In order to have a more interesting navigation, we suggest upgrading your browser, clicking in one of the following links.
All browsers are free and easy to install.
português
Contrariamente à propaganda, aos argumentos frágeis e ao apelo absurdo ao progresso, o autor adverte que a demolição da Casa das Telhas é, para a cidade de Córdoba, uma perda irremediável de um prédio carregado de valores.
english
In opposition to the official advertising, his weak arguments and his absurd appeal to the progress, the author warns that the demolition of the Casa de las Tejas implies for the city of Cordoba the irretrievable loss of a building loaded with values.
español
En contra de la publicidad oficial, sus endebles argumentos y su absurda apelación al progreso, el autor advierte que la demolición de la Casa de las Tejas implica para la ciudad de Córdoba la pérdida irremediable de un edificio cargado de valores.
FUSCO, Martín. Sobre la demolición de la Casa de las Tejas. Minha Cidade, São Paulo, año 11, n. 128.02, Vitruvius, mar. 2011 <https://vitruvius.com.br/revistas/read/minhacidade/11.128/3732>.
“Bienvenido el parque Las Tejas. Bienvenido el progreso” reza el anuncio oficial con el que el Gobierno de la Provincia de Córdoba celebra en la prensa local la incorporación de un nuevo “pulmón verde” en el tejido tradicional de la capital provincial. Más allá del eco positivista – y decimonónico – del slogan, lo importante es advertir que el parque se construirá en el predio que hasta ayer ocupaba la llamada “Casa de las Tejas”, y que ha sido demolida a tal efecto. La luego sería llamada Casa de las Tejas fue proyectada y construida durante el primer peronismo como parte de un conjunto arquitectónico mayor destinado a cubrir las demandas sociales de diferentes grupos hasta ese momento marginados (ancianos, mujeres, niños, trabajadores, migrantes internos), y como directa expresión de la voluntad de la nueva fuerza política de instalar el estado de bienestar en nuestro país a mediados del siglo veinte; un proyecto populista en el que el Estado benefactor, paternalista y omnipresente tenía un papel fundamental. Equipamientos similares se construyeron en otras ciudades del país, al tiempo que se encaraba por primera vez a nivel masivo el problema de la vivienda popular como una política de Estado. El común denominador fue la utilización de las formas de la arquitectura colonial, las que si bien se redujeron a una serie de tópicos elementales fácilmente identificables – paramentos encalados, arcos de medio punto, mampostería de piedra, cubiertas de tejas – , debían servir para reforzar en los argentinos el nacionalismo que teñía a la ideología justicialista. Derrocado el peronismo en 1955, la Casa de las Tejas fue asiento del Poder Ejecutivo Provincial desde 1958 hasta hoy.
La decisión inconsulta de demoler del edificio ha sido justificada por autoridades provinciales y municipales aduciendo que el mismo “no forma parte del patrimonio de la ciudad” por el simple hecho de “carecer de valores”. Tales argumentos evidencian la total ignorancia – o negación – de lo reseñado en el párrafo anterior, lo que resulta particularmente extraño en un gobierno de signo peronista.
La ciudad entera conforma nuestro patrimonio por la elemental razón de que la hemos heredado de quienes nos antecedieron. Nos pertenece a todos por igual y todos debemos involucrarnos en las acciones que sobre ella se propongan. Cada generación, recurriendo a saberes expertos, decantados y compartidos, debe reconocer y seleccionar entre todos los elementos que configuran el artefacto urbano a aquellos que por sus cualidades merecen una atención especial y cierto grado de tutela. Dichas cualidades – los valores – refieren a múltiples dimensiones que, desde las convencionales categorías de lo estético y lo histórico definidas en el siglo XIX, con el tiempo se han multiplicado hasta involucrar a las de lo ambiental, lo simbólico, lo utilitario entre las principales. Toda obra de arquitectura tiene un valor innegable, que es el de utilidad. Esto significa, en un primer nivel de comprensión, que sirve para cobijar una actividad humana, ya sea aquella para la que fue concebida o cualquier otra que pueda desarrollarse en sus espacios sin desnaturalizar sus estructuras tipológicas. Reconocer este valor a la arquitectura – seguramente el menos relevante en la cuestión patrimonial pero de ineludible presencia – es importante en medios como el nuestro, en el cual numerosas instituciones carecen de espacios donde desarrollar sus actividades, o lo hacen en lugares inapropiados. La Casa de las Tejas contaba con miles de metros cubiertos sólidamente construidos, los que a través de ciertas y necesarias acciones de conservación podrían haber sido reutilizados para incontables actividades. Desde este punto de vista la demolición ya consumada se traduce en un imperdonable despilfarro.
Una segunda y más profunda interpretación sobre la utilidad del patrimonio nos permite concebirlo como un bien capaz de suministrar información que puede ser utilizada para ampliar y profundizar el conocimiento que tenemos acerca de diferentes aspectos del mundo que nos rodea. La ciudad entendida como patrimonio, o sea como objeto que viene del pasado y nos habla de él, es el documento más importante a partir del cual la historia urbana y la historia urbanística – por nombrar solo dos jóvenes disciplinas de un elenco mayor que definen en la ciudad su objeto de estudio – desarrollan sus investigaciones y construyen sus conocimientos. Conservar los documentos construidos – entendidos como fuentes de conocimiento, pruebas o testimonios de lo pensado, de lo hecho y de lo acontecido – es un deber del Estado y de los ciudadanos, para poder interrogar al pasado desde la perspectiva del presente y encontrar allí respuestas a interrogantes acerca de aspectos tan diversos como los procesos sociales, la recepción de ideas, la generación de ideologías, las formas tradicionales de habitar, el sentido de identidad expresado en la arquitectura, etc.. La desaparición de la Casa de las Tejas implica la pérdida de un valioso documento para el estudio y la comprensión de una etapa riquísima de la historia urbanística de la ciudad de Córdoba, un relato hasta ahora parcial y poco articulado.
En tanto objeto que nos habla de pasado, todo documento es un monumento. Monumento es aquella cosa que puede hacer volver al pasado, asegurar el recuerdo, conjurar el olvido; es el material y a la vez el soporte a través del cual la memoria colectiva va configurándose y sosteniéndose. Los recuerdos compartidos por los individuos que conforman un tejido social configuran su memoria colectiva, un fondo de vivencias comunes que a lo largo de un devenir compartido por todos les otorga la coherencia y la cohesión que se asienta, entre otras cosas, en un pasado común. Según Pierre Nora, “la memoria colectiva es lo que queda del pasado en lo vivido por los grupos, o bien lo que estos grupos hacen del pasado”. Los monumentos no son neutros, sino por el contrario, tienen la intencionalidad – voluntaria o voluntariamente adquirida – de proyectar hacia el futuro la imagen que de si misma cada sociedad histórica ha creado. Entendido en estos términos, La Casa de las Tejas era un monumento que nos hablaba, desde su materialidad, de la concepción profundamente transformadora de la sociedad y el Estado de una corriente política en un momento de la historia de nuestro país, cuyos efectos, más allá de las valoraciones, perduran hasta hoy. A esto debemos sumarle el hecho de haber sido asiento del Poder Ejecutivo de la Provincia por más de cincuenta años, lo que le agrega un inestimable valor histórico. Su desaparición comporta la desaparición de un símbolo que, como tal, aseguraba un enlace directo entre la sociedad actual y las pasadas sin intermediaciones.
Después de lo dicho, la apelación al progreso de la propaganda oficial resulta, cuanto menos, anacrónica. El ir hacia delante precipitadamente sin reparar en lo que se deja atrás, el creer que lo nuevo es invariablemente mejor que lo pasado, el empeñarse torpemente en empezar de nuevo una y otra vez son signos que adscriben la mentalidad de quienes nos gobiernan a un proyecto de modernidad cuanto menos erosionado, y hace tiempo cuestionado como paradigma. Por el contrario, la demolición de la Casa de las Tejas y su reemplazo por un parque temático de dudosas filiaciones formales – que paradójicamente ha sido designado “Parque las Tejas” en un intento de aliviar conciencias o como una cínica broma final, vaya uno a saber – representa una pérdida irreparable en términos patrimoniales. O sea, un fenomenal retraso.
sobre el autor
Martin Fusco, arquitecto y magister por la Universidad Nacional de Córdoba. Profesor adjunto e investigador en la Facultad de Arquitectura, Urbanismo y Diseño de la UNC. Co-director de la Maestría en Conservación y Rehabilitación del Patrimonio Arquitectónico de la FAUD UNC.