Recuerdo aquel noviembre de 1993 cuando llegué a Barcelona, era un noviembre como los de antes... Me refiero a que hacía frío y llovía. Barcelona estaba grisácea, oscurona, algo tenebrosa, tomé el metro azul línea 5, y bajé en Sagrada Familia, comencé mi ascensión a la ciudad desde el subsuelo, en aquella época la gentrificación, la masificación de las ciudades, el urbanismo snob, fresa, cool, era solo un susurro entre las voces pijas que querían que la ciudad solo fuese suya, y no nuestra, de todos.
Con esto quiero decir, que no había miles de turistas taponeando las entradas de la iglesia, no había miles de banderitas del Barça junto a estatuillas de toreros o bailaoras con trajes de bolas.
Solo estaba allí la vieja Sagrada Familia con su pátina del tiempo, sucia, contaminada, más que marrón estaba renegrida de la contaminación, las obras no avanzaban, no había impresoras 3D, no había un despacho entero de arquitectos y modeladores intentando “reinventar” y entender a Antonio Gaudí y sus maquetas de hilitos y piedritas. Alguna vez escuché la historia de que muchas maquetas hechas durante el día amanecían sin hilitos por la noche, ya que a la hora de comer, el maquetista comía su bocadillo de chorizo y, el hilo de la maqueta, quedaba untado del olor y sabor del embutido y las ratas, daban cuenta de ello por la noche. ¿Será verdad o no? No lo sé, pero yo quiero creer que sí.
Cuando vi la Sagrada Familia por primera vez, aquel noviembre de 1993, no alcancé ni a salir del metro. Su silueta oscurecida, su majestuosidad y su grandeza me impactaron, así que di la media vuelta y volví, de nuevo en la línea 5 del metro azul, hacia San Feliú de Llobregat a mi calle de entonces, Inmigrantes, 131.
Y me refiero a todo esto para decir que no estoy nada de acuerdo con la “reinterpretación” y “marketización” que, de Gaudí y sus maquetas de hilitos enchorizados, hacen empresas, iglesias y ayuntamientos. La masificación, la Disneylandización de nuestras ciudades roza el ridículo, el absurdo, la ignominia.
En definitiva, creo que necesitamos nuevamente defendernos de la banalidad, de los neoliberales, de los globalizantes tiempos en que habitamos para intentar (al menos) volver a la sensatez, a la conciencia y volver humanamente en busca de quella arquitectura que necesitamos con urgencia. Y que no tiene que ver con la masificación, la banalidad y la urgente necesidad de rellenar el instagram de fotografías que, en el caso concreto de la Sagrada Familia, contribuyen a consolidar esta estúpida vulgarización de la belleza.
Por ello, prefiero aquella Sagrada Familia inacabada, sucia, hermosa, imponente que tenía más que ver, desde mi punto de vista, con lo humano que otorga sentido a los espacios construidos desde la premisa vital de intentar al menos, que “lo improbable suceda en el espacio”.
Pero como siempre, esta solo es la opinión de quien escribe.
sobre el autor
Humberto González Ortiz es especialista en la obra del Arquitecto mexicano Carlos González Lobo y la Arquitectura Moderna Latinoamericana. Arquitecto por la Facultad de Arquitectura de la Universidad Nacional Autónoma de México (1993-Graduado con mención honorífica). Doctor en Arquitectura por la Escuela Técnica Superior de Arquitectura de Barcelona, de la Universidad Politécnica de Cataluña. Tesis Doctoral: Carlos González Lobo... Caminos hacia lo alternativo dentro del ámbito conceptual, proyectual y contextual de la arquitectura” (2002 – sobresaliente). Investigador Independiente desde el año 2002. Peatón, poeta, fotógrafo, arquitecto y crítico que reflexiona… caminando la ciudad.