Para Rogelio Salmona arquitectura y ciudad son inseparables pero estas son tambien sus habitantes y no apenas sus edificios, coincidiendo con los que desde Aristóteles, o antes, piensan que “una ciudad es un cierto número de ciudadanos, de modo que debemos considerar a quienes hay que llamar ciudadanos y quien es el ciudadano..." (Política, libro III, capítulo I, s.IV a.C, citado por Chueca-Goitia, Historia de la arquitectura occidental, 1979). Desde su temprano proyecto para varias casas en hilera en Pereira (1959), Salmona se plantea hacer ciudad con sus edificios y para la gente. Pero es en los grandes proyectos para Bogotá, no construidos, como Cavipetrol, o los conjuntos mucho mas grandes como Timiza, donde retoma la traza de la Fundación Cristiana, o las viviendas prefabricadas del Rafael Núñez o el de Usatama, tampoco construidos, en los que se puede ver completa su idea de ciudad y ciudadanos.
A diferencia del urbanismo moderno, allí no hay vías solo para los carros sino calles para la gente, y si estas no están físicamente paramentadas lo están virtualmente, formando manzanas con interiores cerrados espacialmente pero abiertos funcionalmente y a la vista de los peatones. En lugar de la reiteración insulsa de los volúmenes de la vulgarización del urbanismo moderno, los suyos están jerarquizados como lo han estado siempre en las ciudades tradicionales. Pues, como dice Germán Téllez, por "perogrullesco que ello pueda resultar, lo que tiene de latinoamericano la obra de Salmona es justamente haber sido hecha en Latinoamérica, que es lo mismo que se puede decir de toda la arquitectura dejada a lo largo del continente por el Imperio español durante el período Colonial." (Rogelio Salmona , 1991), la que se caracteriza precisamente por indesligable de las ciudades desde que se comenzaron a conformar hace casi diez milenios en Mesopotamia.
Fue su preocupación constante pues para él "destruir la ciudad es destruir la civilización" (Revista Politeia Nº 17, 1995), y de ahí que considerara que el “hacer arquitectura en Colombia implica buscar –ojalá encontrar- la confluencia entre geografía e historia” (Entre la mariposa y el elefante, 2003) procurando “la poética del lugar” como gustaba llamarla. Y por supuesto conocía o coincidió con los planteamientos al respecto de William Curtis en su La Arquitectura Moderna desde 1900, de 1982, y especialmente los de Kenneth Frampton en El regionalismo crítico, de 1985, aunque poco habló de ellos. Desde los apartamentos de El Polo, de 1962, hasta el Centro Cultural García Márquez en Bogotá, de 2008, pasando por el Archivo General de la Nación (1989) y la Nueva Santa Fe (1983), o la FES (1987), hoy Centro Cultural de Cali, es evidente la búsqueda de que los espacios urbanos que conforman sus edificios sean públicos.
Propósito que logra en cada una de sus cinco grandes síntesis, espaciadas una de la otra unos diez años a lo largo de medio siglo fecundo (El Polo, Las Torres, El archivo, La Bilioteca, El Centro Cultural), circunstancia ya observada por Germán Téllez (Rogelio Salmona, 1991). Pero sin duda en las Torres del Parque (1970), la sede de la SCA (1974 ) y el Museo de Arte Moderno de Bogotá (1979), y habría que incluir los proyectos no construidos entre la SCA y el Museo Nacional, y finalmente el edificio de apartamentos El Museo, es admirable como lo logra en cada uno, y entre todos ellos a través del Parque de la Independencia, que había rediseñado en 1969 junto con las escalinatas de la Calle 25 que lo unen y separan a la vez de las Torres, como con el espacio frente a la Plaza de toros de Santamaría, diseñado posteriormente.
Pero su idea de ciudad tambien está en el Eje ambiental de la Avenida Jiménez, en donde recupera el agua del río que bajaba por allí. Y en haber llamado “plaza” al patio circular de su propuesta para la Alcaldía de Bogotá que, independientemente de su forma, recuerda las plazuelas a manera de atrio que hay enfrente de nuestras iglesias coloniales. Espacios públicos que no rodean los edificios sino que estos contienen y abrazan. O la manzana de patios de la FES, recuperando el casi desaparecido centro histórico de Cali. O los patios del Museo Quimbaya, en las afueras de Armenia, que repiten sus manzanas ortogonales de grandes patios de tradición colonial, pero organizados en diagonal. O la Casa de los Huéspedes Ilustras de Colombia que es como un pequeño pueblo en la bahía de Cartagena. Como lo ha dicho Sergio Trujillo, “es el uso ejemplar del pasado en el presente” (Encuentros y desencuentros, 2004).
Son muchas las casas y edificios que él ha construido, de mayor o menor importancia, grandes o pequeños, públicos o privados, pero todos inconfundibles en la historia reciente de nuestra arquitectura, entre otras cosas por que conforman ciudad Y hay que considerar como urbanos los proyectos no construidos de conjuntos residenciales en las afueras de las ciudades, como el de Suba o el de Balcones del Nogal, en Bogotá, o Altos del Rió, en Cali, y otro en El Rodadero, cerca a Santa Marta. Todos son en diferente medida espacios urbanos y no solo edificios en medio de una zona verde. Los proyectos de Salmona suelen conformar verdaderos conjuntos con otros edificios, como con el Archivo General de la Nación, que ocupa sendas manzanas de la Nueva Santa Fe, uno de sus mejores ejemplos de la relación milenaria entre espacios abiertos y cerrados.
Precisamente nuestras ciudades se conformaban sobre una traza mas o menos ortogonal, definida con antelación, repitiendo unas pocas tipologías edilicias que evolucionaban lentamente. Los monumentos eran solo iglesias y conventos, y se construían al tiempo edificio y ciudad. Admiramos sus centros históricos, como los de Cartagena o Popayán, o lo que queda de ellos, como la Candelaria en Bogotá o San Antonio en Cali, pese a que como dice Rem Koolhaas son lo más renovado, modificado y falso que tienen las ciudades (La Ciudad Genérica, 2002), pues no obstante son una suma de edificios que conforman calles y plazas con un mínimo de homogeneidad (igual que en el moderno Centro Internacional de Bogotá, caso único en el país), y de allí su belleza pues, como escribió Aldo Rossi, “no existe ninguna posibilidad de invención tipológica si admitimos que ésta se conforma mediante un largo proceso en el tiempo, y que está en un complejo vinculo con la ciudad y la sociedad” (La arquitectura de la ciudad, 1971).
Pero, como lo dijo Salmona “la ciudad colombiana se ha transformado, modificado, construido y destruido varias veces, en un tiempo muy corto [lo que] ha permitido que se ensaye con ella y se hagan experimentos que han fracasado en otras partes” (Entre la mariposa y el elefante, 2002). En ellas el espacio urbano privado, el patio, estaba nítidamente diferenciado del publico, la calle, y apenas había plazuelas enfrente de las iglesias y una sola plaza grande, la Plaza Mayor, las que lamentablemente fueron convertidas en parques después de la Independencia (en lugar de agregarlos), quedando apenas la maravillosa de la Villa de Leyva. Sin duda la admiró Salmona pues, como escribe Carlos Fuentes, “toda nueva creación se nutre de la tradición que la precede” (Luis Barragán, 2002), y en su viaje por el sur de España y norte de África, ya se había encontrado con el origen de nuestras ciudades, y de ahí que se preocupara desde su inicio de que la suya fuera una arquitectura que respetara la ciudad prexistente.
Salmona logró que sus edificios se agreguen a ciudades ya construidas, especialmente los que están en sus pequeños y frágiles cascos coloniales, “usando el ingenio y un conocimiento trasmitido por una tradición que persiste en mantenerse viva, aunque en muchos casos no responde a las necesidades reales” (Entre la mariposa y el elefante, 2002). Como es el caso de la FES o el Archivo. Siempre entendió que las construcciones nunca existen solas y que con frecuencia deben ceder su protagonismo a los edificios y espacios preexistentes. Que deben ser parte activa de las tradiciones edilicias, arquitectónicas y urbanas de los lugares en los que están. Que deben respetar las preexistencias propias de las ciudades. Que su belleza debe estar determinada por la trama urbana que las rodea en contextos que están inevitablemente en evolución, y desde luego por el omnipresente paisaje andino de altas montañas en el que están emplazadas la mayoría de nuestras ciudades.
Por eso es tal vez que Salmona dijo y repitió que hacer arquitectura hoy en Latinoamérica es un acto político, además de cultural y estético, pues él trató ante todo de hacer ciudad para la gente y no apenas edificios. Esto convierte su práctica en toda una ética de la arquitectura, propósito crucial dentro de nuestra incipiente sociedad urbana y por supuesto de total actualidad y urgencia en nuestras maltrechas ciudades actuales. Su obra responde honrada, sensible e inteligentemente a la geografía e historia del país (Entre la mariposa y el elefante, 2003). Preocupación que, junto con otras características de su arquitectura, hace que se separe del movimiento moderno general y abra un nuevo camino en la arquitectura colombiana como lo dice Silvia Arango (La evolución del pensamiento arquitectónico en Colombia 1934-1984, 1992), y que constituye su legado.
Para Salmona, arquitectura y espacio urbano han sido inseparables. En todos sus proyectos, con la entendible excepción de las casas unifamiliares, es constante el carácter público o semipúblico de los primeros pisos ya sea que estén construidos o sean libres. En ellos se vuelve de nuevo realidad que es en las calles, plazas y parques en donde se vuelven ciudadanos los habitantes de las ciudades. Y de allí su lucha de años en contra de la privatización cada vez mayor del espacio público en las nuestras. En todas sus obras insiste en la importancia de la permanencia de la ciudad e invariablemente logra ennoblecer con sus edificios las ciudades en donde interviene, poniendo la mejor arquitectura del país al servicio de sus ciudadanos comunes para que habiten en ella con dignidad, poesía y placer.
En los edificios de El Polo, de 1962, con Guillermo Bermúdez, deja adelante una plazuela, que pese a haber sido cerrada con una reja años después conserva su carácter de espacio público, y mantiene mediante retranqueos la paramentación de las calles. En la Fundación Cristiana estas convergen hacia los cerros, a los que miran las terrazas de los edificios, recurso que tambien usa en las casas en hilera de La Palestina y en su proyecto para la cooperativa Los Cerros. Y en el Centro Gaitán, aun sin terminar, sus tres patios, unidos por su diagonal, y sus rampas y terrazas lo integran a su entorno, tal como lo dice Alberto Saldarriaga (El conquistador de espacios, 2002 ).
Las Torres del Parque forman parte del panorama urbano de Bogotá y evidencian el bello perfil de las montañas que la rodean ya lo ha dicho Marina Waisman (Introducción a Rogelio Salmona de Téllez, 1991). Son un definitivo hecho ciudadano por su rotunda implantación en su contexto urbano preexistente y en el paisaje, y sus espacios abiertos y públicos hacen que la ciudad toda pase por ahí , como lo dice Carlos Niño (Geometría sensible, 2002), constituyendo un hito que generó la renovación del sector. Por la manera como involucran la Plaza de Toros de Santamaría y el Parque de la Independencia, importantes preexistencias ambientales, pronto se sumaron a la Plaza de Bolívar y a Monserrate y Guadalupe como lugares emblemáticos de la ciudad.
El Archivo General de la Nación crea una secuencia de espacios públicos y su patio cilíndrico es una gran puerta entre la institución y la ciudad, tal como la ve William Curtis (Babelia, El País, Madrid, 01/11/ 2003). Sus dos edificios forman cada uno una manzana cerrada, igual que, mas lejos, el Centro Comunal del barrio, formando parte de el conjunto de vivienda de la Nueva Santa Fe que sigue, recreándola con la introducción de una larga diagonal, la traza colonial ortogonal de la ciudad. Es un lugar memorable como lo ha calificado Ricardo Castro (Salmona, 1998). La planta alrededor de un espacio semipúblico se concreta tambien en la sede del Automóvil Club de Colombia y en su propuesta para el concurso de la Alcaldía, detrás del Edificio Lievano, en la Plaza de Bolívar.
En la Biblioteca Virgilio Barco, en el centro de Bogota toda, se descubren la ciudad, sus cerros y su cielo, y los estanques y el parque que la rodean son parte integral de la misma. Arquitectura, paisaje urbano y natural, clima y tradiciones interactúan seductoramente para visitantes y usuarios. En medio del parque se entrelazan el edificio y sus alrededores, cuyas construcciones complementarias, plazuelas y senderos se curvan, bajan, suben y esconden prometiendo sorpresas como de laberinto de enamorados. Los espacios al aire libre y los recintos cerrados se complementan. Los que leen se ven tentados a ir al parque y los que caminan por sus senderos, terminan entrando a la biblioteca.
Finalmente, en el Centro Cultural García Márquez, de 2008, priman sus espacios exteriores mas que sus volúmenes, y es muy sugestivo el paramento que propone para esa calle del Centro Histórico de Bogotá formada por los muros con pocos vanos de sus viejas casas. Una galería de grandes y repetidos vanos de columnas muy finas permite que la calle penetre en su gran patio circular, y que este salga logrando que el edificio termine en las fachadas del otro lado de la calle y se extienda por el viejo barrio. Y marca además una diagonal entre la Catedral, detrás de la cual se presiente la Plaza de Bolívar, y los cerros Monserrate y Guadalupe que él comenzó a mirar desde las Torres del Parque casi medio siglo antes.
Pero no es la aplicación mecánica de unos recursos, presentes muchos de ellos en la obra de Salmona casi desde su inicio, pues no en vano son los mismos de la gran arquitectura de siempre. Por lo contrario son pensados cuidadosamente de nuevo en cada ocasión, pero no solo en la relación con el lugar de cada una, sino tambien respondiendo a la necesidad de síntesis para la evolución permanente de su propia arquitectura, lo que le ha permitido no repetirse ni ser arbitrario, que es para lo que sirve la historia y la crítica y sobretodo la teoría, como dice Hanno-Walter Kruft (Historia de la teoría de la arquitectura, 1990). Con paciencia, pues como le consta a María Elvira Madriñan tenía el convencimiento de que a la esencia misma de la arquitectura se llega tarde en el tiempo (ArpaFIL, 2007). Pero él, al contrario de lo que afirmo al final, había encontrando muy joven la posibilidad de crear imaginarios para transformar la vida mediante el oficio más útil y más humano de las artes: la arquitectura (Entre la mariposa y el elefante, 2002).
Como termino diciendo al recibir en 2003 en Jyväskylä, Finlandia, la Medalla de Oro Alvar Aalto (fue el primero en recibirla), otorgada por los arquitectos finlandeses solo en nueve oportunidades a figuras como Jorn Utzon, James Stirling, Tadao Ando, Álvaro Siza y Glenn Murcutt, “Las ciudades desaparecen, se modifican, se metamorfosean […] están en constante transformación. Se construyen sobre su propia ruina. Se edifican y se destruyen como un juego excitante, aunque inconsciente. En un país pobre […] pero con una hermosa y diversa geografía […] la arquitectura tiene que encontrar soluciones para cada una de las regiones y ser capaz de establecer una simbiosis entre necesidades existenciales, culturales, geográficas e históricas.” En ese sentido nuestros problemas son tan grandes como nuestras responsabilidades, y de ahí que la ética profesional debe ser absoluta. No tenemos derecho a dilapidar esfuerzos ni ideas en obras de inspiraciones fugaces. “A destruir paisajes hermosos […] deteriorar ciudades frágiles que no han tenido el tiempo de consolidarse y menos de singularizarse. La presión del capital y del mundo industrializado, con sus indudables beneficios, sólo pueden ser matizados, digeridos y transformados para nuestro bien.”
Rogelio Salmona nos ha dejado la obligación de hacer “una arquitectura embebida de esperanzas y posibilidades […] que se resiste a ser instrumento del cinismo, la especulación y la “feúra”. Su legado es que tratemos de que “la arquitectura y la ciudad sean un patrimonio, una creación al servicio de la comunidad, una ética para el futuro, una solución para el presente con obras llenas de emoción, diversidad, y de una diversa y emocionada permanencia. “ Por eso debemos partir de que hoy la arquitectura, “además de un acto cultural y estético, es un acto político [que ] toda acción transformadora de la espacialidad en función del bienestar, la participación ciudadana y de apropiación de propuestas para el encuentro y la acción -ya sea esta de protesta o de apoyo a las ideas democráticas-, son necesarias e indispensables y la arquitectura no puede ni debe estar ausente de este escenario. Es ella, al fin y al cabo, la transformadora del espacio público y la que con más vehemencia debe hacerle resistencia al abuso y al desaforado interés de la especulación urbana.”
sobre el autor
Benjamin Barney Caldas é arquiteto e ex-professor de arquitetura da Universidad del Valle e da Universidade San Buenaventura, Cali. Foi selecionado no II Prêmio Mies van der Rohe de Arquitetura Latino-americana.