Ana Petronsi: Dentro de este interesante contexto de aprendizaje, ¿cuáles fueron los referentes internacionales que más lo han influido?
Eduardo Larrán: Sin duda, las máximas figuras que generaron un gran impacto en mi vida fueron Wright y Le Corbusier. Después se sumaron Mies, Gropius, Aalto, Breuer, etc. través de ellos aprendí a ver que hay dos formas de hacer arquitectura. Una, la obra de Wright, que trata al paisaje por analogía y se funde con la naturaleza; es admirable la sensible reflexión que hace sobre la cualificación de los lugares y el uso de los materiales. En cambio, Le Corbusier lo hace por oposición, se exaltan mutuamente arquitectura y paisaje. Logra una síntesis entre lo racional y lo orgánico, con la cual me siento plenamente identificado.
AP: Una vez recibido, ¿cómo fue insertarse nuevamente en la ciudad de Salta, sabiendo que dicha ciudad posee características conservadoras aferradas fuertemente al historicismo, como también a la incomprensión social sobre los valores modernos? ¿Cómo fueron los primeros encargos?
EL: Mis comienzos en Salta me los plantee como un verdadero desafío, no fue fácil pero tampoco me fue difícil porque tenía tal convencimiento de mis ideas y de lo que hacía y lo que podía llegar a ofrecer, que convencía hasta a las piedras.
Sabía que establecerme en Salta implicaba enfrentarme a una mentalidad colonial muy arraigada. Me preguntaba, como llegar a hablar y/o discutir sobre temas de arquitectura y urbanismo moderno, si tuviera alguna duda o dificultad, si por entonces era el único “moderno”. La respuesta la encontré muy rápidamente. Quien podía llegar a darme una mano importante era una buena biblioteca: siempre estaría conmigo y dispuesta a responderme en todo momento. Y así fue, logré tener una excelente bibliografía, hoy un tanto reducida porque he regalado muchos libros y otros los he donado.
De todos modos, antes de recibirme tuve la oportunidad de hacer mi primera casa en un establecimiento agrícola. Fue un gran anhelo y, a su vez, una gran preocupación y temor al resultado final, aunque yo ya había seguido algunas de las obras de Sacriste en Tucumán.
Igualmente, inseguro por mi inexperiencia, esa fue la primera oportunidad de conocer el pasaje de lo pensado, volcado en el papel, a la realidad. Y flor de susto me di cuando al ver los cimientos me pareció que todo era muy chico. Los capataces de ese entonces me tranquilizaron, diciéndome que era una común apreciación en esa instancia de la obra.
La casa se terminó en 1955 y todos quedaron muy satisfechos.