Como introducción a este premio pensé que debia describir lo que ocurrió cuando nuestro comité fue a Rio de Janeiro para observar el trabajo de uno de los cuatro finalistas del premio Green. Voy a relatar esta experiencia en dos partes.
Primera Parte
Cuando los miembros del jurado del Green Prize, Toshiko Mori, Elizabeth Mossop y yo mismo, nos encontramos por primera vez con Jorge Mario Jáuregui y sus asistentes en las Salas del Centro Cultural de Rio de Janeiro, él empezó a hablarnos sobre su equipo de trabajo en urbanismo e procedió a describir claramente sus tres áreas de intervención:
- Primero, trabajos en barrios de lo que ellos llaman la “Ciudad Formal” (en su mayoría áreas diseñadas siguiendo una trama de calles patrón, topográficamente plana y predominantemente de clase media);
- Segundo, trabajos en las favelas (como son llamadas localmente), o sea, en la “Ciudad Informal” (zonas urbanas que crecen espontáneamente, desequilibradamente escalonadas y montañosas, y generalmente, extremamente pobres);
- Tercero, su trabajo con mobiliario urbano, esto es, con objetos de pequeña escala tales como paradas de ómnibus, baños públicos y similares.
Si por un momento dejamos el problema del mobiliario urbano de lado, la oposición entre la “Ciudad Formal” y la “Ciudad Informal” deviene, incuestionablemente, en el locus especificus del trabajo de Jáuregui: es en un todo acerca de la desaparición de dicha oposición, de la hibridación de la línea conflictiva – o zona conflictiva – de contacto físico entre los dos tejidos urbanos de la ciudad. El trabajo aspira a contribuir para configurar un Rio de Janeiro integrado, una ciudad no segregada.
Esto es, exactamente, lo que el equipo de Jáuregui se propone, y ya ha hecho tan bien a lo largo de casi 10 años en muchas favelas, aspirando a tornarlas barrios, barrios en funcionamiento que fueron mejorados e integrados a la ciudad adyacente. Con eso, quiero decir barrios verdaderos donde existen calles con nombres, números en las casas, calles transitables con infraestructuras subterráneas y sendas bien establecidas para peatones, que conducen a centros sociales o plazas públicas y espacios recreativos, etc.
En el encuentro inicial, antes de nuestro grupo empezar a visitar los lugares de las intervenciones, la metodología utilizada en la elaboración de los proyectos fue descripta por Jáuregui, quien habló sobre los muchos programas simultáneos de investigación que precedieron a la fase de diseño, de las largas visitas y las caminatas, a veces peligrosas, de las muchas conversaciones y preguntas mutuas con los líderes comunitarios, de los muchos dibujos, planos y múltiples lecturas de los lugares y de los grupos sociales. Para nosotros quedó claro que la favela fue observada desde distintos puntos de vista. Igualmente diversas fueron las preguntas generadas por el equipo de diseño: desde aspectos relativos a la propiedad de la tierra hasta problemas de salud mental, y cuestiones geotécnicas; desde cuestiones de micro-economías hasta preferencias estéticas.
En años recientes, dentro de la cultura arquitectónica y urbanística, hemos hablado mucho sobre las investigaciones desde el diseño o, para aquellos que se disgustan por las connotaciones positivistas de la palabra investigación, hemos hablado mucho de exploraciones en diseño.
Y simultáneamente hemos volteado una cortina de silencio en la investigación tradicional, aún sensible por el desastre ambiental que aquéllas investigaciones produjeron. Pero no fue la investigación a través del diseño, ciertamente, sobre lo que Jáuregui y su equipo estaban hablando. La de ellos fue una buena investigación a la antigua, investigación sociocultural y económica (enriquecida por una percepción diferente: la inclusión y la importancia dada por el equipo a las formas psicoanalíticas de investigación). Además, esto sonó a modernismo de mitad del siglo XX, con sus creencias sobre higiene básica y equipamientos en infraestructura y sobre los valores universales de todo nuevo comienzo. En otras palabras, quedó un aire de nostalgia en la sala; una nostalgia por los tiempos en que trabajo de equipo y propósitos sociales conducían la arquitectura y al urbanismo; tiempos en que no estábamos reducidos a la “escena profesional”; tiempos en que tuvimos un papel real en el proceso de construcción de las ciudades. Como sabemos nosotros aquí en la Escuela de Diseño de Harvard, no hay nada como una sospecha de nostalgia para activar la alarma intelectual instalada en nuestras mentes por las condiciones de la crítica posmoderna. Pero aún ahora – estoy hablando por mí mismo y con convencimiento – un sentimiento nostálgico puede engendrar un progreso de algún tipo, si es transformado apropiadamente. Debo agregar que aquella mañana fue una sesión de trabajo seguida por un almuerzo (de estilo brasileño) luego del cual fuimos, en un clima más relajado y menos intelectual, a ver las favelas, los nuevos barrios de trabajadores.
Segunda Parte
La visita a varias favela-barrios proyectados por el equipo fue realizada durante dos días consecutivos; vimos favelas muy diferentes, diferentes en términos de localización vis-à-vis con el centro de la ciudad (centralmente localizadas algunas, otras cerca del mar), de su topografía, de su antiguedad (favelas de 50 años y otras muy recientes), de su poder de estructuración interna (algunas controladas por los traficantes de drogas y otras por la asociación de vecinos y por las mini-intendencias instaladas después de las obras de urbanización), y en términos de su capacidad de rehabilitación.
Esas visitas fueron intensas en prácticamente todos los niveles de experiencia, exigentes, inesperadas, inquisitivas e inolvidables. Nos encontramos con toda la red de contratados del equipo de Jáuregui: contratistas, constructores, agentes de seguridad, profesores, jóvenes agentes comunitarios, nuevos administradores locales, las comunidades como un todo.
Paulatinamente pero con toda certeza, mi leve escepticismo fue desapareciendo. Puedo decir ahora en mi nombre y en el de mis colegas, que una nueva comprensión del trabajo en cuestión empezó a tomar formar en nuestras mentes. Antes que nada, las diferencias entre el antes y el después de la intervención del equipo de Jáuregui son fenomenales; claramente, la vivacidad, la conectividad y el bien-estar social total de las comunidades fueron inmensamente mejorados. Sus buenas intenciones junto con su experiencia y el trabajo de los expertos, fueron muy efectivos. En términos simples, el Programa Favela-Barrio funciona.
Comprendimos que alguna cosa estratégicamente diferente estaba en juego aquí, que esta no era más la vieja forma de tratar el problema de las favelas. Algo nuevo estaba ocurriendo de hecho.
Muy brevemente trataré de explicar la relación entre el poder político y las favelas en Rio de Janeiro: las favelas empezaron a surgir 100 años atrás, precisamente en el Morro de La Favela, donde las primeras ocupaciones clandestinas registradas por la policía se dan en 1890. Décadas de inconsciente negación por parte del gobierno fueron seguidas por actos de reconocimiento del problema en 1930 y se continuaron por la remoción física y erradicación social hacia 1940 en el lapso inicial del Modernismo. Fracasado esto, los siguientes veinte años incluyeron varios tipos de programas de asistencia, muchos de ellos implementados por la Iglesia Católica. En la década del 70 la ayuda norteamericana, trajo a Rio de Janeiro un doble programa de urbanización y erradicación; esto fue seguido por años de comportamiento violento por parte de los habitantes e indiferencia cansina por parte del gobierno.
Los años 80 vieron el establecimiento de un gobierno paralelo, en el que los traficantes de droga pasaron a controlar de hecho la mayoría de las favelas.
La última década del siglo XX fue testigo de la creación del Programa Favela-Barrio con una intención mayor de urbanizar, sanear e integrar las favelas como parte de la ciudad oficial (para elaborar esta breve sinopsis estoy en deuda con Eduardo Trelles, un joven miembro del equipo de Jáuregui).
Volviendo a la cuestión de las diferencias entre las estrategias del Urbanismo Moderno Canónico y este trabajo en particular, existen otras diferencias importantes, que caracterizan el trabajo del equipo de Jáuregui.
Primero, está lo que yo debería llamar “intención de humildad”, un tipo de “no-manifiesto” o anti-declaración; una actitud de “silencio” como actitud intelectual; el equipo se compenetra completamente de la especificidad del lugar en cada proyecto y no alega valores universales para estas acciones. Lo que ellos hacen es, absolutamente “culture-specific” y no busca ser impuesto en problemas similares en el resto del mundo; esto no es una fórmula, no es concebido para colonizar o para ser comercializado.
Segundo, el trabajo parece estar embebido de una bondad y de un respeto especiales por los habitantes; como opuesto de lo misantrópico, emana un calor que proviene de un entendimiento genuino de las reales condiciones en las favelas junto con una profunda y rara comunión entre el equipo y las personas para quién trabaja.
Tercero, – y este es un tema difícil de esgrimir entre arquitectos – existe la cuestión de la actitud del equipo de Jáuregui con relación a la arquitectura que ellos construyen en las favelas: a veces buena y en otros momentos menos buena desde el punto de vista arquitectónico. Siendo arquitectos ellos mismos, están de acuerdo con esta condición. Pero, lo que es mas importante, ellos son conscientes del hecho de que su arquitectura sirve a propósitos sociales, que no puede permitirse el lujo de no ser aprobada por la comunidad, que debe ser entendida, ser aceptada y conservada en funcionamiento por la población.
Para el equipo, las imágenes arquitectónicas resultan de las circunstancias locales y no solo de una voluntad formal. Podríamos hablar de pragmatismo iconográfico en acción y no, simplemente, de que el presupuesto mínimo no permite una elaboración formal mayor. También de un camino de aproximación al diseño que es ejercido por un equipo. Su diseño arquitectónico puede ser simple, pero su impacto es extremadamente sofisticado.
En conclusión, el Sixth Verónica Rudge Green Prize in Urban Design fue entregado al arquitecto Jorge Mario Jáuregui y su equipo porque ellos demostraron el poder de su Diseño Urbano para realizar cambios sociales y comprometer a personas marginadas, en la revitalización de sus propias comunidades. Este equipo profesional, diligente y ético, modela una progresiva aproximación mas holística al diseño urbano, que reconoce el valor de investigaciones sociales y su reaplicación en los barrios, mas allá de las prácticas superadas de demolición y desplazamiento. Ellos utilizaron exitosamente el diseño urbano como instrumento para la reforma social.
Con este premio también hacemos un homenaje a los brasileños y cariocas, y a los grupos locales junto con las agencias internacionales que financiaron estos proyectos.
Sixth Veronica Rudge Green Prize in Urban Design. Harvard University Graduate School of Design
El Veronica Rudge Green Prize en Diseño Urbano fue establecido en 1986 en ocasión de la celebración de los 350 años de Harvard y de los 50 años de la Escuela de Graduación en Diseño (Graduate School of Design) y para marcar la visita de Su Alteza Real, el Príncipe de Gales, a Harvard y al GSD. El premio es hecho periódicamente por el GSD para proyectos en Diseño Urbano en escala mayor que un edificio individual, construidos en cualquier lugar del mundo durante los 10 años previos a la premiación. Los proyectos vencedores son escogidos por realizar una positiva y substancial contribución al dominio público de una ciudad, mejorar la calidad de vida urbana y demostrar una dirección mas humana y digna para el diseño del entorno urbano.
La primera premiación, ocurrida en 1988, fue dividida entre Ralph Erskine, con su proyecto del Byker Redevelopment, en Newcastle Upon Tyne, 1969-82, y Alvaro Siza Vieira, por su Conjunto Residencial Malagueira, en Évora, Portugal, 1977-88. La segunda premiación, hecha en 1990, fue para la ciudad de Barcelona por sus Espacios Públicos Urbanos, 1981-87. La tercera premiación ocurrió en 1993 y fue nuevamente dividida, esta vez entre Fumihiko Maki con el Complejo de Hillside Terrace, en Tokio, Japón, 1967-92, y Luigi Snozzi por su Master Plan y Edificios Públicos de Monte Carasso, en Suiza, 1978-92. La cuarta premiación fue realizada en 1996 y el premio fue para la ciudad de México por la restauración arquitectónica del centro histórico de la ciudad y por la restauración ecológica del distrito de Xochimilco. La quinta premiación fue realizada en 1998 y el vencedor fue Sir Norman Foster y su escritorio de Londres, Foster and Partners, por el diseño de dos proyectos que traen junto elegancia y accesibilidad para la vida urbana – el sistema de subterráneos en Bilbao, España, y el desarrollo del Carré d’Art en Nîmes, Francia. La premiación del año 2000, el Sexto Veronica Rudge Green Prize in Urban Design, fue para el arquitecto Jorge Mario Jáuregui y su equipo, por la serie de proyectos elaborados dentro del Programa Favela-Bairro, una iniciativa que ha transformado favelas localizadas dentro, y en la periféria de la ciudad de Rio de Janeiro, verdaderamente en barrios.
notas
El sexto prémio Veronica Rudge Green Prize in Urban Design es auspiciado por la Graduate School of Design de la Universidad de Harvard, GSD, y lo recibió Jorge Mário Jáuregui en diciembre de 2000. Este texto reproduce parte del contenido del catálogo de presentación de la exposición del proyecto galardonado.
sobre el autor
El arquitecto Rodolfo Machado, presidente del Jurado del Sixth Verónica Rudge Green Prize in Urban Design, es Profesor de Arquitectura y Diseño Urbano en la Harvard University Graduate School of Design.