La historia de este libro es una larga historia. Tiene su origen en un curso de posgrado que, bajo el nombre de "Los fundamentos de la crítica de arquitectura", impartió el profesor Arnau en 1996. Un esquema ilustrado del mismo se recogió, en formato de artículo, en la revista Catálogos de Arquitectura (nº 5, 1999, p. 6-13) con el título de “Cuestiones para una crítica de la obra de arquitectura”. En el citado artículo, las mencionadas cuestiones, 28, comparecían como tales, es decir, como preguntas que el arquitecto debe hacerse al plantear la crítica de una obra de arquitectura. Se presentaban ordenadas en cuatro grandes apartados, a saber: las cuestiones (7) relativas al mito como hipótesis de arquitectura (las suposiciones); las cuestiones (7) relativas al rito como tesis de arquitectura (las posiciones); las cuestiones (7) relativas al tipo como antítesis de arquitectura (las disposiciones) y las cuestiones (7) relativas al ritmo como síntesis de arquitectura (las composiciones). El ejercicio de la crítica de arquitectura se entiende aquí, pues, como un diálogo socrático que se establece entre el intérprete de una obra y la poética de la misma; una relación dialéctica en la que las hipótesis tienen que ver con lo que el arquitecto se encuentra, las tesis con aquello que se le propone hacer (el programa, los objetivos de la acción), las antítesis se refieren a los materiales y las técnicas (los tipos constructivos) con los que se las tiene que ver y, finalmente, la síntesis coincidiría con la composición que para Arnau es la arquitectura misma.
Y es precisamente a la composición arquitectónica, a su estudio y a la transmisión de su conocimiento, a la que ha dedicado su vida docente el profesor Arnau durante más de 40 años en la Escuela Técnica Superior de Arquitectura de la Universidad Politécnica de Valencia, desde cuya cátedra ha ejercido su magisterio hasta el año 2010. Este libro, publicado en 2014, recoge sus pensamientos y los pone a disposición de estudiantes y estudiosos de la arquitectura girándonos una invitación a pensar, como su autor sigue haciéndolo, a través de una serie de interrogantes que detallan y desarrollan las anteriormente citadas cuestiones, de ahí que el libro asimismo tenga 28 capítulos cuyo leitmotiv bien podría ser “saber habitar”, desde el lugar a la luz. En esta ocasión, la primera parte (14 capítulos) responde a los ritos y, la segunda (otros 14), a los ritmos que dan título a la obra en el convencimiento que se resume en la contraportada: Por medio del ritmo la arquitectura escenifica el rito de la habitación.
Un objetivo del libro, como queda dicho, es cómo hacer crítica de arquitectura, en el entendimiento de que la obra de arte, como la ciudad, es lo que llega a ser y, para ello, precisa de intérprete o mediador al que, a buen seguro, las cuestiones que se plantean le pueden ser de gran utilidad. Pero este libro, digámoslo cuanto antes, es un libro de teoría de la arquitectura, de lo enseñado y aprendido a lo largo y ancho de una carrera académica, en el cual se entiende la ciudad como carga (y, a veces, sobrecarga) de historia y donde el reto es ser fieles a ella sin sernos infieles a nosotros mismos, es decir, ser originales en el doble sentido de la palabra, lo cual es asimismo una cuestión dialéctica.
La arquitectura de la ciudad desborda la utilidad y es desbordada por el espacio de habitación, vivencial y convivencial, por eso la crítica no ha de detenerse en las “utilidades” ni perderse en la “causa” de la convivencia humana. Pero si la función es un criterio de “gran angular”, la estructura lo es de “teleobjetivo”: la arquitectura es algo más que el artefacto; en la estructura, construcción e instalaciones sólo está su momento analítico, racional, condición necesaria pero no suficiente. La arquitectura es menos que la sabiduría de la vida, a la que sirve, y más que la ciencia de edificar, de la que se sirve. De nuevo una relación dialéctica que reclama nuestra síntesis.
Frente a la síntesis que, en un momento determinado, un edificio proclama, las interpretaciones que de él se hacen se le oponen como auténticas antítesis que reclaman nuevas síntesis. La crítica traduce la poética de la obra en un combate recíproco y sin tregua. A este ejercicio los clásicos lo llamaron composición: una síntesis a través de una dialéctica de opuestos conducida con un doble espíritu, poético y crítico. La teoría (y este libro, insistimos, es de teoría) asienta una crítica con fundamento y dilucida el discurso de la arquitectura, sus supuestos y sus propósitos (los ritos), sus disposiciones y sus composiciones (los ritmos). El objeto final de la crítica es la composición entendida como síntesis.
Las antítesis previas a ella son las disposiciones, réplica a los propósitos u objetivos del edificio, que son las tesis, las funciones. Antítesis que no son lo contrario, no se oponen sino que dialogan. A su vez, una tesis implica una cierta toma de posición que no se da sin sus previas suposiciones o supuestos, las hipótesis. El suelo es la hipótesis del edificio, un suelo físico (mecánico) y jurídico (leyes y ordenanzas), y un territorio condicionado por la geografía y por la historia. La hipótesis de la arquitectura es la ciudad, lo previo, el mito.
Una vez explicado el hilo argumental del libro, pasemos ahora a un recorrido somero por el mismo. A través de una serie de círculos (o espirales) concéntricos, el autor parte de la geografía que la arquitectura instaura en la ciudad, para situarse en el solar al que ciertos mitos asocian un peculiar genius loci. Es el primer paso y constituye el supuesto de toda edificación; a continuación, viene la intención de alojar una determinada función, cuyo denominador común es el de habitar, atendiendo en cada caso al decoro del ritual que ello implica: es la razón de edificar que suscita el proyecto de arquitectura y pone a disposición materiales y técnicas. Finalmente, la arquitectura como composición culmina el trayecto y a ella concurren el diseño del detalle y la puesta en escena de la vida, privada y pública, así como ciertos iconos y símbolos, pero, sobre todo, las dimensiones de sus ámbitos, la escala que conviene a cada uno de ellos y la luz que canalizan, para que sus ritmos se adecúen a los de la vida que albergan.
A cada uno de estos capítulos le acompaña, a modo de resumen, el enunciado escueto de la cuestión planteada, de modo que al lector se le ofrece acceder a su lectura como le interese o guste, contando además con ilustraciones al margen que, o bien responden a lo escrito con una referencia inmediata, o bien sugieren alusiones que lo enriquecen.
Las susodichas cuestiones (en un primer borrador, el libro se titulaba 28 Cuestiones de Arquitectura y, luego, Pequeña suma de Arquitectura) se organizan, como se ha comentado, en dos partes, correspondientes la primera a los ritos y la segunda a los ritmos. A su vez, cada parte puede entenderse formada por dos paquetes de siete temas cada uno de ellos en los que, básicamente, el profesor Arnau nos provee de un método o camino a seguir para someter a una determinada arquitectura a ese proceso dialéctico que llamamos crítica. Bajo este punto de vista, cada grupo de siete cuestiones obedecería, sucesivamente, a las hipótesis, tesis, antítesis y síntesis, como se ha explicado.
En el primero nos enfrentamos, para empezar, al principio, con lo que nos encontramos, la geografía y la ciudad, y la pregunta que se nos plantea trata de dilucidar si la arquitectura que estamos enjuiciando construye ciudad, si comparece como necesaria en ella y contribuye a dotarla de señas propias de identidad. A continuación vienen la historia y la crítica, es decir, la ponderación de cuánto y cómo esa arquitectura suscribe el discurso de la ciudad o cuánto y cómo lo cuestiona y reescribe. Después comparecen la topografía y el carácter con los que se puede establecer una relación de armonía o de contraste; el paisaje y la orientación nos inducen la pregunta de si esa arquitectura ha sabido dónde está y si nosotros sabemos, en ella y gracias a ella, dónde estamos; el entorno y la restauración del mismo que la arquitectura debería siempre practicar; el sitio y el solar, si la arquitectura asume la memoria de un lugar y si saca partido de las características físicas (materiales y formales) del suelo; y el mito y el genio que sustentan esa arquitectura y la hacen resplandecer.
El segundo bloque está compuesto por las cuestiones sobre la habitación y la oportunidad del espacio de la arquitectura; el programa de necesidades y la respuesta que a él da el diagrama; el movimiento y los itinerarios, indicadores de su vitalidad; la decencia (un mínimo irrenunciable) y el decoro (un máximo aconsejable) a los cuales aspirar; el ornamento y la decoración que caracterizan las ceremonias a través de símbolos y señales; la adecuación de la arquitectura como la escena y el escenario de nuestras vidas, públicas y privadas; y el rito y la función que, con independencia de cuál sea ésta, sirve óptimamente al ritual que la trasciende y sobrevuela.
Pasado ya el ecuador del libro, nos instalamos en la esfera de los ritmos. El primer grupo de cuestiones apunta al orden y a las disposiciones que lo observan, ayudándonos a conocer el entorno y reconocernos en él; los materiales y las técnicas para saber en qué medida insertan la arquitectura en la naturaleza que los seres humanos compartimos con ella; la resistencia y las estructuras que, además de sustentar la fábrica, suscitan nuestra actividad y nos estimulan; los equipos y las instalaciones, con su difícil equilibrio entre prestar impecablemente un servicio y no exhibir su siempre aparatosa presencia; los oficios y la construcción tentados por las mismas vanidades que la tecnología; la coherencia entre las razones (prácticas y materiales) y las proporciones (formales) de una estructura; la adhesión a los tipos y los modelos o su transgresión inaugurando nuevas tradiciones.
El último paquete de preguntas propone las siguientes: el diseño y los detalles, redundantes en su significado con el sentido de la arquitectura; la imitación y los iconos, prudentes ambos; el teatro y la representación de una arquitectura, si la constituyen en el escenario idóneo de nuestras vidas; los símbolos y los adornos, afines a los ceremoniales; los signos y los mensajes, coherentes; la dimensión y la escala justas, tanto para nuestro cuerpo como para nuestras fantasías; y el ritmo, el nuestro y el del mundo, y la luz que los acompasa.
Este libro bien podría haberse titulado como la presente reseña, puesto que, en efecto, recoge y pone a disposición del lector cuanto se ha aprendido y enseñado sobre arquitectura a lo largo de cuarenta años de dedicación a su estudio y a la transmisión de su conocimiento. A pesar de lo cual, y ésta nos parece una de sus mayores cualidades, no posee un tono dogmático ni definitivo, sino, más bien, el carácter amable de una invitación a pensar y repensar la disciplina sobre la base compartida del amor al oficio. El autor lo dice en su “Posludio”: “que el lector, al abrir lo que aquél cerró, vuelva a empezar y reescriba, leyéndolo, lo que el autor dejó escrito”.
notas
NA – Definición de “suma”: 3. f. Lo más sustancial e importante de algo. 4. f. Recopilación de todas las partes de una ciencia o facultad. Diccionario de la Real Academia Española de la Lengua Española, 22ª edición, en línea http://lema.rae.es/drae/.
NE – Download gratuito: http://hdl.handle.net/10045/37015
sobre la autora
María Elia Gutiérrez Mozo es arquitecta por la Universidad de Navarra, 1992, Doctora en Arquitectura por la Universidad Politécnica de Madrid, 1999, y Máster en Gestión del Patrimonio por la Universidad de Alicante (UA), 2010. Coordinadora de las BIAU de 2006, 2008 y 2010. Profesora de Composición Arquitectónica y Directora del Secretariado de Desarrollo de Campus del Vicerrectorado de Campus y Sostenibilidad de la UA.