Tendemos a percibir los gestos creativos japoneses imbuidos de una cierta aura de atemporalidad y misteriosa espiritualidad. Aun las más plenamente contemporáneas se nos aparecen como prolongaciones de una identidad cultural que parece haberse mantenido constante, inalterada, ininterrumpidamente a lo largo de siglos. El fascinado respeto occidental ante lo japonés consiste en la idealización de esa inmutabilidad, asumiendo erróneamente la inexistencia de conflictos para fusionar lo contemporáneo con el peso de esos vigentes fundamentos ancestrales de la cultura nipona. En su relato, Al Norte la montaña, el escritor húngaro László Krasznahorkai evoca esa visión sobre la veneración a la tradición que conmueve al alma occidental, la concepción incuestionable de la tradición como sabiduría y el aferramiento a los modos de hacer dictados por ella. En una narración que crea la existencia del tiempo presente como algo externo, incapaz de penetrar y alterar la eternidad, Krasznahorkai describe un reducto religioso cuya arquitectura y jardines fueron realizados por artesanos a través de una “práctica basada en la experiencia, en la simple confianza que la tradición existe, que se basa en la observación, en la repetición y en el respeto al orden interno de la naturaleza y a la naturaleza de las cosas, y en que ni el sentido ni la limpieza de la tradición pueden ponerse en duda”.
Pero es utópico e inútil concebir la tradición en términos de obediencia y acatar ciegamente los patrones establecidos por ella, afirmando que es la garantía para asegurar el mantenimiento intacto de su sustancia y la energía de su pervivencia. Dedicado durante toda su vida a la profundización en el conocimiento de la tradición japonesa en sus formas más específicas, Mirei Shigemori (1896-1975) planteó a través de su trabajo como creador de jardines un modo de definir y construir una forma contemporánea de expresión de los fundamentos tradicionales japoneses. Shigemori –como queda reflejado en Rebel in the Garden (Birkhäuser, 2007 – www.birkhauser.ch), la monografía que descubre y analiza la trascendencia de su trabajo como paisajista- debe considerarse ante todo un individuo comprometido con su cultura y su tiempo: un intelectual y artista consciente de la complejidad del proceso de cambio cultural y psicológico derivado de los acontecimientos que afectaron a Japón durante el siglo XX, que argumentó la necesidad de un redescubrimiento de los fundamentos específicos de la civilización nipona a través de una actitud creativa que reinfundiera en las formas artísticas actuales esa trascendencia de lo primordial contenido en la tradición.
Sus jardines son la cronología de la búsqueda de una hibridación de los paradigmas establecidos por la tradición con el lenguaje moderno occidental. Coetáneo del bummei kaika, el orden cultural basado en la apertura hacia el pensamiento de Occidente, que inculcaría en él el concepto de la individualidad y libertad creativa del artista, Shigemori apeló a la exigencia de una innovación estética basada en la incorporación de nuevos materiales y nuevos procedimientos formales en la estructura tradicional de los jardines para reivindicar con ello la vivificación de una actividad creativa enraizada en el sentimiento religioso. Los diseños de Shigemori aluden al Ying y al Yang, a las Cinco Montañas Sagradas, a las Islas de los Bienaventurados, los dioses de los Cuatro Puntos Cardinales…a través de la vegetación y del uso simbólico de bellísimas rocas, incorporando revolucionariamente el uso del cemento, grava y arena con diferentes matices cromáticos para generar formas abstractas y dinámicas –inspiradas en la caligrafía kanji (caracteres japoneses adaptados del chino) delimitando las diferentes parcelas del espacio…
Autor de una erudita historia del arte topiario editada en 1938 en veinticinco volúmenes, Shigemori sostenía la tesis de que el origen del jardín surgió de la necesidad de crear un lugar donde fuera posible restablecer la relación entre el espíritu humano y las energías de los seres de la naturaleza, y que fue esa motivación espiritual la que nutrió la imaginación de los artistas que los creaban. A mediados del periodo Edo (1603-1868), esa vitalidad creadora se estancó a causa de la influencia de un popular manual, Tsukiyama Teiyôden, que estereotipó diferentes patrones: este debilitamiento de la energía creativa se tradujo en una pérdida de la dimensión espiritual de los jardines, razón por la que se manifestó contrario al aferramiento a esa comprensión de la tradición como mera imitación de las formas antiguas.
La persistente voluntad de modernizar el jardín de Shigemori, desde esa concepción absorbida de Occidente de la creación desde la emoción y la libertad del artista no sometido a una autoridad que condicione sus ideas, estaba guiada por la intención de convertirlos de nuevo en auténticos iwakura, lugares del paisaje en el que habitan las deidades del shintoismo, la antiquísima creencia que rinde culto a todos los elementos de la naturaleza, de modo que el jardín recuperase en el período contemporáneo su carácter esencial de espacio de recogimiento, de contacto con la dimensión daimónica de la realidad.
Shigemori es un paradigma del espíritu moderno en Japón. Buscando una vanguardia dentro de un contexto específicamente nipón, confrontó la búsqueda artística central de su era: una nueva dirección dentro de la creatividad japonesa fundada en el deseo de superar la tensión fundamental entre las polaridades percibidas entre la dinámica de la cultura occidental y el carácter estático atribuido a las tradiciones del Lejano Oriente. En su concepción vital espiritual – donde el seguimiento estricto de los rituales de la ceremonia del té o el estudio de la caligrafía antigua le indujeron a la comprensión de la dimensión perenne y sutil de lo bello- la memoria, el apego a la tradición, consistía en hacer de ésta una fuente de inspiración contemporánea.
Mirei Shigemori se encontró entre dos culturas. Desde esta posición nos proporciona fórmulas para comprender y aproximarnos a la belleza de los jardines concebidos desde una experiencia vital. Compleja y casi indescifrable para la perspectiva occidental. Intentar sumergirnos lentamente, traspasando la superficie para poder gozar estos bellos lugares, tan lejanos y universales.
[texto originalmente publicado en el Diario del ABC, de Madrid, España.]
sobre el autorFredy Massad y Alicia Guerrero Yeste, titulares del studio ¿btbW, son autores del libro "Enric Miralles: Metamorfosi del paesaggio", editorial Testo & Immagine, 2004.