1.1 El clima cultural
La década de los sesenta estuvo caracterizada en lo universal por el espíritu de innovación que se manifestaba en las artes plásticas, en la apertura conceptual sobre los hechos culturales y en las esperanzas de rápidos procesos de transformación social. Como señalaba Marina Waisman (1920-97) fue la década de los Beatles, de las minifaldas, de los hippies, de los movimientos de liberación de las minorías, de la carrera espacial, de la guerra de Vietnam, de la rebelión contra la autoridad y de “la difusión de la semiología, el auge de la ciencia de la comunicación, de la antropología, del estructuralismo. Es, en el contexto de las ciencias humanas, la gran década de la cultura de izquierda” (1). Sin embargo, entre nosotros los hechos políticos marcarían por una parte los límites a estas expectativas y por otro radicalizarían las búsquedas de cambio de diversos sectores de la población.
El derrocamiento del gobierno de Arturo Frondizi en 1962 señalaba el retorno de la tutela militar bajo un sesgo “legalista” durante la presidencia del Dr. Guido Alberto Prebisch (1899-1971), intendente de la ciudad de Buenos Aires, intentaría retomar políticas de vivienda, paralizadas en la etapa desarrollista, así cómo encarar la erradicación de “Villas Miseria” asesorado por su antiguo socio Ernesto Vautier (1891-1989) (2). En el plano de las artes plásticas cabe recordar las acciones contestatarias dentro del contexto del Instituto Di Tella, las novedades del Pop Art donde la apertura a la valorización de lo cotidiano y el propio Kitsch, ponderado por Robert Venturi, mostraban nuevas formas de rebeldía que se expandían a muchos campos culturales, sociales y políticos, alcanzando a veces procesos de integración y protesta como la muestra “Tucumán Arde”.
Las facultades de arquitectura empezaban a ensayar hacia los 60 los talleres verticales de diseño posibilitando la formación de equipos docentes y definiendo temáticas para abordar según las complejidades que el propio taller determinaba. En la profesión el retorno del sistema de concursos, potenciaría la cualificación del éxito profesional y llegaría a ser ponderado como método de enseñanza docente requiriendo que las entregas de los alumnos tuvieran el nivel de “presentaciones de concursos”. La profesión de arquitecto aparecía como segura de su misión transformadora y decidida a ampliar el campo de sus competencias de lo urbano al planeamiento territorial y a la integración de otras disciplinas bajo su conducción. Se perfilaba, sin embargo, una crisis de utilitarismo, apremiaba el problema de la vivienda y la disyuntiva entre lo cultural y lo social no terminaba de encuadrarse como surge de una encuesta realizada en esa época (3).
En 1963 Carlos Méndez Mosquera (1929-2009) y su esposa Lala habían creadola revista SUMMA que durante treinta años marcaría la pauta de valoración y sería la caja de resonancia de las obras más calificadas de la arquitectura argentina. Con diversos acentos a través del tiempo y con la capacidad de análisis que le integró en su momento Marina Waisman la revista formó un equipo de periodistas y críticos que jugaron un papel gravitante en el período. Ese mismo año Francisco Bullrich publicaría el primer libro sobre arquitectura moderna en Argentina (4). Un lustro después, Editorial Sudamericana publicaría bajo la dirección de Federico Ortiz (1929-2005) “La arquitectura del liberalismo en la Argentina” que constituyó un suceso editorial por su enfoque referido a la arquitectura del siglo XIX (5). En 1972 se publicó un segundo libro sobre la arquitectura del siglo XX (6).
La revista generaría también otras colecciones de gran importancia como los Cuadernos Summa-Nueva Visión y los Summarios que mantenían una posibilidad de debate cultural y reflexiones críticas sobre los temas globales dela arquitectura. Desde allí fue posible acceder a la difusión de las ideas “fundacionales” de los grupos que – manteniendo el desprecio de la historia que había instalado el Movimiento Moderno – asumían las nuevas utopías desde los Archigram, los planes urbanos de los japoneses o los diseños de ciudades espaciales de Yona Friedman.
Junto a ellas coexistían las revalorizaciones de las arquitecturas vernáculas, “las arquitecturas sin arquitectos” difundidas en 1964 desde el MOMA por Bernard Rudofsky (1905-88), las lecturas urbanas de Kevin Lynch (1918-84), los sistemas de trabajo en comunidad propiciados por John Turner (1927) en el Perú y Gómez Gavazzo (1904-87) desde el Uruguay, las arquitecturas experimentales de base científica de Christopher Alexander y los ensayos del famoso programa de viviendas PREVI en Lima (7).
Entre nosotros la tarea fundacional de las editoras de arquitectura debe adjudicarse a Poseidón, primera editora en castellano del libro de Bruno Zevi (1918-2000) “Saber ver la arquitectura” (1951) y el de Le Corbusier (1887-1965) “El Modulor” (1953) y la editorial Víctor Lerúy Emecé que editaron inmediatamente otras obras de Zevi (8). Luego, la fuerte y creativa presencia de Nueva Visión y del grupo Infinito que reunió a Carlos Méndez Mosquera, Jorge Enrique Hardoy (1926-93) y a los otros miembros de Harpa (Eduardo Aubone (1927-80), José Rey Pastor (1927-83) y Leonardo Aizemberg (1926-?) que potenciaron la propuesta editorial de arquitectura (9). Todos estos libros tuvieron una amplia difusión internacional ya que en la España de Franco casi no había textos disponibles y lo propio sucedía en el mundo portugués, por lo cual estas ediciones en castellano eran la fuente de consulta del mundo latinoamericano y de la península ibérica hasta la década del 70. En los 80 la apertura dela Revista Summaa los libros comenzó con la edición de “Documentos para una historia dela arquitectura Argentina” que coordinó Marina Waisman y marcó un éxito editorial con varias tiradas.
En la segunda mitad de la década de los 50 las universidades habían recuperado un papel protagónico en la iniciativa cultural y una dinámica de reflexión y debate que se manifestaría en grandes empresas comola Editorial Universitariade Buenos Aires (EUDEBA) y en políticas de extensión universitaria en distintos campos. Este papel protagónico y la dinámica del movimiento estudiantil fue una causa de las políticas represivas que comenzaron bajo la nueva dictadura del General Onganía que, derrocando al gobierno radical de Arturo Illía, culminaría con la intervención a las universidades el 28 de junio de 1966.
Esta acción desde el gobierno, que nombraba directamente a los rectores interventores, suprimía las representaciones de profesores, estudiantes y egresados, congelaba los concursos o designaba con carácter vitalicio a los profesores, motivó el vaciamiento de buena parte del cuerpo docente que renunció masivamente y comenzó una nueva historia de exilios y exclusiones. En la Facultad de Arquitectura de Buenos Aires los Anales del Instituto de Historia de la Arquitectura que venían apareciendo sistemáticamente desde 1948 se dejaron de editar a la muerte del arquitecto Mario Buschiazzo (1902-70), el Instituto de Vivienda que bajo la dirección de los arquitectos Oscar Molinos (1927) y Luis Morea (1921-2003) había alcanzado renombre fue reducido a su mínima expresión hasta su desaparición. Múltiples iniciativas quedaron en el camino y buena parte de los Talleres de Arquitectura quedaron vacantes. En esos años el abandono del recinto donde transcurrió la “noche de los bastones largos” (en la que ingresaron hasta policías a caballo en el pabellón de la feria del Sesquicentenario que servía de Facultad) posibilitó la mudanza al nuevo edificio dela Ciudad Universitaria, obra de los arquitectos Eduardo Catalano (1917-2010) y Horacio Caminos (1914-90), que pronto mostraría la vulnerabilidad de la arquitectura moderna a las condicionantes del ambiente y las exigencias funcionales a pesar de la euforia tecnológica de la época.
Se cerraba así una etapa de la vida universitaria argentina para ingresar a otra que duraría 17 años donde las universidades estuvieron intervenidas en forma continua bajo gobiernos de distinto signo que respondían a movimientos pendulares de la política pero que manejaron las universidades bajo similares patrones de dependencia.
1.2. De la vanguardia a la violencia setentista
Buena parte de esa dirigencia estudiantil que se sentía protagonista de los cambios sociales y culturales, comenzó enfrentando la violencia de la represión con similares métodos. Los primeros muertos estudiantiles en Córdoba, Corrientes y Rosario derivaron en el “Cordobazo” y los levantamientos de estudiantes y obreros en diversas ciudades fueron tiñendo hacia 1968 el carácter de unas permanentes revueltas que se hacían eco de sucesos que estaban ocurriendo no solamente en América, con la eliminación de las democracias en la región del cono sur, sino también en la propia Europa y con signos de protesta crecientes en Estados Unidos.
En la profesión de los arquitectos la radicalización también se manifestó en el enfrentamiento a los gobiernos militares. Muchos de los profesores universitarios renunciados cuando la intervención de 1966 asumieron la conducción del gremio profesional – la Sociedad Centralde Arquitectos – que fuera presidida sucesivamente por el ex Decano, Arquitecto Horacio Pando (1926-2009) y el ex Profesor Francisco García Vázquez (1921-90). La SCA tuvo entonces un papel relevante mientras las Facultades de Arquitectura mostraban, en general, una decadencia bastante notoria.
En el campo profesional la circunstancia se vivía de una manera diferente. En 1969 el arquitecto José Aslán (1908-81) decía: “en este momento en nuestro país se están dando una enorme cantidad de oportunidades para que los arquitectos puedan desarrollarse plenamente. Un ejemplo: los concursos de proyectos y precios para la erradicación de villas de emergencia, que el arquitecto debe asumir como un tema que es esencialmente arquitectónico…” (10). Es también el momento en que los periódicos de mayor trayectoria: La Prensa y La Nación, comenzaron a editar en 1968 Suplementos semanales de arquitectura bajo la dirección de Mauricio Repossini (1914-68) y Raúl Birabén el primero y Daniel Viacava (1926-89) el segundo (11). Esta difusión arquitectónica financiada por los estudios y sus contratistas creó una imagen de profesión exitosa, ya que ninguna otra disciplina tenía un espacio mediático similar, y generó crecimientos en la matrícula estudiantil por el prestigio social alcanzado. A la vez comenzó a tratarse el tema de la diversificación del título de arquitecto que daría origen, años más tarde, a múltiples carreras en el mismo ámbito dela Facultad. Este imaginario sin embargo tenía poco que ver con la realidad.
La encuesta realizada por encargo dela Sociedad Central de Arquitectos en 1975 demostraba que solamente el 5% de los arquitectos vivía exclusivamente de su trabajo profesional y que del conjunto de metros cuadrados construidos sólo un porcentaje similar era realizado por arquitectos (12). Sin embargo, la abundante producción de arquitectos por las universidades daría lugar a un creciente protagonismo de los profesionales. Estudios posteriores de García Vázquez ratificaba la decadencia profesional de los 20.000 arquitectos que tenía entonces el país y prometía un duro futuro a los 31.265 alumnos de arquitectura que había en 1983.
A comienzos de los años setenta, en las propias Facultades se plantearon taxativamente aires de renovación que tenían como objetivo implementar cambios en la enseñanza e introducir nuevas formas de actuación en relación a las crecientes tensiones sociales que vivía el país. La violencia sistematizada desde el estado y desde los grupos políticos que entendían que la acción armada era la única manera de cambiar los rumbos de la historia, fue generando una secuela de hechos cargados de sectarismo que impulsó la eliminación de quienes disentían con los pensamientos de los grupos más radicalizados.
Nuevamente el péndulo dejaba fuera de la universidad a quienes no coincidían con estas líneas de pensamiento o con los métodos que las mismas fomentaban. El “Plan Amarillo” en Buenos Aires y el “Taller Total” en Córdoba, denominado acertadamente por Marina Waisman como de “anarquismo burocratizado”, fueron dos expresiones de estas intolerancias convertidas en verdades absolutas que se trató de exportar a todas las universidades del país. El predominio sociológico sobre las condiciones del oficio de arquitecto, atento al avance de las ideologías en el medio universitario, trajo como consecuencia una revalorización de la función por su compromiso social en el ámbito académico, pero la dinámica de producción de diseño, apoyada mucho en los concursos, seguía manifestando la prioridad que otorgaba el profesional a las formas.
A partir de la dictadura instalada en 1976 las universidades argentinas sufrieron particularmente las consecuencias de la violencia con miles de estudiantes y profesores desaparecidos, asesinados o exiliados, y la persistencia de una vida universitaria en un clima de zozobra y temores. Poco podía esperarse de un proceso educativo caracterizado así por el miedo, el silencio y la autocensura. En el plano profesional los gremios de arquitectos enfrentaron decididamente actuaciones de la dictadura como el caso de las autopistas urbanas de Buenos Aires, la defensa de colegas colocados en prisión o la destrucción de obras significativas como el Mercadodela calle Corrientesy Montevideo (13). Otros profesionales asumirían cargos de responsabilidad en la dictadura o realizarían las obras emblemáticas como el conjunto de Televisión Color (ATC) o los estadios para el Campeonato Mundial de Fútbol de 1978.
La formación de grupos espontáneos de profesionales que buscaron mantener espacios de reflexión y debate caracteriza este momento (14). Una de las ideas troncales fue posibilitar la contención de muchos profesores y docentes que habían sido expulsados de sus universidades o habían tenido que renunciar a sus cargos, y otros que volvían de exilios. Para ello se creó en 1978 el Instituto Argentino de Investigaciones de Historia de la Arquitectura y el Urbanismo que posibilitó la realización de dos Jornadas de Reflexión por año en diversas partes del país, asegurando concurrencias masivas de docentes jóvenes y profesores. Un total de 26 Jornadas en 15 provincias mostraron la viabilidad de este esfuerzo que llegó a reunir más de 500 personas asociadas en todo el país. De allí surgirían los Congresos Nacionales de Patrimonio que se organizarían en la década del 80 y más de treinta publicaciones realizadas por los miembros del Instituto en el interior. Cada grupo puso a disposición del Instituto sus posibilidades de acción, Marina Waisman desdela Universidad Católicade Córdoba los cursos de Posgrado,Alberto Nicolini(1931) desde Tucumán la imprenta universitaria y Dick Alexander (1933-94) desde el Chaco la revista “Documentos de Arquitectura Nacional y Americana” aparecida en 1973.
En Buenos Aires, otra iniciativa se concretó en 1977 con “La Escuelita” donde Ernesto Katzenstein (1931-95), Tony Díaz (1938), Rafael Viñoly (1944) y Justo Solsona (1931) convocaron a diversos docentes a debatir y plantear cursos de formación complementarios a la tarea proyectual, justamente en momentos en que los cambios de la posmodernidad requerían una reflexión específica. Los miembros de La Escuelita tuvieron un papel relevante en la Facultad de Buenos Aires con el retorno a la democracia a partir de 1983 (15). Cabe señalar también el papel que en la difusión de la arquitectura internacional tuvo la acción de Jorge Glusberg (1933-2012) desde el CAYC y la Bienal de Arquitectura que impulsó, mediante la cual logró su inserción en las actividades profesionales dela Unión Internacionalde Arquitectos y dela Federación Panamericanade Arquitectos.
También es necesario recordar la tarea emprendida por el arquitecto Rubén Pesci (1942) en La Plata con la conformación en 1974 del Centro de Proyectación Ambiental (CEPA) quien instaló el tema del medio ambiente y de la sustentabilidad en el debate arquitectónico. Su notable tarea de divulgación desde los Cuadernos CEPA primero y luego con la Revista A/ambiente contribuyó notoriamente a nuevas miradas sobre las calidades de la arquitectura (16). Los cursos de formación de posgrado de FLACAM han sido otro aporte fundamental de Pesci y su grupo en la organización de equipos interdisciplinarios que han abordado estudios en una extensa área de países dela región. Enuna concluyente preocupación ambiental y para el aprovechamiento de la energía solar Enrico Tedeschi (1910-78) formaría en Mendoza el Instituto Argentino de Investigaciones en Zonas Áridas (IADIZA) que desarrolló importantes estudios. En la misma línea de promoción de la energías renovables se creó en 1973 ASADE (Asociación Argentina de Energía Solar) que impulsó varios centros regionales. A partir de 1987 se formaría porJohn Martín Evans(1944) y Silvia de Schiller (1944) el Centro de Investigación Habitat y Energía (CIHE) que desde la Universidad de Buenos Aires ha realizado numerosas actividades de capacitación y promoción.
Tedeschi fue también fundador de la Facultad de Arquitectura en la Universidad de Mendoza (1961) y autor de la sede con una obra de calidad. Debemos recordar que en esta década se comenzaron a formar Facultades privadas dela Universidad Católicaen La Plata, Córdoba y Santa Fe, así comola de Belgranoen Buenos Aires yla de Moróna las que, con el tiempo, se irían agregando otras.
1.3. La construcción de la democracia
No fue fácil la recomposición de la vida universitaria a partir de 1983 y las pujas políticas se trasladaron al seno de las instituciones de tal manera que habiendo dominado algunas antiguas universidades ciertos grupos, al cambiar el poder político otro sector creó y generó un conjunto de nuevas universidades a las que les repartió, desde el Estado, generosos presupuestos y los inmuebles para su funcionamiento. La universidad padeció entonces el reparto político y en muchos casos no ha recuperado las condiciones de espacio pluralista que tuvo otrora.
Regresaron a la vida universitaria muchos arquitectos que habían padecido el flujo y reflujo de las intervenciones y acciones políticas de esas dos últimas décadas, algunos fueron a su vez raleados por haber colaborado con la dictadura, mientras otros funcionarios, con habitual oportunismo, adquirieron nueva patente de democráticos. Talleres con mil alumnos señalaban, en la nueva etapa no solamente el éxito de la prédica profesional o ideológica, sino también la disponibilidad de un cupo de docentes enorme que permitía tener gravitación en la vida universitaria. También indicaban la dificultad notoria de realizar una buena tarea pedagógica con esa cantidad de alumnos y de docentes que actuaban, muchos de ellos, ad-honorem.
Hemos señalado la acción del CAYC que conjuntamente con la SCA y la Revista Summa emprenderían en 1985 la Primera BienalInternacionalde Arquitectura con una propuesta centrada en la exhibición de los personajes de mayor presencia mediática de laarquitectura mundialque han venido presentando sus obras. El CAYC asumiría luego con carácter exclusivo la realización de estos escenarios que alcanzaron gran repercusión en la asistencia de público y en la difusión en la prensa especializada.
El papel secundario asignado a los arquitectos latinoamericanos enla primera Bienal generó en la Facultad de Arquitectura de Buenos Aires una reacción que llevó al montaje de un encuentro paralelo cuya exitosa repercusión posibilitaría la existencia de un grupo de profesionales que, abarcando todos los matices del diseño, la teoría, la crítica y el urbanismo, generaría lo que han sido durante 25 años los “Seminarios de Arquitectura Latinoamericana” (SAL) que se han venido reuniendo en los diversos países del continente hasta nuestros días (17). El apoyo del equipo de redacción dela revista SUMMA, integrado junto a Marina Waisman por Alberto Petrina(1945), Julio Cacciatore(1936), Marcelo Martín (1954), Patricia Méndez (1964), Adriana Irigoyen y Miriam Chandler (1954) fue clave para la realización del segundo SAL en Buenos Aires en 1986 dando continuidad a la iniciativa.
Ya desde la década anterior se había vislumbrado la concentración del trabajo en una serie de estudios que marcaban las opciones preferenciales dela profesión. Muchos de ellos habían atravesado incólumes los duros conflictos que había sufrido el país de la misma manera que muchos equipos de jóvenes arquitectos se habían visto diezmados o marginados de cualquier participación protagónica en esos tiempos. Si la década de los sesentas y setentas se habían abierto a instancias de importantes concursos posibilitando una mayor accesibilidad, lo cierto es que el paulatino abandono de la acción pública en la arquitectura y la creciente demanda del sector inmobiliario fueron marcando esa tónica de concentración de la encomienda profesional y haciendo más dificultosa la instalación de nuevos estudios con obra continuada y de calidad. Los denominados genéricamente como “lápices de oro” o autoconsiderados testimonio del “Star System” expresaban entonces en los medios de difusión, en su presencia de obras y en general con una participación activa en el mundo social y cultural su predominancia en estas dos últimas décadas del siglo.
1.4. El vaciamiento del Estado en los 90
La década del 90 marcó claramente el abandono de la acción pública en la arquitectura, exactamente el camino contrario al que habría de emprender, por ejemplo España, que jerarquizó sin ninguna duda su arquitectura a nivel internacional a través de las obras emprendidas por concurso a través de la acción estatal.
En Argentina, la desaparición del tradicional Ministerio de Obras Públicas, al cual antes se le habían ido desagregando oficinas técnicas específicas dedicadas a arquitectura escolar, sanitaria y judicial marcó el final de un ciclo en la acción estatal. Con la dependencia del antiguo MOP del nuevo Ministerio de Economía se verificaría la línea dominante del poder en manos de economistas de estas últimas décadas. La desaparición dela Dirección Nacional de Arquitectura con los equipos regionales que atendían a la obra pública, incluyendo los Monumentos Históricos era indicativa de la pérdida de artesanos y constructores con oficio y conocimientos que eran ahora absorbidas por las empresas constructoras que carecían en muchas oportunidades de las destrezas requeridas, mientras se continuaba adjudicando las obras atendiendo prioritariamente a las ofertas de precios.
La transferencia de los recursos a los sectores privados para atender las nuevas demandas del estado ratificaron la teoría ideológica de que el Estado actuaba mal y que mejor y más económicamente lo hacía el capital privado. Se desarticularon así las grandes oficinas técnicas del estado pasando a manos privadas los bienes y servicios que habían ido, durante décadas, consolidando la obra pública como expresión de construcción dela nación. La pérdida del sentido de pertenencia de técnicos, profesionales y funcionarios significaría un serio deterioro que, avanzado el siglo XXI, cuesta recuperar. Los nuevos funcionarios extraídos del sector privado se jactaban de su eficacia en el desguazamiento de la estructura estatal, mientras que buena parte del país asumía que estábamos ante una hora gloriosa de una nueva etapa de progreso sin límites avalado por la paridad institucionalizada con la moneda norteamericana. El fin de siglo con la trágica consecuencia puso en evidencia la falacia de todo este operativo de pérdida de valores y de bienes que el país debió afrontar.
En tiempos como los señalados nuestras ciudades fueron concebidas como espacios para los grandes negocios, no solamente como es habitual por parte de los especuladores inmobiliarios, sino también los avispados gobernantes de diversos signos políticos. Ya en tiempos del gobierno de Alfonsín se hicieron generosas concesiones a privados sobre la costanera norte de Buenos Aires y debió lucharse raudamente para evitar la apropiación del área de relleno dela Costanera Surque finalmente fue declarada Reserva Ecológica y sometida por ende a protección. Gobiernos posteriores de distinto signo brindaron concesiones variadas de espacios públicos a instituciones y empresas e inclusive nos sorprendieron con maravillas creativas como las “escuelas-shopping”.
Todo parecía estar en disponibilidad para ser utilizado con el único objetivo de tener alta rentabilidad en manos privadas, desapareciendo la preocupación por el bien común que le competía al estado asegurar. Un caso notorio fue la transferencia de más de un centenar de hectáreas de tierra pública en la conformación del nuevo barrio de Puerto Madero en Buenos Aires. El gobierno abrió a través de una Corporación la consolidación de acuerdos entre instituciones del estado para plantear la recuperación patrimonial mediante la rehabilitación de los almacenes del antiguo puerto. A la vez facilitó nuevas normativas que han abierto la posibilidad de contar con un plan específico para construir racimos de torres de altísima rentabilidad y de perniciosas consecuencias de carácter ambiental parala ciudad. Segeneró así un barrio urbano con autonomía reglamentaria puesto bajo una tutela peculiar de servicios propios incluyendo los de seguridad.
Con mejor espíritu colaborativo el padrinazgo de plazas y parques ayudó al mantenimiento de los espacios públicos y generó una aproximación positiva a la tarea en común del sector privado y el municipio. Estas actitudes tendieron a atemperar la lectura de las ciudades como un espacio franqueado para todo tipo de negocios publicitarios o de uso mediante concesiones que cerraban ámbitos públicos a actividades estrictamente privadas y con cobro de accesibilidad como sucedía en la Costanera norte. Mientras tanto reiterados incendios “casuales” enla reserva Ecológica movilizaban a la opinión pública para desafectar esta área protegida y destinarla a lucrativas urbanizaciones como la que espera realizarse en los antiguos terrenos de la frustrada “Ciudad Deportiva” en sus adyacencias.
notas
NE
Esta es la primera de cuatro partes del artículo "La arquitectura en la Argentina (1965-2000)" en Arquitextos, publicado originalmente por la Academia Nacional de Bellas Artes, Buenos Aires.Links para las otras partes del artículo:
GUTIÉRREZ, Ramón. La arquitectura en la Argentina (1965-2000) – Parte 3. Arquitextos, São Paulo, año 15, n. 170.02, Vitruvius, jul. 2014 <http://www.vitruvius.com.br/revistas/read/arquitextos/15.170/5274>.
1
Waisman, Marina. “Una década revolucionaria: 1960-1970”. En Summa Nº 200-201. Buenos Aires. Junio de 1984. Pág. 58.
2
Durante el gobierno de Frondizi se redujo drásticamente la construcción de viviendas sociales y durante el Ministerio de Álvaro Alsogaray se propuso resolver el problema con la construcción de “quonset” de chapa con mínimas condiciones de habitabilidad. Vautier había retornado de Colombia donde trabajó en el Centro Interamericano de la Vivienda (CINVA) con una magnífica tarea en autoconstrucción de vivienda rural.
3
Encuesta realizada por Alberto Prebisch a los arquitectos Acosta, Álvarez, Coire, Morea, Ricur, Ruiz Guiñazú y Sacriste. En Sur. Nº 267. Buenos Aires. Diciembre 1960.
4
Bullrich, Francisco. Arquitectura argentina contemporánea. Ed. Nueva Visión. 1963.
5
Ortiz, Federico – Levaggi, Abelardo – Mantero, Juan Carlos – Gutiérrez, Ramón – De Paula, Alberto – Viñuales, Graciela y Parera, Ricardo (Coord). La arquitectura del liberalismo en la Argentina. Ed. Sudamericana. Buenos Aires. 1968.
6
Ortiz, Federico – Gutiérrez, Ramón. Arquitectura argentina. (1930-1970). La búsqueda del modelo alternativo. Madrid. Hogar y Arquitectura. 1972.
7
Alexander, Christopher. Ensayo sobre la síntesis de la forma. Ediciones Infinito. Buenos Aires. 1969. Véase Grichener, Silvio. “PREVI/Perú. Un intento en el más alto nivel”. En SUMMA Nº 33. Buenos Aires. 1970. Rudofsky, Bernard. Arquitectura sin arquitectos. EUDEBA. Buenos Aires. 1973. Turner J. El proceso de urbanización y los sectores populares en Lima. DESCO. Lima. 1969.
8
Tuvo mucha importancia la edición de Historia de la arquitectura moderna de Zevi, realizada por Emecé en 1954.
9
El Grupo Harpa había sido formado en 1954.
10
“El Arquitecto hoy. Un cambio de actitud para responder a las constantes modificaciones del espacio”. En La Nación. Buenos Aires 14 de diciembre de 1969. 5º Sección, Pág. 2.
11
Grossman, Luis. “A tres décadas de una aventura”. En La Nación. Buenos Aires, 11 de noviembre de 1998.
12
Sigal, Víctor – Fischermann, J. “Una profesión en crisis, la situación ocupacional de los arquitectos”. En Summa Nº 84. Buenos Aires. Diciembre de 1974. Véase García Vázquez, Francisco. El arquitecto y su Universidad. Buenos Aires. Sociedad Central de Arquitectos. CESCA. 1986.
13
Véase Maestriperi, Eduardo. Mario Soto. España y Argentina en la arquitectura del siglo XX. Sociedad Central de Arquitectos. Buenos Aires. 2004. Gutiérrez, Ramón. Buenos Aires evolución histórica. Bogotá. Ed. Escala. 1992.
14
En 1957 había surgido el Instituto Interuniversitario de Historia de la Arquitectura que había convocado a los docentes del interior del país conducido por Enrico Tedeschi, Marina Waisman, Francisco Bullrich y Raúl González Capdevila entre otros. Este Instituto organizó cursos para docentes con profesores como Pevsner, Argan, Chueca Goitía, Banham, Scully y Humberto Eco. Del mismo no participaban los docentes de la Universidad de Buenos Aires. AAVV. Historia de la Arquitectura en la Argentina. Reflexiones de medio siglo. 1957-2007. Ed. CEDODAL-IDEHA. Tucumán. 2007.
15
Díaz, Tony y otros. La Escuelita. Cinco años de enseñanza alternativa de arquitectura en la Argentina. 1976-1981. Buenos Aires. 1981
16
La revista comenzó a publicarse en 1975 como “Cuadernos de Ambiente” y a partir del número 17 pasó a llamarse “A/ambiente”. En la actualidad mantiene una edición informática en red.
17
AAVV. Seminarios de Arquitectura Latinoamericana. 1985-2011. Se hace camino al andar”. Ed. CEDODAL. Buenos Aires. 2011.
acerca del autor
Ramón Gutiérrez nació en Buenos Aires en 1939. Arquitecto por la Universidad de Buenos Aires en 1963. Investigador de los temas de Historia de la Arquitectura y Conservación del Patrimonio. Investigador Superior del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas, Argentina (jubilado). Miembro de Número de las Academias Nacionales de la Historia y de Bellas Artes, Argentina, y Correspondiente de las Academias de España y América. Fundador y director de la revista “Documentos de Arquitectura Nacional y Americana”, DANA. Docente en diversas universidades e institutos de España, Italia, Portugal y América. Profesor Honorario de las Universidades de Chile, Nacional de Ingeniería y Ricardo Palma de Lima, y de la Universidad Nacional de San Agustín de Arequipa – en el Perú- y de la Universidad Nacional de Mar del Plata, Argentina. Profesor invitado y Coordinador del Doctorado en la Universidad Pablo de Olavide en Sevilla, España. Autor de 250 libros y de numerosos artículos sobre Arquitectura y Urbanismo en Iberoamérica. Fundador del Centro de Documentación de Arquitectura Latinoamericana, CEDODAL, Buenos Aires.