Moravia era para muchos simplemente el botadero de basura de Medellín; para otros, un espacio marginal despreciado, segregado, pobre, ilegal, carente de infraestructura; para sus habitantes, su rincón del mundo, manantial de una cultura popular, asentamiento con características inéditas, resultado de soluciones de sus problemas al alcance de sus posibilidades.
Son espacios que tienden a generar su propio orden, orden asentado en la solidaridad, la participación social y la familiaridad; espacios que parecen no tener límites, creciendo y deteriorándose en una expansión incontrolada, espacios donde conviven la miseria, la dignidad, la picaresca y la creación.
A Rogelio sólo le bastó visitar por primera vez el lugar, donde se ubicaría el Centro Cultural de Moravia, para quedar cautivado por él, por el barrio y por su gente. Y, desde lo que antes había sido una montaña de basura, con su mirada certera dominando el entorno, logró trascender la pobreza, lo inmediato, lo efímero, lo espontáneo, lo banal, y captar en las miradas de esperanza de sus habitantes lo fundamental que sería poder contribuir con su arquitectura a mejorar las condiciones de habitabilidad de sus moradores. E inmediatamente aceptó el encargo.
Moravia tiene una historia dura, casi trágica, producto del descuido de una sociedad que le ha negado oportunidades a personas humildes, que han llegado, en muchos de los casos, en busca de un refugio que los proteja de la violencia que los ha arrancado del campo, de sus parcelas, de su terruño, y lo único que encuentran son lugares inhóspitos, botaderos de basura, refugio de indigentes y recicladores que se apropian de ellos, pues son fuente de abastecimiento para sus pobres condiciones. Sin embargo, a pesar de la dureza en la que tienen que vivir, no pierden las ilusiones ni las esperanzas, y los vemos dispuestos a iniciar otra vida. Y así, sobre las basuras, construyen futuro porque no han perdido aún la alegría de vivir.
Este proyecto surge, pues, por una convicción profunda del alcalde Sergio Fajardo y su equipo, encabezado por Mauricio Valencia, Secretario de Obras, de contribuir a saldar una deuda social e histórica con esa sociedad a la cual se le ha negado todo durante años, devolviéndoles la dignidad perdida y ofreciéndoles igualdad de condiciones y derechos; por el apoyo de la empresa privada, que donó la construcción, haciendo posible ese sueño; pero, sobre todo, por la generosidad de sus habitantes (más de 150 familias), quienes no dudaron en entregar sus casas, producto del esfuerzo de muchos años, para ceder los terrenos y permitir así la construcción de lo que sabían iba a ser “la casa de todos”.
En medio de estas difíciles condiciones, pero con la ilusión de poder dar una respuesta arquitectónica y poética a esa población necesitada, inicia Rogelio un estudio serio, profundo, para poder con su arquitectura respetar las tradiciones urbanas, la diversidad existente, resaltar el paisaje y poner en evidencia su entorno, acercándose a la historia y a las condiciones específicas que le imprimen un carácter particular a ese sitio y que hacen parte del alma de sus habitantes, para arraigarse a él y surgir de él formando un todo.
Apasionado, febril, inquieto, frente a la enorme responsabilidad que tenía ante sí, empieza a pensar cómo volver ese pedazo de ciudad más amable, cómo recuperar sus espacios públicos, en la mayoría de los casos inexistentes, pues son resultado de la conglomeración de urbanizaciones espontáneas, donde la prioridad es un abrigo, un cobertizo, como necesidades primarias de la vida. Los espacios públicos en Moravia son, en consecuencia, espacios residuales, sin valor alguno. Era necesario entonces proponer espacios generadores de convivencia, de solidaridad, de encuentros, donde los intercambios sociales fueran posibles como realidades de la vida. Espacios saludables para ser apropiados por todos los habitantes.
Su ser íntimo, entonces, se compromete a fondo para encontrar a la vez lo primitivo y lo eterno, “vivificar lo petrificado” (1) y devolverlo a la vida, recuperar las huellas perdidas hasta llegar a las propias raíces. La arquitectura la vuelve un medio de indagación y conocimiento del hombre, de acuerdo con una dimensión de la realidad.
Rogelio quería con ella plasmar en Moravia sus ideales estéticos, introducir escalas acordes con su habitabilidad, para que sus moradores tuvieran aquello que les había sido negado, lo que sus vidas necesitaban para vivir en libertad.
Quería que su arquitectura respondiera a las necesidades y anhelos de sus habitantes, que abriera el camino para la recuperación de los derechos ciudadanos, que brindara espacios donde las manifestaciones culturales fueran posibles, espacios para la libertad y para la poesía.
Como necesidad de un ser creador, Rogelio necesitaba arrojar fuera de sí, de su mundo, de su ambiente, el resultado de sus búsquedas. En este caso la arquitectura se vuelve para él como una revelación: revela los ámbitos vivos de otra historia: aquella que fluye por dentro; revela secretos escondidos durante años, producto de sus investigaciones, de sus estudios, de su sensibilidad. Al revelar busca perdurabilidad, pero sólo logrará permanecer cuando haya sabido liberarse de la momentaneidad, de lo transitorio, de lo fugaz, acallando sus pasiones, y su vanidad.
El Centro de Desarrollo Cultural de Moravia queda como testimonio de la lucha de Rogelio por buscar igualdad de condiciones para todos los habitantes, de su generosidad en el manejo de los espacios, de su convicción de que con la arquitectura se puede llegar a la poesía. Sólo el tiempo dirá si sus luchas tuvieron sentido.
Por mi parte, pude constatar cómo el edificio se llenó de vida: con él llegaron la música, la danza, el teatro, las artes, cada una como piezas de una sinfonía que empieza a consolidarse, que va tomando forma, y sus espacios recogen toda la luz, toda la magia, todos los colores, toda la alegría y se vuelven “de fuego y de agua, de luz y transparencia, de fuerza y secreto, de estancia y acogida” (2), para convertirse finalmente en su casa, en “la casa de todos”.
notas
NE
Articulo publicado en la revista Terracota, Bogotá, n. 30, 2008, p. 34-41.
1
DOBARRO, Ángel Nogueira. “La América de Alejo Carpentier como lo verdaderamente real maravilloso”. Alejo Carpentier. América, la imagen de una conjunción. Huellas palabra e imagen de iberoamérica. Anthropos.
2
Idem, ibidem.
sobre el autor
Maria Elvira Madriñan es Arquitecta por la Universidad de Los Andes, Bogotá y Presidenta de la Fundación Rogelio Salmona.