Vaya por delante que redacto estas líneas desde un viejo PC, utilizo un teléfono móvil poco o nada inteligente y mi reproductor de música preferido sigue siendo la radio (a ser posible sintonizando la frecuencia modulada local analógicamente). Sin embargo, no dejo de sentir una curiosa fascinación por el trabajo del lamentablemente fallecido Steve Jobs (1955-2011). Fascinación y admiración por un proyecto intelectual que bien merece ser revisado –también– desde la perspectiva de la arquitectura contemporánea.
No gastaré ni una línea en repasar los logros innegables que Jobs ha aportado al sector de la informática o a la industria del entretenimiento mundial. Elevado a la categoría de genio del siglo XXI, serán innumerables los reportajes y reseñas que durante algún tiempo nos recordarán su figura. Lo que realmente resulta interesante de su trabajo es la interpretación absolutamente original de la relación que estableció a lo largo de los años entre tecnología y diseño (aunque éste deba atribuirse a toda su compañía, su liderazgo y visión de futuro está hoy lejos de toda duda).
De pensamiento eminentemente pragmático, propio del sentimiento neoliberal de los grandes magnates de la industria norteamericana (Design is not just what it looks like and feels like. Design is how it works), Jobs trabajó durante toda su vida en la formalización de gran parte de los artefactos tecnológicos que hoy nos acompañan diariamente. El aspecto de los ratones que manejamos, la configuración formal de nuestros monitores, la propia imagen que conocemos de un ordenador personal, deben mucho a su trabajo. Es la forma de una tecnología que no tenía precedente.
En la formalización del primer ordenador personal no existía la posibilidad de utilizar métodos o materiales anteriores, circunstancia que desde Auguste Choisy sabemos que sí ha ocurrido en arquitectura –como nos recuerda Reyner Banham. Más allá del anecdótico primer ordenador personal de madera que Jobs construyó en el garaje de su casa junto a Steve Wozniak en 1976 –con aspecto de máquina de escribir de la Bruja Avería– la evolución del trabajo de Jobs demuestra una progresiva “desformalización” del ordenador personal. Poniendo un ejemplo, la estética de la máquina de escribir –que aún hoy podemos percibir en los teclados que reproducen la falsa perspectiva de las teclas originales– hace tiempo que desapareció en los productos de la marca de la manzana, donde pasaron de las teclas a los botones, y de allí a la propia pantalla.
No puede decirse que se trate solamente de un proceso de evolución formal minimalista. Por encima de todo se percibe la intención de construir la imagen ex-novo de un nuevo referente: la construcción del nuevo producto comienza por la eliminación de cualquier referencia figurativa a productos existentes. Estaríamos–si se me permite la ironía– ante el “movimiento moderno” de las tecnologías de la información y la comunicación. En uno de los aforismos por el que se le recordará, Jobs decía: A lot of times, people don’t know what they want untill you show it to them. En palabras de nuestro Alejandro de la Sota, liebre por gato.
Despojar de forma a la tecnología contemporánea ha sido un trabajo de –cuando menos– dudosos resultados para la arquitectura del último medio siglo. La experimentación tecnológica ha estado ligada habitualmente a exhibición formal de los propios avances. Desde Fuller (probablemente el más aséptico) a los modernos arquitectos high-tech, pasando por la imaginación tecnófila de Archigram o las experiencias de metabolistas japonesas, la tecnología de vanguardia difícilmente ha alcanzado la democratización de su uso, y sí ha aportado una excesiva carga formal.
Todavía hoy, cuando la arquitectura está llamada a ser ejemplar en cuanto a la conservación de los recursos y el comportamiento medioambiental, encontramos nuevas experiencias que denotan una actitud equívocamente figurativa de la tecnología. Citaré dos ejemplos nacionales de dos de nuestros despachos de mayor interés: el Bulevar Bioclimático en Vallecas, del equipo Ecosistema Urbano, o el edificio Media-TIC en el distrito 22@ de Barcelona, de Enric Ruiz-Geli. En ambos casos, las capacidades de las tecnologías puestas en servicio no se han traducido claramente en una mejora ostensible de las prestaciones para los usuarios. O, en todo caso, las mejoras no han estado a la altura de la apuesta formal. Son ejemplos pioneros que exponen nuevas maneras de hacer, pero su exhibicionismo morfológico eclipsa cualquier otra aportación.
Y una cosa más. Steve Jobs ha dado el primer paso para convertir la tecnología en algo agradable al tacto. En arquitectura, las actitudes de mayor carga fenomenológica han estado reñidas frecuentemente con los planteamientos pragmáticos más tecnológicos. Esperemos que la lección de Jobs permita que la tecnología del futuro facilite una arquitectura emocionante en y para todos los sentidos, y no sólo trate de parecerlo.
Sobre el autor
David Hernández Falagán es arquitecto (ETSAB), máster en teoría e história (ETSAB) y profesor del Máster Laboratorio de la Vivienda del siglo XXI.