¿Existe una nueva cultura cubana? ¿Cuál es el motivo y el sentido de tal renovación? Partiendo de la existencia de una cultura cubana, ¿dónde y cuando quedan establecidos los “limites” entre lo viejo y lo nuevo? ¿Cuáles son los aspectos o facetas que constituyen este conjunto vital de la “nueva” cultura? ¿Con qué importancia, o en qué magnitud se manifiestan en la vida cotidiana de nuestra sociedad, de la urbana y de la rural? ¿Cuáles son los ámbitos esto se manifiesta?
Estas preguntas nos asaltan cuando nos acercamos a la sociedad cubana revolucionaria, socialista, con el ánimo de describirla, de llevar a cabo un análisis y una interpretación de ella, de su necesidad y sentido (por qué y para qué) a lo largo de los últimos cincuenta años.
(En ellos, pienso, se incluye en toda su extensión mi juventud, la madurez de mi persona y obra, y, por supuesto, mi envejecimiento, un proceso inevitable que me abarca, desde que nací hasta el día de hoy).
La cultura cubana tuvo un origen bien diferenciado de su etapa antecesora, de la cultura criolla, que fue, por separado, más aruaca, más española y canaria, más africana; sin embargo, conteniendo los elementos fundamentales del “ajiaco” orticiano desde los inicios de la colonia, aquella optó, a lo largo de imprecisos límites temporales entre los siglos XVIII y XIX, hacia la mezcla, el mestizaje y su tendencia fue aceptar como una ley inevitable el proceso de transculturación; y se autodenominó cubana, propia de Cuba. Desde luego, hubo continuidad y ruptura en tal proceso.
Continuidad y ruptura son categorías generales, aplicables a cualquier tipo de fenómeno que se desarrolla en el tiempo – este último tan difícil de aprehender. Pero, ellas funcionan particularmente cuando nos referimos a la historia, donde el antes y el después de, crea el hito, la marca, o, la huella entre lo que fue y en lo que devino. Generalmente, el movimiento es muy sutil, y, a veces, la apreciación puede ser subjetiva; es aquello que nos permite conocer y “definir”, con un carácter relativo, las etapas, los períodos y las épocas, a través de las cuales, una vez establecida la periodización mediante el conocimiento y los juicios o criterios, los seres humanos, podemos, percibir y estudiar la lenta evolución, o, los saltos radicales, súbitos, desgarradores, del movimiento de un fenómeno social o cultural, en un espacio y tiempo determinado, por nosotros mismos.
Estos extremos ó límites pueden ser respetados o perfectamente transgredidos por nuevas nociones, o, por la dirección contraria, la oposición de lo tradicional a lo novedoso – no siempre respetable –, a lo anteriormente establecido por alguna voluntad individual, o colectiva.
La continuidad es el hilo de la vida misma; el que constituye o revela la existencia de un personaje, de una o más generaciones, de una sociedad en específico; aquella se concibe y percibe históricamente a través de la larga duración, de plazos de tiempo dilatados, centurias en que se alcanzan o no, las metas proyectadas por la visión y la voluntad humana de manera consciente.
Dentro de la continuidad se plantea la ruptura. Ambas se complementan entre sí – posiblemente debido a la imperfección que padecemos todos los seres humanos para dar soluciones perfectas a nuestros problemas y necesidades. Aunque también la Naturaleza tiene, momentos de rebelión destructiva, cuando estalla en pedazos, arrasan los vientos, se consume en el fuego o el agua la materia, y, después, nuevamente emerge, transformada.
Hechas las aclaraciones pertinentes, vuelvo al tema central. Es el proceso de la revolución económica, política y social, al que llamamos “construcción del socialismo”, lo que ha dado el sentido y contenido nuevo a la cultura cubana. Las direcciones en que esta última se ha desenvuelto son múltiples, desde la ciudad al campo y a la inversa, a consecuencia de las migraciones internas, inevitables, y de las que van más allá de nuestras fronteras nacionales, quizás más o menos evitables.
Es de lo local, a lo regional, a lo universal, y también al revés, donde se han abierto los espacios para la creación de nueva cultura, de nuevas relaciones humanas. Por ejemplo, después de los huracanes Gustav, Ike y Paloma, un viento constructivo y aciclonado, de sentimientos humanos, ha conmovido a trabajadores manuales e intelectuales, para salvar la obra colectiva y alentar a sus conciudadanos. Nadie quedó en medio de la soledad y la desesperanza. Todos nos sentimos más cubanos, más unidos.
Electrificación-cine-televisión-video…y viceversa. De una idea a la obra; de la obra a nuevas ideas: a la transformación de las mentalidades, a la elaboración de los modelos, patrones culturales propios, o, apropiados de acuerdo con nuestras necesidades y posibilidades, de ahí a su evaluación en la vida real, a la crítica de sus resultados aceptables o no, aceptados o controvertidos por quienes los utilizan y consumen, teniendo la posibilidad extraordinaria de hacerlos reversibles, a partir de nuestros propios intereses, en una asamblea del barrio, donde un llamativo cartel sencillamente proclama: ¡Esto es el Poder Popular!
¿Qué tiene que ver la imagen de la casa-consultorio del médico de la familia con Carlos J. Finlay, o, con el “Che” Ernesto Guevara de la Serna? ¿Qué conceptos y valores humanos significan? La inserción de nuevas formas de vida construidas en plena montaña, allí donde un joven citadino – que ya es médico y el mejor de su clase – se enamora de una campesina, de su familia, y de la vida en medio de la naturaleza; mientras que los campesinos poseen un refrigerador y una cocina eléctrica nuevos y aprecian la música de Haydn a través de la única emisora de radio que – por ahora – es accesible dentro de una antigua “zona de silencio” ¿En qué contexto histórico se realiza este cambio?
Y cómo tal contexto guarda relación con la utopía de “un mundo mejor es posible”, ¿incluyendo o no a los Estados Unidos de América y a Europa Occidental y Oriental?, y la expansión de la solidaridad de Cuba hacia el Caribe o América Latina, y desde esos pueblos hacia Cuba, ¿qué tiene que ver la “nueva cultura cubana” y el incremento de sus recursos y potencialidades revolucionarias en la cultura nacional?
¿Serán éstas algunas de las nuevas dimensiones y ámbitos en los que se manifiesta una cultura que ya no es la del amo y el esclavo, en la cual surgió Cecilia Valdés o la Loma del Ángel, o la de los personajes que viven en palacios y covachas en Generales y Doctores de Carlos Loveira?
Quizás, en medio del bloqueo y, al margen de las miserias de sucesivos “períodos especiales”, de errores y deficiencias, se ha ido armando una nueva vida, totalmente distinta de la que leí y vi en Memorias del subdesarrollo, o, en Lucía, con las que ya no me identifico tanto hoy como antes, y debo pensar en nuevos personajes, en nuevos textos de novelas, de teatro o cine, en otros ámbitos y dimensiones materiales: ¿Arquitectónicos? Urbanos ¿civilizados? y/o rurales ¿de barbarie? Formas que me develen con más transparencia los contenidos de un cambio multifacético y constante, que la cotidianidad a veces cualifica de invisible, a pesar de los discursos y las reflexiones, porque, como la Luna, también tiene dos caras.
sobre a autora
Lohania Josefina Aruca Alonso (La Habana, 1940). Licenciada en Historia. Especialista en Urbanismo; MC Estudios de América Latina, el Caribe y Cuba. Profesora e Investigadora auxiliar y periodista cultural. Trabajó en la Facultad de Arquitectura del Instituto Superior Politécnico “José Antonio Echevarría” (1975-1989), fue especialista cultural e historiadora del Monumento Nacional Necrópolis Cristóbal Colón (1990-1992). Es miembro de: la Cátedra de Arquitectura Vernácula "Gonzálo de Cárdenas", la Unión de Arquitectos e Ingenieros de la Construcción de Cuba (UNAICC), la Sección de Literatura Histórica y Social de la UNEAC, la Unión de Periodistas de Cuba, Jubilada desde 1996