies horizontales superpuestas que no coinciden; retículas diversas que se han desplazado una con respecto a la otra en el espacio; recortes para la vegetación en el piso y para la entrada de luz en el techo que no se superponen; componen sutiles movilizaciones que contribuyen a animar un espacio que nunca puede captarse con una sola mirada y que requiere del tiempo, del recorrido, para que cada uno establezca su idea personal del mismo.
El interior del Aula Magna de la Ciudad Universitaria de Caracas constituye el máximo logro de lo sublime. El acondicionamiento acústico trascendió en arte e inundó el espacio que se pobló ahora de nubes de colores. Las dimensiones del lugar y de las volátiles piezas de gran tamaño creadas por Calder, contribuyen a su vez a producir la sensación de sobrecogimiento ante este espectáculo artificial, obra de la sensibilidad del artista, de los técnicos y del arquitecto. Demasiadas expectativas unidas y sintetizadas en esta obra de arte total.
Hoy en día, cuando recorremos una y otra vez los espacios de la Ciudad Universitaria de Caracas no podemos dejar de preguntarnos si es posible perpetuar para el futuro tantos logros alcanzados, ¿dónde reside la dificultad para conservar está búsqueda tan lograda de lo sublime?
Es necesario reconocer que la conservación de la Ciudad Universitaria de Caracas no es fácil, ella fue diseñada para un país rico y seguro. Hoy en día, las dificultades económicas nos oprimen a pesar de los privilegiados ingresos del país, y la inseguridad que caracteriza nuestros centros urbanos se traduce, en el campus de la Ciudad Universitaria de Caracas, en pérdidas lamentables. Los precarios mecanismos de seguridad que se improvisan día a día han afectado la concepción del espacio urbano fluido que pone en contacto el interior con el exterior, ese continuo ambiental que comunica el adentro con la vegetación y la montaña cercana, o que vincula el suelo con el cielo y nos habla de un espacio único, total, sólo posible en países tropicales. Hoy en día, encontramos rejas en los pozos de luz y las entradas múltiples han sido canceladas, inhabilitando importantes dispositivos de acceso como las rampas exteriores, más dispuestas a regalarnos el placer del recorrido que a resolver un problema de eficiencia en las circulaciones.
La concepción original del lugar en constante cambio y transformación, como mutante organismo vivo que tuvo sus frutos durante la vida de Villanueva, se ha convertido en uno de sus peores enemigos debido a la ausencia de límites aceptables. La masificación de nuestras universidades y el consecuente crecimiento de la matrícula ha generado una presión interna que exige nuevos espacios de todo tipo y a pesar de que se ha logrado controlar la población, los requerimientos actuales ejercen todavía una demanda difícil de satisfacer. La conservación del espacio abierto como un valor formal fundamental es uno de los objetivos que más ha costado asimilar, principalmente a quienes en el pasado han ejercido la autoridad y de cuyas iniciativas han surgido las más insólitas apropiaciones.
La avidez por lo útil ha actuado también en detrimento de los espacios urbanos cubiertos, únicos en esta ciudad en miniatura. Las generosas áreas comunes techadas, tales como amplios corredores y plazoletas, han sido invadidas con los más diversos usos y su existencia se encuentra constantemente amenazada por quienes tienen un concepto utilitarista del espacio y por la dificultad de vislumbrar un valor excepcional en los ámbitos urbanos cubiertos y en las sutiles atmósferas de la Ciudad Universitaria de Caracas. En el centro del problema del deterioro creciente se ubica la falta de comprensión de los valores fundamentales del conjunto, a lo cual se suma la multiplicidad de instancias que han tenido la facultad para intervenir su planta física. Hoy en día, esperamos los frutos de una nueva autoridad única con injerencia para intervenir en el complejo, con la cual se intenta poner fin a varias décadas de intervenciones no coordinadas.
La transparencia y el embrujo de los velos ha sido también muy difícil de mantener. Las sutiles tramas mediante las cuales el interior y el exterior se mantienen en contacto y permiten la mirada velada y el presentimiento del misterio del adentro desde afuera, herencia rescatada con un lenguaje moderno de la cultura del Islam que España nos regalara, es difícilmente comprendida y la afectación de los delicados encajes con aparatos de aire acondicionado está todavía a la orden del día.
El reciente logro de la declaratoria de la Ciudad Universitaria de Caracas como Patrimonio Mundial por la UNESCO, es visto como una esperanza para su conservación en un medio en el cual resulta difícil establecer acuerdos, pero ¿es acaso posible una solución del problema como respuesta a las presiones del exterior?, ¿es sano esperar las normativas de los otros para poder conservar nuestros monumentos en América Latina?
El universo de la Ciudad Universitaria de Caracas es complejo y difícil de descifrar. Uno de los principales enemigos para su conservación es el desconocimiento de sus logros más sutiles y la falta de comprensión del valor documental de una búsqueda en el tiempo. Hoy en día, es indispensable saber apreciar y empeñarse en perpetuar no sólo lo más excelso sino también aquello que lo hizo posible, los caminos más tortuosos de ambigüedades y retrocesos pero plenos de sencilla y oscura belleza, que narran la historia de la búsqueda y consecución de lo sublime.
notas
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Ponencia leída en la Sexta Conferencia Internacional de DOCOMOMO – organización internacional para la documentación y conservación de edificios, lugares y comunidades del movimiento moderno. Brasilia, 21 de septiembre de 2000. Una visión más amplia de las ideas expuestas en este artículo, puede encontrarse en la tesis doctoral de la autora, con el mismo título, presentada en la Facultad de Arquitectura y Urbanismo, UCV, y actualmente en vías de publicación.
sobre o autor
Silvia Hernández de Lasala es arquitecta y doctora en Historia de la Arquitectura. En la actualidad es profesora e investigadora a dedicación exclusiva en la Facultad de Arquitectura y Urbanismo de la Universidad Central de Venezuela y asesora del Museo de Arte Contemporáneo de Caracas. Se ha distinguido por la publicación de numerosos libros que han recibido premios a escala nacional e internacional.