Lejos de las acostumbradas autocelebraciones que acompañan con cierta frecuencia algunas explicaciones sobre Barcelona, lo que sigue pretende demostrar que pese a que hemos empezado a andar, todavía nos queda un camino largo. Voy a exponer tres casos recientes, ilustrativos del tratamiento del patrimonio arquitectónico moderno de Barcelona en los que se mezclan en distintas proporciones la investigación, la restauración y la política cultural.
En primer lugar, como sabéis, el racionalismo en España se ha resumido historiográficamente en las siglas del GATEPAC: “Grupo de arquitectos y técnicos españoles para el progreso de la arquitectura contemporánea”, que en Cataluña cambia la letra “E” por la “C”, y que es como se autodenominó el grupo reunido en torno a la figura de Josep Lluis Sert y Josep Torres Clavé entre 1931 y 1938. En ese período se produjeron una decena de obras significativas cuyo reconocimiento histórico ha ido en aumento al punto que difícilmente sea posible articular un relato sobre la arquitectura moderna española sin la mención de ese origen mítico.
Entre 2005 y 2010, el GATCPAC ha sido extraordinariamente publicitado a través de 4 grandes exposiciones en Madrid y Barcelona, riquísimas en documentos de y sobre el citado movimiento, a la que debemos agregar una decena de libros sobre sus protagonistas principales, y hasta un congreso sobre el mismo tema, con un nivel de participación más que respetable.
Sin duda, con esos eventos se ha reconstruido y revivido, un acontecimiento de la historia de la arquitectura, vinculándolo de una manera muy oportuna al recuerdo de los 75 años de la República Española. Al mismo tiempo, ello ha hecho crecer la renta intelectual de los que participaron en esas publicaciones y exposiciones y el prestigio de las instituciones que las apoyaron. Frente a este panorama exitoso, me gustaría plantear dos preguntas críticas.
¿En qué medida esa serie de actos académicos y editoriales sirvieron para proteger las pocas obras que restan de las pocas que se llegaron a construir en un periodo brevísimo que no supera los ocho años del sueño moderno de la República Española? ¿Son proporcionales los beneficios en términos de cuidados de conservación que recibieron las obras originales? Porque, en el fondo, ¿no son ellas los documentos que sirven de punto de partida para cualquier ensayo, análisis o interpretación?
Me arriesgaría a decir que la visibilidad pública del Dispensario Antituberculoso, de la Casa Bloc, o del Edificio de la Calle Muntaner, no ha aumentado en gran medida; las tres obras ya habían sido restauradas en la década del 90 y se encuentran ya instaladas en la memoria colectiva e institucional que las protege. Ya, en el extremo de la mitificación mal entendida tenemos el Pabellón de la República Española de 1937 ha sido, más que reconstruido, clonado en un lugar evidentemente diferente al que lo acogió en su época.
Porque entiendo que los historiadores se deben, antes que nada, a las obras y sus autores, y que dan razón a su trabajo. La materia de la obra se nos ofrece como una frágil pero, a la vez, contundente clave de lectura de los mensajes que custodia implícitamente. Sin duda, la investigación monográfica, minuciosa y detallada es condición previa para cualquier restauración, aunando trabajo documental y reflexión crítica sobre la tectónica, el estilo, la función, lo ideológico, etc. De lo contrario, la restauración sería ciega o la historia un conjunto de anécdotas para coleccionar. Y sólo de esa manera es posible, no solamente entender una obra en profundidad, sino comunicar entre sí distintas experiencias individuales, separadas geográficamente, creando inventarios de técnicas, materiales y textos capaz de documentar una época –marcada por la industria y la estandarización– y hacerla comprensible. Por lo tanto, no es un problema de la actividad académica en sí sino de cualquier enfoque que renuncia a la acción a favor de la obra.
En relación a este tema me gustaría enseñar nuestra intervención en la Casa La Ricarda, una casa de fin de semana construída en un bosque de pinos situado a la orilla del mar, en los alrededores de Barcelona, entre 1956 y 1963. Su autor, Antonio Bonet se formó en Barcelona durante la época de la República, participó en el GATCPAC, colaboró con Sert en el Pabellón de la República española en Paris, y en 1937, se exilió en Buenos Aires y allí vivió hasta su regreso a España en los años 60. El proyecto de la casa La Ricarda, se inició después de un primero contacto con la familia Gomis Bertrand en Barcelona, ciudad a la que Bonet regresó por primera vez en 1949; pero el proyecto definitivo es de 1953. Este consiste en una casa de unos 900 m2 resuelta en planta baja, cuya característica principal es la repetición de una serie de bóvedas de 8.80 x 8.80 en planta, apoyadas sobre pilares metálicos.
Once módulos cuadrados abovedados, distribuidos sobre un damero dentro del cual se definen los espacios interiores o exteriores de la casa, manteniendo un pulso entre dos monografías: la de la naturaleza definida por la repetición de los pinos por un lado y la de la arquitectura, definida por la repetición de las bóvedas. La casa se ejecuta con materiales de una gran calidad, tanto los utilizados para su arquitectura como para todo el interiorismo: madera de olma, latón sulfurizado, piedra caliza, gres. Todo ello transforma a la casa en un suceso de su época que se alargará muchos años hasta el fallecimiento de sus propietarios y del propio Bonet hacia finales de los Ochenta.
La relación que Jordi Roig y yo tuvimos con la Casa La Ricarda y su restauración nació como consecuencia dos investigaciones que publicamos en forma de libro en 1996: uno sobre la obra completa de Bonet y la otra, un monográfico sobre la casa, cuyo archivo encontramos en el interior del legado que la familia de Bonet había cedido al Colegio de arquitectos de Barcelona y que completamos con el propio archivo familiar. Los libros tuvieron una buena acogida fundamentalmente por parte de los estudiantes y arquitectos más jóvenes para quienes Bonet era un personaje prácticamente desconocido, ausente en los relatos usuales de la historia de la arquitectura española. Casi inmediatamente fuimos contactados por la familia Gomis Bertrand, propietaria de la casa, compuesta ahora por los hijos de la pareja que fuera cliente de Bonet en los años cincuenta, quienes nos solicitaron, probablemente animados por los argumentos del libro, un diagnóstico más profundo y técnico del estado de la casa y posteriormente, un proyecto de restauración en etapas. Las razones de esas etapas tuvieron que ver con el carácter privado del encargo y con la esperanza de que, en el transcurso de la obra, alguna institución pública se interesara en la adquisición de la casa, ya que desde hacía unos años, ya no se utilizaba como vivienda.
Las manifestaciones externas más notables del paso del tiempo eran la corrosión de las partes metálicas sometido al clima marino y a la condensación, el natural envejecimiento de los estucos, yesos y pinturas, todo ello sumado a reparaciones deficientes. Para indagar sobre las causas, nos resultó útil no sólo estudiar más a fondo la casa sino también repasar la evolución de la arquitectura de Bonet, en la que verificamos algunas preocupaciones constantes, concernientes a las características técnicas de la bóveda y al de la modulación. Podría trazarse una línea “genealógica” a lo largo de la cual se distribuyen y entretejen temas presentes en las Cuatro casas en Martínez (1942), la Casa Berlingieri (1947), el pabellón Berlingieri (1951), y finalmente las Casas Oks y la Ricarda, cuya forma definitiva nace alrededor de 1953. En ese proceso, la sección había evolucionado desde una bóveda simple de hormigón a una doble bóveda compuesta por una hoja de hormigón aligerado con ladrillos y una segunda bóveda no estructural que cierra una cámara aislante y resuelve la evacuación de aguas. La Ricarda aparece, así, como la última versión de la serie sintetizando la doble bóveda con cámara de aire sobre un módulo cuadrado uniendo estructura y forma. Desde el punto de vista del apoyo de la bóveda, los muros continuos de apoyo de los primeros casos evolucionan hasta la utilización de una estructura de vigas de hormigón, columnas y pilares metálicos que liberan por completo la planta. En esta serie de consideraciones históricas, es donde realmente empieza el proyecto de restauración.
Las operaciones de nuestra restauración se basaron en el principio de “mínima intervención aparente” lo cual no sólo implica invisibilidad de las actuaciones sino un cierto placer en lo que Bruno Reichlin denomina la Enstsagung, la “abnegación” que requiere el trabajo del restaurador. Ciertamente conocíamos y apreciábamos la forma de construir de Bonet pero no teníamos detalles completos de todo; por ello, a los propios planos de la casa incorporamos nueva documentación, particularmente detallada en el caso de la carpintería metálica dibujada –dada su carácter no industrial– en escala 1:1 con la idea de reemplazar las piezas de latón dañadas y mantener la mayoría de las piezas originales, depositarias de parte del aura original de la obra.
Las operaciones más importantes de restauración finalizaron hacia 2003; en la fotografía final observamos dos momentos separados 40 años, el de su inauguración y el de la restauración. Pese a que el mantenimiento continúa, quedan pendientes una serie de acciones sobre la carpintería y sobre las instalaciones que la familia, una vez puesta a salvo la obra más dramáticamente afectada, ha decidido no acometer hasta contar con algún tipo de apoyo económico oficial. Este paso pendiente será definitivo para la reutilización o la musealización de la casa que en nuestra opinión debería integrarse dentro de un plan que incorpore el uso público del espacio natural al que la casa se encuentra profundamente integrada (revelación del lugar).
Dado que el edificio estaba casi oculto por la valla que delimitaba la pista y situado en una zona alejada de los circuitos habituales para los arquitectos, la publicación de ese material contribuyó a crear una cierta alerta. La obra fue catalogada con un nivel de protección mínimo pero suficiente para iniciar una reflexión sobre el futuro uso del edificio. Se habló entonces, de posibles programas futuros que no implicaran cerrar los espacios semicubiertos, como escuelas de circo, de teatro callejero. Algunas causas aclararon el proceso, la presión de los ecologistas forzó el cierre de la actividad de las carreras de galgos –una especie de hipódromo para una sociedad empobrecida, característica de la postguerra española– pero la falta de uso provocó el consiguiente abandono y deterioro del edificio.
Dado que el Canódromo se ubica en un barrio popular, muy denso, ante la situación de progresivo deterioro, la asociación de vecinos comenzó a presionar al gobierno municipal para demolerlo y construir en su lugar un gran edificio polideportivo para satisfacer las necesidades del barrio. Por fortuna, una acción combinada entre el Ayuntamiento y la Comisión Nacional para el arte contemporáneo (CONCA) propiciaron una salida favorable para la supervivencia del edificio, consistente en tres acciones hábilmente combinadas: 1) el Ayuntamiento construiría un polideportivo en otro terreno disponible y cercano, 2)el antiguo Canódromo se transformaría en un Centro de investigación de arte contemporáneo y 3) el financiamiento de la obra de restauración se emprendería con fondos públicos derivados de un programa de reactivación económica impulsado por el presidente Zapatero.
Conclusión, no hay duda que en esta tercera ocasión, la publicación de nuestra investigación ayudó, junto a otras acciones, a crear el clima y argumentar la restauración de esta obra. Lamentablemente no fue mérito suficiente para hacer que se nos hiciera un nuevo encargo de restauración; ésta fue llevada adelante por un equipo formado por los arquitectos Monteys y de Lecea, con el apoyo de Puig Torné, como socio sobreviviente de Bonet y Robert Brufau como asesor estructural. Las obras van bien y ya se ha producido una inauguración parcial y organizado algunas actividades que, poco a poco, servirán para generar una nueva vida.
Y ahora, para terminar, un último comentario para animar la reflexión y el trabajo que viene en estos días y no bajar los brazos. Sin duda, hoy en día sabemos más y las listas de edificios a proteger son más largas, pero la situación del patrimonio moderno no es necesariamente mucho mejor, diría que es bastante peor que la del patrimonio en general. Las razones del deterioro –y también sus maneras de morir como diría el amigo Luiz Amorim– tienen normalmente que ver con un contexto de abuso que es inherente al funcionamiento de nuestra sociedad. O si lo queremos decir de una manera más suave, de esa necesidad del hombre de asumir su “competencia de edificar” su época, como dice Françoise Choay.
Muchas veces nos encontramos discutiendo con urbanistas, con constructores, con otros arquitectos, sobre los mecanismos de protección de algún edificio valioso histórica o estéticamente como si éste fuera un problema, una molestia, una desviación romántica que amarga o amenaza lo nuevo, lo que, todavía, es una improbable promesa.
Sé que estoy en el país donde por un tiempo convivió, como en ninguna parte, en una persona, el arquitecto que miraba el futuro y el arquitecto amante de la historia, me refiero naturalmente a Lucio Costa. Pero debemos comprender que no estamos delante de la misma circunstancia de los años cuarenta respecto de la actividad constructiva, los agentes han cambiado, son más grandes, más veloces, más peligrosos. Por ello creo que nadie explica mejor nuestra tarea que este canto final que entonan los actores (un explotador, dos explotados) de La excepción y la regla, una pieza de teatro pedagógico escrita por Berhold Brecht a fines de la década del Veinte:
Así termina
La historia de un viaje
Ustedes vieron lo habitual
Lo que constantemente se repite
Y sin embargo les pedimos una cosa:
Tomen como raro lo que ocurre siempre
Tomen como inexplicable lo habitual
Siéntanse perplejos delante de lo que es cotidiano
Lo que es usual, que os asuste
Lo que es regla, veanlo como un abuso
Y cuando vean un abuso
Ponedle remedio
Muchas gracias y buen congreso
Notas
El artículo es la trascripción de la conferencia inaugural del 3ºdo_co.mo.mo_norte y nordeste realizado en João Pessoa, Paraíba, Brasil, entre 26 y 29 de 2010.
Acerca del autor
Fernando Alvarez Prozorovich es arquitecto por la Escuela de arquitectura y urbanismo de La Plata, Universidad Nacional de La Plata (Argentina, 1978) y doctor arquitecto por la Escuela Técnica Superior de Arquitectura de Barcelona, Universidad Politécnica de Cataluña (España, 1991). Es profesor titular en Historia del Arte y de la Arquitectura II y III en la Escuela Técnica Superior de Arquitectura de Barcelona y director del Master en Restauración de Monumentos de la Universidad Politécnica de Catalunya. Coautor de los libros: La Ricarda (Barcelona, 1996), Antonio Bonet 1913-1989 (Barcelona, 1996), Bonet Castellana (Barcelona, 1999), “Antonio Bonet. El Poblat Hifrensa” (Tarragona, 2005) Julián García Núñez (Buenos Aires, 2005), Arquitecturas desplazadas. Arquitecturas del exilio español, Madrid, 2007). Es autor de artículos en las revistas Quaderns, DC, DPA (Departament de Projectes arquitectònics), Tectónica y Documenta, entre otras. Ha dirigido varias tesis doctorales sobre temas de arquitectura moderna latinoamericana.
Coordina el Portal-revista electrónica Història en obres.
Ha recibido tres premios internacionales: el Premio a la mejor publicación en la Tercer Bienal Iberoamericana de Arquitectura e Ingeniería Civil de Santiago de Chile por su trabajo en el libro “Bonet Castellana” (Barcelona, 1999), coeditado con Jordi Roig, el Premio "Julius Posener Catalogue Award 2008' del CICA, al Congrès de la UIA 2008 (Jurat presidit per Joseph Rykwert por su participación en el libro catálogo"Arquitecturas desplazadas. Arquitecturas del exilio español " (Madrid, 2007).