Leandro Medrano: Aparte del tema de la crisis, que en España, sabemos, guarda estrecha relación con la burbuja inmobiliaria, las experiencias arquitectónicas y urbanas producidas en las ciudades españolas, en las ultimas décadas, son impresionantes. Según datos del Banco de España, se han construido 5.822.161 viviendas entre 2001 y 2008 en decenas de nuevas áreas de urbanización. ¿Puedes identificar los avances en materia arquitectónica como una consecuencia de lo mucho que se ha construido en tan poco tiempo?
José María de Lapuerta: Yo creo que los avances arquitectónicos no han tenido nada que ver con el número de construcciones, aunque es cierto que la cifra es espectacular. Digamos que los avances arquitectónicos en materia de vivienda se han debido a que algunos promotores públicos, algunos arquitectos y algunos organismos de promoción han apostado por la calidad y la investigación en vivienda. Aunque esto se ha dado en un porcentaje no tan elevado a lo que, en principio, pudiera parecer.
LM: La gran demanda, desde el año 2000, en el mercado de la construcción, ¿ha apartado a los arquitectos de la investigación en arquitectura? ¿Cómo ves la relación de la investigación y la producción de arquitecturas en la última década?
JML: Creo, efectivamente, que cuando hay mucho que trabajar el arquitecto investiga menos. Me acuerdo de una investigación que hice una vez sobre cómo afectó a los arquitectos y a los artistas el período entre las dos guerras mundiales, cuando se quedaron sin trabajo. Realizaban, entonces, las obras y los edificios más intensos, pues tenían tiempo para reflexionar… Yo creo que ahora ocurrirá lo mismo. Las crisis tienen ese aspecto, muy positivo, que consiste en que el arquitecto vuelve a tener el reposo necesario para encerrarse en su disciplina, sin prestar atención a las tentaciones económicas del mercado, y sin el riesgo de hacer las cosas demasiado rápido. También, para los organismos públicos, son momentos en los que investigar cuesta menos que invertir. Pueden extraerse enseñanzas a partir de caminos equivocados. Y abrirse debates sobre lo sucedido y lo por suceder. Se plantean, así, nuevas vías, no sólo para el aquí y ahora, sino para el futuro. La crisis es, pues, un momento positivo para reforzar la calidad arquitectónica y repensar la vivienda en los centros históricos.
LM: Las publicaciones oficiales del EMVS e SEVES y otras académicas, señalan los concursos de arquitectura como un importante campo de investigación de nuevas topologías de vivienda y nuevas formas de diseño urbano. Una manera de adecuar los cambios en la vida contemporánea a las tradicionales estructuras de la vivienda histórica. ¿Crees que los concursos son realmente fundamentales para la innovación en el campo de la vivienda colectiva?
JML: Sí, yo creo que son absolutamente necesarios, imprescindibles. La profesión que tenemos, vocacional por definición, ha hilado su cadena de avances en el siglo pasado, en los concursos de arquitectura, donde los arquitectos nos entregamos a reflexionar y aceptamos las reglas de juego: que el que lo haga mejor sea quien vaya a construir. Esto es una cosa insólita en el panorama laboral internacional. Una profesión que decide regalar y exponer su trabajo, exponerse al juicio, y aceptar que lo hagan mejor. Y ello, con cierta libertad respecto del mercado. Esto, en el campo de la vivienda en España, se ha dado gracias a una serie de organismos públicos, semipúblicos, y a algunos concursos, de carácter internacional, como puedan ser las ediciones de Europan. España es uno de los países de Europa en donde más se han llevado a cabo estas experiencias: viviendas hechas por arquitectos menores de cuarenta años. Viviendas hechas a partir de investigación y muchísima reflexión. La premisa del concurso es que pagar menos por un trabajo (la oferta económica) no es criterio ni motivo para adjudicar un trabajo. Se trata de ver cuál es el mejor de los trabajos, sin mezclar el asunto del pago y el de la calidad arquitectónica. El ámbito privado no va a investigar, sino a vender lo que se ha vendido antes, tanto en Brasil como en España. No arriesga su patrimonio si es una inversión muy fuerte para él. Si ninguno arriesga y cada uno repite lo que se hizo antes, podemos encontrarnos con unas viviendas que estén cincuenta años atrasadas. Esa es la postura del privado. ¿Cómo va a vender un producto que aún no se ha vendido? En cambio, el organismo público, que juega con dinero público, tiene la obligación de invertir ese dinero de otra manera. De ahí han salido numerosos proyectos de vivienda social y colectiva. Tanto para asuntos de investigación constructiva y materiales como para asuntos tipológicos. Y esto se ha dado porque se ha dejado a los arquitectos investigar y proponer, incluso con realismo, sin sobrepasar el precio de contratación. Son conocidos, a nivel internacional, los éxitos en vivienda social de arquitectos españoles en los últimos quince años.
LM: y esos proyectos que salen de los concursos, ¿son publicados y divulgados con una cierta ética, no?
JML: Sí. Esos proyectos son publicados en los medios profesionales, que tienen un interés parcial. Todos deseamos que la arquitectura y el urbanismo trasciendan los límites de lo estrictamente profesional. Que afecte a la gente, que la gente hable. En algunos casos sí ha habido participación, y la gente ha entrado en el debate sobre el tamaño de la unidad mínima; sobre determinados edificios singulares, determinadas distribuciones singulares; así como sobre modelos de gestión: si la vivienda tiene que ponerse en venta o en alquiler, con segregaciones económicas; o si tiene que haber mezcla de vivienda social y privada dentro del mismo sector. A los organismos públicos que han seguido esa línea de los concursos, buscando calidad les ha salido bien la jugada, lo que ha supuesto un prestigio a nivel nacional, e internacional. No sé si eso puede animar a que otra gente haga lo mismo, pero les ha salido bien.
LM: Sin embargo, los concursos son, en todo el mundo, objeto de crítica, pues se da un trabajo colectivo tremendo y sólo hay un arquitecto vencedor. Y para que esto no suceda tan a menudo, están haciendo algunos experimentos para diversificar las categorías: concursos para jóvenes, etc. ¿Puedes hablar un poco sobre esto?
JML: Yo tengo una experiencia de eso. Hace ocho años, cuando estábamos dirigiendo el Colegio de Arquitectos de Madrid. Mi propuesta consistió en multiplicar por diez el número de concursos en la Comunidad de Madrid. Lo conseguimos, y lo hicimos demostrando varias cosas: primera, que hacer concursos no entorpecía los procesos; y segunda, que si se hacían muchos, y los propios arquitectos colaborábamos en ello, la sensación de frustración no se iba a dar. En aquellos años había concursos de veinte, veinticinco equipos, algo asumible por el mundo profesional. Pedíamos menos cantidad de dibujos, el tamaño de estos se redujo… eran concursos de ideas. Y realmente, el número de gente que se presentó no fue escandaloso ni insultante para la profesión. En estos momentos ha cambiado ese asunto. La semana que viene seré jurado en un concurso de la Empresa Municipal de la Vivienda al que se presentan doscientos ochenta y cinco arquitectos para hacer cien viviendas con un criterio de hábitat sostenible. Ese número es una barbaridad. Si la sociedad entiende que la ciudad es algo suyo, algo sobre lo que hablar a diario, entonces se entenderá que la labor de los arquitectos es generosa y se harán concursos para todos. Podrían hacerse concursos para una pequeña plaza, para colocar un mobiliario urbano, para una señalización, para un gran edificio, para un pequeño edificio, etc. Entonces, tenderíamos, realmente, hacia modelo francés, según el cual, en los concursos sólo hay cinco equipos para los grandes, los pequeños y los medianos. Y en donde a los cinco equipos seleccionados se les pagan los gastos. Yo creo que cualquier Estado puede asumir ese gasto. No sale más caro y dignificas la profesión. A partir de ahí, que haya jurados con garantía, jurados que pueden equivocarse, pero dentro de un debate intelectual, gente de prestigio. Y concursos anónimos donde se valore la idea y se separe la oferta económica de la calidad arquitectónica de la propuesta.
LM: muchos órganos públicos dicen que los concursos son lentos y costosos. Parece que tú has creado una metodologia para hacer concursos de una manera más rápida…
JML: sí, en su momento, empleamos muchísima energía en pensar en ello. Me rodeé de un equipo, entre quienes estaba Jose María García del Monte, un arquitecto joven, al que no le importó estudiar, durante semanas, todas las leyes que existían en España en aquel momento, sobre contratos del Estado. Nos rodeamos, además, de un equipo de abogados, y estudiamos la legislación española sobre el tema de contratación, para ver qué se podía hacer con la ley en la mano. De ahí, salió un libro que se llamó “El libro blanco de concursos”, que regalamos a todos los Colegios de Arquitectos de todas las provincias de España, pues fue una tirada grande, de veinte mil ejemplares. Este libro incorporaba un CD Rom que gestionaba, inmediatamente, bases de concursos. Acotaba y analizaba la legislación para poder hacer concursos sencillos y rápidos. Hicimos, además, una oficina de concursos, que funciona todavía, en el Colegio de Arquitectos. A cualquier organismo privado o público nosotros le organizábamos el concurso. Y podía empezar a construirse en un período de tres o cuatro meses desde que empezaba el concurso. Se sacaban y difundían las bases, se daba un plazo y se convocaba un jurado. Sus miembros iban rotando, por sorteo, y eran elegidos por gente de prestigio, por la propia profesión. Teníamos un local, cerca del Colegio de Arquitectos. También se podía saber el coste económico del proyecto futuro, de modo que el privado tenía el mejor proyecto, a un coste muy bajo y en plazo cierto. Frente a esto, están las escusas del perezoso y, a veces, del corrupto. Pareciera que todo esto es muy complicado, pero más complicado es que yo adjudique algo a un amigo, o trabajar con baja calidad, lo cual acaba saliendo más caro. Lo que hace falta es energía y ganas para decir que con dinero público se puede invertir en lo mejor, de una manera transparente.