Tal vez, en Cuba sea poco conocido el trabajo de restauración y de creación de un conjunto monumentario realizado por nuestra ilustre escritora, pintora y escultora Thelvia Marín Mederos en La Mansión, singular nombre conferido por el Mayor General Antonio Maceo y Grajales a la colonia agrícola que fundó en 1891, al sureste de la ciudad de Nicoya, en la península de igual nombre, aledaña a la costa costarricense, bañada de un lado por las aguas del Océano Pacífico, y del otro por las del Golfo de Nicoya.
Para llevar a cabo su labor artística e investigativa, Thelvia se trasladó a Costa Rica en 1996. Previamente, nos dice, en 1990 había visitado el antiguo asentamiento al cual dieron vida Maceo y un grupo de familias patriotas cubanas que seguían al líder y soñaban con la libertad de Cuba. En La Mansión halló las ruinas de la colonia: dispersas y enterradas las piezas herrumbrosas de un antiguo ingenio de azúcar, comprado por Maceo en Nueva York, y un busto en bronce del Titán, hecho por el escultor cubano Teodoro Ramos Blanco, “¡Mi maestro!”, precisa con emoción nuestra entrevistada. Todavía funcionaba la escuelita primaria “Antonio Maceo”, antaño erigida por el propio héroe, como una parte esencial de la colonia maceísta.
La huella de Maceo durante su exilio revolucionario en Costa Rica, estaba investida con hechos de gran peso histórico y fuertes emociones. Salvarla fue una tarea asumida con decisión, conscientemente, por Thelvia Marín, y por tal motivo posee un significado especial en su trayectoria artística y política. Ante ella, resurgieron los años difíciles y tempestuosos vividos por el Mayor General entre 1891 y 1895, en La Mansión y en la capital del país, San José.
En la colonia rural, llamados por Antonio con el doble propósito de establecer una comunidad campesina productiva que garantizara un medio de vida seguro para decenas de familias cubanas expatriadas y, al mismo tiempo, facilitara la preparación disciplinada de los hombres para la lucha armada a favor de las ideas emancipadoras, se habían reunido combatientes de la talla de: Flor Crombet, José y Tomás Maceo, Agustín Cebreco, Arcid Duverger, Patricio Corona, Juan Ferrera – Baracoa – , Elizardo Maceo Rizo, Pedro González Valón – Pitipié – Juan Rojas, Félix Ferrera, Pedro Batista, Cástulo Ferrera, Edelmiro Batista, Tomás Castillo – Cuba Libre – , Norberto Santiesteban, Leonardo González, Rafael Milanés, Benigno Milanés, León Castro, Facundo Milanés, Nazario Blanche, Donato Tamayo, Ángel Suárez, Salvador Tamayo, Rafael Molina, Arcilio Gufa, Ángel Pérez, Luis Enríquez, Luis Soler Jardines, los hermanos Montero, los hermanos García… según los nombra José Luciano Franco en su pormenorizada obra: Antonio Maceo. Apuntes para una historia de su vida (T. II, p. 20).
La Mansión albergaba en 1892, a hombres y mujeres cubanos de distintos colores de piel; que habían sido admitidos en el país gracias a un acuerdo entre el gobierno y Antonio (contrato Maceo-Lizano, 1891), en el cual se obviaba el veto contra la inmigración de personas de piel negra establecido entonces por las leyes migratorias costarricenses. También, se habían neutralizado las protestas diplomáticas del gobierno español en contra de la existencia de un asentamiento de cubanos, encabezado por Maceo, cerca de la costa atlántica, como una posible amenaza a la Isla de Cuba. Esta era la razón de la instalación más próxima a la costa del Pacífico. No obstante, muchos de los colonos que se trasladaron hasta allá con la ayuda económica brindada por el presidente de la República, licenciado José Joaquín Rodríguez, acompañaron a Antonio en las gloriosas jornadas de la Guerra del 95.
El primer encuentro de José Martí con Maceo en Costa Rica, tuvo lugar en La Mansión; el principal objetivo de la reunión fue concretar la participación del Mayor General en el Plan de Fernandina, elaborado entre Máximo Gómez y Martí durante la estancia de Martí en Santo Domingo, que precedió a la realizada en Costa Rica. El fraternal visitante fue recibido por el héroe de la Protesta de Baraguá; junto a este último estaba María Cabrales, su esposa, quien había llegado a la colonia pocos días antes que Martí, a mediados de junio de 1893. Entonces, se reanimó la marea revolucionaria, y los colonos trabajaron la tierra con más ahínco. Tras la despedida de Martí, todos siguieron atentos los sucesos que informaba la prensa cubana del exilio.
Del mentado encuentro entre Maceo y Martí, este último dejó una hermosa descripción:
“En Nicoya vive ahora, sitio real antes de que la conquista helase la vida ingenua de América, el cubano que no tuvo rival en defender, con el brazo y el respeto, la ley de su república. Calla el hombre útil, como el cañón sobre los muros, mientras la idea incendiada no lo carga de justicia y muerte. Va al paso por los caseríos de su colonia con el jinete astuto, el caballo que un día, de los dos cascos de atrás, se echó de un salto, revolcando el acero, en medio de las bayonetas enemigas.
En la ciudad, cuando viene a arreglos de los colonos, a los papeles de cada uno de ellos con el gobierno, para que cada cual sea en su persona el obligado, a vender el arroz, a ver lo de la máquina que llega, a buscar licencia para la casa de tabaco, a llevarse por carretera y golfo, cuando trueque en pueblo lindo y animado el claro que con los suyos abrió en el monte espeso” (Franco, Antonio Maceo, T. II, p. 27-28).
En los últimos días de noviembre de ese mismo año, 1893, una noticia triste llega sorpresivamente hasta los Maceo: la muerte de la anciana madre Mariana Grajales, ocurrida en Kingston, Jamaica. Queda en tiempo futuro la promesa del descanso eterno de sus restos en tierra libre cubana.
Después de un año de tensos preparativos, 1894, en medio del mayor fervor revolucionario, el fracaso del Plan de Fernandina, debido a la detención de los tres barcos que componían la expedición, la requisa del armamento y la detención de algunos de los comprometidos, por las autoridades estadounidenses, frustró en ese momento la esperanza de los cubanos separatistas. Maceo supo de inmediato la mala nueva, el 12 enero de 1895. Los angustiosos meses de la preparación en secreto de nuevas expediciones, el reinicio de la Guerra de Independencia, el 24 de febrero de 1895, en distintos puntos de la Isla de Cuba, sucedieron sin haber pisado aún el suelo patrio. Ansiedad, sufrimiento y una intransigente firmeza forman parte de los sentimientos que predominaron en esta etapa final de la presencia de Maceo en Costa Rica. Al cuidado de la empresa maceísta en Nicoya se dedicó María; mientras, el esposo, en San José, velaba por la tan esperada y necesaria salida, que lo regresará a las sangrientas batallas en los campos de Cuba.
Por fin, llega el momento de la salida: el 25 de marzo de 1895, desde Puerto de Limón a bordo del “Adirondack”. Este buque se dirige a Kingston, Jamaica, primero, y después desembarcó a los cubanos en la Isla Fortuna, colonia británica. En este punto reembarcaron en la goleta “Honor”, que llevaría a Antonio y Flor Crombet, unidos al pequeño grupo insurgente que los acompañaba, hasta la desembocadura del río Duaba, muy próxima a la ciudad de Baracoa.
Thelvia, con maestría y sencillez, creó y llevó adelante un proyecto artístico que incluía los elementos históricos esenciales en la composición: la restauración del busto de bronce de Maceo, el cual fue colocado sobre un nuevo pedestal al que se adhirió una placa conmemorativa. El pedestal lo ubicó en el centro de tres círculos concéntricos blancos, superpuestos, que a modo de pequeña gradería elevó, sobre el nivel del terreno, el pedestal y busto ya referidos.
Engarzó un ambiente de conjunto, que relacionó al personaje principal, reproducido en el busto, con el lugar de la colonia, para lo cual la escultora desenterró y limpió los hierros remanentes del ingenio de azúcar. Con una parte de los tubos de la caldera formó un semicírculo en torno a la gradería y entrelazó los tubos con machetes de diversos tipos, donados por los padres de los alumnos y alumnas de la Escuela “Antonio Maceo”, y un grupo de ex alumnos que respaldaron el proyecto. Los filosos instrumentos de labor, se transformaron artísticamente en una simbólica “carga al machete”, que recordará a los visitantes el motivo grande y último de la presencia de los cubanos exiliados y sus familias en La Mansión.
La inauguración de este conjunto escultórico conmemorativo se celebró en honor del “Centenario de la caída en combate de Antonio Maceo”, el 7 de diciembre de 1996. Al solemne acto asistieron autoridades locales de la Municipalidad de Nicoya, miembros del Colegio de Periodistas de Costa Rica – cuyo respaldo financiero, unido al de la Asociación de Desarrollo de La Mansión, coauspició la obra – , los niños y niñas de la Escuela “Antonio Maceo”, descendientes de la familia Maceo que residen en el país, y, desde luego, la autora que con su esfuerzo y la aguda percepción del valor patriótico e internacionalista de esta acción logró salvar y plasmar en una bella síntesis el espíritu redentor de los cubanos y cubanas que no se rindieron entonces, ni ahora, ante los sacrificios que exige la Patria.
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Articulo publicado originalmente en Cubarte, portal de la Cultura Cubana, La Habana, 12 jul. 2012 <www.cubarte.cult.cu/periodico/opinion/antonio-maceo-el-rescate-de-su-huella-en-nicoya/23871.html>.
sobre el autor
Lohania J. Aruca Alonso (La Habana, 30 de diciembre de 1940) Licenciada en Historia (1976, Universidad de La Habana), Especialista en Urbanismo (1982, Facultad de Arquitectura, ISPJAE), Investigadora agregada (1990), Maestra en Ciencias Estudios de América Latina, El Caribe y Cuba (1996, Facultad de Filosofía e Historia de la Universidad de La Habana).