Ya nos llegan desde el norte las noticias de que por fin se van a ocupar de nosotros. El conocido Historiador de Arte Mr. Jonathan Brown ha descubierto que en nuestros estudios estamos en una etapa “adolescente” y anda buscando dos millones de dólares para mantener un conjunto de becarios norteamericanos, bolsas de viaje y otros gastos que les permitan “estudiarnos”. Parece que buena parte de ello lo financiarán los españoles, ellos sabrán porque lo hacen, pero a nosotros nos preocupa que Mr. Brown pretenda que desde Nueva York nos han de dar las pautas sobre como debemos mirar la historia iberoamericana. Para quienes hace años que venimos tratando de tener una mirada distinta, que parta de nuestra propia realidad, lo de Mr. Brown es como volver a empezar, cuando en realidad ya hay mucho camino (que él ignora) transitado. Por algo él mismo se considera “aficionado” en nuestros temas, aunque pretenda actuar como celoso tutor de estos adolescentes irredentos que somos los latinoamericanos.
Abajo siegue la nota de Mr. Brown y la respuesta que envié al Diario ABC que quizás algún día se publique. Mientras tanto pueden disfrutarla en exclusiva. Así daremos testimonio de lo que creo pensamos muchos de nosotros que hemos trabajado y encontrado en los amigos españoles la posibilidad de hacer muchas cosas juntos. No me gusta callarme cuando veo ataques injustos y arrogantes que parece se están poniendo de moda allá en el norte.
Una cita irrevocable con América
Jonathan Brown
"Un público de más de 500 personas se acercó a escuchar un gran simposio dedicado al arte iberoamericano que tuvo lugar el 2 de noviembre en el Metropolitan Museum of Art y organizado por el Institute of Fine Arts de New York University y el propio museo, dos instituciones vecinas en la Quinta Avenida. El título era “Paradigmas cambiantes: Re-visiones de la historia del arte iberoamericano”, que explica el propósito – replantear el estudio de este arte fascinante y complejo –. El Simposio ha marcado un hito en la evolución de la valoración del arte iberoamericano en esta ciudad medio hispanoparlante y confiere una legitimidad sobre un tema que, por fin, está ganando aceptación en la cultura eurocéntrica de Nueva York.
Detrás del escenario espléndido del Met, hay la historia algo invisible pero fundamental, la formación de alumnos doctorales en el Institute of Fine Arts, historiadores jóvenes que, como los profesores y conservadores del futuro, van a ser los paladines del arte iberoamericano en este país. Esta historia empieza hace una media docena de años, cuando notamos una subida rápida e inesperada de interés en los estudios iberoamericanos. De un año a otro, la cifra de peticiones para estudiar el arte de Iberoamérica saltó de cero hasta diez, una cifra que ha continuado en los años sucesivos. Como respuesta, la facultad tomó la decisión de cultivar esta oportunidad e instaló un curso de doctorado en este campo abierto. Empezamos en 1997 con el establecimiento del llamado “Coloquio del arte y cultura visual españoles e iberoamericanos”, patrocinado por Afinsa, una empresa española, y con el apoyo del Consulado General de España en Nueva York. Con el mecenazgo ilustrado y continuo de estas entidades, hemos organizado también la Sexta edición del Coloquio, que se ha instalado como el centro neurológico del arte hispano en nuestra región. Cada año, invitamos a tres especialistas en el arte español y tres en el iberoamericano para pronunciar una conferencia sobre el tema del año, seguido por un debate entre alumnos y profesores. Nuestro visitante más reciente fue el profesor Juan José Lahuerta, de Barcelona, quien nos habló de Gaudí.
Luego, en 1998, conseguimos una subvención importante de la Andrew W. Mellon Foundation que, durante cuatro años, nos ha permitido desarrollar todo un abanico de posibilidades como son las becas, las bolsas de viaje, profesores invitados y compras de libros, revistas y fotos. Este apoyo termina en agosto del año que viene, y así estamos empezando a buscar una dotación de dos millones de dólares para mantener y mejorar todas estas actividades.
El éxito de esta iniciativa sobrepasa las expectativas que teníamos al principio. Ya tenemos a siete alumnos elaborando sus tesis doctorales sobre el arte iberoamericano, tanto colonial como moderno, dirigidos por mi colega Edward Sullivan y por mí. Estos alumnos han empezado a presentar la primera cosecha de sus investigaciones en un “taller” que se celebró el 1 de noviembre como primer capítulo de nuestro fin de semana iberoamericano, con la asistencia, como críticos, de los diez participantes en el Simposio del Met.
“Pues bien” – se preguntarán los lectores de este periódico – “¿y qué tiene que ver todo esto con nosotros?” La respuesta es fácil: mucho, muchísimo. Es verdad que el interés en el arte iberoamericano en los EE. UU. Debe mucho a factores demográficos y económicos, factores que no están vigentes en España. Sin embargo, la historia del arte en España tiene una cita irrevocable con América Latina. En cierto modo, esta declaración es obvia. Al nivel más básico, España guarda recursos científicos tan importantes como son el Archivo General de Indias, la escuela de americanistas de la Universidad de Sevilla y las colecciones, algo escondidas es verdad, del Museo de América. Más importante: España es el punto de arranque para la elaboración de una cultura visual hispánica que fue difundida sobre la vasta área de la Antigua Monarquía española. Esto tampoco es noticia, pero sí lo son los nuevos planteamientos para el estudio de Iberoamérica, que la historia del arte tendrá que adoptar.
Hay dos de estos que quisiera destacar en particular. Primero es el concepto del Mundo Atlántico, del cual es portavoz Sir John Elliott, quien explicó sus ideas no hace mucho tiempo en las páginas de este periódico. El otro es el concepto del mestizaje, la mezcla de razas y culturas que ocurrió en los virreinatos españoles de América, cuyo profeta es el influyente historiador francés, Serge Gruzinski. Aunque sean distintos en varios aspectos, esas dos teorías suponen un elemento en común, la elasticidad de la cultura española y su capacidad de adaptarse a las nuevas circunstancias y condiciones de los territorios ultramarinos de la Corona española. Aplicada a la historia del arte, quiere decir que los conocimientos del arte español son fundamentales pero no suficientes para entender la evolución del arte hispánico en América. Los historiador del arte español tendrán que trasladarse a los espacios americanos no como conquistadores altivos sino como socios respetuosos en una empresa común con los colegas de allá.
Desde luego otra opción sería ignorar el arte hispanoamericano y dedicarse a investigar exclusivamente las indudables e inagotables riquezas del arte español. Pero la historiografía reciente del arte español nos enseña que esta táctica tradicional no es aconsejable. En la últimas décadas muchos historiadores del arte español, dentro y fuera del país, se han puesto a reconstituir las relaciones entre España y el resto de Europa, una tendencia que corresponde a la reintegración política del país en la comunidad de naciones europeas. El vehículo preferido ha sido el estudio de la corte española como intermedio en el comercio cultural entre las varias capitales del continente. (Pienso en las exposiciones recientes sobre Carlos V y Felipe II y, para evitar alegaciones de falsa modestia, la que hicimos Sir John Elliott y yo sobre la venta de la colección de Carlos I de Inglaterra). Visto bajo esta óptica, España ha podido recobrar su papel de protagonista en la cultura de la época moderna.
Algo similar tendrá que ocurrir con el estudio del arte iberoamericano porque no tiene sentido alguno excluir esta parcela tan enorme e importante de la historia del arte hispánico. Además, el tema es apasionante y brinda posibilidades de abrir nuevos caminos y hacer nuevos descubrimientos. La historiografía del arte español está ya madura mientras que la de Iberoamérica está todavía en su fase “adolescente”. Cómo se va a desarrollar el tema en España está por saberse aún; ya hay algunos indicios de interés creciente, por ejemplo el recién nacido Centro de Estudios Hispanos e Iberoamericanos que abriga la Fundación Carolina.
Sin embargo, predigo sin temor a error que, tal como está pasando en la Quinta Avenida, el futuro del arte iberoamericano va a ser fructífero y brillante para los jóvenes españoles que quieren explorar el nuevo mundo sin olvidarse del viejo".
Diario ABC, Madrid, 10 de noviembre de 2002
La historia empieza conmigo
Ramón Gutiérrez
"Esta idea surge con claridad de la lectura de la nota editorial que el Prof. Jonathan Brown escribió en el diario ABC de Madrid el 10 de noviembre de 2002 bajo el título “Una cita irrevocable con América”. En tiempos en que algunos decretaron el “fin de la historia” y otros vivimos los enormes problemas de nuestro continente, parecería un gesto de optimismo este renacer de una vocación americanista en Mr. Brown.
Una vocación reciente, aunque impetuosa, estaba señalando una apertura que entendimos originariamente como positiva. Conocemos dos prólogos de Mr. Brown sobre temas americanos, uno en el Catálogo sobre Cristóbal de Villalpando (México, 1997) y otro en el de la Exposición “Los siglos de oro de los Virreinatos de América (1500-1700)” (Madrid, 1999). Allí, con esa humildad tan propia de los profesores norteamericanos, nos cuenta que es muy “aficionado al arte latinoamericano” y reconoce que “no me hago ilusiones en cuanto a mis conocimientos sobre un campo tan complejo”. Como dirían los abogados: a reconocimiento de parte, relevo de prueba.
Esta circunstancia de todos modos era fácilmente deducible cuando se leían estos prólogos y se vislumbraba que de tres páginas y media sobre Villalpando más de una de ellas estaba dedicada a hablar de la escuela de pintura de Murcia, para reconocer finalmente la “falta de contacto” entre Murcia y México. Todo ello se justificaba en lo que aparecía como el nuevo descubrimiento englobante para Mr. Brown: “la monarquía española”. También serían dispensables, en el otro prólogo, las páginas dedicadas a las relaciones entre España, Flandes e Italia (dos páginas de cinco) si después no nos hubiera advertido que “La proyección de esta cultura plástica hispánica en la América española constituye, sin duda, un fenómeno muy complejo, demasiado para poder analizarlo en un prólogo, incluso si uno tuviera la confianza de poderlo lograr”. Es evidente que Mr. Brown intenta hablar de lo que sabe y decir generalidades sobre lo que desconoce. Lo cual no deja de ser legítimo.
Por eso nos sorprendió tanto su último artículo donde la ignorancia se transforma en soberbia y desconociendo casi un siglo de esfuerzos de historiadores de arte y arquitectos (dicho de paso, Mr. Brown, Mario Buschiazzo era arquitecto y no historiador de arte como Ud. señala) nos muestra a Nueva York como la nueva meca de los estudios del arte y la arquitectura iberoamericanos.
Todo comienza con las 500 personas que asistieron al Simposio que organizó Mr. Brown en el Metropolitan Museum. Un evento “memorable” que reunió a esa cantidad de público un día sábado para escuchar seis conferencias, tres de arte colonial y tres de arte contemporáneo. Así afirma que “El Simposio ha marcado un hito en la evolución de la valoración del arte iberoamericano”, lo cual puede ser cierto para Nueva York donde se han caracterizado por interesarse bastante poco en estos temas, como surge simplemente de verificar la cantidad de tesis dedicadas al arte hispanoamericano en las últimas décadas. De todos modos pretender que tres conferencias dictadas un día sábado en Nueva York marcan un hito historiográfico es un poquito fuerte.
Descarto la brillantez de los conferenciantes pero esta nueva “valoración” de nuestro arte hace ya bastantes décadas que ha sido planteada si nos referimos a los contenidos. Si el “hito” son los 500 espectadores, puedo asegurarle a Mr. Brown que cualquiera de los nueve Seminarios de Arquitectura Latinoamericana (SAL) realizados en los últimos quince años en Argentina, Colombia, México, Venezuela, Chile, Brasil, Perú y Puerto Rico superaron holgadamente estas cifras. En las Bienales Iberoamericanas de Arquitectura, organizadas conjuntamente con los colegas españoles, hemos visto protagonizar conferencias en México con más de 5000 asistentes y no fueron nada más que el reflejo del interés que los latinoamericanos tenemos por nuestros temas.
Parecería que el discurso de Mr. Brown en realidad nos toma a nosotros, los americanos, como excusa para criticar a los españoles. Aunque él reconoce que su trayectoria en el tema tiene solamente seis años (con poca producción evidentemente) ello lo habilita para indicarle a “los historiadores del arte español que tendrán que trasladarse a los espacios americanos no como conquistadores altivos sino como socios respetuosos en una empresa común con los colegas de allá”. Puedo asegurarle a Mr. Brown que desde hace décadas los historiadores de arte y de la arquitectura de América trabajamos codo a codo con colegas españoles y que todos reconocemos el tributo de los pioneros como Diego Angulo Iñíguez y Enrique Marco Dorta en el conocimiento y la formación de Centros de Investigación en nuestro continente.
Esto se hizo “codo a codo” desde el comienzo. Aunque Mr. Brown no lo sepa, la creación del Laboratorio de Arte de Sevilla en 1930, surge de una iniciativa conjunta del arquitecto argentino Martín Noel y del historiador de arte Diego Angulo Iñíguez. Éste último impulsó la tarea de Manuel Toussaint que funda el Instituto de Investigaciones Estéticas de la UNAM de México y la de Mario J. Buschiazzo que funda el Instituto en Buenos Aires; éste a su vez impulsa el Instituto de la Javeriana (Bogotá) conjuntamente con Carlos Arbeláez Camacho. Graziano Gasparini formaría luego el Centro de Estudios Históricos en Caracas. Estos centros de investigación han publicado decenas de libros sobre los temas que le preocupan ahora a Mr. Brown.
En su artículo Mr. Brown nos señala los importantes aportes económicos que obtuvo su Institute of Fine Arts en estos años. Aportes de empresas españolas y de fundaciones norteamericanas, lo que él llama “el mecenazgo ilustrado” y que le ha permitido tener siete becarios trabajando sobre temas de arte latinoamericano y llevar varios conferencistas. Le felicitamos por ésta, su envidiable capacidad de gestión y como “lobbysta”. Debemos reconocer nuestras falencias. En Latinoamérica estamos acostumbrados desde hace mucho a trabajar con pocos recursos y tratar de suplirlos con mucho entusiasmo.
Para que Mr. Brown tenga una idea de los resultados, desde hace unas décadas se publican más de 250 libros por año de temas de arquitectura, arte y urbanismo latinoamericano. Son investigaciones realizadas por Universidades, Museos y grupos muy diversos en todos los países. En muchas de estas ediciones hemos contado con la ayuda española y, a su vez, en España se han publicado decenas de libros sobre temas americanos realizados conjuntamente por estudiosos de ambas márgenes del Atlántico. Probablemente entre 1970 y el 2000 se hayan publicado más libros sobre estos temas que en las primeras siete décadas del siglo.
Esto le importa poco a Mr. Brown pues, desde su ignorancia, nos dice que “la historiografía del arte español está ya madura mientras que la de Iberoamérica está todavía en su fase adolescente”. No habiendo logrado salir de nuestra adolescencia a pesar de los dos prólogos de Mr. Brown y de las conferencias del día sábado en el Met, parecería que necesitamos andadores o preferentemente una “tutoría” que desde el norte nos enseñe a crecer y globalizarnos de una vez por todas.
Desde 1914 Martín Noel y Federico Mariscal en un extremo y otro del continente, lanzaron la premisa de revalorar el arte y la arquitectura hispanoamericanas. Lo hicieron en un contexto difícil donde la mirada hacia lo europeo era excluyente y lo propio era desvalorizado. En estos casi 90 años, los americanos hemos aprendido a mirar “desde aquí” nuestra propia producción artística y arquitectónica. Agradecemos y recibiremos siempre, en concierto o en discrepancia, pero siempre con respeto, los aportes de los españoles y otros estudiosos que han sido esenciales para documentar y comprender estas manifestaciones culturales. No hace falta Mr. Brown que le recuerde que mucho antes de que Ud. se sintiera “aficionado” a nuestros temas, desde Estados Unidos George Kubler, Harold Wethey, Martín Soria, Robert Smith o Pal Kelemen habían hecho contribuciones notables sobre este arte. Tampoco que otros muchos europeos, desde allí o desde aquí, como Erwin Walter Palm o Graziano Gasparini nos ayudaron a reflexionar desde otras ópticas sobre estas materias. Muchos americanos seguimos preocupados por nuestros temas desde el lugar que la vida nos deparara trabajar, como sucedió con los argentinos Marta Traba o Damián Bayón para citar sólo dos ejemplos.
Pero soslayar a los colegas españoles de vasta trayectoria que recorrieron o vivieron en América como Angulo Iñíguez, Marco Dorta, Leopoldo Castedo y Santiago Sebastián o dar consejos de “aficionado” a estudiosos como Antonio Bonet Correa, y a toda la nueva camada de docentes y profesionales que desde allí vienen trabajando para ayudarnos a investigar, parece un gesto de soberbia incomprensible. Decenas de investigadores americanos nos congratularemos, sin duda, de su reciente vocación, pero puede Ud. estar seguro que la historia no comienza con Ud.
Le agradecemos desde ya lo que pueda ayudarnos para conocer mejor este complejo legado cultural, pero estos “adolescentes” no necesitamos de un paternalismo de fin de semana ni precisamos ese emblemático epicentro si es que aparentemente pretende explicarnos todo desde Nueva York."
notas
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El diario ABC de Madrid publicó la respuesta el 6 de enero. Sería bueno hacerle llegar una opinión a sección cartas de lectores del periódico: cartas@abc.es
[publicación: janeiro 2003]
sobre el autor
Ramón Gutiérrez é arquiteto, pesquisador e historiador da arte e da arquitetura, membro do Conicet e presidente do Cedodal – Centro de Documentacion de Arquitectura Latinoamericana.
Ramón Gutiérrez, Buenos Aires, Argentina