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architexts ISSN 1809-6298


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A historiadora argentina discute a relação entre espaços públicos e projetos urbanos no contexto das evoluções urbana e urbanística de Buenos Aires


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NOVICK, Alicia. Espacios públicos y proyectos urbanos. Oposiciones, hegemonías e interrogantes. Arquitextos, São Paulo, año 05, n. 054.01, Vitruvius, nov. 2004 <https://vitruvius.com.br/revistas/read/arquitextos/05.054/524>.

Espacio público y proyecto urbano son palabras clave de las agendas técnica y política. De algun modo los dos términos aparecen articulados pues, como campo de acción, el espacio público es terreno privilegiado para la formulación de proyectos urbanos entendidos como instrumentos de transformación y cualificación de las ciudades. En una caracterización genérica y provisoria, en los debates actuales el espacio público es pensado como plural y condensador del vínculo entre la sociedad, el territorio y la política, mientras que el proyecto urbano da cuenta de la complejidad – la multiplicidad de temporalidades, espacios y actores intervivientes – de las operaciones sobre la ciudad.

Ambas nociones se gestaron a fines de la década de 1960 en oposición a las doctrinas y prácticas de la planificación tecnocrática y centralizada de la segunda posguerra y en el marco de las lecturas críticas que se realizaron cuando la primera modernidad dejó de ser vanguardia para transformarse en experiencia evaluable. Durante los años ochenta fueron tema hegemónico en los programas urbanísticos. El proyecto urbano, operando sobre fragmentos de ciudad mediante complejas operatorias público-privadas se proponía substituir el plan tradicional, priorizando las actuaciones sobre el espacio público y desplazando de la agenda los programas habitacionales. En una nueva inflexión, desde fines de la década de 1990 espacio público y proyecto urbano adquirieron nuevos matices en respuesta a los interrogantes que quedaron planteados cuando se constató que la consideración de los espacios públicos en esos términos contribuía a la fragmentación socio espacial de la ciudad y que los proyectos urbanos eran incapaces de reemplazar in toto los planes integrales. No se trató, sin embargo, de una secuencia lineal. Las transiciones son complejas y siempre coexisten los nuevos y los viejos significados a los que cada ciudad les adjudica contenidos específicos, alimentados por las experiencias concretas que se llevan a cabo.

A lo largo de los últimos treinta años, los alcances que proyecto urbano y espacio público tuvieron en la práctica difirieron sustancialmente de aquellos que estaban inscritos en sus actas de bautismo. Pese a los esfuerzos realizados, ambas nociones nunca tuvieron una definición precisa. Pero es tal vez en sus fronteras amplias, en sus ambigüedades y en su capacidad de dar cuenta de la complejidad donde reside la persistencia y la operatividad de estos términos pues, como afirma Marcel Roncayolo: “una noción que no se aclara demasiado ni se define mecánicamente, cuando cuestiona prácticas anteriores es más productiva en experiencias y reflexiones que cuando se fija y se ajusta a las restricciones de los procedimientos establecidos” (2).

De un modo más ilustrativo que sistemático, en estos apuntes relataremos brevemente los avatares de las nociones de espacio público y proyecto urbano en relación a la experiencia acumulada y a los factores contextuales y epistemológicos que signaron su paso por la historia de la ciudad. Indagar sobre el origen de términos e ideas, revisitar la diversidad de interpretaciones y referentes, tiene el objetivo de contribuir a la reflexión sobre las metodologías y herramientas conceptuales mediante las cuales se opera en la gestión urbana.

Oposiciones

Desde fines de los años sesenta, el cambio de tendencias que caracterizó el nuevo ciclo de la ciudad “posindustrial” cuestionó las bases más profundas del ideario planificador de los “gloriosos treinta años de la posguerra”. Factores contextuales y nuevos enfoques epistemológicos abrieron nuevas ópticas sobre los problemas y las soluciones para la ciudad.

El freno del crecimiento demográfico, las transformaciones productivas, los nuevos problemas en los centros urbanos, configuraron un panorama muy diferente al que planteaban las previsiones elaboradas al proyectar las tendencias de períodos anteriores.

El Club de Roma tomaba nota de esa nueva coyuntura dando a conocer su informe The Limits of Growth (1970). En efecto, hasta esa fecha, los grandes esquemas directores se formulaban suponiendo que los métodos científicos y los modelos previsionales eran capaces de proporcionar referencias confiables para las decisiones políticas que impulsaban las operaciones sobre el territorio. Sus insumos fueron las leyes explicativas sobre el desarrollo urbano, el estudio de los factores estructurales, de las relaciones funcionales y de los modos de organización de las actividades en el espacio. En ese marco, la centralidad estatal de las decisiones sobre el territorio y la necesidad de técnicos capacitados para motorizar diagnósticos y acciones, promovían la creación de organismos nacionales de planificación.

En América Latina, la ecuación modernización-industrialización-urbanización fue también la clave de las políticas públicas de aquellos años. Sobre la idea del desarrollo económico y social tomaron forma proyectos de infraestructuras y equipamientos territoriales, grandes conjuntos habitacionales y polos de desarrollo productivo. Pero los efectos del ideario de la planificación no fueron de igual magnitud, pues mientras en otras latitudes los territorios se transformaron estructuralmente, en nuestro medio se trató de operaciones de alcance restringido. Es ilustrativo, por ejemplo, el contraste entre el impacto del Esquema Director del Año 2000 en Buenos Aires (1968), a cargo de la CONADE, y el de su modelo de referencia; el Esquema Director de la Region de l´Ile de France (1965).

Las ciudades hispanoamericanas fueron un laboratorio donde se constataron muy tempranamente los efectos no deseados de la modernización. En un clima de movilización política se gestó la teoría de la dependencia, en combinación con la sociología urbana de Manuel Castells que examinó la planificación poniendo en evidencia su carga ideológica y su ausencia de neutralidad en tanto instrumento de un capitalismo – y de un imperialismo – cuyos intereses promovía. En el campo académico se viró desde el planeamiento físico a una enfoque que ponderaba lo social y lo económico. Frente a las limitaciones de la acción estatal para aportar soluciones a la marginalidad creciente, se llevaron a cabo investigaciones cuyos ejes de análisis prioritarios fueron los actores sociales y los factores estructurales intervientes en las modalidades de urbanización, los movimientos sociales y el poder local. Hall define caricaturalmente ese cambio de paradigma: “en 1955, el joven licenciado (en planificación urbana) sentado en su mesa de trabajo dibujaba un diagrama con los usos del suelo deseados; en 1965, analizaba en la computadora los diversos modelos de transporte; en 1975, la misma persona paseaba por las noches con los miembros de las comunidades con la finalidad de organizarse en contra de las fuerzas hostiles del mundo exterior” (3).

La Conferencia de Estocolmo de 1973 consagró la dimensión planetaria del ambientalismo; en 1976 la Conferencia de Vancouver sobre los “asentamientos humanos” instaló en el léxico nuevos vocablos como la inclusiva noción de “habitat” (4). El Plan SIMEB (Sistema Metropolitano Bonaerense), producido durante el interregno democrático argentino (1973-1976) plasmó la conjunción de ambas miradas al conciliar las concepciones sistemicas de los análisis ambientales con propuestas de habitat participativo. En ese clima se fue gestando la oposición “ciudad legal” versus “ciudad ilegal”, clave para el enfoque pragmático y autogestionario: "El sector "ilegal" de las ciudades se extendió más rápidamente que el sector legal. Es ilegal porque los pobres invaden terrenos, construyen sus viviendas sin considerar el uso del suelo y las regulaciones edilicias, trabajan al margen de las organizaciones laborales convencionales, toman agua y consumen alimentos que no provienen de fuentes autorizadas […]. Muchos gobiernos del Tercer Mundo todavía pretenden planificar y construir ciudades que sólo existen en la mente de los tecnócratas y burócratas” (5). Como transfondo de esa problemática suyacía la idea de una “ciudad real” alejada del ideal planificado.

Françoise Choay en 1965 coincidía en considerar al “urbanismo como una de las utopías de la ciudad industrial” en una lectura semiológica que cuestionaba la totalidad de las soluciones especializadas. Pero, mientras la visión “antiespacialista” – que encontró un terreno fértil en América Latina – situaba los límites del planeamiento tradicional en la dinámica de lógicas macro estructurales, Choay representa otra línea de investigaciones que pone el foco en la necesidad de recuperar los espacios y la cultura de la sociedad urbana. En un clima de ideas similar, Jane Jacobs reinvindicaba el valor de la calle y de la comunidad urbana que la modernidad había destruído, Henri Lefebvre reclamaba “el derecho a la ciudad” en 1968 y la antropología ponía el acento en las percepciones de los habitantes como forma de conocimiento colectivo.

Por su parte, el campo de los arquitectos, en continuidad con los primeros cuestionamientos del Team X, se redimensionaba sobre nuevas bases, intentando recuperar el protagonismo que la planificación urbana les había sustraído. En ese mismo año 1965, en los EE.UU. los esposos Collins traducían el texto de Camillo Sitte de 1889, promotor de un arte urbano decimonónico que reinvindicaba los valores didácticos y comunitarios de la estética en una ciudad pensada como obra de arte. En ese marco, pero con otro tratamiento, el Aldo Rossi de La Arquitectura de la Ciudad (1965), en una yuxtaposición heterogénea de autores franceses de geografía humana y de historiadores urbanistas, reinvindicaba las formas tradicionales asociándolas a la memoria urbana y convertía a la morfología de las ciudades en un insumo para el proyecto.

A partir de esta multiplicidad de referencias se fueron desplegando las operaciones de rehabilitación patrimonial y el contexto construido de las ciudades se transformó en un dato para formular proyectos.

La reconsideración de los valores de la ciudad histórica se plasmó en una transición que fue desde el monumento al patrimonio cultural, sustentando las operatorias sobre los centros históricos. Los acuerdos internacionales sobre la conservación y restaturación de monumentos y sitios (Carta de Venecia de 1964), la rehabilitación modélica en Bolonia (1965), así como las convenciones de la Unesco para la protección del patrimonio (1972) fueron dando forma a una compleja noción de rehabilitación, que articulaba valores socio-económicos, ambientales, edificatorios y funcionales, a los efectos de “elevar la calidad de vida de la población” mediante transformaciones del soporte físico con equipamientos, servicios y espacios libres de uso público, tal como se expresara en la legislación española.

Asimismo, los presupuestos del urbanismo reformista de entreguerras que jerarquizaban la construcción del espacio público – diseñando la red vial, las plazas, parques y conjuntos monumentales y librando las parcelas a la dinámica de la inversión privada – fueron un objeto de estudio y un referente proyectual. Las calles, plazas, parcelas y manzanas fueron objetos privilegiados para una imaginaria restauración de la urbanidad perdida, tal como se visualiza en las propuestas románticas de León Krier o en el “análisis urbano” de la escuela francesa. Los estudios sobre “tipología edilicia y morfología urbana” adquirían así un rol central en la enseñanza del diseño en los ámbitos universitarios.

En el seno de ese nuevo urbanismo se formularon los primeros avances en torno a las nociones de espacio público y proyecto urbano, términos que recién se definieron como tales en la década siguiente pues: “La aparición de términos nuevos o la difusión de antiguas palabras bajo nuevas acepciones marca generalmente la emergencia de nuevas problemáticas”, tal como lo recuerda Choay (6).

Por un lado, las contribuciones de Habermas y Arendt sobre la esfera pública permitieron ir dando forma a un concepto que permitía articular las dimensiones políticas y sociales con las determinantes físicas del espacio. El texto de Habermas se refiere a la “publicidad” – que en una cuestionada traducción al francés se leyó como “espacio público” – centrándose específicamente en la esfera de lo político y revisando históricamente las controvertidas relaciones entre lo público y lo privado. A partir de interpretaciones dispares y de premisas similares a “cambiar el espacio es cambiar la sociedad”, se suponía que la reconstitución del escenario – de las “formas” – promovería la sociabilidad. Pero, como lo indicara Roncayolo, la relación entre prácticas sociales y paisajes – en el sentido visual que adoptaron estas tendencias – nunca fue algo evidente.

Por otro lado, la noción italiana de Progettazione fue el corolario de reflexiones sobre las formas de la ciudad y las modalidades de operar sobre ellas, condensando en una única operación los insumos del plan y del proyecto de arquitectura. “Es el procedimiento por el cual, mediante el uso de instrumentos específicos, se llega a la predeterminación sintética, a la formación y a la ejecución de obras arquitectónicas en el interior de las aglomeraciones urbanas. Se trata de un procedimiento mediante el cual una serie de datos objetivos y de problemas abstractos, de situaciones culturales y exigencias sociales se diferencian encontrando una expresión morfológicamente orgánica y lingüísticamente unitaria” (7). Esta expresión, presentada como un plano intermediario entre el plan y el proyecto de arquitectura, fue central en el intenso debate que se planteó durante la década siguiente.

En oposicíón a la planificación tradicional, hacia el fin de la prosperidad de la posguerra se fueron reconsiderando desde múltiples ópticas las relaciones entre el contexto urbano construido, la sociedad y su historia. Tal vez el cuestionamiento del urbanismo y la arquitectura moderna no ponderó suficientemente que su fracaso no se restringía a las formas materiales resultantes. La estigmatización de la figura de Le Corbusier y de los grandes conjuntos de la banlieue en Francia soslayaron a menudo que los resultados no deseados fueron también producto de los límites de un crecimiento que se suponía continuo, de la acción de un Estado que progresivamente fue cambiando de tamaño y de un sistema urbano que adquiría otro formato. Pues, en efecto, el crecimiento en “mancha de aceite” mutó hacia una configuración en “archipielago”, tanto en lo social – islas de los que consumen y océanos de los excluídos – como en lo espacial – centros metropolitanos y suburbios/regiones/paises marginales. Fue en este contexto, que propició la emergencia de una nueva conceptualización de las ciudades, cuando las nociones de proyecto urbano y espacio público adquirían su derecho de ciudadanía.

Hegemonía

Proyecto urbano y espacio público tomaban presencia hegemónica durante los años ochenta, como corolario de una serie de debates y experiencias diversas en un momento de disolución de las bases del urbanismo tradicional. La noción de proyecto urbano se construyó en colisión con la abstracción del zonning y frente a los espacios indeterminados de la modernidad proponía la recuperación de los valores simbólicos y materiales de la ciudad tradicional. Por oposición a las visiones integrales se planteó como alternativa al Plan y frente a la imposibilidad de anticipación hizo posibles programas abiertos y acciones concretas, abriendo el juego a una una multiplicidad de actores urbanos. El espacio urbano, entendido como conjunto de calles, plazas y tejido de la ciudad desplazó progresivamente, por su parte, los temas habitacionales y de equipamiento social.

Las nuevas nociones entraron en consonancia con los cambios en la gestión de las aglomeraciones, donde los entes metropolitanos y centralizados perdían protagonismo. En Inglaterra, las reformas estatales suprimían los entes de planificación y en Francia se implementaba la descentralización. En ese marco se construyeron las obras monumentales del Paris de Mitterand y tuvieron lugar muchas de las experiencias españolas posteriores a la caída del franquismo. En 1985, en Madrid se proponía un Programa de Acciones Inmediatas cuyo objetivo era responder a problemas funcionales, a la insuficiencia de los equipamientos y a la recualificación ambiental de la ciudad. Se trataba de articular globalmente el territorio urbano por medio de acciones estructurales de efectos multiplicadores. Objetivos similares organizaron las acciones de Oriol Bohigas en Barcelona, que tuvieron como antecedentes en la década previa los proyectos de la Estación Saints y el Parque de la España Industrial – sumado a una multiplicidad de intervenciones de rehabilitación de centros y pueblos históricos – siendo a su vez la base de las obras para los Juegos Olímpicos de 1986.

La recuperación de la democracia recibió en Argentina la influencia de esas intervenciones modélicas españolas, que tuvieron en América Latina un eco similar a las transformaciones decimonónicas del Paris de Haussmann. Lo ilustra el Concurso de las Veinte Ideas para Buenos Aires, organizado en 1986 por la Municipalidad en el marco de un Convenio de Cooperación Técnica con la Comunidad Autónoma de Madrid. En las reflexiones de los organizadores Las Veinte Ideas se presentan como la materialización de un “urbanismo alternativo” frente al modelo agotado de los grandes planes urbano-regionales, “...de la abstracción del zonning cuantitativo que relegó la consideración de la construcción real de la ciudad, de sus agentes económicos, de su morfología edilicia y que desatendió a la vez la conformación arquitectónica de su espacio público”. La convocatoria estuvo destinada a los arquitectos, “...al talento y las inquietudes de quienes han sido preparados para la estimulante labor de (dar) forma a la ciudad” (8). El objetivo era transformar el “espacio público” mediante un repertorio de ideas “realizables”.

En “las hipótesis básicas para una estrategia proyectual” de la convocatoria, se priorizó la recuperación de la identidad urbana y su paisaje. Sobre la base de un diagnóstico preliminar – restringido al estudio de su morfología – el Consejo de Planificación Urbana sugería áreas problemáticas sin estructuración y susceptibles de intervención. Entre ellas Barracas, La Boca, el Area Central, Mataderos, Agronomía, Liniers, el Parque Almirante Brown, etc. Los objetos a reformular eran los “trazados”, los “bordes”, las “intervenciones viales en torno de las autopistas”, las “plazas” y “parques”..., es decir, una amplia gama de territorios a proyectar que reflejan la confianza en las ideas de la arquitectura como motores para la transformación. El programa no contemplaba los edificios de vivienda – sólo se considera la “renovación de tejidos deteriorados o con problemas de hacinamiento” – ni la necesidad de planteos de conjunto. Estos últimos se restringen a una cartografía de análisis morfológico que se entrega a los participantes como insumo para el despliegue de sus ideas.

Esa misma lógica presidió el Proyecto 90 de la CONAMBA (Comisión Nacional del Area Metropolitana de Buenos Aires), efímero organismo metropolitano que, luego de un proyecto frustrado de traslado de la Capital Federal, trabajó en un sistema de intervenciones sustentado en una secuencia metodológica de “ideas-fuerza”, “estrategias” y “proyectos ejecutivos” de distinta naturaleza y escala. Entre las ideas fuerza se enunciaba la necesidad de un funcionamiento multipolar, de reactivacion económica, deregulacion ecológica y de una organizacion territorial tramada. Estas ideas se asociaban a estrategias de descentralización y mejoramiento del nivel del empleo y las condiciones de vida a ser puestas en marcha mediantes proyectos específicos, concertados con la participación de múltiples contrapartes públicas y privadas.Aunque pocas propuestas se materializaron, la metodología adoptada ilustra la aplicación de los principios del proyecto urbano a los problemas metropolitanos.

En el caso de la limitada actuación de la CONAMBA es importante constatar que la falta de políticas y de una tradición de gestión metropolitana marca sustantivas diferencias entre Buenos Aires y otras ciudades, donde los planes de ordenamiento territorial tuvieron gran influencia no obstante los problemas de coordinación suscitados por la descentralización administrativa y por la creciente autonomía de los gobiernos locales. En estas ciudades la existencia de una legislación urbanística que reglamentaba los usos del suelo, de un campo profesional consolidado y de competencias públicas establecidas, balancearon la progresiva incorporación de actores privados en las decisiones sobre la ciudad.

Paralelamente al Concurso de las 20 Ideas y al Proyecto 90, en Buenos Aires se llevaron a cabo programas de rehabilitación sectorial, como el Recup-Boca y una serie de relevamientos del patrimonio edilicio, antecedentes de las Areas de Protección Histórica (APH) consagradas legalmente años después. El conjunto de estas propuestas procuraba valorizar el espacio público en un conjunto de areas dinamizadoras por medio de acciones fragmentarias con efectos multiplicadores.

El corolario más relevante de estas experiencias de la década de los ochenta fue probablemente la operación Puerto Madero, con su controvertido proceso de puesta en marcha, la cooperación con Barcelona, el Concurso con la Sociedad Central de Arquitectos y el ensayo de nuevas modalidades de gestión público-privada a cargo de la Corporación autónoma creada al efecto. La operación se llevo a cabo, es actualmente uno de los sectores más dinámicos de Buenos Aires y es posible pensarla como la expresión más acabada de un proyecto urbano, según la definición de Solá Morales (9). Formulado en otros términos, fue una instancia intermedia entre un proyecto de arquitectura – entendido como un “procedimiento intelectual mediante el cual se propone una realización, justificando de antemano mediante un conjunto de planos y de cálculos la coherencia del objeto a construir y su adecuación al programa definido de antemano por el comitente” – y un “plan de urbanismo” – “...(que) obedece a una lógica diferente de aquella del proyecto, marcando una interacción compleja entre decisiones públicas y elecciones efectuadas libremente por comitentes privados numerosos” (10).

El water front porteño también fue considerado un paradigma de las políticas neoliberales de los años noventa, pero en relación a él conviene no confundir objetivos con realizaciones. En su concepción se planteó como una recuperación sectorial cuyos efectos multiplicadores debían favorecer la expansión del área central, revitalizar el sur y valorizar el patrimonio del casco histórico, pero en su ejecución coincidió con las políticas de privatización del primer tramo de los años noventa, situándose de hecho en un contexto que transformó sus propósitos iniciales. Puerto Madero y más en general los proyectos urbanos, entre los cuales se incluyen experiencias menos felices como las del Tren de la Costa, el Abasto o el Warnes – los “proyectos urbanos criollos” en términos de Marta Aguilar (11) – ocuparon durante este período el centro de los debates. Para sus defensores, propiciaban la interacción entre la esfera pública y la privada, canalizando mediante negociaciones complejas la multiplicidad de actores intervinientes en la producción de la ciudad, al modo de un último baluarte del urbanismo pragmático frente a una planificación abstracta y tecnocrática. Para sus detractores estuvieron al servicio de una legitimación de la especulación inmobiliaria ante la carencia de un árbitro público garante, sobre la base de un Plan, de los equilibrios sociales y espaciales de la ciudad.

Este debate se desplegó en el inicio de la década del noventa, cuando la privatización de los servicios públicos, el protagonismo de los organismos internacionales de crédito y el ingreso irrestricto de capitales, en el contexto de una economía de convertibilidad – que asimilaba la moneda nacional con el dólar – plasmaron la primacía del mercado sobre un estado reducido a su mínima expresión.

Muchas de las políticas urbanas entraron así en consonancia durante los noventa con el nuevo “referencial” (12) del mercado, según el cual la ciudad es factor de competitividad en tanto sede de inversiones. De acuerdo a la idea de “ciudad global”, los centros urbanos de jerarquía debían competir con sus pares, con los cuales se articulaban simultáneamente en “redes” de acuerdo a los lineamientos de planes estratégicos de última generación impulsados mediante las recomendaciones emitidas por foros e instituciones como el Banco Mundial. La “ciudad competitiva”, “gobernable”, “atractiva para inversiones y turistas”, fueron los reclames habituales de los planes estratégicos de la época. El proyecto urbano se fue restringiendo así a una suma de intervenciones emblemáticas del marketing urbano en tanto el espacio público se transformó en vidriera urbana de ciudades donde el mercado seleccionaba las localizaciones privilegiadas y abandonaba a su suerte las áreas postergadas, sumidas de allí en más en la degración y la marginalidad.

Interrogantes

Con la contracara del “cuarto mundo”, de la pobreza y la exclusión social que acompañan el advenimiento del “capitalismo informacional”, en los términos de Manuel Castells, viejos problemas retornan a las agendas.

En América Latina, y en particular en Argentina, una breve revisión de los cambios en el espacio público examinados en los artículos de este mismo libro da resultados elocuentes. Las nuevas formas de producción y utilización del espacio, corolario de un proceso iniciado en las últimas décadas, generaron fenómenos urbanos y suburbanos que revelan la colisión entre la heterogeneidad y “publicidad” propia de las ciudades metropolitanas y una privacidad de carácterísticas inéditas, que dibuja otras fronteras entre lo público y lo privado (13). La “crisis del modelo neoliberal”, según el texto de García Delgado y del Piero (14), se tradujo en nuevas formas de protesta y en una economía social de superviencia que progresivamente ocupó las calles de la ciudad. Asimismo, la falta de inversión estatal y la carencia de instrumentos de control y regulación, acentuados por las situaciones de colapso, revelaron – valga el lugar común – los límites de una ciudad gobernada por las lógicas del mercado.

Esos fenómenos, aunque con menor dramatismo, se manifiestan también en otras grandes ciudades, cuando en un nuevo punto de inflexión entraron en crisis los grandes proyectos de los años noventa. En las grandes capitales europeas, los procesos de “gentrificación” dieron como resultado el aumento de los precios inmobiliarios en centros renovados que expulsaron su población hacia el suburbio, mientras el crecimiento de la población de inmigrantes ilegales proveniente de paises periféricos presentaba aristas conflictivas.

En 1997, conjuntamente con el nuevo estatuto jurídico-administrativo de la ciudad, se inició en Buenos Aires un proceso de planeamiento con la creación del Consejo del Plan Urbano Ambiental. El Plan, aunque se gestó en el clima de los noventa y en algunas de sus premisas persisen slogans de años anteriores, se proponía construir una imagen integral de la ciudad a ser materializada sobre la base de programas y “proyectos urbanos” de distintas escalas. Despues de muchos años se volvieron a formular diagnósticos globales y, aunque restringida al área capitalina, se precisó una Agenda Metropolitana. En ese marco, las estrategias territoriales apuntaron a transformar el espacio público y, sin descuidar el rol prioritario que se le otorga en las agendas internacionales a las imágenes identitarias, no se omitieron temas pretéritos como el equipamiento y los programas sociales. De igual modo, se valorizaron los esfuerzos desplegados para reconstituir los “patios de atrás” y las fronteras socioespaciales que fragmentaban , cuando la mayoría de las intervenciones de la década anterior se habían localizado en el “frente” de la ciudad. Al igual que los planes pretéritos, es un esquema sistematizado donde se identifican las asignaturas pendientes de la ciudad y las tendencias a revertir. Sus resultados previstos dependen de una selección de áreas de actuación prioritarias y del sentido que se les imprima dentro del contexto de las políticas públicas en sentido amplio.

Hoy en día el urbanismo de los proyectos fragmentarios suscita desconfianza. No se trata, sin embargo, de considerar plan y proyecto como conceptos análogos – como lo sostiene Pérez Escolano (15) – ni de oponerlos o diferenciarlos de la “reestructuración” o el “embellecimiento” (16). La experiencia adquirida en relación a los proyectos urbanos los ha consolidado como un instrumento de potencialidad operacional, a los concursos de ideas les cabe el rol de participar de propuestas innovadoras y definiciones programáticas posibles de inscribir dentro de una visión integral de la ciudad y sus problemas. El proyecto urbano es capaz de canalizar en una gestión concertada los múltiples actores intervinientes en la producción de la ciudad, tomando forma sobre la base de escenarios alternativos y abiertos, caracterizados por su flexibilidad, a pesar de sus ambiguedades intrínsecas (17).

Del mismo modo, la noción de espacio público ya no se restringe a las operaciones escenográficas sobre calles, plazas y parques, revelando sus múltiples facetas. En el marco de una reinterpretación de la “esfera pública”, el énfasis reside ahora en la “dimensión política de la vida social” propia del “espacio público” metropolitano, en su carácter de territorio de mediación entre la sociedad y el estado pues es allí donde se hacen públicas las expresiones políticas de la ciudadanía según modalidades diversas de asociación y conflicto (18). O, dicho de otro modo, se trata de una “oportunidad para producir ciudadanía y a su vez un test de desarrollo de la misma” como propone Borja (19).

¿El espacio público podrá contribuir a crear instancias de mediación entre el estado y la sociedad, constructor de ciudadanía?, ¿el proyecto urbano puede ser una herramienta apta para considerar la multiplicidad de temporalidades, espacios y actores intervinientes y para articular la complejidad de las operaciones requeridas para la construcción de la ciudadanía y el logro de un equilibrio urbano integral?

Oposiciones, hegemonías, interrogantes

El devenir del espacio público y el proyecto urbano puede entenderse en el marco de la propia historicidad de estas “nociones ambiguas”, según los términos de Roncayolo que citamos en la introducción. En un primer momento, se plantearon en oposición a los planes de la segunda posguerra; a continuación se transformaron en temas e instrumentos de una agenda de urbanismo “del fin de la historia” en la que no había lugar para la dimensión territorial ni para proyectos sociales y en la actualidad suscitan interrogantes renovados.

Ya no se trata de dilemas que puedan resumirse en pares polares como “plan versus proyecto” o “espacio público versus infraestructura y vivienda”, pues la complejidad inhibe de ahora en más la simplificación. Paradójicamente, quizás sea posible recuperar y reformular las experiencias de las últimas décadas integrándolas en el horizonte de sentido de las cuestionadas intervenciones del urbanismo moderno. Finalmente, con todas sus carencias, con esa fe desmesurada en un progreso iluminado por la ciencia, en la línea de horizonte de sus propuestas de transformación espacial, tal vez lo que se avizoraba era una sociedad más equitativa.

Peter Hall termina su texto de Ciudades del mañana con una visión pesimista: “una de las tesis centrales de este libro es que quizás estemos volviendo al lugar donde habíamos empezado. Al final de casi un siglo de urbanismo moderno, las ciudades se parecen bastante a lo que eran al principio. No iguales, claro (...) las prioridades y conflictos se expresan de manera distinta... [pero] es probable que los grupos menos afortunados sean cada vez más desgraciados (...) Lo bueno es que las ciudades estarán donde estén las aportaciones más creativas. Lo malo es que es posible que estos grupos no participen de ellas...” (20). Hall alude en esta frase a dos órdenes de problemas: la emergencia de una sociedad cada vez más segregada y los límites intrínsecos de la disciplina urbanística para enfrentar ese problema, pues cabe recordar que su libro trata sobre la historia del urbanismo.

Ilumina así uno de los interrogantes centrales planteados por el espacio público y el proyecto urbano, que trasciende ampliamente lo disciplinario y remite a la esfera política o, dicho de otro modo, al rumbo que adquieran las políticas públicas.

notas

1
Publicación original: NOVICK, Alicia. “Espacios y proyectos: oposiciones, hegemonías e interrogantes”. En NOVICK, Alicia (editora), Las dimensiones del espacio público. Problemas y proyectos. Subsecretaría de Espacio Público y Desarrollo Urbano, Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, 2003. p. 65-74. ISBN 987-1037-18-X.

2
RONCAYOLO, Marcel. “Conceptions, structures matérielles, pratiques. Réflexions autour du projet urbain”, Enquete, nº 4, Marsella, 1996, p. 60.

3
HALL, Peter. Ciudades del mañana. Barcelona, Serbal, 1996, p. 345.

4
HARDOY, J. E.; SATTERTHWAITE, D. La ciudad legal y la ciudad ilegal. Buenos Aires, Grupo Editor Latinoamericano, 1987.

5
Idem, ibidem, p. 24.

6
CHOAY, Françoise. “Conclusion”. En MERLIN, Pierre (editor). Morphologie urbaine et parcellaire. St. Dennis, Espaces, 1998, p. 25.

7
PORTHOGESI, Paulo. Dizionario Enciclopedico de Architetura e Urbanistica. Roma, Instituto Editoriale Romano, 1969.

8
Municipalidad de la Ciudad de Buenos Aires; Comunidad de Madrid. 20 ideas para Buenos Aires, Madrid, 1988, p. 14, 19.

9
SOLÁ MORALES, Manuel. “La segunda historia del Proyecto Urbano”. Revista UR, n° 21. Barcelona, 1987.

10
LACAZE, Jean-Pierre. Les méthodes de l´urbanisme. PUF, Paris, 1993, p. 18-19.

11
AGUILAR, Marta. “Devenir de supuestos: de los ‘universales’ a los ‘criollos’”. En Seminario Mutaciones de centralidad en el contexto de las transformaciones metropolitanas recientes, Buenos Aires, Cátedra Gropius-FADU-UBA, octubre, 2002.

12
MULLER, Pierre. “L’analyse cognitive des politiques publiques: vers une sociologie de l’action Publique”. En Revue Française de Science Politique, vol. 50, nº 2, 2000.

13
LIERNUR, Jorge Francisco. “Privacidad, publicidad, incertidumbre. Notas sobre Buenos Aires y los espacios metropolitanos contemporáneos”; REMEDI, Gustavo. “La Ciudad Latinoamericana SA (o el asalto al espacio publico)”. En NOVICK, Alicia (editora), Las dimensiones del espacio público. Problemas y proyectos. Subsecretaría de Espacio Público y Desarrollo Urbano, Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, 2003.

14
GARCÍA DELGADO, Daniel; DEL PIERO, Sergio. “Problemas para una agenda sobre el espacio público”. En NOVICK, Alicia (editora), Las dimensiones del espacio público. Problemas y proyectos. Subsecretaría de Espacio Público y Desarrollo Urbano, Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, 2003.

15
PÉREZ ESCOLANO, Víctor. “El devenir del proyecto urbano”, Revista de Historia y Teoría de la Arquitectura, Sevilla, 1999.

16
TSIOMMIS, Yannis. “Projeto Urbano. Embelezamento e Reconquista da cidade”. En PINHERO MACHADO, D.; MÉNDEZ DE VASCONCELLOS, E. Cidade e Imaginação. Rio de Janeiro, Prourb, 1996.

17
TOUSSAINT, Yves; ZIMMERMANN, Monique. Projet urbain, ménager les gens, aménager la ville. Mardaga, Sprimont, 1998.

18
GORELIK, Adrián. La Grilla y el parque. Espacio público y cultura urbana en Buenos Aires, 1887-1936. Bernal, Universidad Nacional de Quilmes, 1998.

19
Citado por AGUILAR, Marta (op. cit.), p. 8.

20
HALL, Peter (op. cit.), p. 428-429.

sobre el autor

Alicia Novick, investigadora del Instituto de Arte Americano, Facultad de Arquitectura, Diseño y Urbanismo, Universidad de Buenos Aires

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