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BARNEY CALDAS, Benjamin. Poder, gusto y arquitectura. Arquitextos, São Paulo, año 02, n. 020.05, Vitruvius, ene. 2002 <https://vitruvius.com.br/revistas/read/arquitextos/02.020/815/es>.

En las sociedades primitivas el gusto de los individuos se confundía con el de sus clanes y tribus; su arquitectura vernácula era solo una artesanía más. Cuando surgen las clases dominantes hay un gusto aristocrático, al que el arte hace saltar barreras, y otro campesino que mantiene lo tradicional. Con la aparición de las ciudades, "donde el aire libera", surge uno burgués y uno popular que lo imita. Pero es con los imperios que se establece, como política de estado, el gusto oficial. Desde Mesopotamia y el Antiguo Egipto pasando por Grecia y sobre todo por el Imperio Romano, y el Islámico (que tocó fuertemente a América con el mudéjar), hasta llegar al American way of life, la historia del gusto se confunde con la del gusto oficial; y cuando el poder de los commitanti  fue total, la imposición de su gusto tambien.El primero, conocido, fue Amenofis IV (1370-1350 a.C.) que después de 3.000 años en los que el arte egipcio varió muy poco, abandonó Tebas y el politeísmo. En el corto reinado de Akhenaton, como se llamó a sí mismo en homenaje a su nuevo y único dios, Atón, representado por el disco solar, se produjeron en la corte de Tell El-Amarna, como hoy se conoce la ciudad a la que trasladó la capital del imperio, algunas de las obras maestras de la humanidad. Como los bustos del joven rey (el del Louvre) y el de su esposa la inolvidable reina Nefertiti (en Berlín). No se sabe si es del maestro escultor del rey, Thutmosis, aunque estaba en su taller, y probablemente tan sólo sea un modelo para sus retratos oficiales; de ahí el extraordinario realismo de una belleza exquisita que comienza a perder su juventud según indican las ligeras arrugas en las comisuras de sus finos labios. También quedaron las muchas y magníficas piezas de la famosa tumba de su yerno y sucesor Tutakanmón. Según Ernest Gombrich, esta reforma artística fue posible por la importación de Creta de obras menos conservadoras y rígidas que las egipcias. La maat "verdad" del rey fue interpretada por sus artistas como "realismo" y "vida".Despues de Carlo Magno, en Aquisgran, el gusto fue el de Dios pero tambien el de Allah. Con el Renacimiento de Papas, Príncipes y Reyes aparece Hispanoamérica, de la que Fernando Chueca Goitia dice que el Cristianismo, el Idioma y la Arquitectura son los tres grandes legados que España ha dejado en este vasto continente marcándolo con una huella indeleble. Es el Imperio de Felipe II, donde nunca se puso el sol. El rey Prudente, mecenas de empresas intelectuales, encarga a Juan de Herrera la construcción de ese "otro templo de Salomón", como fray José de Sigüesa llamó al palacio-monasterio de El Escorial. La arquitectura de Herrera – anota Chueca Goitia – "es el intento de imponer un estilo oficial, suprarregional y unificador." Luis XIV, que igual hubiera podido afirmar "Le Gout c'est moi!", necesitó también un escenario para él y su corte: "Con él sólo importa la grandiosidad, la magnificencia y la simetría" decía madame de Maintenon, su última favorita y esposa secreta. El pintor Charles Le Brum fue el supervisor de todos sus proyectos artísticos, y Louis Le Vau el arquitecto encargado de remodelar el viejo pabellón de caza de Luis XIII; André Le Notre diseñó los jardines. Los tres habían trabajado para Nicolás Fouquet en Vaux-le-Vicomte cuya belleza fue la inspiración para el rey y la desgracia de su ambicioso ministro de finanzas.  Los revolucionarios franceses lo fueron poco en arquitectura: solo se les ocurrió recurrir al estilo imperial romano, en una versión teatral y recargada, pues supuestamente expresaba las virtudes de la vida republicana. Como dice Marx: "...en tales épocas de crisis revolucionaria se evocan angustiosamente los espíritus del pasado para ponerles a su servicio; se toman prestados sus nombres, sus consignas, sus costumbres, para representar con este viejo y venerable disfraz y con este parlamento tomado en préstamo la nueva escena de la historia." Gusto divulgado, con tantas otras cosas de la Gran Revolución, por el Imperio Napoleónico y que por supuesto pronto imitaron los revolucionarios hispanoamericanos, que por iniciativa de Francia pasaron a ser latinoamericanos. Su arquitectura neoclasica, sin embargo, solo la pudieron poner en práctica a finales del XIX.El incomparable Castillo y Parque de Versalles fue la razón, junto con las operas de Wagner, para que Luis de Wittelsbach, construyera a fines del XIX el famoso Jardín de Invierno de la Residenz de Munich y los castillos de Neuschwanstein, Herrenchiemsee, y Linderhof, al que bautizó "Meicost Ettal", un anagrama de la famosa afirmación del Rey Sol: "L'État c'est moi". En ellos el "rey loco" vivió su vida como de película (Luchino Visconti la filmó) y Walt Disney se basó para su Castillo de la Cenicienta, cerca a Orlando, en la Florida. Luis II de Baviera quería hacer dos palacios más, uno bizantino y otro chino y un castillo gótico; fue el final de la Belle Époque, que sucedió al Ancien Régime, y el inicio del kitsch.Hitler, ese diabólico arquitecto frustrado, amante tambien de Wagner, que reemplazó la muy moderna Bauhaus por el historicísmo neoclásico de Albert Speer y su teoría de las ruinas, ordenó sin embargo la destrucción de París – Versalles incluido – frustrado por la imposibilidad de que su arquitecto remodelara la capital del Tercer Reich para que lo que quedara de ella durara mil años más. "Berlín es una gran ciudad, pero no una ciudad cosmopolita [...] Tenemos que superar a París y Viena" le diría a Speer no mucho antes de convertirlo en su ministro de armamentos y posteriormente de la industria, en donde su gran eficacia como organizador hizo durar la guerra, según muchos, dos años más. "La de Hitler fue la primera dictadura de un Estado industrial en los tiempos de la técnica moderna..." se defendería Speer en Nuremberg. Stalin purgó (también) el moderno contructivismo e impuso el realismo socialista. Los jóvenes maoístas, bajo el mando de "la banda de los cuatro" prohibirián a Shakespeare, Beethoven o Picasso con la misma lógica simplista y tremenda con que invirtieron los colores de los semáforos, convencidos de que se podía amordazar el arte. En Camboya, para que no quedara duda del odio de los Khmer Rouge por la cultura de las ciudades (pensaban resolver su milenario antagonismo con el campo suprimiendolas), Pol Pot abandonó a la selva los maravillosos y antiguos templos de Angkor e hizo desmantelar su catedral francesa. Los Taliban, con su cultura machista, violenta, oscurantista y dogmática, bajo la férula del Mullah Mohammed Omar, detruyeron los milenarios y altísimos Budas de pie, tallados en la roca en el siglo IV o V, en el valle de Bamiyán en Afganistán. Y desde luego lo de las Torres Gemelas, al contrario del Pentágono, no fue solo contra el Gobierno y los militares de Estados Unidos.Como dice Ernest Gombrich: "Toda generación se rebela de algún modo contra las convenciones de sus padres; toda obra de arte expresa su mensaje a sus contemporáneos no sólo por lo que contiene, sino por lo que deja de contener." Toda una generación de arquitectos europeos, unidos por la Bauhaus de Walter Gropius, entre 1919 y 28, como Marcel Breuer, Ludwig Mies van der Rohe o Láslo Moholy-Nagy, terminaron en Estados Unidos por culpa de Hitler y para desgracia de su arquitectura, incluyendo la maravillosa y precursora de Frank Lloyd Wrigth, como lo denuncia Tom Wolfe en su From Bauhaus to Our House. Pero el mas influyente, para bien pero sobre todo para mal, sería Charles-Ëduard Jeanneret quien no perteneció a la Bauhaus. Le Corbusier, nombre con el que se dio a conocer al mundo, dijo hacia 1938 que en la construcción moderna se podía encontrar el acuerdo entre paisaje, clima y tradición. Pero sus seguidores, tergiversando y trivializando sus ideas, empedraron las ciudades del Tercer Mundo con sus ilusiones.  Una arquitectura sin arte y ya sin artesanía las rodeó rápidamente de ensanches de clases medias, enormes invasiones de pobres y  suburbios de ricos con frecuencia igual de pobres por lo miserable de su estética. Los edificios vanamente modernos que se levantaron por montones en estos países, destruyeron justamente sus pequeños y frágiles centros tradicionales, taparon el paisaje con sus "torres" innecesariamente altas y habitadas y, en lugar de resolver el clima con arquitectura, recurrieron al aire acondicionado, cuyo encuentro con las escaleras mecánicas dio como fruto, a juicio del famoso arquitecto holandés Rem Koolhaas, la arquitectura de la últimas décadas. Racionalmente la modernización quería compartir con todos las bondades del avance científico-técnico pero, como dice Koolhaas, su catastrófica apoteosis fue ese colosal manto de espacio chatarra que cubre la Tierra pues hemos construido tanto y en tantas partes como en toda la historia anterior. Al principio se comenzó a cambiar la construcción tradicional por una arquitectura moderna en sus técnicas y funciones pero historicista en sus formas, que sustituyó con edificios, más altos, las viejas casas de los centros de las ciudades. Para 1940 se divulgó el Art-deco y el Spanish de la Costa Oeste y la Florida que coincidiría con la arquitectura neocolonial impulsada desde la primera Exposición Uni-versal de Sevilla, en 1929, hacia las antiguas colonias. Hacia mediados del siglo se contrataron en muchas partes urbanistas de unos Esta-dos Unidos vencedores en la II Guerra Mundial.  Ideas asociadas a lo norteamericano y lo moderno fueron superpuestas a nuestras ciudades tradicionales (al contrario de Europa donde solo tuvieron cabida en los suburbios) y sus promotores lograron hacerlas identificar con el "progreso" para legitimar sus intereses puramente comerciales. No es casualidad que en el Tercer Mundo estén las poquísimas ciudades modernas, como Chandigarh diseñada por Le Corbusier en 1950; Brasilia, en 1957 por Lucio Costa (la ciudad) y Oscar Niemeyer (sus principales edificios), donde se pusieron en práctica masivamente el urbanismo y la arquitectura modernas como un atajo hacia la modernización de un país; Islamabad, en 1965, de Louis Khan; y Abuja en Nigeria y Dodoma en Tanzania, ambas de 1975. Y que fueran iniciativas faraónicas de gobernantes fuertes como Juscelino Kubitschek, gestor de Brasilia y de la modernización de Belo Horizonte.En Europa, Alemania unificada nuevamente, y democratica ahora si, ha retomado la empresa de superar a París esta vez con la ayuda de arquitectos de muchas partes, como Sir Norman Foster, Premio Pritzker de 1999, quien ganó el concurso internacional para la remodelación del viejo y destruido Reichstag, reinagurado hace más de un año en Berlín. En Bilbao los inversionistas descubrieron (una vez más, después de Barcelona y Sevilla) el poder de la arquitectura, para convertir su viejo enclave industrial en una nueva ciudad terciaria y del tiempo libre, sin destruir su casco tradicional, mediante el trabajo de famosos arquitectos, tambien de todas partes, incluido Frank Gery tambien Premio Pritzker.Pero en Latinoamérica, en general, los arquitectos se preocupan ahora es de la moda. Inquieta que su gusto común sea solo el de las revistas españolas pues no se preocupan por la arquitectura diferente a la del mundo llamado desarrollado, pese a que compartimos con ella antiquísimas tradiciones, climas, paisajes y problemas y recursos. Ni tampoco por la de sus vecinos. No buscamos variaciones para nuestras circunstancias sino que calcamos las formas novedosas que nos llegan de las metrópolis, acostumbrados a que casi todo viene de afuera. Nos dejamos llevar fácilmente de modas, apariencias y falsos conceptos estéticos promovidos por la gran industria transnacional para incrementar el consumismo. Cada generación , con una actitud light , rechaza los gustos y costumbres con los que creció pero aunque no logra nuevos contenidos – no pasa de imitarlos – si abandona, como vejestorios, las auténticas pocas y viejas tradiciones de su vapuleada cultura; o las vulgariza, tergiversa y mal interpreta; o las embalsama, hasta acabar con ellas...conservándolas como nunca fueron y como no sirven. El gusto de los individuos ya no es el de sus clanes y tribus sino el de sus imágenes importadas. La ciudad, entre nosotros, pasó de ser una obra de arte colectivo para vivir – como lo fueron casi todas las tradicionales durante cientos años y muchas lo siguen siendo renovadamente – a ser solo asentamientos para ver el mundo por la TV.

sobre el autor

Benjamin Barney Caldas es arquiteto y profesor (Arquictetura y Urbanismo, Universidad San Buenaventura, Cali). Finalista en lo II Premio Mies van der Rohe de Arquitectura Latinoamericana

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