Antes de la Segunda Guerra Mundial, Cracovia constituía el centro social y cultural de la comunidad judía polaca. Una cuarta parte de su población estaba integrada por judíos; ciudadanos entre los que se contaban gran parte de los profesionales más importantes de la capital que a partir de septiembre de 1939 – tras la invasión nazi de Cracovia – fueron víctimas de toda una serie progresiva de leyes discriminatorias que culminaron en su definitiva segregación con objeto de hacer de ella la ciudad “más limpia” del territorio polaco ocupado. La mayoría de judíos debieron abandonar la ciudad mientras que un número de quince mil fueron forzados en 1941 a trasladarse al ghetto que fue levantado en el distrito de Podgórze, donde permanecieron hasta su definitiva liquidación – de la que se ocupó el oficial de la SS Amon Göth – en marzo de 1943. Sus domicilios y otras propiedades inmobiliarias fueron confiscados por los nazis. Aquéllos que no fueron deportados al campo de concentración de Belzec, a partir de diciembre de 1942 permanecieron confinados en él y divididos en individuos “productivos” y “no productivos”. Los primeros trabajaron en la fábrica de esmaltes de Oskar Schindler – quien fue incapaz de evitar que muchos de sus empleados acabasen siendo enviados a los campos de Plaszow y Auschwitz, donde perecerían. Las fotografías y secuencias conservadas del 21 de marzo de 1941 muestran a personas de todas las edades transportando sus pertenencias a lo largo del puente sobre el río Wisla y por las calles de Cracovia, camino al ghetto. “Recuerdo el silencio que había durante este traslado…Un silencio que se transformó en lamentos y sollozos”, testimoniaría una de ellas.
La Plac Zgody (Plaza de la Concordia) fue escenario de ejecuciones y el enclave urbano señalado por los nazis como Umschlagplatz, el lugar donde los judíos debían congregarse para ser deportados. Allí mismo fueron trasladadas y acumuladas las pertenencias de los judíos que fueron llevados a los campos de exterminio. “En la Plac Zgody se deteriora una incalculable cantidad de armarios, mesas, cómodas y otros muebles, que se han llevado de acá para allá no se sabe cuántas veces” escribió ante esa imagen Tadeusz Pankiewicz, propietario de la Apteka Pod Orlem (Farmacia del Águila), un no-judío autorizado a mantener su farmacia abierta dentro del ghetto debido al temor de los nazis de que se propagase en su interior una epidemia de tifus y que aprovechó esa concesión para proteger a los judíos del ghetto y ocultar en su local actividades clandestinas de resistencia. Esa imagen, extraída de Apteka w getcie krakowskim (“La Farmacia del Ghetto de Cracovia”), libro de las memorias de Pankiewicz de esos años, junto con las de documentos gráficos conservados inspiraron a los arquitectos Piotr Lewicki y Kazimierz Łatak su proyecto para la remodelación y transformación en memorial de la antigua Plac Zgody, actualmente la Plac Bohaterów Getta (Plaza de los Héroes del Ghetto), que perdió su presencia en la ciudad durante los años setenta a consecuencia de diferentes planes urbanísticos.
Inaugurada en diciembre de 2005, aquella Plac Zgody es hoy un espacio deliberadamente concebido como un contenedor poético que transforma a ese lugar en una marca de lo ocurrido, en una forma de las ruinas que Victor Klemperer auguraba que surgirían tras la guerra. “Era imposible hablar de esta tragedia desde la literalidad. Documentos y recuerdos de los que sobrevivieron nos daban a entender la historia del ghetto como una sucesión de mudanzas. Las imágenes muestran a las gentes por la calle transportando cajas, muebles, arrastrando carros y carromatos. Una fila de niños desfila por la acera, cada uno carga una silla sobre su cabeza; una niña transporta su hatillo entre las patas de una silla con el respaldo hacia abajo. Decidimos narrar la historia de este lugar a través del diseño del espacio urbano de la plaza – explican Lewicki y Łatak –. Tras la liquidación del ghetto, a la plaza llegaron objetos desechados, que evocan la ausencia de sus propietarios. La memoria de los ausentes se manifiesta a través de objetos de uso corriente. Las sillas, el pozo, las papeleras, el accesorio para las bicicletas, incluso las señales de tráfico, adquieren un carácter simbólico.”
Estos arquitectos han hecho surgir un espacio que no elude el provocar en muchos un sentimiento de malestar ante la obligación de recordar. Una intervención contenida, en la que los elementos que integran el espacio, elaborados con materiales cuya expresividad cruda emerge de su vulnerabilidad al paso del tiempo – bronce patinado, cemento, acero oxidado y galvanizado – son a la vez escultura y pieza de mobiliario urbano de forma que no se crea un lugar intocable sino un espacio que – aunque incómodo o perturbador – puede ser ocupado y utilizado sin sentir que se comete una especie de profanación a esa memoria solemne e ineludible. La actual Plac Bohaterów Getta es un espacio público que hace presente a los cracovianos el recuerdo del exterminio de una parte de su población y les hace afrontarlo no sólo desde su carácter de memorial donde pueden rendir tributo a aquellas vidas ausentes –directamente en el transformado interior de la antigua estación policial usada por los nazis – sino mediante el contacto y la interacción que la plaza tiene con las actividades cotidianas de la ciudad.
Hacer de la construcción arquitectónica homenaje, metáfora construida de los recuerdos y los sentimientos de un tiempo convulso, de un recuerdo difícil de soportar y asumir, convierten a la tarea del arquitecto en una cuestión a resolver desde una implicación moral. Intentar no caer en referencias tópicas sino hacer un homenaje a las víctimas sin incurrir en la espectacularidad dramática o en la sublimación de la tragedia. Lewicki y Łatak sienten la necesidad de preservar la fuerte carga emotiva de un lugar sin desposeerlo del ritual del dolor, pero también sin querer hacer de él un lugar de cargas negativas que lo transformen en un espacio alienado – a la manera en que lo fue aquel ghetto –. La tarea es exorcizarlo y hacer que en éste surja un encuentro con la conciencia de que ése fue uno de los escenarios de una de las masacres más espeluznantes del siglo XX, convirtiéndolo en un sitio donde no sólo reflexionar sobre el pasado sino sobre nuestro presente y condición humana, capaz de convertir a veces a los vencidos antes en opresores después.
Esta plaza como hecho arquitectónico es construcción simbólica pero también es una herramienta de manifestación de la memoria histórica en el espacio público de Cracovia y de dignificación de la memoria de cada una de las vidas cuyos destinos fueron amargamente anulados cuando sus pertenencias se quedaron en la Plac Zgody.
[texto publicado originalmente en el suplemento “Cultura/s” del periódico La Vanguardia, Madrid, 03 de enero de 2007.]
sobre los autoresFredy Massad e Alicia Guerrero Yeste, titulares do escritório ¿btbW, são autores do livro “Enric Miralles: Metamorfosi do paesaggio”, editora Testo & Immagine, 2004.