Aunque suene extraño el empleo del término paisajismo en el ámbito de las culturas indígenas americanas – pues esta palabra y el concepto que ella representa ciertamente no existían en América y tampoco en Europa en la época del Descubrimiento – el se justifica en cuanto varias realizaciones, especialmente las de los aztecas, revelan valores, intereses y asimismo un gusto que las aproximan a lo que más tarde vino a constituir el núcleo central del paisajismo (1).
Entre nosotros tienen poquísima divulgación los trabajos de recuperación de esta memoria.
Los libros más conocidos de historia de los jardines se centralizan en la tradición occidental, a pesar de que, en el afán de llegar a los orígenes, tengan que volver sus ojos a Medio Oriente. Otros se dedican a los jardines tradicionales de China o Japón. Son raros los que se refieren a lo que podría llamar, con las reservas ya hechas, paisajismo americano antes de la llegada de los europeos. Cuando lo hacen, como en El paisaje del hombre, de Geoffrey y Susan Jellicoe (2), tratan el paisaje construido por los amerindios bajo una perspectiva genérica o suficiente para incluir, de una forma tal vez exagerada, realizaciones como Teotihuacan y Monte Alban.
De hecho, por más que estos centro político-religiosos, aunque por sus dimensiones, podrían constituir paisajes, no compartían las características que permitirían clasificarlos en la misma categoría del siempre citado jardín tebano del siglo XV A.C., de los jardines colgantes de Babilonia, de los jardines de una villa renacentista, de un Versailles, de un Stowe. Prevalecen en ellos los vínculos con el cosmos, en tanto las relaciones con la naturaleza terrestre permanecen en un plano secundario, al contrario de lo que ocurre en los jardines, aún en los religiosos.
Ni cuentan con los mismos atributos de las intervenciones que, no obstante destinarse a las finalidades prácticas de reproducción de las condiciones materiales de la existencia, produjeron paisajes cuya belleza reside en una apropiación decidida pero sensible, de la naturaleza, como los arrozales del sudeste asiático, los viñedos ligures, o las terrazas agrícolas de los incas que Jellicoe cita apenas de paso.
Entretanto, los pueblos que habitaban el valle central de México construían jardines, o parques, muy cercanos a como hoy se conciben. Además de esto formaron “paisajes productivos”, resultantes de una creativa y sutil adecuación de la naturaleza del sitio en que se habían establecido.
Más perecederas que el común de los artefactos, por la naturaleza de los materiales que las constituyen, estas obras, en general, casi no dejaron vestigios concretos. Las principales fuentes de información son relatos del siglo XVI, como el Código Florentino, de fray Bernardino de Sahagun, El Descubrimiento y Conquista de México, de Bernal Díaz del Castillo, y también las cartas que Cortés le enviaba al Rey de España.
Parques y jardines
Uno de los jardines más importantes del Imperio Azteca fue Huaxtepec, creado para Montezuma I, a mediados del siglo XV, al sudeste de la entonces Tenochtitlan (hoy engullida por la Ciudad de México). La propiedad, cuyo perímetro era de aproximadamente 10 Km. Se situaba en un área de colinas y contaba con varios cursos de agua que fueron represados de manera de formar un lago. Diversas especies vegetales, muchas de ellas traídas de grandes distancias como tributo al gobernante, fueron plantadas alrededor del lago y de las nacientes. Díaz del Castillo testimonió que este jardín era “de tal belleza, con edificaciones tan refinadas que, de todo lo que vimos en Nueva España, es lo que más vale la pena contemplar. Es ciertamente el jardín de un gran príncipe”. (3)
Incluso sobre Huaxtepec, Hernán Cortés se pronunciaba así en una carta a Carlos V:
“Estamos todos acuartelados en una sede de campo, entre los más bellos y refrescantes jardines jamás vistos (…). Tiene invernaderos separados a una distancia de dos tiros de ballesta, y resplandecientes canteros de flores, muchos árboles con variados frutos y muchas hierbas y flores dulcemente perfumadas. Ciertamente la elegancia y magnificencia de este jardín producen un espectáculo notable” (4).
Además de este, varios parques y jardines florecieron en el altiplano mejicano, en torno de Tenochtitlán y Texcoco, los dos centros urbanos más importantes de la gran laguna donde los aztecas se establecieran.
Durante el apogeo de estas ciudades, que duró desde 1420 hasta la llegada de los españoles, pueden ser contados alrededor de veinte los retiros, parques zoológicos, jardines botánicos y reservas de caza (5) (ver mapa). Bosques plantados, hileras de árboles, canteros de flores, estanques, lagos artificiales, esculturas, construcciones que protegían tesoros y rarezas provenientes de ciudades tributarias, en fin, toda suerte de elementos que se encontraban habitualmente en los jardines europeos o asiáticos, estaban también presente en América antes del descubrimiento.
De la misma forma que en las demás partes del mundo de entonces, los parques y jardines eran espacios disfrutados por las elites. Además del espíritu guerrero y la religiosidad, con sus ritos
De sacrificio (que es lo que llega a nosotros, en general disfrazado del exotismo que sirve tan bien al turismo cultural) la nobleza azteca cultivaba, ella misma, la artesanía de lujo, la poesía, la horticultura y el “paisajismo”. Tanto que el nombre más destacado entre sus paisajistas es el de un noble - Nezahualcoyotl (Coyote Veloz), de Texcoco – que gobernó desde 1431 a 1472. Era reconocido por sus habilidades tácticas en política tanto como por su talento como poeta y paisajista. Hay quien lo ve como “la personalidad más interesante de la historia del antiguo México, cuyo nombre podría haber sido mucho más difundido si no fuese considerado tan impronunciable! (6).
Uno de los primeros proyectos de Nezahualcoyotl, antes de asumir el poder, fue el parque de Chapultepec, cuyas fuentes naturales garantizaban la provisión de agua para la población creciente de Tenochtitlan, y que es hoy la principal área verde urbana de ciudad de México. Nos informa el Código Florentino que las aguas de Chapultepec eran reverenciadas por su poder de purificar el alma. Por el largo acueducto construido por Nezahualcoyotl entre 1420 y 1430, las aguas eran transportadas para el consumo de la población urbana, mas no sin antes abastecer los estanques en torno del palacio que él edificara para sus primos de Tenochtitlan. El palacio estaba rodeado por extensos y elaborados jardines y por bosques de árboles de gran porte. Orquídeas y otras plantas, que raramente aparecerían de modo natural en aquellas altitudes, podían ser encontradas allí. A medida que Tenochtitlan prosperaba, Chapultepec recibía más mejoras y obras de arte, datando de 1460 los primeros retratos de gobernantes esculpidos al bajo-relieve en la ladera rocosa de la colina, los que fueron destruidos con pólvora, en época no tan distante, por uno de los últimos virreyes españoles (7).
Hoy Chapultepec es un parque público frecuentadísimo y popular en lo que repite lo sucedido en todo el mundo con tantas otras áreas verdes centenarias, creadas originalmente para uso privado. La subida a la colina histórica, hoy coronada por un castillo mandado construir a fines del siglo XVIII, es uno de los programas más comunes para quien vive o visita Ciudad de México. Desde lo alto se puede vislumbrar la extensión de los bosques y reconocer la importancia que asumen para aquella enorme metrópolis.
En Chapultepec no quedan vestigios de lo que podría haber sido un “estilo” de paisajismo de los aztecas, pero se mantiene, después de más de quinientos años, como espacio en que el disfrutar de las vistas, pasear entre los árboles, las aves, las rocas, el agua, es una de las más importantes razones para las visitas que se hacen a miles en los fines de semana, feriados y aún en días de semana durante las vacaciones escolares. No hay porqué no tenerlo como un legado de los aztecas, sea por su materialidad como espacio verde, sea por el refinado hábito que encierra el disfrute desinteresado de una naturaleza intervenida. No cuesta agregar, sin caer en especulaciones extravagantes, que al abrir el Paseo de la Reforma como bulevar uniendo en línea recta Chapultepec con el centre antigua de la ciudad de México, en pleno siglo XIX, el emperador Maximiliano no estaba haciendo algo que ya Nezahualcoyotl ya no pensara, y en una escala mucho mayor.
De hecho, el paisajista azteca acabó implantando, ya en la segunda mitad del siglo XV, por lo tanto algunas décadas después de Chapultepec, el parque Texcotzingo, en una colina situada en el otro extremo de un eje imaginario que, originado en Chapultepec, pasaba por el centro de Tenochtitlan.
El parque en la colina de Texcotzingo fue para la ciudad de Texcoco lo que el parque en la colina de Chapultepec fue para la ciudad de Tenochtitlan. Susan Evans, al recordar oportunamente que ambos parques distaban 5 Km. de sus respectivas ciudades y que los centros de las dos aglomeraciones urbanas estaban marcados por pirámides, comenta que “en esta singular línea visual las colinas eran los extremos del eje cada una detrás de su ciudad capital (cada capital con su colina artificial, una gran pirámide), formando una equilibrada simetría lineal, una dualidad alineada. Una encarada a la otra a través del lago, espejando la perfecta corporización del concepto azteca de ciudad-estado, o altepetl, agua-colina” (8) (ver mapa).
El retiro de Texcontzingo es considerado la obra maestra de Nezahualcoyotl. Contaba con jardines de plantas exóticas y huertos implantados en terrazas; estanques; una piscina circular, cavada en la roca, delante de la cual se divisaba un magnífico panorama; pabellones en medio de los bosques; esculturas. Todo unido por el agua, sustancia preciosa y sagrada para lo aztecas, que era conducida por acueducto. Desde montañas situadas a aproximadamente 8 Km. de distancia hasta la cima de la colina. De allí descendía por canales, alimentando la piscina, irrigando los jardines y los huertos, formando cascadas y fuentes, hasta alcanzar la planicie.
Alva Ixtlilxochitl, al recordar el parque de su familia, informa que en Texcotzingo
“había tres estanques de agua, el del medio tenía tres sapos esculpidos en la roca. De uno de los lados (al norte) había otro estanque en el que estaban esculpidos el nombre y el blasón de la ciudad de Tula, y a la izquierda. Para el sur, había otro estanque y sobre la roca estaban esculpidos el nombre y el blasón de la ciudad de Tenayucan, que era la capital del imperio Chichimeca. De este estanque brotaba un chorro de agua que saltaba en la piedra e iba a dar en un jardín repleto de todas las flores perfumadas de la tierra caliente, de modo que el agua que saltaba en la piedra parecía lluvia. Atrás de su jardín (del rey) estaba la piscina cavada en la roca viva” (9).
Hoy sólo quedan ruinas del parque de Texcotzingo. Se cree que su distancia de ciudad de México haya desanimado a la élite de Nueva España de recuperarlo como espacio para su disfrute. Agregase a esto la iconoclastia de los primeros tiempos coloniales, que llevó al Obispo Zumárraga a establecer como objetivo especial de su acción la destrucción de la iconografía azteca (10).
Nezahualcoyotl implantó además varios jardines botánicos, como Calpulalpan, Mazaapan, Yehualica y Acatelco, este último el mayor de todos, contando con bosque, palacio, estanque y una playa junto al lago. Todavía en 1840 quedaban algunos vestigios del bosque de Acatelco, y a ellos se refirió Brantz Mayer como
“una de las mas destacadas reliquias de los príncipes y de la gente de la monarquía de Texcoco (…). El bosque está formado por una doble alineación de cipreses gigantes, cuyo número está alrededor de 500, dispuestos en un cuadrado correspondiente a los puntos cardinales y encerrando un área de aproximadamente 5 ha. Desde el punto correspondiente al noroeste de este cuadrilátero sale otra hilera doble de árboles en dirección a un dique, al norte del cual hay un tanque alargado y profundo, cerrado y lleno de agua” (11).
Acatelco es hoy el Parque El Contador, pero son pocos los restos de sus rasgos aztecas.
Los jardines botánicos funcionaban también como viveros de plantas para ser empleadas en otros jardines y en la arborización tanto de los parques más alejados como del medio urbano, como el ahuehuetl (Taxodium):
“Su rápido crecimiento deba a los parques y a las ciudades un aire de madurez y permanencia, un factor especialmente importante para Tenochtitlan, ciudad nueva, construida sobre un pantano rellenado, que estaba destinada a producir una fuerte impresión en sus vecinos. Más tarde (en los años 1450 y 1460), cuando las riquezas provenientes de los tributos se volvieron más importantes, los ahuehuetl proveyeron un perfecto telón de fondo para construcciones más costosas como palacios, canales y fuentes” (12).
Susan Evans llama también la atención sobre el gran efecto que la alineación de estos enormes árboles (que llegan a 60 m de altura) producía y como debían complementar el carácter más naturalista que se daba a los jardines zoológicos, en los cuales se recreaban los ambientes naturales de los animales cautivos. Son observaciones que apuntan a la variedad de estilos de los jardines y a las habilidades de los aztecas en el diseño del paisaje.
La propagación, aunque restringida a la nobleza, del hábito de disfrutar de los parques y jardines, y la introducción de la arborización que los aztecas promovieron en los espacios urbanos, tal vez vuelva menos sorprendente la precocidad de la Alameda de México, mandada construir en 1592.
Paisajes productivos – ingenio y sutileza
Además de los parques y jardines para el placer de las elites, México prehispánico también dejó como legado paisajes agrarios de gran interés paisajístico. Se trata de las chinampas, que aún pueden ser observadas en la costa sur de los lagos de Xochimilco y Chalco en la ciudad de México.
Chinampa, o chinamitl, es, literalmente, un terreno de varas entretejidas construido sobre el agua. Representa la respuesta, altamente creativa, de los primitivos pobladores de las orillas del gran lago en el valle de México, a una condición particular de la naturaleza local, que los favoreció con aguas poco profundas, manantiales de agua dulce y abundante vegetación acuática.
En un texto, tan informativo como poético, publicado en una edición especial de artes de México dedicada a Xochimilco, Dominique Duffetel comenta que, delante de este “mar de fertilidad”, que también era inquietante por su inmensidad y por los riesgos constantes de inundación.
“el hombre sólo tiene que pensar en empujar, juntar y amontonar los espesos mantos de vegetación acuática hasta formar una cama vegetal sobre la cual extender tierra lodosa del fondo del lago. Y así fijar la tierra, clavar estacas de ahuejote Salix bonplandiana (todo alrededor para delinearlo como un cerco), que con el tiempo enraizaran y crecieran como árboles” (13).
Sobre estos lechos de tierra planos, largos, amplios y estrechos, separados por canales de agua, se cultivaban plantas comestibles y muchas variedades de flores sagradas requeridas en las ceremonias religiosas. Formose entonces un paisaje, que, al crecer los ahuejotes, ganó tridimensionalidad y se configuró como un verdadero jardín.
Llama la atención la sutileza además del ingenio, de la solución.
“No se trataba” – advierte Dominique Duffetel – “como en los pantanos marítimos de Europa de ganar terreno al mar a toda costa: polders de los Países Bajos, Flandres, Picardía, Bretaña... Aquí hubo un compromiso, un diálogo entre el agua y la tierra porque los canales domesticaron el agua, aprovechándola como medio de comunicación. Deslizamiento gozoso de los pesos con el menos esfuerzo, en un mundo que no conoce otro animal de carga que el hombre. El resultado fue esta transición o paréntesis, este espacio anfibio y ambiguo por naturaleza como el ajolote que puebla sus aguas, su animal emblemático” (14).
Aunque esta forma de colonización del Valle de México no haya sido exclusiva de los xochimilcas, fue allí en Xochimilco – como signo, en la lengua náhuatl, Xochimilco significa “lugar donde crecen las flores” –, que ella alcanzó esta expresión jardinera y donde se mantuvo por más tiempo.
El proceso de desecación de los lagos, fruto de la “cosmología española de rigidez” en las palabras de Dominique Duffetel, fue “la causa profunda de la lenta agonía de un sistema agrario cuyo final estamos presenciando hoy”.
A pesar de todo las chinampas persisten, no más como espacio predominantemente productivo, sino como lugar de recreación, dadas sus cualidades paisajísticas. Los domingos, Xochimilco está de fiesta. Centenares de traineras coloridas recorren sus canales, tan llenas de gente del pueblo que los turistas extranjeros casi pasan desapercibidos.
Pero las chinampas son también una relíquia ambiental. En los años de 1970, el intenso bombeo de agua subterránea del lago de Xochimilco para abastecer a la ciudad de México, y la simultánea descarga de aguas contaminadas en los canales que rodean las chinampas, pusieron en riesgo el ecosistema ribereño, infestándolo con plantas acuáticas. Su declaración por la UNESCO, en 1987 como Patrimonio de la Humanidad, convocó un programa de recuperación en un área de 3.000 ha. Alrededor del lago, y la creación de un Parque Ecológico de 278 ha., situado a unos tres kilómetros al norte del núcleo urbano de Xochimilco. El parque, proyectado por el Grupo de Diseño Urbano Mario Schjetnan G, José Luis Pérez (www.gdu.com.mx), cuenta con una laguna, un área de reserva de aves, un jardín botánico, canchas y campos deportivos y una zona de “demostración” de chinampas y llega a recibir 20.000 visitantes por día, en los fines de semana (15).
* * *
Las multitudes que pasean y se recrean en el bosque de Chapultepec y entre las chinampas de Xochimilco y, por que no, la presencia notable de las flores en las más diversas ocasiones de la vida mexicana hasta hoy son, de algún modo, indicios de la permanencia de valores que tuvieron su origen antes de la llegada de los españoles. Son in tributo al “paisajismo” precolombino o, más propiamente, la manifestación material de un dialogo respetuoso y al mismo tiempo creativa con los hechos de la naturaleza, aunque los vestigios concretos de esta obra ya hayan desaparecido.
notas
[Traducción de Mirta Alá Rué]
1
El presente texto se apropia de informaciones presentes en un artículo relativamente reciente: EVANS, Susan Toby, “Aztec royal pleasure parks: conspicuous consumption and elite status rivalry”. In Studies in the History of Gardens and Designed Landscapes, vol. 20, no 3, jul./set. 2000, London & Philadelphia, Taylor & Francis.
2
JELLICOE, Geoffrey; JELLICOE, Susan. The landscape of man. New York, Thames and Hudson Inc., 1987.
3
DIAZ DEL CASTILLO. “The discovery and conquest of Mexico”. Apud EVANS, Susan Toby. Op. cit., p. 217.
4
CORTÉS, Hernán. “Letters from Mexico”. Apud EVANS, Susan Toby. Op. cit., p. 217-218.
5
En 1520 fueron conectados los siguientes parques: Acatetelco, Amecameca, Atlixco, Calpulalpan, Chapultepec, Chimalhuacan, Cozcaquauhco, Cuauhyácac, Cuetlachatitlan, Huaxtepec, Huexotla, Ixtapalapa, Mazaapan, Tepepulco, Tepetzinco, Texcotzinco, Tzinacanóztoc, Yehualica y los dos complejos de zoológico y aviário de Tenochtitlan e Texcoco, dentro del área urbana propriamente dicha. Cf. EVANS, Susan Toby. Op. cit., p. 210.
6
NUTTAL, Zelia. “The gardens of ancient Mexico”, Annual Report of the Board of Regents of the Smithsonian Institution, 1923, Washington, DC, 1925. Apud EVANS, Susan Toby. Op. cit., nota 24, p. 225.
7
TYLOR, E. B.. “Anahuac: Mexico and the Mexicans, New York, 1970” [1861]. Apud EVANS, Susan Toby. Op. cit., p. 210.
8
EVANS, Susan. Op. cit., p. 213.
9
Apud NOGUERA, Edward. “Arqueologia de la región Tetzcocana”, Artes de Mexico no 151, 1972, apud EVANS, Susan. Op. cit. p. 217.
10
HOLMES, William H. “Exemples of iconoclasm by the conquerors of Mexico”. In He American naturalist 19 (1885). Apud EVANS, Susan. Op. cit., p. 222.
11
NUTTALL, Zelia. “He gardens of ancient Mexico”. Apud EVANS, Susan. Op. cit. Los mencionados “cipreses gigantes” em verdad son los ahuehuetl, o ahuejote, coníferas del género Taxodium, tambien conocidos por Cipres de Montezuma, el arbol nacional de México.
12
EVANS, Susan. Op. cit., p. 215.
13
Debo a Suzel M. Maciel la oportunidad de tener en mis manos la Edición Especial de Artes de Mexico – Xochimilco, publicada por el Departamento del Distrito Federal, donde se encuentra el articulo de Dominique Duffetel, “Pequeña Historia de las Chinampas y Tres Sueños”.
14
DUFFETEL, Dominique. “Pequeña Historia de las Chinampas y Tres Sueños”, en Edición Especial de Artes de Mexico – Xochimilco. Mexico, Departamento del Distrito Federal, s/d., p. 38.
15
Cf. HOLDEN, Robert. Diseño del espacio público internacional. Barcelona, Gustavo Gili, 1996, p. 95-98.
sobre el autor
Vladimir Bartalini, arquitecto, magister y Doctor de la FAU, Universidad de San Pablo. Actúa profesionalmente en el área de arquitectura paisajística desde 1973 y dicta materias de paisajismo en Facultades de Arquitectura desde 1975. Coordina actualmente el Laboratorio Paisaje, Arte y Cultura del Departamento de Proyecto de la FAU-USP.