Despedir a un amigo como Roberto Segre es particularmente doloroso, porque la nuestra fue una amistad construida concientemente desde el fraternal disenso. Si bien Roberto era docente de historia de la Facultad de Buenos Aires, no lo tuve de profesor ya que se fue a Cuba en 1963. Nos vimos y tratamos en La Habana en 1974 donde lo encontramos sumergido todavía en las euforias de las verdades absolutas. Fue así que al editar mi libro sobre Arquitectura y Urbanismo en Iberoamérica en 1983 me prometió solemnemente que ningún alumno suyo lo leería y que yo no volvería a pisar Cuba. Mi respuesta fue que ambas decisiones demostraban justamente la arbitrariedad y el totalitarismo, y le prometí que mis alumnos sí conocerían sus textos. Era la etapa en la cual Roberto integraba la realidad a la ideología. En plena dictadura militar en Argentina, Roberto tenía que venir a ver a su madre enferma y me pidió una carta de invitación para dar conferencias en la universidad, ya que sus compañeros de Buenos Aires estaban reticentes a hacerlo por estar él singularmente “fichado”. Roberto vino y dio conferencias en la ciudad de Resistencia, bajo nuestro propio riesgo, en la Facultad y en la Sociedad de Arquitectos del Chaco, tal cual le había prometido.
Después de 1989, pasado el “período especial”, Roberto, que ya no se consideraba “el Vocero de la Revolución en materia de Arquitectura”, en un gesto que lo honra, se disculpó con Graciela y conmigo de aquellas miradas sesgadas y fue más abierto a compartir reflexiones. De aquellos desencuentros y encuentros nació una amistad de cuarenta años donde siempre buscamos y encontramos la posibilidad de vernos y conversar. Siempre admiré en Roberto, a quien le gustaba vestir y vivir bien, la decisión de irse a Cuba a llevar adelante un proyecto en el cual creía, pero que le retacearía aquellos lujos. Dejó muchas cosas en la Argentina donde vivía desde 1939, para recortar gustos y posibilidades, pero también recibió muchas otras satisfacciones de una Cuba en la cual moldeó aspectos de la enseñanza, alentó la investigación, adquirió poder y una gran representatividad que lo proyectó internacionalmente.
Aquí cabe señalar tres virtudes esenciales de Roberto: su enorme capacidad de trabajo, su creciente compromiso con América latina y su desarrollo de miradas transversales que superando los límites locales y nacionales se proyectaron al mundo del Caribe y progresivamente al ámbito continental.
En 1993 Roberto se radica en el Brasil, país que le brinda con generosidad un nuevo espacio para sus tareas y donde ejercería la docencia y la investigación en la Universidad Federal de Río de Janeiro. Siguió publicando y entusiasmando a estudiantes y colegas, recorriendo el mundo con sus exigencias y sus esperanzas.
A veces pienso que Roberto no fue todo lo feliz que se merecía por el esfuerzo que desplegaba. Por una parte esa tensión de ser uno y múltiple: italiano, judío, argentino, cubano y brasileño, le abría las puertas a un mundo cosmopolita y una internacionalización globalizadora que lo ubicaba en un escenario que le gustaba, pero a la vez siempre se sentía poco correspondido, poco citado, poco reconocido y también le pesaba una cierta ansiedad sobre cuál sería su futuro económico. Estos pesares le impedían disfrutar de los valores propios y de sus posibilidades de continuar haciendo aquellas cosas para las que estaba preparado. Personalmente, creo que no le faltaron ni le faltarán los reconocimientos que su enorme obra de libros, artículos, conferencias y arengas testimonian. Vivimos en un tiempo donde la memoria de quienes han dedicado su vida a valorar nuestras expresiones arquitectónicas y urbanas ubicará su aporte y lo requerirá como punto de partida para su complementación. Roberto nos deja obras de gran valor en lo profesional y su ausencia nos priva del compañero de trabajos que con sus propias modalidades, y su cuantioso anecdotario extrañaremos siempre. En nuestra última reunión con Conchita y él en Río de Janeiro le sugería que escribiera sus memorias de su gestión en Cuba con veracidad y analizando en qué era lo que había acertado y en lo que se había equivocado. Le dije que si no lo hacía probablemente lo harían otros que no conocerían las razones y los pensamientos que lo llevaron a tomar determinadas decisiones. Me dijo que lo haría e inclusive insinuó algunos aspectos en recientes reportajes. Lamentablemente Roberto no tuvo tiempo, una moto, como le pasó a Gaudí con el tranvía, le quitó esa enorme y querible vitalidad. Insisto en que lo extrañaremos siempre.
acerca del autor
Ramón Gutiérrez es arquitecto argentino. Profesor de Historia de la Arquitectura. Consultor de UNESCO para temas de Patrimonio en América Latina. Investigador del Consejo de Investigaciones Científicas de Argentina. Autor de numerosos libros sobre arquitectura iberoamericana. Director del Centro de Documentación de Arquitectura Latinoamericana (CEDODAL) en Buenos Aires.