Todas las piezas encajan para incitarnos a pensar que el jurado que ha decidido el laureado con el premio Pritzker 2009 ha cambiado conscientemente la tendencia a la que venía mostrándose abocado en las pasadas ediciones más recientes. La situación económica actual y el replanteamiento cultural que está acarreando, parece haber dirigido condicionadamente la mirada hacia un arquitecto que apenas se exhibe en los medios (aunque esta posición no le haya impedido poseer una cierta relevancia mediática); cuyo trabajo está localizado prácticamente en un área geográfica bien delimitada, como evidencia de su concentración artesana en cada proyecto, que él mismo enfatiza definiéndose como ‘autor de sus edificios’ (¿está confirmando así tácitamente que los super-arquitectos no lo son enteramente de algunos de los suyos?). Es creador de una arquitectura inobjetablemente bella, armónica, fascinado por el poder de la atmósfera espacial. Todos estos rasgos que hacen del suizo Peter Zumthor, un paradigma cuasi perfecto del arquitecto, alguien unánimemente respetado por sus colegas y por la crítica. Ésos son los argumentos que otorgarían una validez irrefutable a la decisión de la Fundación Hyatt y convertirían en un indiscutible acierto el haber hecho que recaiga en su figura el premio Pritzker este año.
No obstante, algo huele a trampa estratégica en esta perfecta decisión. Una trampa en la que la figura de Peter Zumthor no está involucrada, pero que obliga a cuestionar una vez más los criterios que guían al jurado del Pritzker y a buscar entre líneas una interpretación del sentido sobre el significado cultural de la arquitectura que están implicadas en la elección del último galardonado.
Ante la crisis, se está intentando redireccionar la concepción de la arquitectura hacia su vertiente más elitista y conservadora. Anteriormente el Pritzker ha estado premiando a arquitectos fastuosos, cuyas estrategias para poseer presencia global les proporcionaban puntos a favor y sus fantasías más estrambóticas, surgidas de una caprichosa impostura sobre la contemporaneidad, les transformaban en una especie de seres todopoderosos, que hoy se constata que están perdiendo el control; por eso, elegir ahora para imbuirlo con el prestigio del Pritzker a un arquitecto como Peter Zumthor, sin haber entonado antes un mea culpa suena a funambulismo. Repetidamente hemos manifestado que no se puede pedir ni aceptar que un premio, máxime cuando está imbuido de ese aura de espectáculo del Pritzker y tras él está la fundación creada por un holding de hoteles de lujo, decida los devenires de la arquitectura presente; pero ante su existencia es necesario abrir los ojos, sobretodo porque esta última decisión sentará precedente para extender a otros premios este mismo criterio de valoración, que aparentemente reconoce la delicadeza y el buen hacer pero que sin abolir la primacía subyacente del edificio como objeto-ícono. Se persiste así en la concepción de la arquitectura como objeto de consumo, planteándolo en esta coyuntura de una manera más refinada, menos vulgar y pomposa, pero con idéntica connotación.
Zumthor está lejos de los flashes y de las pasarelas, ¿pero no es posible sospechar que esta actitud suya haya podido ser interpretada en términos de marketing como una postura conveniente tras la que enmascarar los auténticos problemas a los que la arquitectura presente se enfrenta? Esperaríamos de la crisis que sirviera para desvelar otros modelos, más ligados a un mundo complejo y en transformación de sus estructuras conceptuales e ideológicas, pero la trampa está consumada y parece que otra vez hemos caído todos en ella. La banalidad del Pritzker intenta impedirnos reflexionar antes mediante fastuosidades, hoy queriendo obnubilarnos con belleza sutil. La arquitectura es algo más que la necesaria belleza, que sofisticación.
El Pritzker presenta a Zumthor como una excepción, un personaje único, pero no es la encarnación de la arquitectura que hoy debe buscarse y defenderse. Es autor de una obra fundamental pero que no debe tomarse como antídoto a los excesos y despilfarros de los últimos tiempos, puesto que toda forma personalista de hacer arquitectura pertenece a un modelo que debe ser revisado profundamente.
Evitar o renunciar a elaborar una lectura más compleja del mundo y apostar por un modelo conservador se perfila como la tendencia a la búsqueda de una seguridad cuando se necesita urgentemente una arquitectura que hable de presente, de una realidad compleja y en crisis, desde la arquitectura y ahora en un contexto crítico, sin frivolidades pero sin encerrarnos en una atalaya que impida o se prevenga todo riesgo para buscar nuevas pautas. Tal vez sea demasiado pedir que la Fundación Hyatt cambie sus criterios, pero sería necesario no dejarse persuadir fácilmente, para no plegarse fácilmente ante la postura que ahora desea instaurarse como correcta.
Peter Zumthor merecía un gran reconocimiento a su trayectoria, indudablemente mucho más que los laureados de los últimos años, pero el estado de la arquitectura contemporánea sigue necesitando de algo más que el peso de un premio que insiste en asentar la autocomplacencia acrítica dominante.
notas
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Articulo originalmente publicado en ABCD las Artes y las Letras, n. 899, sábado, 18 de abril de 2009.
sobre o autor
Fredy Massad y Alicia Guerrero Yeste, titulares del studio ¿btbW, son autores del libro "Enric Miralles: Metamorfosi del paesaggio", editorial Testo & Immagine, 2004.
Fredy Massad y Alicia Guerrero, Barcelona España