Trabajador incansable de la arquitectura, Roberto Segre no ahorraba esfuerzos en beneficio de la divulgación crítica de la arquitectura –de cualquier lugar y producida por quien fuese. Tanto arquitectos jóvenes como veteranos tenían en Segre a un atento observador, que luego se transformaba en un amplificador del trabajo que considerase interesante divulgar.
Príncipe en el contexto arquitectónico cubano –una paradoja en un país socialista, que le reconocía su valor y erudición – dejó su patria adoptiva para poder avanzar en el conocimiento de lo que se hacía en arquitectura más allá de sus fronteras. Especialmente, el mundo arquitectónico latinoamericano tuvo en Segre a un gigante en el intercambio de ideas.
Prolífero a la altura de su dedicación, era siempre profesor, crítico, estudioso y publicista, sin renunciar a ninguna faceta de su talento.
Con razón, se sintió agraviado cuando la ley de jubilación forzosa lo inhabilitó en su momento más productivo con el Programa de Postgrado en Urbanismo de la FAU-UFRJ. Aun así, no se intimido y continuó produciendo dentro y fuera de la Academia.
Tenía una vejez de dificultades, por cuenta de una pensión insuficiente para un reposo digno. Tal vez fuese más: una pensión que interrumpía sus actividades- su propia vida. Fue atropellado inevitablemente por la violencia de la ciudad en la forma de un motociclista traicionero e irresponsable.
No envejeció. Su obra lo mantendrá en nuestra cotidianeidad, como suele acontecer con los que vencen al tiempo.
sobre el autor
Sérgio Magalhães es arquitecto y presidente del Instituto de Arquitectos de Brasil.