“No hay pensamiento sin suelo y que no hunda los pies en un lugar”
“…y la tierra es lo rugoso”.
Claudio Caveri, 2001.
Cuando Claudio Caveri, padre, incursionaba en la Primera Modernidad construyendo los cines Art Déco de la calle Lavalle, su hijo homónimo Claudio nacía aquel 9 de marzo de 1928. Creció entre rollos de planos y visitas a obras, en las que seguramente saltó de andamio a andamio. Como parecía destinado, ingresó a la entonces Escuela de Arquitectura de la Universidad de Buenos Aires y obtuvo el título de arquitecto, en la ya autónoma Facultad, en 1950. Durante aquellos años completaba su formación estudiando arte con Jorge Romero Brest y con quien consideraba –junto con su padre- uno de sus principales maestros: el poeta e historiador del arte y la arquitectura Damián Bayón. A poco de graduarse tuvo oportunidad de concretar sus primeras obras, en un momento donde coincidía su práctica profesional con la enseñanza de diseño en la Facultad. Esta experiencia académica, desarrollada en los años 1955 y 1956, tras el golpe militar que derrocara al gobierno popular, se agotó muy pronto por sus desacuerdos con las nuevas autoridades, que intentaban reinstalar una enseñanza liberal y elitista.
En esta etapa temprana, sus obras, humildes por cierto, dan cuenta de cierta afición a algunos principios de la modernidad occidental, como los de la fluidez espacial y la transparencia. Principios que serán rápidamente revisados y sometidos a crítica, para iniciar nuevos caminos. Se produce, entonces, un punto de inflexión en su concepción de la arquitectura y de la realidad nacional, el final de “una breve ilusión separativa”, como diría Leopoldo Marechal, y el surgimiento de una mirada desde acá y de un pensar americano.
La casa Urtizberea (1956) y la iglesia de Fátima (1956-58, junto a Ellis), al decir del propio Caveri “nacen junto al pensamiento de Teilhard de Chardin y las bombas de la aviación naval cayendo sobre la gente en Plaza de Mayo. Ya no éramos los mismos cuando vimos pasar las ‘niñas bien’, encaramadas a los jeeps del ejército, festejando la caída del ‘tirano’”. Esas dos obras marcan el comienzo de una nueva etapa, fundadora de lo que luego se conocería como el movimiento Casas Blancas, fuertemente cuestionador del racionalismo de los países centrales, intentando, a su vez, no separar la belleza de la escasez.
Fátima es una bisagra significativa en el discurso de la arquitectura argentina comparable, salvando las distancias, a la cripta de la iglesia de la Colonia Obrera de Cervelló, 1898-1914, de Antoni Gaudí, la cual, para Caveri, “revoluciona el meollo mismo de la modernidad”, desnudando su crisis interna.
Consumada la experiencia de Fátima, el casablanquista transita desde esa pureza silenciosa enclavada en vecindarios plácidos, hacia instalaciones en territorios de riesgo, pobreza y marginación, iniciando una experiencia comunitaria en un suburbio bonaerense. Nacía así, en 1958, la Comunidad Tierra.
Los diseños de Caveri se plasman en algunas obras significativas, como la iglesia Santa María Madre, en Moreno, Provincia de Buenos Aires (1965) y la Casa de Ejercicios Espirituales Jacarandá, en Reconquista, Provincia de Santa Fe (1968). Quizás su ópera culminante fue el Seminario Multirreligioso Irenaika Ville con su nueva capilla de Fátima (Maschwitz, 2000-2002). Si el espacio interior de esta capilla, con su piel tersa y luz dorada, está cargado de eros y sensación de seno materno, el exterior aparenta un perezoso torbellino ascendente que, en clave pampeana, nos remite a las cúpulas y linternas de Guarini y Borromini, que en lugar de concluir continúan indefinidamente en el espacio. Esta inconclusión, esta “imperfección” que escapa al canon, retoma en código quizás más refinado, el espíritu de Trujui.
A través de estas prácticas y de una continua y profunda reflexión teórica, plasmada en diversos libros, Caveri fue encontrando lo seminal americano en un compromiso creciente con los sectores populares, intentando una síntesis que los exprese. Esta actitud supone el acercamiento a una realidad maravillosa, viva y presente, sin congelar lo conocido, lo heredado, sino dando cuenta de un entorno urbano complejo, desde un particular soporte cultural y desde un horizonte propio, asumiendo lo popular, lo híbrido y lo pobre como un valor.
sobre el autor
Jorge Ramos de Dios, arquitecto (UBA, Argentina), maestro en Arquitectura (UNAM, México). Profesor Titular Consulto y Profesor de la Maestría en Historia y Crítica de la Arquitectura y el Urbanismo en la FADU/UBA. Profesor Titular en la Maestría en Intervención y Gestión del Patrimonio Arquitectónico y Urbano de la Universidad Nacional de Mar del Plata. Profesor Titular en el Magister en Historia de la Arquitectura y del Urbanismo Latinoamericano de la Universidad Nacional de Tucumán. Investigador del Instituto de Arte Americano e Investigaciones Estéticas "Mario J. Buschiazzo", FADU/UBA.