“Admiro a los poetas. Lo que ellos dicen con un par de palabras tenemos que expresarlo nosotros con miles de ladrillos”
Vilanova Artigas
Si aún viviera, Ítalo Eugênio Mauro tendría ciento tres años. A los setenta y siente, comenzó la traducción de la Divina comedia de Dante Alighieri, trabajo que le tomaría doce años y cuya duración de más de una década –como Jorge Luis Borges, otro de sus autores preferidos, estaba casi ciego al final de su vida- sería recompensada con la publicación por parte de la Editoria 34 y el premio Jabuti del año 2000.
El primero en transportó los versos de Dante a la lengua de Camões fue un italiano que vivía en Brasil, Luiz Vicente de Simoni, en su “Ramalhete poético do parnaso italiano” (1843), un año antes de Gonçalves Dias. La primer traducción integral (c.1888), en prosa y póstuma, es de un brasilero, Francisco Bonifacio de Abreu – Barón de Vila da Barra. Dos años antes del nacimiento de Ítalo Eugênio Mauro, en el natalicio de Oscar Niemeyer, que también flirteaba con la literatura y la poesía en sus horas libres, apareció la primera traducción “brasilera” en verso, realizada por José Pedro Xavier Pinheiro, quien ya había traducido el “Infierno” en 1885 – a lo que parece estimulado por la versión del Canto XXV de su amigo Machado de Assis.
El comienzo de la traducción de la Divina Comédia coincide con el alejamiento de Ítalo Eugênio Mauro de la arquitectura -“de este época recuerdo que proyectó una bellísima casa en Morumbí, nuestra casa en el alto de la Cantareira, una universidad con varios bloques en el barrio de Moema.”, revela su esposa, la artista y escritora Giselda Leirner.
Ítalo Eugênio Mauro se graduó como ingeniero civil en la Universidad de Nápoles, en 1933. Es improbable que haya tenido contacto con Luigi Cosenza (1905-1984), que se formó en el curso de puentes y caminos en 1928 y solo comenzaría a dar clases en 1945; así como el haber acompañado el inicio de la construcción de la mítica Villa Oro (1934-1937) de Cosenza y Bernard Rudofsky (1905-1988), arquitecto nacido en Morávia y que posee obras realizadas en São Paulo en los años cuarenta, pero tal vez haya tenido conocimiento del Mercado Ittico (mercado de pescado), primera obra de Cosenza (c.1930). En este sentido, el contacto con la arquitectura moderna quizá haya acontecido cuando todavía se encontraba en Nápoles, en sus tiempos de estudiante de ingeniería. De cualquier forma, el motivo de su interés por la profesión es desconocido: “quería construir cosas”, afirmaría cierta vez.
De su obra arquitectónica, hay una residencia de mediados de los años cuarenta que se encuentra publicada en el clásico libro de Henrique Mindlin, “Arquitectura Moderna en el Brasil” (1956). El lote es pequeño y el arquitecto utiliza toda su anchura, iluminando así la casa a través del retroceso ajardinado en fachada y del patio en la parte trasera. La planta, con geometría irregular, se enfoca alrededor de la escalera, que divide el living en su mitad, enfrentando la doble altura del interior con las vistas hacia las aberturas volcadas sobre el patio. Las mismas fotos con los interiores de esta casa aparecen en una publicación –“Residencias, interiores”- de la revista de arquitectura “Acrópole”, del mismo año del libro de Mindlin. Entretanto, en “Residencias, interiores” aparece otra casa donde, a pesar de la mayor profundidad del terreno, las estrategias proyectuales son semejantes: aprovechamiento de todo el lote a lo ancho, planta con geometría irregular, escalera dividiendo ambientes en la sala, patios y pérgolas (¿lección mediterránea?) para iluminación, ventilación, desahogo visual y sombra.
Según Giselda Leirner, el ingeniero-traductor-arquitecto “colaboraba activamente durante la construcción del inmueble, además de diseñar las escaleras, las ventanas, la chimenea e incluso los muebles”- hecho aún poco explorado por la historiografía de la arquitectura moderna en el país: muchos de nuestros arquitectos dedicaron su tiempo solo a la concepción de escuadrías y otros elementos constructivos, sin prestar atención al diseño como tal, incluyendo al diseño de muebles. Rino Levi tenía patentes registradas de elementos constructivos para escuadrías. Rudofsky, durante su estadía en São Paulo, llegó a ganar un concurso de diseño del Museo de Arte Moderna de Nueva York.
Figura impar, el ingeniero Ítalo Eugênio Mauro, amigo de arquitectos como Salvador Candia (1924-1991) y Jorge Wilhelm (1928), tenía su oficina en la Rua Bento Freitas, 306 – sede del Instituto de Arquitectos del Brasil en São Paulo. En el piso inmediatamente superior se ubicaba la oficina de Vilanova Artigas.
Cuando alguien piensa en un ingeniero, escritor, traductor o poeta piensa en Joaquim Cardozo, calculista de Oscar Niemeyer en Brasilia, para quien Jõao Cabral de Melo Neto dedicaría un poema. Hay otros, como Erthos Albino de Souza, cuyo poema visual “Le tombeau” (“La tumba”) de Mallarmé, consta del volumen dedicado al poeta francés organizado por los hermanos Campos y Décio Pignatari (también traductores de Dante). Yo pienso en mi abuelo, cuya historia no cabe aquí, y en el arquitecto Ítalo Eugênio Mauro.
sobre el autor
Ricardo Rocha es profesor de la Universidad Federal del Espíritu Santo, Doctor de la Universidad de São Paulo, con pos-doctorado en la Universidad de Porto, Portugal. Actualmente prepara un libro sobre el arquitecto José de Souza Reis y otro sobre la arquitectura moderna en Vitoria.