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architexts ISSN 1809-6298

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GUTIÉRREZ, Ramón. La arquitectura en la Argentina (1965-2000) – Parte 2. Del movimiento moderno a la posmodernidad. Arquitextos, São Paulo, año 15, n. 169.00, Vitruvius, jun. 2014 <https://vitruvius.com.br/revistas/read/arquitextos/15.169/5229>.

2.1 La crisis del “Movimiento Moderno”

La década del 60 estuvo signada por la enorme apertura a los modelos externos, la singular confianza en la aplicabilidad de los mismos a nuestra circunstancia y la actitud mimética de los sectores dirigentes integrados a la penetración cultural por decisión propia. Una minoría activa de los arquitectos había comenzado a principios de esa década a desarrollar una tarea de introspección en lo que se dio en llamar el movimiento de “las casas blancas” cuyo origen se refería habitualmente a la iglesia de Fátima en Martínez (Pcia. de Buenos Aires) realizada por los arquitectos Claudio Caveri (1928-2011) y Eduardo Ellis (1925) entre 1956 y 1958 (1). Retomando una búsqueda que cuestionaba el ahistoricismo del Movimiento Moderno y ratificaba la valoración del “espíritu del lugar” sin renunciar al “espíritu del tiempo”, el movimiento encontró un eco en diversos sectores profesionales que culminaron en una exitosa Exposición realizada en 1964.

Caveri señalaba la importancia de esta búsqueda frente a la arrogancia del sistema tecnológico importado acríticamente sin atender a las posibilidades locales y regionales, a los modos de vida y a los recursos disponibles, enfrentando a las autodenominadas “vanguardias modernas” que aspiraban a esa altura a tener la concesionaria local de alguna vedette arquitectónica extranjera. La lectura de la realidad concreta era para esta línea de la arquitectura el camino adecuado, la pertenencia significativa a la vertiente troncal del Movimiento Moderno, en sus diversas facetas, miesianas, corbusieranas y hasta wrightianas era la otra opción predominante.

En el afán de la pertenencia a la propuesta externa, quienes antes habían intentado un recorrido integrador de las circunstancias ambientales, tecnológicas e inclusive la opción de un “espíritu mediterráneo” como Antonio Bonet Castellana (1913-89), integrante del antiguo grupo Austral, abordará los patrones del urbanismo corbusierano en su propuesta para el barrio Sur de Buenos Aires (1957), proponiendo destruir traza y patrimonio en una renovación especulativa realizada desde el Estado o recalará en el lenguaje miesiano en la Casa Oks.

Sin embargo, los tiempos heroicos del Movimiento Moderno (MM) estaban naufragando en los países centrales jaqueados por los cuestionamientos del Team X, el creciente reconocimiento que las manifestaciones heterodoxas de Alvar Aalto (1898-1976), Paul Rudolph (1918-97) y Louis Kahn (1901-74) en su revalorización de la historia dentro dela enseñanza. Otros iban instalando aperturas como las propuestas enfáticas de Aldo Van Eyck (1918-99) que retomaban la problemática social abandonada tan tempranamente por el MM o las de los Smithson buscando arquitecturas expresivas de una mayor integración urbana.

Es cierto que la reconversión del Le Corbusier de Ronchamp, La Tourette y Chandigarh o la difusión de la arquitectura japonesa potenció la apertura hacia las manifestaciones expresionistas del “neobrutalismo”, que entre nosotros tuvo la temprana y exitosa manifestación del conjunto dela Casa de Gobiernode La Pampa de Clorindo Testa(1923), Augusto Gaido (1920-?), Boris Dabinovic (1920-?) y Francisco Rossi(1921-2007) y obras posteriores que también reconocen a Testa como protagonista con el Banco de Londres (conjuntamente con el estudio SEPRA) y la Biblioteca Nacional con Francisco Bullrich (1929-2011) y Alicia Cazzaniga (?-1968). También aquí podríamos recordar las obras de Mario Soto (1928-83) y Raúl Rivarola (1928) en Misiones entre ellas el Instituto de Previsión Social, la Escuela Manuel Belgrano de Córdoba de Bidinost (1926-2003) y sus socios Jorge Chute (?-1992), Rodolfo Pedro Gassó (1935), Mabel Nydia Lapacó (1930) yMartín Meyer(1935), el INTA de Pergamino e inclusive el basamento de los Tribunales y Legislatura de Jujuy.

Testa y SEPRA. Banco de Londres y América del Sud. Buenos Aires, 1965. Croquis de Clorindo Testa [Archivo CEDODAL]

Testa y SEPRA. Banco de Londres y América del Sud. Buenos Aires, 1965
Foto César Loustau [Archivo CEDODAL]

Bidinost y Asociados. Colegio Belgrano. Córdoba, 1960-1968. Atención Revista SUMMA [Archivo CEDODAL]

Soto-Rivarola. Instituto de Previsión Social. Posadas, Misiones, 1960-1966. Atención Macchi [Archivo CEDODAL]

En todo caso si bien variaba la expresividad de la arquitectura se mantenía la distorsión que había llevado a la crisis sustancial del Movimiento Moderno donde el énfasis en la jerarquización formal subordinaba la función (2). Ya “la forma no seguía a la función” sino que adquiría autonomía propia marcando una tendencia creciente de valoración en la segunda mitad del siglo XX. Veremos en este expresionismo formalista surgir supuestas “ideas fuerza” de proyectos reducidos a la búsqueda “de un cubo virtual” o otra figura geométrica. En definitiva unas volumetrías formales que, facilitadas por las múltiples posibilidades tecnológicas, permitían aparentar una postura estética original. Rafael Eliseo Iglesia (1930) visualizaba una suerte de ficción en los proyectos de Bancos de la Ciudad en Buenos Aires y Córdoba donde se alteraba “el rango funcional de los elementos: aquellos que hasta entonces fueron considerados de segundo orden como los sistemas complementarios, como los espacios sirvientes, como las instalaciones mecánicas, que son puestos en primer plano creando une estética “pseudofuncionalista”, resultado de figuras retóricas que invierten la jerarquía arquitectónica; en muchos casos lo secundario aparece como lo principal; lo habitualmente oculto como objeto de exhibición: lo complementario como esencial.” (3)    

La gravitación de estas defecciones en el tiempo arrastraron a muchos de los que lúcidamente en 1963 alertaban sobre la complejidad de expresiones formales que no respondían a necesidades del programa arquitectónico y ratificaban que “la arquitectura no debe ser de ninguna manera una necesidad estética porque es una necesidad funcional” (4). Las obras así concebidas eran objetos artísticos autónomos cuya construcción de ciudad por agregación se desprendía de todo compromiso con el contexto ambiental, paisajístico, social y cultural y en no pocos casos atendía prioritariamente a la alta rentabilidad económica que podía generar y en general al prestigio del autor profesional. Todo esto ampliaba el contenido del ya generoso escenario de lo “moderno”, término bajo el cual se refugiaban quienes concretaban estas obras concebidas como los nuevos “monumentos” contemporáneos.

Curiosamente, en un proceso similar al que había sucedido con las normativas academicistas cuya reiteración llevaron al eclecticismo y luego al pintoresquismo, buscando la singularidad que los requerimientos compositivos limitaban, el Movimiento Moderno abandonaba así las tesituras de Adolf Loos (1870-1933) y su “ornamento es delito” para incursionar crecientemente en un decorativismo individualista que ponderara lo diferencial dela obra. En muchos casos esta decoración “lujosa” contribuía a prestigiar, en una sociedad signada por la economía de consumo, la expresión de los nuevos valores culturales de los potenciales clientes.

Quizás podamos identificar al estudio de Mario Roberto Álvarez (1913-2011), como el más consecuente con la idea “funcionalista” original del Movimiento Moderno como puede valorarse en las ampliaciones del Teatro General San Martín y el Cervantes, en la Belgrano Day School, en la Galerías Jardín (1970) y en la Bolsa de Cereales, pero también aquí se vislumbra la autonomía de la obra y la no siempre feliz integración con el entorno urbano. Basta recordar lo que hubiera significado su proyecto para el Hotel Hilton localizado junto al actual Ministerio de Relaciones Exteriores, la obra del Banco Río de la Plata que cambió la escala de la Catedral de Buenos Aires en el paisaje urbano o la polémica con el arquitecto Eduardo Sacriste que le demandó el cumplimiento de la Ordenanza que disponía la existencia de la Recova en el Paseo Leandro N. Alem, para verificar de qué manera la ciudad pasaba a un segundo plano frente a la obra propia.

Álvarez y Asociados. Galería Jardín y Torre Florida. Buenos Aires, 1973-1976
Foto Ernesto Sijerckovich [Archivo CEDODAL]

Álvarez y Asociados. Proyecto de Hotel Hilton al lado del Palacio Anchorena [Archivo CEDODAL]

En los 60 y 70 algunos de los rascacielos de oficinas respondieron a programas funcionales con el carácter de cajas geométricas signadas por la marca del comitente. Tal el caso del edificio Olivetti y del Fiat realizados en 1965, aunque paulatinamente la construcción de los rascacielos fue derivando a nuevas pujas. Así se pondera la “inteligencia” del edificio, la rentabilidad posible, la firma asociada de algún arquitecto prestigiado residente en el extranjero y algún rasgo formal o tecnológico que lo singularizara. La antigua exigencia de correlación entre el espacio y la función atendiendo a programas muy acotados derivaría ahora en la idea de la flexibilidad de los espacios funcionales para multiusos, liberando de esta manera las potencialidades de resultantes formales más autónomas. Las alternativas de cambios espaciales-funcionales significaban a la vez nuevas premisas en las condicionantes del diseño. Los sistemas analíticos del proceso de diseño propuestos por Geoffrey Broadbent, Christopher Jones (1927) y Juan Pablo Bonta (1933-96) alcanzaron en estos años un señalado interés en el campo universitario (5).

Pantoff-Fracchia. Edificio Olivetti. Buenos Aires, 1962 [Archivo CEDODAL]

Solsona y Asociados. Edificio Prourban. Buenos Aires, 1978
Foto Dick Alexander [Archivo CEDODAL]

Baudizzone y Asociados. Proyecto Auditorio Ciudad de Buenos Aires. 1971. Atención SUMMA. [Archivo CEDODAL]

Hubo otras alternativas que parecieron afirmarse sobre la base de diseños de clara impronta geométrica inspirado en un fuerte formalismo como fue el proyecto para el nuevo Teatro Argentino de La Plata, la torre cilíndrica de Prourban, más conocida como “El rulero” de Solsona y asociados o las propuestas de Miguel Baudizzone (1943), Antonio Díaz, Jorge Erbin (1937-96), Jorge Lestard (1942) y Alberto Varas (1943) para el Auditorio de la Ciudad de Buenos Aires y el Instituto de Investigaciones Científicas dela Universidad Nacionalde La Plata de clara influencia de obras inglesas de su época (6). El fallecimiento de Erbin y la separación de Díaz en 1979, que se radicó en España, redujo la constitución del estudio que continuó con obras de importancia, entre ellas el Centro de Congresos y Exposiciones de Mendoza (1994). Tony Díaz fue en estos años uno de los más inquietos en buscar un sustento teórico sólido a su producción arquitectónica.

Cabe señalar que las políticas de la dictadura (1976-1983) además de los estadios para el mundial de fútbol (1978), planteó en materia de vivienda social la realización de grandes conjuntos que requerían la alianza de propietarios de tierras urbanas, entidades crediticias y empresas constructoras, de lo que resultaron construcciones radicadas en áreas inundables, conjuntos que trasladaron experiencias de viviendas “provisorias” españolas, convertidas en definitivas entre nosotros, y otras propuestas de miles de unidades carentes de equipamientos adecuados.

El contexto de esa década del 70 actuó de una manera ambivalente en el campo dela arquitectura. La crítica social y cultural por una parte surgida de las circunstancias de violencia no impidió en la profesión la evidencia de una enajenación que estaba subyacente al intentar mimetizarse con las modas externas. Así, impulsadas por la acción del CAYC dirigido por Glusberg se articulaba el “Star System” arquitectónico con la realización de eventos arquitectónicos como el X Congreso dela Unión Internacionalde Arquitectos (1969) y las Bienales. Se ratificaban así los lazos de numerosos estudios abiertos a adoptar las novedades de las usinas centrales del pensamiento y la experimentación arquitectónica. Entre otras cabe recordar los proyectos de amplia publicidad de los argentinos Mario Gandelsonas (1938) y Diana Agrest (1945) que, desde Estados Unidos, nos proponían nuevas “lecturas” de Buenos Aires interpretando la ciudad sobre la base de sus fugaces cuanto intrascendentes obras.

Baudizzone y Asociados. Instituto de Investigaciones Científicas. Universidad de La Plata. 1968-1971. Atención SUMMA [Archivo CEDODAL]

De alguna manera, en una reflexión dialéctica, Juan Molinay Vedia (1932) veía que el debate de la arquitectura se estaba centrando “por un lado en el formalismo apolítico con énfasis en el oficio específico, elitista y refinado y, por otro, el del compromiso social con énfasis en la interdisciplina y la participación, antivedetística, etc” (7). Advertía que un riesgo de una lectura excluyente entre ambas posiciones era, por una parte, el alejarse de la realidad o, por la otra, la pérdida del propio oficio del arquitecto. La observación era pertinente pues si a principio de los 60 los estudiantes tenían que entregar con calidades similares a la de un concurso profesional, hacia fines de la década siguiente en muchas universidades ni llegaban al diseño y se quedaban con entregas de análisis de las condiciones sociales en las cuales se haría el proyecto o con el proyecto para “después de” las transformaciones revolucionarias que se consideraban inevitables. Molina y Vedia interpretaba que había elementos de la arquitectura como disciplina que escapaban a la categoría de lo nacional, pero que la arquitectura como instrumento era inseparable de lo nacional y regional, fusionando de esta manera la idea del espíritu del tiempo y el del lugar.

Marina Waisman veía que, a comienzos de la década del 70 se estaba planteando, contradictoriamente, una “desvalorización de la forma” como producto final de la arquitectura, en tiempos en que asoma la posmodernidad y surgían los lenguajes de doble fachada o se impulsaban los procesos de exhibición tecnológica cuya imagen icónica asumiría el Centro Pompidou de París. El apasionamiento por la tecnología recala entre nosotros originariamente con la transferencia de los grandes sistemas de prefabricación (particularmente Outinord), tema que junto con la Planificación Territorial serían los aspectos centrales de las reuniones de arquitectos latinoamericanos de la época (8). En Argentina, curiosamente, no fue posible desarrollar sistemas industriales de prefabricación liviana que hubieran podido dar adecuada respuesta a los requerimientos de vivienda popular (9).

Marina Waisman. Foto tomada por La Nación [Archivo CEDODAL]

Como reconocería Solsona en la crisis del Movimiento Moderno las explicaciones no estaban solamente en las rigideces de los fundadores sino también en “nuestra incapacidad y a cierta fácil complacencia para aceptar las tentaciones y las presiones del medio comercial” (10). Quizás contribuyó a esto la adscripción a la tendencia formalista que llevó a privilegiar la “visualidad” de los objetos arquitectónicos en desmedro de la funcionalidad.

2.2. La ausencia definitiva de los “Maestros”

En el ocaso del Movimiento Moderno uno de los rasgos más evidentes era la ausencia de los “Maestros”. Desde los años 50 la enseñanza de la arquitectura había pivotado sobre los andariveles que potenciaba la obra de Ludwig Mies Van der Rohe (1886-1969), Frank Lloyd Wright (1867-1959) y sobre todo Le Corbusier, fallecido justamente en el año 1965.

Es interesante constatar que las primeras críticas al MM procedieron de las conferencias que dio Bruno Zevi en Buenos Aires en 1951, en una facultad donde todavía se guardaban escenarios academicistas. En esos años la migración del grupo italiano a Tucumán, integrado por Enrico Tedeschi, Ernesto Rogers (1909-64), Cino Calcaprina (1911-89) y Luigi Piccinato (1899-1983), vinculados la mayoría de ellos a Zevi y al grupo “Metron” de orientación “organicista” hacía prever una fuerte influencia wrightiana. Ella podría identificarse en la obra de Eduardo Sacriste (1905-99), autor del libro “Usonia” y de una vasta obra arquitectónica de calidad inspirada en el respeto de los materiales y de las condiciones ambientales. El otro referente del “Grupo Tucumán” fue sin duda Jorge Vivanco (1912-87), convencido admirador corbusierano cuya prédica entusiasmaba a los estudiantes como recuerda irónicamente Ernesto Rogers (11).

Singularmente la presencia de Le Corbusier en la Argentina en 1929 no había tenido consecuencias en el mundo arquitectónico y su Plan para Buenos Aires realizado con Juan Kurchan (1913-72) y Ferrari Hardoy (1914-77) solamente se había publicado en una revista en 1947 no mereciendo más atención aunque sus discípulos ejercieron desde 1948 la conducción de la Oficina del Plan Municipal (12). Sin embargo, a partir de la mitad del siglo y particularmente luego de las modificaciones de los talleres en 1956, su obra es tomada como una referencia básica en la enseñanza, en tiempos en que el propio Le Corbusier iba cambiando su discurso y el carácter de su obra.

Los pensamientos de Walter Gropius (1883-1969) con la edición en castellano de “Alcances de la arquitectura integral”, la tradición de la Bauhaus como modelo de una visión más amplia del diseño y las artes, enfatizada en los últimos años de la década del 50 por la edición dela revista Nueva Visión de Tomás Maldonado (1922) constituía un cuerpo sólido de apoyo a la revalorización de los orígenes del Movimiento Moderno que explicitara en su historia “oficial” Sigfried Giedeion (1888-1968) (13). La Exposición de la Bauhaus en Buenos Aires en el Museo Nacional de Bellas Artes en 1971, había sido precedida por una abundante referencia bibliográfica sobre su trayectoria (14).

En realidad la línea de Mies van der Rohe tenía un reflejo más claro en la obra de Mario Roberto Álvarez y su equipo, probablemente el estudio con mayor continuidad en su trayectoria cimentada en un oficio profesional de sólida base técnica y donde se habían sistematizado los legajos de obra y los métodos de trabajo. Esto no significaba la reiteración de tipologías ya que Álvarez aceptaba nuevos y variados desafíos como puede verse en su obra para SOMISA enla Diagonal Sur. Allí en el edificio que definía como bastante mecanizado encontró “un verdadero desafío para la creación. Porqué hubo que trabajar con perfiles, algo que el país no tiene y hemos tenido que inventar una arquitectura toda en chapa. Se crearon entonces perfiles tanto para las estructuras horizontales como para las verticales, yuxtaponiendo y soldando chapa como si fuera madera terciada”. Entendía así haber logrado “el primer edificio del mundo hecho con chapa soldada.” (15)

Mario Roberto Álvarez [Archivo CEDODAL]

De todos modos el predominio en la profesión por la opción corbusierana fue notorio y perduró con matices hasta la última década del siglo XX. Algunos de sus discípulos fueron tan explícitos como para aceptar la “viudez” o la “filiación” de Le Corbusier como en su momento hicieron Juan Manuel Borthagaray (1928) o Jorge Erbin (16). Muchos otros fueron menos explícitos en sus confesiones pero sus obras y enseñanzas eran tributarias de este reconocimiento.

Junto a la desaparición de los maestros, los resultados de la arquitectura del Movimiento Moderno ofrecía paisajes urbanos descaracterizados a los que el propio Oriol Bohigas (1925) veía como expresión cabal de la mala arquitectura, al no poder reconocer un 5% de obras de buena calidad. Fernando Diez (1953) recordaba algunas experiencias: “La torre en lotes incómodos enfrenta las mudas medianeras de los edificios vecinos. El curtain wall de hierro pintado no resistela corrosión. Las desinhibidas transparencias de las casas de cristal se convierten en insoportable falta de privacidad cuando pierden sus extensos jardines y paisajes sin vecinos.” (17)

Con la crisis del Movimiento Moderno la prédica de los antiguos Maestros quedó menguada y, sobre todo, desarticuladas las certezas. La ilusión de que las nuevas tecnologías abrirían caminos diferentes destruyó los intentos de una ortodoxia modernista afianzada en la “escuela” de determinado liderazgo. Así, el “vale todo” se impuso fácilmente como parte del pensamiento posmodernista.

Álvarez y Asociados. Edificio SOMISA. Buenos Aires, 1966-1977
Foto Federico Ortiz [Archivo CEDODAL]

2.3 La Universidad y la enseñanza. Intentos de disolución de la disciplina

Ya hemos señalado que el período de la década que va desde 1956 a 1966 marca un momento de apogeo en la vida universitaria con un proceso innovador que transforma la enseñanza, abre las puertas a la participación de docentes, estudiantes y egresados en la conducción universitaria, recupera la autonomía de gobierno y la autarquía financiera, posibilitando un proceso de mejoras sustanciales.

Los contenidos de la enseñanza, la calificación de los profesores y un sistema que aseguró una creciente matrícula junto con el proceso de integración a un nuevo edificio que resolviera la dispersión en cuatro sedes que tenía la facultad en Buenos Aires fue un símbolo de estos cambios. Otro tanto podría mencionarse en Rosario donde la facultad recibió en estos primeros años el apoyo de un conjunto de profesores de Buenos Aires vinculados a las ideas del Movimiento Moderno que cambiaron tanto los contenidos como los métodos didácticos (18).

Buena parte de esta circunstancia se clausuró con la intervención a la Universidad por el golpe militar de Onganía, la renuncia masiva de docentes, la inmediata persecución y, por ende, la creciente rebelión estudiantil. Así, durante otra década se condicionó el funcionamiento de las facultades intervenidas con los procesos de reacomodamiento de su relación con el gobierno. Si bien las represiones que culminaron con el “cordobazo” en 1968, llevaron a la destitución de Onganía por los propios militares, luego motivaron una suerte de pacto durante el gobierno de Lanusse donde en algunos casos, como en Córdoba, sectores radicalizados pudieron manejar libremente la universidad considerada entonces como “una isla democrática”. El retorno de Perón en 1973 hasta su fallecimiento en 1974 marcó en Buenos Aires el regreso de sectores que habían quedado marginados desde 1966 y con ellos la formación de los Talleres Nacionales y Populares (Tanapo) que tendieron a desplazar a docentes que habían permanecido en la Universidad durante esa década. Este juego pendular dejó fuera de la universidad pública a muchos docentes que entre 1956 y 1976 padecieron las intolerancias de diverso signo.

La radicalización de grupos estudiantiles y de algunos profesionales, ya vinculados a las opciones de violencia fueron señalando un creciente avance sobre el debate político y una notoria mengua de los contenidos relacionados al oficio profesional. La flexibilidad de los sistemas pedagógicos, los trabajos de campo que se confundían con la militancia política, la pérdida de las herramientas del oficio (el dibujo reemplazado por el discurso oral) fueron síntomas de un ciclo de degradación en este espacio que se compensaba con una creciente comprensión de una realidad social y cultural que había estado ausente de la vida universitaria durante muchos años. El problema radicaba en que para actuar en esa realidad, según planteaban varios grupos había que dejar de ser arquitectos y encarar las transformaciones de fondo que solamente se consideraba posible obtener mediante la violencia (19).

La violencia finalmente llegó y remitió nuevamente a una universidad controlada, reprimida y sin el incentivo de la reflexión y el debate. El costo en vidas humanas y en exilios fue tan notable que nuevamente se perdieron años de vida universitaria y se ha tardado casi una década en mostrar la posibilidad de consolidar un espíritu tolerante en un contexto que, además, ya era diferente. La multiplicación de los alumnos y la creación de nuevas carreras de menor duración variaron el componente social de la facultad, generando opciones variadas y abriendo su espacio a búsquedas diferenciales. La persistencia de las políticas nacionales sin embargo, generaron rasgos de sectarismo que impidieron una convivencia como la que se había logrado en otros tiempos y donde la universidad no era un botín político sino un espacio de construcción de pensamiento.

Ya en 1977 Marina Waisman describía que desde 1943 cada etapa política “se ha acompañado con la destrucción parcial o total, de las estructuras universitarias”. “Se inician y se interrumpen experiencias interminablemente, pero lo más negativo del proceso no está en esto; es que la intolerancia, la dictadura ideológica, la cerrazón mental que pesan desde hace años en nuestra vida universitaria oficial, hacen que cada vez que se rechaza una experiencia se la niegue en bloque (...) y lo que es aún más grave, junto con la experiencia se rechaza también a quienes trabajaron de buena fe para ponerla en marcha. Así se produce la discontinuidad total: en el desarrollo de las ideas, en el trabajo de los equipos, en la formación de los docentes.” (20)

2.4 Los grandes estudios y sus diversas formas de participación. Del “carácter” academicista a la “marca” corporativa

Probablemente es en esta época el momento en que tienden a concentrarse las grandes obras de arquitectura en algunos estudios. En una primera fase serán las oficinas de Mario Roberto Álvarez (MRA) y sus asociados y la de SEPRA integrada por Santiago Sánchez Elía (1911-1976), Federico Peralta Ramos (1914-1975) y Alfredo Agostini (1908-1973) las que asumen este papel con perfiles variados. MRA, como se ha dicho, expresa un perfil profesionalista, con una producción homogénea que es visualizada como de una calidad sostenida y persistente (21). La “marca” del estudio es justamente la de esta homogeneidad, que puede de pronto salirse del lenguaje o del tema, como en el caso SOMISA, pero mantiene los rasgos identificables del antiguo “carácter” que el academicismo exigía a las obras. Este estudio, como otros, se introduce fuertemente en esta segunda mitad del siglo en el proceso renovador de raíz tecnológica que implica la incorporación del aluminio, la madera laminada, los materiales plásticos y los diseños estandarizados de cerramientos.

SEPRA. Hotel Sheraton. Buenos Aires, 1982. Atención SUMMA [Archivo CEDODAL]

SEPRA que se expresa también en grandes obras lo hace desde una perspectiva más ecléctica que reconoce etapas expresivas diversas y se afianza en el reconocimiento de edificios singulares como el de ENTEL en Buenos Aires y el de la Municipalidad de Córdoba ganado por concurso nacional (22). Con el fallecimiento de los antiguos titulares del estudio su calidad declinó notoriamente hacia rasgos más comerciales.

Ya en los sesenta Clorindo Testa impulsa una presencia decisiva de innovación vanguardista con las obras del Banco de Londres (hoy Banco Hipotecario) y el concurso dela Biblioteca Nacional, obra que tardará décadas en concretarse. El dominio plástico y el carácter de sus dibujos y diseños, aseguró a Testa un frecuente reconocimiento en los concursos de arquitectura que en esta época alcanzaron un espacio importante. La originalidad de la obra de Testa es un rasgo recurrente, así como la libertad de actuación que centra en su propio proyecto la atención decisiva de sus propuestas. Entre sus obras del período cabe recordar el Hospital Naval, el Auditorio de La Paz y la del Colegio de Escribanos, realizada con Juan Fontana.

Clorindo Testa
Foto César Loustau [Archivo CEDODAL]

Otro estudio que ya estaba consolidado en este período fue el de Flora Manteola (1936), Javier Sánchez Gómez (1936), Josefa Santos (1931), Justo Solsona y Rafael Viñoly con una activa participación en la obra municipal en los años 1966-70 y posteriormente en una secuencia de obras emblemáticas como ATC Color y grandes conjuntos de vivienda como el de Rioja y Salcedo (23). La impronta de sus diseños para el Banco Municipal de Buenos Aires y las intervenciones en antiguos edificios recuperando el lenguaje estructural, marcaron una nueva línea. Se trató de un estudio de amplia e importante gama de propuestas y temáticas con una gran ductilidad para adaptarse a los requerimientos del comitente y una solvente calidad de terminación en sus edificios. También hubo espacios de conflictos con su obra para el Estadio de Mendoza parael Mundial de Fútbol de 1978 que se colocó dentro del parque diseñado por Carlos Thays (1849-1934) y completado por el arquitecto Daniel Ramos Correas (1898-1982), generando un gesto de invasión sobre los espacios públicos, circunstancia que, lamentablemente, se ha venido generalizando hasta nuestros días, por ejemplo, en el bosque de La Plata o en Palermo en Buenos Aires.

Desde décadas anteriores la oficina de José Aslán y Héctor Ezcurra (1909-1980) venía realizando una arquitectura de singular calidad con obras memorables como el Estadio Monumental de River Plate que les tocó ampliar en 1978. En esta época también se definió con nítidez su inserción en las respuestas para la arquitectura industrial creando una suerte de “marca” temática para su tarea (24). Un conjunto importante de obras en todo el país como Papel Tucumán, Alpargatas en varias provincias, Scania, Xerox y Petroquímicas entre otras son indicativas de esta tarea. En el campo tecnológico la actividad del argentino Eduardo Catalano, radicado en Estados Unidos en la década del 50, dejó huellas en los estudios sobre superficies alabeadas y participó en Argentina en proyectos parala Ciudad Universitariay la Embajada norteamericana (1976) (25).

Testa-Lacarra. Hospital Naval. Buenos Aires, 1970-1982
Foto Sijerckovich [Archivo CEDODAL]

Solsona y Asociados. Banco Ciudad de Buenos Aires. 1968. Atención SUMMA [Archivo CEDODAL]

Solsona y Asociados. Conjunto Rioja y Salcedo. Buenos Aires, 1968-1970
Foto Alejandro Leveratto [Archivo CEDODAL]

Cabe también recordar la obra cuidadosa y jerarquizada de Juan Manuel Borthagaray, Mario Gastellú (1936) y Andrés Marré (1939) en numerosos edificios de departamentos de calidad en su tratamiento con las influencias de Mies al comienzo y de Alvar Aalto en el trabajo en ladrillo como señala Marina Waisman (26). Cabe recordarla Escuela Della Pennadonde la escala y el uso de la luz cenital introdujeron cambios tipológicos y espaciales de interés. La obra de Horacio Baliero (1927-2004) y Carmen Córdova (1928-2011) para el Colegio Mayor Argentino en Madrid, con Alberto Casares (?-1998) y el Panteón en Mar del Plata fueron ponderadas como “algunas de las obras más consistentes de la segunda mitad del siglo.” (27)

Entre los estudios más jóvenes la obra de Jorge Moscato(1946) - Rolando Schere (1945) en la Estación de Ómnibus de Venado Tuerto, la Hostería de Calafate y, posteriormente, el Instituto Tecnológico de Chascomús (1988) marcaron una tendencia en la arquitectura que se sustentaba en las ideas que expusieron en las Jornadas “Reflex” realizadas enla Sociedad Centralde Arquitectos en 1981.

El estudio de Estanislao Kocourek (1930) y Asociados, con la participación de Ernesto Katzenstein realizó el edificio Conurban (1973) que es el más interesante del conjunto de Catalinas Norte entre otras cosas por su preocupación de atender a las condicionantes ambientales con su respuesta de tratamiento diferenciado de las fachadas (28). El tema de Catalinas Norte nos evidencia otra de las condicionantes de las discontinuidades y las presiones políticas. En el proyecto original era tratado como un conjunto homogéneo al cual Clorindo Testa le había previsto una terraza de circulación peatonal que posibilitaba la articulación e integración de los edificios. Finalmente la compartimentación del loteo y las pujas por las obras terminaron dejando un área segregada formada por la sumatoria de edificios en competencia, un mal resultado de conjunto que pudo ser evitado y una oportunidad de calidad urbana desperdiciada.

En Rosario se perfilaba en este período la tarea de diseño del Estudio “H” integrado por Rufino De la Torre (192?-1984), Aníbal Moliné (1937), Alberto Santanera (1938), Armando Torio (1943), Daniel Vidal (1942) y Raúl Utges (1948), cuya capacidad de activa participación en concursos, manejo de varias escalas de obras (inclusive urbanísticas) y el buen nivel resultante de las mismas era ya ponderado en la década de los setenta (29). También en los últimos años ha sido reconocida la tarea creativa de un discípulo de Sacriste, Jorge Scrimaglio (1937), en la realización de una arquitectura organicista de rasgos cuidadosamente artesanales como la capilla del Espíritu Santo o con un cuidadoso manejo del ladrillo en las casas Garibay y Alorda. En la década de los 90, Álvaro Siza (1933) proyectaría el Distrito Municipal Sur y se realizaría el Hospital de Emergencias de Mario Corea (1939) y Silvia Codina (1943) que generarían luego una serie de obras hospitalarias concretadas en el siglo XXI. En Santa Fe se destaca la obra de César Carli (1935) buscando la expresión de una arquitectura regional a través de tipologías y propuestas ambientales pertinentes. También en estos años los trabajos de arquitectura de Efrén Lastra (1929) en obras singulares como en los barrios de vivienda de interés social (“Arquitectura solidaria” y autoconstrucción), con un lenguaje en ladrillo muestra similar preocupación por búsquedas de arquitecturas alternativas.

Borthagaray, Gastellú, Marré. Escuela Della Penna. Buenos Aires, 1971
Foto Ernesto Sijerckovich [Archivo CEDODAL]

En Córdoba las obras de José Ignacio “Togo” Díaz (1927-2009) marcaron una notable línea de trabajo en la construcción dela ciudad. Conun lenguaje rotundo y una preocupación por la inserción urbana fue otro de los estudios que impuso una “marca” reconocible por esta “urbanidad” de su obra y también por su trabajo del ladrillo como los conjuntos Balcones del calicanto y otras en la Cañada. Las viviendas individuales de Togo Díaz fueron otro tema de singular importancia en la calidad de su obra (30). Con un destacado inicio en los trabajos con su padre Jaime Roca en los conjuntos de vivienda de Salta y Córdoba (1970-71) y con su formación junto a Louis Kahn, Miguel Ángel Roca (1936) se convirtió en una de las figuras mediáticas de la arquitectura argentina (31). Desde su gestión municipal en Córdoba durante la dictadura impulsó la vertiente posmodernista expresada en la decoración lineal de los pavimentos y en los puentes virtuales con vistas a jalonar y consolidar un área acotada en elcentro histórico deCórdoba. También incursionó en la rehabilitación de antiguos mercados y en la formación de plazas evidentemente más preocupadas por el diseño geométrico que por el uso de los espacios. De mayor relevancia fue sin dudas la trayectoria del estudio de los arquitectos Sara R. Gramática (1942), Juan Carlos Guerrero(1939-1999), Jorge Morini (1942), José Pisani (1936) y Eduardo Urtubey (1937) con una vasta tarea en Córdoba desde su formación en 1967. Más allá de obras singulares en general la calidad de construcción de los edificios, las innovaciones tecnológicas y la diversificación de los temas abarcados por el estudio, predominantemente vinculados a propuestas educativas y de vivienda y más tarde de carácter comercial (varios Shopping y Galerías comerciales, Hotel Sheraton, etc.) mostraban hacia fin del siglo XX un notable proceso de consolidación profesional que posteriormente derivó hacia propuestas menos convincentes.

Kocourek–Katzenstein y Asociados. Edificio Conurban. Buenos Aires, 1969-1973
Foto Federico Ortiz [Archivo CEDODAL]

En los sesenta en Cuyo se completan obras de la reconstrucción de San Juan y en Mendoza se realiza el edificio de la Municipalidad y el Concejo Deliberante (1969) del arquitecto Gilberto Olguín (1938) y asociados yel Palacio Policial (1966) de Raúl Panelo Gelly (1914-96). En el noroeste la obra de Eduardo Larrán (1927-2012) marcó un notable nivel de calidad como expresión de la influencia del Movimiento Moderno. Formado en el Instituto de Arquitectura junto a Eduardo Sacriste y Jorge Vivanco, Larrán realizó una vasta tarea de viviendas individuales con mucho carácter y un conjunto excepcional de viviendas colectivas del Banco Hipotecario en Salta (1961-67) siguiendo las pautas de la Unidad de Habitación de Marsella con sus dúplex, pero atendiendo a controles del clima y el espacio circundante. El Banco del Noroeste (1977) fue otra obra significativa (32). En Tucumán la formación de la ciudad universitaria enla Quinta Agronómica posibilitó la tarea de diseño de varios profesores de la Facultad, entre ellos Rodolfo G. Mitrovich (1919-96), Adolfo Cavagna (1910-92) y Rolando Piñero (1938) con obras de interés que apelaron a la idea de las flexibilidades espaciales y la modulación.

Díaz J. I. Edificios Panorama I y II. Córdoba, 1970-1971. Atención Arq. Togo Díaz [Archivo CEDODAL]

Díaz J. I. Edificios Panorama I y II. Córdoba, 1970-1971. Atención Arq. Togo Díaz [Archivo CEDODAL]

Roca M. A. Puerta-puente sobre peatonal del Centro Histórico. Córdoba, 1980
Foto Dick Alexander [Archivo CEDODAL]

En la Patagonia cabe resaltar el edificio de Aerolíneas Argentinas en Bariloche, realizado en 1981 por el arquitecto del Valle y sus asociados, con una recova de madera y un sólido trabajo formal y funcional que se preocupa de una arquitectura contemporánea realizada en términos de una adecuada contextualización con su paisaje urbano.

2.5. Los Concursos como dinámica profesional

Otro ámbito ya mencionado es el de los Concursos, donde descuellan una serie de estudios de una nueva generación que tienden a ocupar un espacio creciente: Juan Manuel Llauró (1932) y Juan Antonio Urgell(1936) con múltiples obras como el Museo del Banco Provincia de Buenos Aires; Antonio Antonini (1936) - Gerardo Schon (1936-2010) y Eduardo Zemborain (1936-85) autores del Estadio de Mar del Plata y luego otra generación con Baudizzone, Díaz, Erbin, Lestard y Varas; Moscato y Schere; Roberto Frangella (1942), Ricardo Cassina (1940) y Félix Casiraghi (1932); Fernando Aftalión (1943), Bernardo Bischoff (1939), Jorge Do Porto (1941), Beatriz Escudero (1942), Teresa Egozcué (1943) y Guillermo Vidal (1940). En La Plata descollaría el equipo de Enrique Bares (1942), Tomás García(1942), Roberto Germani (1940), Inés Rubio (1938), Alberto Sbarra (1938) y Carlos Ucar (1942) que además de una amplia trayectoria en propuestas de remodelación urbana, realizaron el Teatro Argentino y mantuvieron una estrecha vinculación con la vida universitaria.

Los concursos fueron un elemento estimulante para fortalecer los lazos de trabajo de los nuevos estudios, ensayar la capacidad de diseño conjunto, ponerse a prueba y estimular la creatividad frente a temas variados y a la vez introducir las novedades de la arquitectura internacional con menos responsabilidades que frente a la obra concreta. En definitiva se trataba en los concursos de obras singulares, sin certeza en muchos casos de que se realizarían y permitían por ende volar en la imaginación y en no pocos casos en un formalismo sin destino cierto. De hecho se estimaba que menos del 15% de las obras concursadas fueron efectivamente realizadas.

Gramática y asociados. Shopping. Nuevo Centro. Córdoba, 1992. Modulor [Archivo CEDODAL]

notas

NE
Esta es la segunda de cuatro partes del artículo "La arquitectura en la Argentina (1965-2000)" en Arquitextos, publicado originalmente por la Academia Nacional de Bellas Artes, Buenos Aires. Links para las otras partes del artículo:

GUTIÉRREZ, Ramón. La arquitectura en la Argentina (1965-2000) - Parte 1. Tiempos de cambio. De la esperanza al pragmatismo. Arquitextos, São Paulo, año 14, n. 168.01, Vitruvius, mayo 2014 <http://www.vitruvius.com.br/revistas/read/arquitextos/14.168/5216>.

GUTIÉRREZ, Ramón. La arquitectura en la Argentina (1965-2000) – Parte 3. Arquitextos, São Paulo, año 15, n. 170.02, Vitruvius, jul. 2014 <http://www.vitruvius.com.br/revistas/read/arquitextos/15.170/5274>.

GUTIÉRREZ, Ramón. La arquitectura en la Argentina (1965-2000) – Parte 4. Arquitextos, São Paulo, año 15, n. 171.01, Vitruvius, ago. 2014 <http://www.vitruvius.com.br/revistas/read/arquitextos/15.171/5286>.

1
AAVV: Casas Blancas. Una propuesta alternativa. CEDODAL. Buenos Aires. 2003

2
Maldonado, Tomás. El futuro de la modernidad. Ed. Júcar. Madrid. 1990.

3
Iglesia, Rafael. “Poéticas arquitectónicas en la Argentina. 1955-1980”. En Summa Nº 200-201. Buenos Aires. Junio de 1984. Pág. 54

4
Solsona, Justo. SUMMA Nº 2. Buenos Aires. 1963. Pensamiento difícil de compatibilizar con el proyecto que presenta al Concurso dela Biblioteca Nacional (1962) o la valoración de algunas torres recientes como homenaje al Kavanagh.

5
Broadbent, Geoffery y otros. El Simposio de Portsmouth. EUDEBA. Buenos Aires. 1971. El argentino Juan Pablo Bonta desarrollaría luego en los Estados Unidos nuevos métodos para acotar científicamente la crítica de arquitectura a través de indicadores de comunicación.

6
Liernur, Jorge Francisco. Arquitectura en la Argentina del siglo XX. La construcción de la modernidad. Buenos Aires. Fondo Nacional de las Artes. 2001. Pág. 330.

7
Molina y Vedia, Juan. “Notas acerca de lo nacional y de las ideas en arquitectura”. En Summa Nº 200-201. Buenos Aires. Junio de 1984. Pág. 71.

8
Gutiérrez, Ramón – Tartarini, Jorge – Stagno, Rubens. Los Congresos Panamericanos de Arquitectos.

9
Gutiérrez, Ramón. Arquitectura y urbanismo en Iberoamérica. Ediciones Cátedra. Madrid. 1983.

10
Solsona, Justo. “Desde el papel”. En Summa Nº 197. Buenos Aires. Marzo 1984. Pág. 27.

11
Rogers, Ernesto N. Experiencia de la arquitectura. Ed. Nueva Visión. Buenos Aires. 1965. En esos años Nueva Visión e Infinito editaron libros sobre Wright y Le Corbusier.

12
Gutiérrez, Ramón. “Le Corbusier en Buenos Aires. Nuevas lecturas sobre el viaje de 1929”. En Le Corbusier en el Río de la Plata. 1929. Buenos Aires. Ed. CEDODAL - Facultad de Arquitectura. Universidad de la República del Uruguay. 2009.

13
Giedion, Sigfried. Espacio, tiempo y arquitectura. Hoepli. Barcelona. 1955. Texto clave en la valorización del Movimiento Moderno.

14
AAVV. 50 años del Bauhaus. Catálogo Exposición Museo de Bellas Artes, Buenos Aires, 1971. Véase Argan, Giulio Carlos. Walter Gropius y el Bauhaus. Buenos Aires. Nueva Visión. 1957 y Moholy Nagy, Lazlo. La nueva visión y reseña de un artista. Buenos Aires. Ediciones Infinito. 1963.

15
Álvarez, Mario Roberto. “Planteo de la arquitectura argentina. Diálogo con María Esther Vázquez”. En La Nación. Buenos Aires. 19 de septiembre de 1976. 3ª sección. Pág. 1.

16
Véase Casoy, Daniel. Plan de Le Corbusier para Buenos Aires. Conferencia dictada enla Sociedad Central de Arquitectos el 15 de junio de 1982. Texto mimeografiado.

17
Diez, Fernando. Crisis de autenticidad. Cambios en los modos de producción de la arquitectura argentina. Ed. Summa+. Buenos Aires. 2008. Pág. 13.

18
Véase Méndez Mosquera, Carlos. “Conversaciones”. En Revista de Arquitectura, Nº 234. Buenos Aires, Octubre, 2009. Pág. 99.

19
Docentes de las Universidades de Buenos Aires y La Plata anunciaban que “la única arquitectura revolucionaria es aquella que puede desarrollar el pueblo una vez tomado el poder. Toda otra arquitectura es del régimen”. Frente de Arquitectos. Buenos Aires 16 de septiembre de 1971.

20
Waisman, Marina. “Los años recientes. Balance y perspectiva”. En Summa. Nº 113. Buenos Aires. Junio de 1977.

21
Piñón Helio. Mario Roberto Alvarez y Asociados. Barcelona: Universitat Politecnica de Catalunya, 2002. Véase también Arq. Mario Roberto Álvarez y Asociados. Obras. 1937-1993. Santiago de Chile. Morgan Internacional. 1994. Trabucco, Marcelo. Mario Roberto Álvarez. Buenos Aires. IAA-UBA. 1965.

22
Ortiz, Federico. SEPRA. Instituto de Arte Americano e Investigaciones Estéticas. Buenos Aires. 1964.

23
AAVV. Manteola, Sánchez Gómez, Santos, Solsona, Viñoly. Buenos Aires. Nueva Visión. 1978.

24
AAVV. Arquitectura para la industria. Buenos Aires. Ed. Gaglianone. 1985. Aslan de Gigli, Marta. Aslan y Ezcurra, arquitectos. 1930-1980. Miami. Presse Internationale. 1981.

25
Gubitosi, Camillo- Izzo, Alberto. Eduardo Catalano: Buildings and projects. Officina Edizioni. Roma. 1978.

26
Waisman, Marina. Architecture. Borthagaray, Gastellú, Marré. Miami. Presse Internationale. 1981.

27
Liernur, Jorge Francisco. Arquitectura en la Argentina… Op. cit. Pág. 331.

28
Katzenstein, Inés (Compiladora). Ernesto Katzenstein. Fondo Nacional de las Artes. Buenos Aires. 1999.

29
Entre otras obrasla Asociación Rosarina de Intercambio Cultural Argentino Norte Americano (1966).

30
Eliash, Humberto y otros. Togo Díaz. Colección SOMOSUR. Escala. Bogotá. 1994

31
Glusberg, Jorge. Miguel Ángel Roca. Londres. Academy Edition. 1981.

32
Larrán, Eduardo. Eduardo Larrán. Arquitectura moderna en el noroeste argentino. CEDODAL. Buenos Aires. 2007.

acerca del autor

Ramón Gutiérrez nació en Buenos Aires en 1939. Arquitecto por la Universidad de Buenos Aires en 1963. Investigador de los temas de Historia de la Arquitectura y Conservación del Patrimonio. Investigador Superior del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas, Argentina (jubilado). Miembro de Número de las Academias Nacionales de la Historia y de Bellas Artes, Argentina, y Correspondiente de las Academias de España y América. Fundador y director de la revista “Documentos de Arquitectura Nacional y Americana”, DANA. Docente en diversas universidades e institutos de España, Italia, Portugal y América. Profesor Honorario de las Universidades de Chile, Nacional de Ingeniería y Ricardo Palma de Lima, y de la Universidad Nacional de San Agustín de Arequipa – en el Perú- y de la Universidad Nacional de Mar del Plata, Argentina. Profesor invitado y Coordinador del Doctorado en la Universidad Pablo de Olavide en Sevilla, España. Autor de 250 libros y de numerosos artículos sobre Arquitectura y Urbanismo en Iberoamérica. Fundador del Centro de Documentación de Arquitectura Latinoamericana, CEDODAL, Buenos Aires.

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