“De esta forma, la ciudad en su conjunto, vista desde el muelle, con las casas que se extienden hasta las propias aguas de la bahía y que se elevan a lo lejos hacia las verdes colinas, o más bien montañas que las rodean, presenta un aspecto romántico y pintoresco”Caroline Wallace, Santiago de Cuba antes de la guerra
Entre las más entrañables nostalgias de la niñez cuenta, con toda seguridad para cualquier adulto, el incontenible deseo de “jugar en la calle”. Indiferentes a la usual voluntad materna de permanecer al resguardo de la casa, los infantes añoran con particular frecuencia disfrutar del espacio urbano, en especial de la calle. Esta voluntad, inmanente al cubano y de singular arraigo en el habitante de Santiago de Cuba, ha logrado trascender en el tiempo y espacio para perpetuarse definitivamente como rasgo de identidad en esta cultura citadina.
La calle ha conformado, a lo largo de la evolución de la ciudad, un espacio público protagónico que ha trascendido su función como vínculo físico entre los componentes del paisaje urbano para convertirse en un ámbito de relaciones sociales de naturalezas diversas. Es en estos ambientes donde se establece el contacto inicial del habitante con su medio construido y, por su primacía como área mayoritaria dentro de la trama urbana, constituyen el espacio de más intenso uso en la ciudad.
Sin embargo estos viaductos esenciales, que en ocasiones pasan inadvertidos a la contemplación del transeúnte, son arterias vivas que han modificado su apariencia y carácter a lo largo de la historia.
Las calles son un fenómeno indisolublemente ligado al propio surgimiento de la villa de Santiago de Cuba. Desde los más tempranos ejercicios edificatorios de la ciudad estos espacios se concibieron con apego a un esquema de trazado y concepción provenientes de las experiencias de los colonizadores y más tarde regulados por las Leyes de Indias dictadas por Felipe II en 1573 (1). En éstas se contemplaba la estrechez y altura de sus fachadas limitantes como mecanismo para crear trayectos sombreados en una región donde la intensidad del sol fustiga al caminante implacablemente.
De la misma manera que la voluntad de sus fundadores incidió en la forma de los espacios lineales de la ciudad, éstos últimos tuvieron que adaptarse a las condiciones topográficas impuestas por el asentamiento. Al situarse Santiago de Cuba sobre un valle de ondulado relieve la imposición de una cuadrícula de trazado perfecto devendría finalmente en una retícula de caprichosas e inesperadas inflexiones. La ciudad, manifiesto del sedimento de múltiples experiencias constructivas, adquirió así a través de sus espacios públicos, y especialmente de sus calles, un paisaje urbano identificativo que signaría para siempre su imagen citadina.
La fisonomía primigenia de las calles santiagueras no parece haber sido la más favorable si se tienen en cuenta las descripciones que algunos viajeros formularan en el siglo XVIII:
“Las calles en Santiago son estrechas, sucias, muy mal pavimentadas -cuando lo están- y poco incitantes al paseo […] Las aceras son estrechas; en algunas partes no pueden caminar más que dos personas juntas, y hay muchas donde ni siquiera existen aceras y el deteriorado pavimento de grandes piedras, tan incómodo para caminar, va de un lado a otro de la calle, de casa en casa” (2).
Sin embargo más allá de la forma particular que éstas adquirieron en el proceso evolutivo es posible hallar su trascendencia como lugar de encuentro e intercambio entre los moradores y visitantes del enclave citadino.
La extroversión del hábitat urbano, impulsada por las condiciones climáticas de la región e influenciada a su vez por los factores socioculturales que caracterizan a la población santiaguera ha conformado un factor esencial en la definición del paisaje de las calles. De tal manera es posible constatar como el espacio público de tránsito es abordado por las edificaciones que lo limitan con la intención de prolongar hacia él espacios privados o semipúblicos de la arquitectura citadina. El habitante establece así un ámbito de transición concretado en corredores, balcones o grandes ventanales volados que pretenden robar a la calle una porción de su vida pública para adherirla perennemente al interior de la vivienda. Desde estos recintos el habitante alcanza participar de las escenas urbanas, intercambiar con sus similares e iluminar y ventilar un espacio resguardado, que deja a ratos de ser exclusivo de la arquitectura para integrarse definitivamente al paisaje de la calle.
Unido a esto se presenta el vívido espectáculo que supone el caminar a través de los recintos lineales de la ciudad tradicional. La sucesión de fachadas yuxtapuestas ofrece a la vista del caminante una perspectiva cambiante que se cierra y abre caprichosamente otorgándole particular dinámica al recorrido. Las demarcaciones del espacio cobran vida e incorporan movimiento a la vista del observador. Asimismo la calle actúa como un espacio con identidad propia fácilmente identificable no sólo por la sugerente policromía de las fachadas que componen sus límites verticales, por las texturas táctiles y ópticas de las superficies o sus formas y volumetría sino además por el amplio abanico de sensaciones sonoras u odoríficas que se experimentan en el andar y que quedan grabadas en la memoria del transeúnte como un patrón referencial.
La calle santiaguera también asume su carácter en virtud del uso asociado a la arquitectura que le limita. En este caso la concentración de edificaciones con funciones afines o la única presencia de una construcción de singular relevancia pueden caracterizar o nominar el trayecto: la calle Enramadas de Santiago de Cuba es identificada actualmente, por sus múltiples tiendas, expendios de alimentos y servicios, como fundamental arteria comercial de la ciudad y la calle del Rastro por los establecimientos de ventas de objetos usados, que en siglos pasados ocupaban la misma. De igual manera otros espacios lineales adquirieron sus nombres por eventos socioculturales o históricos asociados a la vida comunitaria: la calle Calvario (Calle del Calvario), por constituir recorrido de la procesión de Jesús de Nazareno durante la Semana Santa o la calle Providencia -actual Maceo-, denominada así con motivo de la expedición que desde el puerto partiera a la isla Providencia en el año 1699 (3).
La toponimia de las calles del casco histórico santiaguero son una palpable evidencia de su importancia en la historia y cultura de la comunidad cívica que las usa, conforma y transforma desde la propia fundación de la ciudad, hace ya casi cinco centurias.
Las relaciones de índole cultural, social o comercial que tienen lugar en los espacios lineales del centro histórico urbano se manifiestan de dos modos específicos: en primera instancia el usuario ocupa la calle como espacio de tránsito para moverse dentro de la ciudad y poder acceder a las diversas estructuras edificadas, a modo de paseo, de peregrinación, en funciones laborales o simplemente lúdicas. Este estado de apropiación espacial se caracteriza por el movimiento y es denominado con acierto posesión dinámica (4). Por otra parte es posible definir otro modo de uso de la calle, esta vez como espacio que propicia el encuentro pasivo, “inmóvil” donde el transeúnte se detiene a intercambiar con otros, a contemplar el medio o simplemente esperar, puede ser un punto de reunión, una parada de ómnibus o la estadía para recibir un servicio o acceder a un sitio determinado. En tal caso se consideraría la apropiación como una posesión estática (5).
Ambas acciones, muestras del papel insoslayable del hombre como elemento integrado al paisaje urbano, propician que el grupo social que usa la calle valore su espacio no sólo desde su dimensión física sino además desde su alcance cultural y espiritual. Los eventos que acontecen en estos sitios de la ciudad histórica de Santiago de Cuba van quedando así impregnados, a modo de vivencias, en la memoria del ciudadano, conformando con el decursar del tiempo la imagen colectiva de la ciudad y de su paisaje urbano. La calle deja de ser entonces un simple componente físico del medio construido para devenir en un fenómeno sociocultural presente en la literatura y las artes en general, abordado desde las más disímiles y complejas aristas de la cotidianeidad, trascendiendo así como un factor de inspiración y orgullo para los pobladores del lugar.
Lo anterior revela la cualidad del espacio público de la calle para constituirse en un elemento evocativo que favorece el apego del habitante a su medio, su reconocimiento, justa valoración e identificación con el mismo. La calle en cuanto espacio habitable es capaz por si misma de despertar sensaciones y hacer recordar sucesos. El acto de transitarla lleva aparejado igualmente un ejercicio de interacción donde el caminante examina las características formales de su entorno y las vincula a sus emociones. Aquí tiene lugar una incesante sucesión de vistas y vivencias que van dando forma a la imagen urbana.
Es por esto que con el transcurrir del tiempo algunos espacios lineales son aprehendidos de modo similar por sucesivas generaciones: los callejones continúan aún provocando una intrínseca sensación de confinamiento e intimidad; las escalinatas conservan su identidad como estructuras articuladoras y pintorescas que logran fusionar de modo singular la arquitectura al espacio público; la dirección cambiante -curvilínea-, interrupta o de dimensión variable de la calle induce a una dinámica en la marcha que es sólo interrumpida cuando la topografía le otorga a la misma el carácter de mirador, es decir, cuando desde un punto de su recorrido se alcanza una visión panorámica de Santiago de Cuba donde ciudad y paisaje natural rebasan el diálogo armónico para fundirse en un todo indisoluble.
La ponderación de los valores de las calles de la ciudad histórica santiaguera resulta una tarea imprescindible. El constante accionar del hombre sobre el medio construido y la indiferencia ante su deterioro físico constituyen factores que ponen de manifiesto el peligro inminente que asecha a diversos espacios públicos del centro histórico. Con preocupación latente es posible constatar como estos espacios pueden modificar su apariencia ante una acción que pudiera atentar contra sus cualidades formales y expresivas. De este modo también está en peligro la identidad cultural de la ciudad por cuanto es justamente la calle el espacio donde con mayor fuerza se constata el intercambio del habitante con sus similares y con el entorno que edifica y modifica día a día. Es en este espacio donde se conforma la memoria colectiva, la suma de las vivencias cotidianas e históricas que han trascendido en el tiempo y forman parte ya del acervo patrimonial intangible del lugar.
La experiencia vivencial cotidiana demuestra cuan valioso papel juega el espacio de la calle en la vida del santiaguero. El disfrute de actividades culturales, la compraventa de arte, artesanía, alimentos o libros, es paseo despejante, la espera paciente, el diálogo a través de un ventanal, desde un corredor o desde un balcón, el encuentro inesperado, la peregrinación en grupo, la fiesta popular o el juego ocasional están inevitablemente ligadas a la calle. Su expresión es la existencia misma del poblador, el acervo de acontecimientos únicos y repetidos que continúa interminable en una espiral definitivamente trascendente, la concreción de una inefable identidad unida al “espíritu del lugar” y a la naturaleza de sus pobladores.
notas
1
SEGRE, Roberto; et al. Historia de la arquitectura y el urbanismo: América Latina y Cuba. La Habana, Pueblo y Educación, 1986.
2
WALLACE, Carolina. Santiago de Cuba antes de la Guerra. Santiago de Cuba, Oriente, 2005.
3
VAILLANT LUNA, Mario: Nuestras calles. Datos para la historia de Santiago de Cuba. Mayarí, Oriente, Imp. De Juan B. Granda F., 1935.
4
CULLEN, Gordon. El paisaje urbano, tratado de estética urbanística. Barcelona, Blume / Labor, 1974.
5
Ibídem.
bibliografía complementar
CÁRDENAS, Eliana. “Uso y significado del espacio público”. Arquitectura y Urbanismo, vol. XX, n. 3. La Habana, ISPJAE, 1999.
LEWIS, David. La ciudad: problemas de diseño y estructura. Barcelona, Gustavo Gili, 1973.
LÓPEZ RODRÍGUEZ, Omar. La cartografía de Santiago de Cuba, una fuente inagotable. Sevilla, Oficina del Conservador de la Ciudad de Santiago de Cuba / Junta de Andalucía, Consejería de Obras Públicas y Transportes, 2005.
MUÑOZ MOLINA, José Manuel; GARCÍA PÉREZ, Jorge Luís. “Análisis teórico – gráfico del paisaje urbano de las calles del centro histórico de Santiago de Cuba”, Trabajo de Diploma, Tutor: Arq. Roberto Rodríguez Valdés. Santiago de Cuba, Universidad de Oriente, 2002.
PIRON, Hippolyte. La Isla de Cuba. Santiago de Cuba, Oriente, 1995.
RODRÍGUEZ VALDÉS, Roberto; et al. Apuntes sobre la arquitectura santiaguera. Valencia, Forum – UNESCO / Universidad Politécnica de Valencia, 1995.
SCHUSTER, Mark. “La vocación cultural de la ciudad”, en El Correo de la UNESCO, Septiembre 1996, Año XLIX, Francia, 1996.
sobre el autor
Roberto Rodríguez Valdés es graduado de Arquitecto en el año 1995. Profesor Asistente Adjunto e investigador del grupo Ciudad – Arquitectura del Departamento de Arquitectura y Urbanismo en la Facultad de Construcciones, Universidad de Oriente. Doctorante en la temática de paisaje urbano en la ciudad histórica.