Diez años después de la muerte del último maestro del movimiento moderno, aparece una obra que reitera la elegancia y delicadeza de las sensuales morfologı́as de los proyectos de Oscar Niemeyer.

La pequeña arquitectura forma parte de un sistema de colinas onduladas en la Provenza francesa, donde, siguiendo el modelo del Vitra Campus en Wheil am Reim, la bodega Château ha construido La Coste — un viñedo de más de doscientas hectáreas — unos interesantes pabellones, diseñados por Frank Gehry, Tadao Ando, Richard Rogers, Kengo Kuma, Jean Nouvel, Jean Prouvé, y Renzo Piano, y obras de Louise Bourgeois, Alexander Calder, Richard Serra y Ai Weiwei.

Este lugar enclavado entre las suaves colinas provenzales alberga una de las colecciones privadas de arte y arquitectura más importantes del mundo, exposiciones temporales de pintores y escultores contemporáneos, junto a las plantas de producción de vino, espacios de hospitalidad, contemplación y un conjunto de bellos jardines en relación con obras de arte al aire libre.

Poco antes de su muerte, Niemeyer afirmó: “Fue un placer trabajar en este proyecto. La ubicación es muy agradable y hay un ambiente tranquilo. El pabellón tenía que ser una construcción ligera adaptada al paisaje y a la vegetación. La estructura se siente bien integrada con su entorno y será un placer caminar alrededor de ella".

El proyecto marca un retorno a los principios fundamentales de la arquitectura moderna, en contraste con la complejidad a veces caótica del mundo arquitectónico contemporáneo.

En tiempos difı́ciles, de destrucción territorial, de contaminación, de cambios climáticos, el genio brasileño nos permite reenfocarnos en la esencia de la arquitectura, y en algunos principios tı́picos de la modernidad, aún actuales.

Continuidad interior-exterior. Ventanas corridas. Paisaje que penetra con fuerza en el interior de los espacios. Ritmos constantes de los esbeltos pilares de metal y de los marcos de las ventanas. Cobertura horizontal. Formas sencillas. El blanco dominante, en contraste dialógico con los colores del entorno natural.

Estos temas tı́picos de los arquitectos de la lı́nea racionalista del movimiento moderno están integrados por algunos compendios especı́ficos de la modernidad en Brasil, y por el lenguaje de Niemeyer: superficies cóncavas y convexas. Volúmenes cilı́ndricos. Minimalismo espacial. La desaparición de la estructura. Grandes ventanales cóncavos, para observar el paisaje a 180°.

Los delgados pilares que soportan la cubierta, pintados de blanco como las paredes, parecen desaparecer. El suelo y el intradós de la cubierta también son blancos, por lo que no existe ningún tipo de contraste cromático entre estructuras verticales y horizontales. Como una cortina de fondo, el espacio neutro da protagonismo a las delicadas curvas de la arquitectura, al espejo de agua, al paisaje, a las esculturas.

Es un proyecto definido en planta; dicotómico. Los dos núcleos son diferentes en forma, función y relación con el paisaje. Uno está cerrado. El otro abierto. El primero es un cilindro blanco. En su interior acoge un pequeño auditorio para ochenta personas.

El otro espacio se caracteriza por una cubierta de geometrı́a dinámica, que recuerda una hoja, y termina en punta como un bote. Está casi completamente acristalado y tiene lucernarios cuadrados para mirar el cielo, y las estrellas por la noche.

La cubierta cobra vida y se expande en voladizo hacia el exterior en el lado sur, generando una superficie sinusoidal. Protege el acceso a la galerı́a, que según el proyecto original se realizarı́a a través de una pasarela sobre el agua, lamentablemente no construida.

El espacio principal, destinado a la exhibición de esculturas, tiene un largo muro con una ligera concavidad, revestido con cerámica vidriada roja, el color de la revolución: es un mural creado por artesanos locales a partir de un diseño de Niemeyer. Representa a dos mujeres en la playa de Rı́o de Janeiro: una tumbada tomando el sol y la otra de pie. Las curvas naturales de los perfiles de las nubes y de los cuerpos de las mujeres dibujadas por el maestro carioca recuerdan aquellas artificiales de la pequeña arquitectura.

Es interesante cómo la obra, de una sola planta, se instala en el lugar justo dentro de las hileras de las vides. Se dispone transversalmente con respecto a las lı́neas paralelas del viñedo. La decisión tiene que ver con la exposición solar y con el mejor aprovechamiento de las vistas del paisaje.

De esta manera las superficies vidriadas se abren hacia las cabeceras de las hileras, y los elementos rı́tmicos y geométricos de las vides se observan en toda su complejidad: ritmos similares en escansión y tamaño se repiten en los elementos verticales de los marcos de las ventanas.

El proyecto tiene muy pocas lı́neas rectas. Las superficies convexas de las paredes permiten que la arquitectura se relacione de manera menos drástica con el paisaje mediterráneo, más delicada y sensual.

El contraste con el entorno se percibe en el uso de las tonalidades. El blanco monocromático hace resaltar intensamente los tonos naturales del lugar. El cuerpo de agua, que casi toca el cristal, tiene tonos grises y azules. El nivel del agua está́ unos centı́metros por debajo del suelo de la galerı́a de arte, y penetra por debajo de la delgada losa de concreto del forjado.

La sensación es intensa. Un efecto de suspensión sobre la superficie oscura y brillante, que dialoga de forma cambiante con los rayos del sol: se reflejan en el agua y se esparcen por el espacio, desplazándose por el intradós de la cubierta con un juego de sombras iridiscentes.

En este proyecto, Niemeyer aplica las estrategias de sus últimos trabajos: la extrema simplificación de ideas, morfologı́as, matices, materiales y detalles. Se persigue la esencia de la arquitectura. Esencia que permite disfrutar de relaciones especiales de extraordinaria intensidad con el paisaje.

El proyecto genera también diálogos con las obras del maestro brasileño de las décadas de 1940 y 1950. Con la Casa das Canoas y con la Casa do Baile por ejemplo: ambos proyectos de pequeña escala, de una sola planta, en una relación vigorosa con el entorno.

Las tres pequeñas obras tienen el poder de hacernos centrar en los valores profundos de la práctica arquitectónica, en los principios fundamentales de la Modernidad que, aplicados hoy, continúan produciendo armonı́a, relaciones equilibradas y solidarias entre lo natural y lo artificial.

Las ondulantes colinas dibujan el paisaje de pinos, cipreses, olivos, vides, que danza en las intensas tonalidades del atardecer. La obra del maestro carioca encaja en la vegetación mediterránea como una delicada semilla blanca de proporciones armoniosas.

El camino sinusoidal que conduce a la puerta de la galerı́a retoma el paralelismo de la geometrı́a de los viñedos: es un paseo arquitectónico"que, desde el bosque, pasa por el espejo de agua, y finaliza en el interior de la galerı́a.

Recuerda el paseo que conduce al acceso principal a la Casa a las Canoas atravesando la selva tropical, la plazoleta, la piscina, la roca: un camino iridiscente a través de un ambiente sonoro de vegetación tropical.

Aquı́ en Provenza, el recorrido comienza en el bosque de pinos, pasa por los viñedos y el agua. Una promenade a través del matorral mediterráneo que conduce a un espacio moderno, sensual, monocromático, en el que se forja la comunión armónica de arte, arquitectura y paisaje.

sobre el autor

Luca Bullaro es arquitecto Ph.D. y profesor asociado de la Facultad de Arquitectura de la Universidad Nacional de Colombia.