“Me da en la nariz... Esto ya me lo olía yo... Tener buen olfato...”
Cuántas veces hemos escuchado estas expresiones en boca de otras personas en situaciones muy diversas, pero no por ello menos cotidianas. Trataremos aquí de hablar sobre uno de los cinco sentidos, difícil de asociar a la profesión, pero que tiene una importancia vital a la hora de generar recuerdos y despertar sensaciones en quien visita un edificio.
Existen estudios que afirman que el olfato evoca más recuerdos que la vista, de tal manera que las personas son capaces de recordar con mayor precisión cosas que han olido que aquellas que simplemente han visto. Así, oler un libro de texto utilizado en la infancia, nos trae más recuerdos a la mente que simplemente verlo. Existe una relación directa entre los perfumes y los objetos. La memoria olfativa es capaz de activar en nosotros más recuerdos que la memoria visual. Parece que tratar de hablar de la arquitectura en términos olfativos, algo cuya presencia física y visual es tan pregnante, puede resultar extraño.
Sin embargo, la buena arquitectura tiene un olor característico. Los materiales con los que se construye dejan una huella que no es sólo física. La madera tiene un perfume singular. El contacto de la humedad con la piedra hace que aparezca un olor familiar. Los tejidos envuelven al usuario no sólo con su presencia, sino también con los aromas que confieren a las estancias donde se colocan. El contacto con el metal impregna los dedos de un olor frío. Los plásticos desprenden aromas al contacto con el sol. La cerámica al ser mojada emana recuerdos de arquitecturas mediterráneas. El cañizo y la estera huelen de forma singular... Además, no se debe olvidar que la arquitectura también se genera con la vegetación, algo que abre ante nosotros una infinidad de posibilidades. Árboles, arbustos, flores. Eucalipto, romero, jazmín. Mil imágenes diferentes recordando arquitectura, han venido a nuestra mente en unas pocas líneas.
El uso de los materiales debería de tener en cuenta las sensaciones que éstos puedan producir en los usuarios. Claro está, se trata de algo subjetivo relacionado con las experiencias propias de cada cual. Aún así, existen ciertas constantes que se convierten en valores aceptados por la sociedad tales como la sensación de calidez provocada por la madera, no sólo por el contacto con ella, sino también por sus aromas.
Aquel que se adentra en la Villa Mairea respira madera. Quien ha visitado la Mezquita de Córdoba sabe que huele a naranjo. El convento de La Tourette desprende un olor a hormigón característico. La ópera de Sydney desprende un olor singular gracias a sus tejidos. Tal vez sean estos recuerdos de quien escribe, y probablemente quien esto lea, será capaz de enumerar otras muchas arquitecturas cuyos aromas le sean de su agrado.
sobre el autor
Javier Mosquera González es arquitecto por la ETSAM en 2007, su actividad profesional se centra en la realización de proyectos y concursos de arquitectura, donde ha obtenido premios en México, Corea del Sur, EEUU, Italia, Sudáfrica o España. Compagina esta actividad con la práctica docente como profesor ayudante en la ETSAM.