Resultó emocionante participar en este inicio de siglo, al nombramiento de “Doctor Honoris Causa” recibido por dos entrañables amigos y “gurús” del diseño industrial en el mundo: el 5 de septiembre, la Universidad del Estado de Río de Janeiro (UERJ), a través de la Escuela Superior de Diseño Industrial (ESDI) lo entregó a Gui Bonsiepe; el 22 de noviembre, la Universidad de Buenos Aires (UBA), por intermedio de la Facultad de Arquitectura, Diseño y Urbanismo, lo otorgó a Tomás Maldonado. Ambos relacionados entre sí por sus ideas y prácticas sobre el diseño industrial, por sus actividades docentes en la Escuela de Diseño de ULM (la Hochschule für Gestaltung (1952-1968)) y el vínculo simétrico que ellos sostuvieron con América Latina: Maldonado, argentino, luego de su estancia en Alemania, se radicó en Milán, Italia; Bonsiepe, alemán, luego de una permanencia en Chile, se estableció en Florianópolis, Brasil.
En estos tiempos convulsos caracterizados por el pesimismo, las angustias y las sombras de un futuro imprevisible, el reconocimiento de la obra realizada por Maldonado y Bonsiepe, genera una luz de optimismo: es la ilusión de mantener la esperanza proyectual como instrumento racional para rescatar el perdido equilibrio entre hombre y ambiente. Porque, frente al abandono de los contenidos sociales de la arquitectura y el diseño; frente al consumismo desenfrenado; ante la persistente dependencia periférica de los modelos del Primer Mundo; ante la ilusoria vorágine de las imágenes de la virtualidad; ellos defendieron con ahínco los auténticos valores de la modernidad asociados no sólo a los avances tecnológicos y científicos, sino a la emancipación de los pueblos. Creyeron en la continuidad del proyecto Iluminista como liberador de dogmas represivos, esperanzados en la construcción de una sociedad democrática que integrara la perdida unidad entre economía, ciencia, ética y estética. Siguen vigentes las palabras de Rabelais citadas por Maldonado en Buenos Aires: “la ciencia sin conciencia es la ruina del alma”.
Para quienes estudiamos arquitectura a inicios de la segunda mitad del siglo, todavía imbuídos de los contenidos esenciales del Movimiento Moderno, Tomás Maldonado fue en la Argentina de Perón, nuestro “gurú”, en la defensa de la continuidad de los principios del Bauhaus y de los Maestros europeos; en la indisoluble integración de las escalas del diseño – urbanismo, arquitectura, diseño industrial –; y el diálogo con las restantes manifestaciones artísticas. Su identificación con la pintura concreta y la figura predominante de Max Bill (artista brillante y pensador lúcido, sólo equivocado en sus juuicios sobre la arquitectura moderna brasileña), le motivó el primer libro publicado en América Latina sobre el artista suizo, quién lo invitó a participar en la nueva escuela de diseño en Ulm bajo su dirección. Bill nunca imaginó que sería destronado por su discípulo predilecto, a causa del giro conceptual que se estaba produciendo en el diseño industrial orientado hacia fundamentos científicos y sociales más que artísticos, dinámica que no fuera asimilada por el fundador de la escuela.
En 1953, iniciados nuestros estudios en la Facultad de Arquitectura de Buenos Aires, ante la mediocridad imperante en la enseñanza universitaria argentina durante la dictadura de Perón; un grupo de jóvenes apasionados por la arquitectura, nos acercamos al estudio OAM y a la editorial Nueva Visión, formados por Maldonado, quién ya había partido para Ulm. Allí recibimos sus enseñanzas, bajo la orientación de sus directos discípulos: Juan Manuel Borthagaray; Horacio Baliero, Francisco Bullrich, Carmen Córdoba, Jorge Grisetti, Ernesto Katzenstein, Jujo Solsona, Carlos Méndez Mosquera y otros. Al viajar a Europa en 1962, visité la Escuela de Ulm y conocí personalmente al Maestro. Entonces se ratificó nuestra identificación, no sólo con sus teorías, sino también con el ascetismo del diseño “científico” elaborado en Ulm. Recién graduados, a inicios de los años sesenta, nuestra aspiración “objetual” consistía en poseer un automóvil Citroën 4CV y los artefactos eléctricos BRAUN.
La convicción de la justeza del diseño “pobre” se reafirmó al integrarnos a la estructura universitaria de la Revolución cubana. La admiración que sentíamos por la Escuela de Ulm, su revista, que leíamos ávidamente y difundíamos en Cuba, hizo que en 1972, gracias a los recursos otorgados por el Ministerio de la Construcción, conjuntamente con el arquitecto Fernando Salinas, invitásemos a impartir un ciclo de conferencias en La Habana, a Tomás Maldonado, Claude Schnaidt y Gui Bonsiepe. Finalmente, en el Boletín de la Escuela de Arquitectura de La Habana, publiqué integralmente el texto del libro, Ambiente humano e ideología. Notas para una ecología crítica. Su creencia que el diseño constituía un instrumento económico y cultural asociado con la emancipación de los pueblos del Tercer Mundo, le llevó a apoyar siempre las posiciones de vanguardia que integraban las transformaciones sociales y su expresión en las escalas del diseño ambiental: de allí su identificación con la iniciativas del gobierno municipal de Boloña, o la experiencia cubana. Como director de la revista Casabella publicó un antológico número “Cuba- vent’anni dopo” (1981), y bajo su gestión se editó por Electa el libro Architettura e Territorio nell’América Latina (1982), que escribí en colaboración con el mejicano Rafael López Rangel. Su pasión por nuestro Continente también quedó evidenciada en Brasil a colaborar con Carmen Portinho en la creación de la ESDI en Río de Janeiro.
A su vez Bonsiepe, al cerrarse Ulm en 1968, encontró en América Latina un fértil campo de acción para el desarrollo de sus ideas: mientras la creación de un diseño “tercermundista” (pero no despectivo y pobrista como las propuestas de Papanek), se concretó en los prototipos elaborados en Chile y Brasil, sus ideas circularon por toda la región en libros y folletos publicados en Chile, Cuba, México, Argentina y Brasil. Bonsiepe se alejó de los principios estéticos de la Gute Form para integrarse en la elaboración de artefactos esenciales para el desarrollo económico de los países subdesarrollados, al decir: “en vez de hablar de buen diseño, deberíamos hablar de buen producto o de buen valor de uso”. Recordemos los trabajos realizados en Chile, durante la euforia del gobierno de Salvador Allende, vinculados a la producción agrícola ( la cosechadora); o a la organización de las estructuras productivas estatales, a través del diseño de una “sala cibernética” en Santiago. Su aversión por los objetos superfluos y los productos inútiles y lujosos importados del Primer Mundo, le hizo criticar duramente las prácticas del colonialismo cultural y del diseño, todavía imperantes en la actualidad. Tanto Bonsiepe como Maldonado, fueron abanderados de la defensa del medio ambiente, la interacción entre sociedad-ciudad-naturaleza; y de la ansiada racionalidad humana para evitar la hecatombe ecológica, que no parece distante. Definieron el diseño como el ensayo de mediar entre el reino de la necesidad (lo técnico-útilo-económico) y el reino de la libertad (lo estético).
Para los jóvenes diseñadores que se inician en la teoría y la práctica en los albores de este nuevo siglo, marcado por la postmodernidad o la supramodernidad, rescatar las lecciones emanadas del pensamiento y la práctica de Tomás Maldonado y Gui Bonsiepe, continuadores de los principios éticos y estéticos del Movimiento Moderno, de sus contenidos ideológicos y sociales opuestos al derroche y al consumismo, constituiría sin duda una demostración de fe y esperanza en la salvación de la Humanidad
notas
[publicación: dezembro 2001]
Roberto Segre, Rio de Janeiro, Brasil