En una entrevista publicada por el diario Folha de São Paulo el pasado día trece, el crítico norteamericano Paul Goldberger realiza un balance del legado de Niemeyer y de Brasilia, calificándolos como “un fracaso”. El análisis del autor se limita a las obras de Niemeyer en Brasilia, ignorando su producción anterior y posterior, tanto en el país como en el exterior. La principal revelación del autor es que Niemeyer habría eclipsado a otros colegas brasileros. Ninguna de estas dos afirmaciones es una novedad, y ninguna fue demostrada extensivamente.
El discurso que proclama el “fracaso” de Brasilia no es más que la repetición del rechazo hacia los postulados de los CIAM – Congresos de Arquitectura Moderna– y hacia Le Corbusier, y la constatación de los problemas de las ciudades contemporáneas, temas ya agotados por Jane Jacobs en Muerte y Vida de las Grandes Ciudades Americanas. Por su parte, la condenación de Brasilia ya había sido realizada por Ada Louise Huxtable, al presentar a Niemeyer cuando este fue galardonado con el Premio Pritzker, pero no asistió a la ceremonia en Chicago debido a sus convicciones marxistas. Sin embargo, Huxtable resaltó la inédita contribución lírica de Niemeyer a la arquitectura moderna en el mundo.
En un artículo en el New York Times, publicado el veintinueve de mayo de 1988, Goldberger ya ponía en duda si el Premio Pritzker, otorgado al conjunto de la obra de un arquitecto, debería haber sido entregado, tanto Niemeyer, como al norteamericano Gordon Bunshaft, autor de la Lever House, una réplica del Ministerio de Educación y Salud, adaptada a una mitad de manzana en Park Avenue, Nueva York. Fue precisamente esta inspiración la que llevo a que, en un hecho inédito desde la inauguración del premio en 1979, la Fundación Hyatt dividiera el Pritzker entre los dos arquitectos.
Golberger argumentaba que sus obras no eran representativas de las últimas tendencias de la arquitectura contemporánea, olvidando la innegable contribución de Niemeyer en la inclusión de la plasticidad y el color locales en la dureza y racionalidad del Estilo Internacional y la valentía de Bunshaft al reproducir, en la avenida más cara mundo, los pilotis del Ministerio de Educación. Con este acto de osadía, Bunshaft inauguraba una de las más importantes contribuciones americanas al urbanismo contemporáneo, la creación de 'plazas' públicas gestionadas y construidas por entes privados.
Brasilia, creación de un humanista como Lucio Costa, no se inspira solamente en los CIAM, sino también en una larga tradición urbana que tiene sus raíces en ciudades y conjuntos barrocos como Roma o Versalles, pasando por el iluminismo del París de Haussmann y terminando en varias capitales construidas entre los siglos XIX y XX, como Washington, con el obelisco y el Capitolio en extremos opuestos del Mall, Nueva Delhi, caracterizada por dos grande ejes que se cruzan, y Canberra, poseedora de un lago artificial.
Niemeyer dio tres dimensiones a la planta de Lucio Costa, creando un paisaje urbano notable en el ‘cerrado’. Su Eje Monumental, cuyas márgenes reunen monumentos como el Congreso, los Palacios del Planalto y de Itamaraty, la Explanada de los Ministerios, la Catedral, el Teatro y el Museo Nacional, es uno de los conjuntos urbanos más admirables del mundo. La ciudad es la única construida en el siglo XX que se encuentra incluida en la lista de Patrimonio Mundial de la Unesco. Goldberger puede no apreciarlo, pero la crítica de arte debe basarse criterios consistentes y no en gustos personales. No basta con decir que Brasilia “tiene buenos edificios de Niemeyer, pero que juntos no forman una gran ciudad. Parece un 'campus' gubernamental, no una ciudad. Tal como un 'campus' universitario en un suburbio.”
Otro equívoco es que Niemeyer habría eclipsado a sus pares. El prestigio que la arquitectura brasilera alcanzó entre 1937 y 1964 no se debe solo a Niemeyer, sino a un equipo conformado por arquitectos como Lucio Costa, Attilio Correia Lima, MMM Robertos, Affonso E. Reidy, Sergio Bernardes, Artigas, O. Bratke y a un paisajista como Burle Marx. Incluso después de 1964, cuando los militares cerraron la Facultad de Arquitectura de Brasilia y expulsaron a los mejores arquitectos de las escuelas, muchos nombres se destacaban en el escenario internacional, tales como Lina Bo Bardi, Lelé, Paulo Mendes da Rocha, Joaquim Guedes y Ruy Othake, entre otros.
Quien tiene luz propia, no se queda en la sombra. El crítico se sorprende de que la muerte de un arquitecto haya provocado, en Brasil, una conmoción solo comparable con la que tuvo en Estados Unidos la muerte de Sinatra. Es que este arquitecto supo, tal como Sinatra, interpretar el alma de su pueblo.
sobre el autor
Paulo Ormindo de Azevedo es profesor titular de la UFBA, consejero del CAU/BR y miembro de la Academia de las Letras de Bahia.