En Carme Pinós se desvela con claridad la irreductibilidad de la definición de arquitectura, el hecho de que existe un reconocimiento “de lo que es vitalmente ser arquitecto” desde el que se fundamenta la realización y la interpretación sobre la propia identidad. Reconoce en el recuerdo de cómo su imaginación infantil reorganizaba un territorio para hacerlo escenario de juegos el origen de la relación con el suelo y el paisaje que definen su forma de concebir la arquitectura. “Uno mismo es sus experiencias, y las experiencias son las que van modelando tu sensibilidad, y es con la sensibilidad con la que uno trabaja” sostiene Pinós desde su comprensión del rol del arquitecto como el creador de escenarios “para una posibilidad futura”; desde la convicción de que la arquitectura es “cobijo para las vivencias” y de que debe proyectarse desde una intensidad mental sustentada en el conocimiento de las propiedades del espacio que induzca a una anticipada sensación casi corporal de éste.
Desde su perspectiva vital y mental, Carme Pinós plantea mediante su arquitectura un énfasis y arraigo en la realidad, constituyendo a la vez la afirmación de que la realidad procede de la capacidad de elaborar metáforas a partir de lo concreto y lo tangible. Una arquitectura que, al ser comprendida como “un detonante de situaciones, de cruces y de relaciones” y como la forma con la que un pensamiento va cursando su desarrollo se hermana a lo artístico y lo filosófico. El marcado componente emocional y la importante implicación emotiva en su forma de encarar el proyecto le ha llevado a preferir asumir una limitada cantidad de encargos. Y esta actitud ha resultado en edificios formalmente complejos, profundamente meditados y elaborados, expresivos, que surgen del análisis de los factores concretos que los definen y que, una vez construidos, son contenedores de un valor abstracto resultante de sintetizar poéticamente esas circunstancias objetivas.
La conciencia de vida, el instinto y las emociones como herramientas del pensamiento sumadas a la determinación en llevar adelante una búsqueda honesta y rigurosa de la propia forma de hacer, de mirar y entender así como a un sólido y profundo conocimiento de la naturaleza de la arquitectura componen la identidad de Pinós y la libertad en su compromiso con ésta, afrontando la creación y la reflexión desde la implicación del propio espíritu y el carácter sin una estrategia predeterminada. El único apriorismo es la propia visión y el propio funcionamiento ante el mundo. Pinós asume el hacer arquitectura desde una actitud visceral. Emprende sus proyectos consciente de que toda actividad es el desarrollo de un juego en el las pautas son marcadas por ella, ejecuta los primeros movimientos y después ocupa su posición dentro de un equipo cuyo trabajo es desarrollar las ideas, descubrir y entender cómo reaccionar y construir en cada caso específico.
En sus proyectos subyace una constante preocupación por la importancia de la presencia y el desplazamiento de la persona en los lugares, por la repercusión de un edificio sobre el entorno y la vida humana, por lograr que la arquitectura sea generadora de espacio para las relaciones humanas y no se reduzca a proporcionar meras soluciones técnicas a una serie de problemas. En todas sus propuestas, es patente la atención sensible al contexto durante todo el proceso de concepción del proyecto a fin de evitar que su intervención provoque rupturas o alteraciones y lograr que la arquitectura sea un medio que provoque sensaciones mediante las que se redimensione la experiencia de la percepción de los actos de ser y estar. Su arquitectura se materializa desde la apreciación sensible de las cualidades de los materiales, desde el interés de que lo construido sea expresión de estructura, desde una acción sustentada en una búsqueda de la precisión en la representación de las ideas y la convicción en que a la arquitectura compete crear realidades físicas a la vez que sociales.
La Pasarela Peatonal de Petrer y el Paseo Marítimo Juan Aparicio en Torrevieja (ambos en Alicante) son ejemplo de la capacidad para integrar paisaje, materia natural y arquitectura que definiera y distinguiera tan específicamente el carácter de las obras que Pinós desarrolló durante la década de los ochenta junto a Enric Miralles – “años de formación” que considera esenciales en su trayectoria – como una capacidad de apropiación de la topografía, tal como se hacía patente en el Cementerio de Igualada, donde el arquitecto hace que la arquitectura dialogue con el paisaje, resemantizando el lugar, como una manifestación del empeño en ser capaz de establecer conexiones con los componentes de la realidad mediante la arquitectura.
Su forma de pensar el edificio evita el contextualismo entendido como mimesis de éste con el entorno sino que lee el contexto desde su esencia, desde las percepciones profundas. Traducir ruido o movimiento en arquitectura; conectar el ritmo del trazado de una vía férrea con el espacio de un parque –como en el Parc de Ses Estacions, en Palma de Mallorca-; la decisión de una colocación sólida y armónica como ejemplifica su proyecto el edificio de la sede de la Delegación Territorial de la Generalitat de Catalunya en Tortosa (Tarragona) en el casco antiguo de la ciudad, priorizar las exigencias de funcionalidad y bienestar del edificio tanto como el valor de éste como obra arquitectónica como plantean sus recientes proyectos para un edificio en Florencia y la Maison de l’Algérie, una residencia para estudiantes, en los que el trabajo de arquitectura concede preeminencia a la consecución de bienestar para los usuarios de las viviendas a través de la relación con el exterior que les será procurada por el edificio. De la estructura de la Torre Cube, concebida como una máquina que contuviera poética y en donde asimismo lo fundamental fuese generar un buen espacio laboral que derivase de las condiciones específicas y favorables de su ubicación, surge la metáfora que compara el núcleo de ese edificio a un árbol, a un tronco, y el equilibrio del resto es comparado a ramas, sugiriendo la sensación de que la fachada vibrase: metáfora que surgiría de la posesión intensa de una predisposición y una actitud sensual ante la experiencia y la imaginación, lejana al intelectualismo.
El marcado espíritu apasionado que poseían sus primeras obras desarrolladas mano a mano junto a Enric Miralles perdura en la actitud de Carme Pinós. Sigue creyendo en asumir y desarrollar una arquitectura íntegra desde la que se poetice la realidad, en la que se elude recurrir a apósitos o a artificios porque quiere ser una práctica realizada desde la “propia sensibilidad de la arquitectura”, desde una expresión de lenguaje arquitectónico plenamente contemporáneo, que depende directamente de su propio ser y su relación con la realidad y que hoy esta arquitecto controla con una madura personalidad sobre todas sus dimensiones.
notes
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Articulo publicado originalmente en ABC De las Artes y las Letras, 18 de febrero de 2006.
sobre el autor
Fredy Massad y Alicia Guerrero Yeste, titulares del studio ¿btbW, son autores del libro "Enric Miralles: Metamorfosi del paesaggio", editorial Testo & Immagine, 2004