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architexts ISSN 1809-6298


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Julio Arroyo desenvolve neste texto o conceito de borda e suas implicações no espaço urbano e arquitetônico, do ponto de vista físico e também simbólico


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ARROYO, Julio. Bordes y espacio publico. Fronteras internas en la ciudad contemporánea. Arquitextos, São Paulo, año 07, n. 081.02, Vitruvius, feb. 2007 <https://vitruvius.com.br/revistas/read/arquitextos/07.081/269/es>.

Borde como concepto

El borde refiere al extremo u orilla de algo (1). Es un confín en el que se verifica un límite, el perfil o figura que cierra una forma configurándola y establece el deslinde entre ésta y su entorno adyacente, generando un cierre perimetral. El borde define un área cerrada o un espacio, contenido y delimitado por elementos envolventes. En el campo disciplinar de la arquitectura el término borde se asocia no sólo con la idea de un cerramiento que deslinda campos con precisión, sino también con un estado o situación intermedia entre dos áreas o regiones adyacentes. El borde en el espacio arquitectónico es una franja, un área o espacio de borde que se puede producir y experimentar a través de prácticas subjetivas como un espacio predominantemente lineal. En este sentido, el espacio de borde se recorre con la conciencia de estar en un espacio diferenciado que encierra un lugar (bordes como circunvalación o rodeo del lugar central) o que separa áreas diferentes, que quedan lateralizadas por el recorrido (borde como tránsito entre lugares). Vistos desde los lugares que quedan encerrados o separados por los bordes, éstos se perciben de un modo diferente: es el límite que marca la apertura o cierre hacia otro lugar distinto, dando lugar a la experiencia del atravesamiento. Las tensiones de atravesamiento son complementarias de las tensiones de recorrido en el borde, constituyendo ambas una experiencia existencial fundada en la percepción dinámica del trayecto.

En el espacio urbano, los bordes generan una fenomenología que se registra tanto en el orden físico de la ciudad como en el simbólico: un paseo ribereño no sólo implica el límite entre la tierra firme y el paso al agua sino también un encuentro entre ciudad y naturaleza, por ejemplo. (Foto 1) Un corredor vial puede ser un elemento de asociación entre dos vecindades mientras que una vía de ferrocarril puede demarcar barrios irreconciliables entre sí.

En toda ciudad, el espacio público puede entenderse como un territorio específico dotado de sus propias marcas y signos de delimitación (2), El espacio urbano está atravesado por bordes que demarcan áreas diferentes, generando separaciones y suturas. Los bordes de la ciudad ponen en duda el sentido mismo del espacio público que se presupone físicamente continuo y social y culturalmente universal. Los bordes actualizan, expresan y significan diferentes espacialidades y temporalidades de la ciudad. Estas alternancias y variaciones definen no sólo una característica del espacio público de la ciudad contemporánea sino también una de sus problemáticas más agudas: la de la escisión, la segregación, la disrupción de la ciudad como totalidad sistémica, aspectos estos sobre los que se centra el interés de este trabajo.

En tal sentido los bordes físicos de la ciudad se asocian metafórica o literalmente con fronteras, márgenes, límites, pasos, transiciones, umbrales, etc. Cada uno de estos términos confiere matices y cualidades al concepto inicial.

Conceptos afines

El concepto de borde se enriquece aún más cuando se establecen relaciones con otros conceptos claves cuya asociación ensancha las posibilidades de comprensión de los bordes en relación al espacio público y la ciudad escindida.

Michel De Certeau expresa que el arquitecto congela lugares (3). La afirmación supone la existencia de una imposición de forma sobre la cual opera la acción del individuo que sigue trayectorias en el espacio tecnocráticamente construido. Este espacio, irremediablemente normado, queda expuesto a la acción que lo articula, acción que, para De Certeau, es “una táctica, una coartada del sujeto. La táctica se explica por su diferencia respecto de la estrategia; en la estrategia hay cálculo en un contexto de relaciones de fuerzas, el individuo se circunscribe en un lugar de poder, se sitúa en un lugar propio que le sirve como base para el manejo de sus relaciones con una exterioridad distinta”. En el caso de la táctica no hay lugar propio, ni por lo tanto frontera que lo distinga al otro como una totalidad visible, “no dispone de una base donde capitalizar ventajas. La táctica, a diferencia de la estrategia, es fragmentaria y oportunista, es parcial y deslocalizada. Muchas de las prácticas cotidianas son de tipo táctico, sostiene el autor, que ve en particular en nuestras ciudades, que las prácticas tácticas se multiplican con el desmoronamiento de las estabilidades locales como si, al ya no estar fijadas por una comunidad circunscrita, se desorbitan errantes”.

Interesa aquí recuperar el concepto de acción como práctica táctica. Ello permite asociar el espacio público con una forma tecnocráticamente construida con ajuste a leyes y reglamentos, normas y consensos, que prescriben conductas sobre el cual se extienden una acción oportunista, contingente y eventual que impacta en el espacio público produciendo territorialidades inestables y alternativas. La acción en De Certeau es disolvente del orden, disociadora del los lugares –lo propio unívoco- y generadoras de trayectorias vectoriales que temporalizan el espacio, tal como ocurre en la calle que se transforma en espacio por acción de los caminantes (4). La posibilidad de separar/juntar, rodear/dividir de los bordes urbanos favorece, dada su indeterminación original, las acciones tácticas al presentarse como espacios equívocos de la ciudad en los que cabe a los sujetos materializar las trayectorias vectoriales de las que habla De Certeau.

Manuel Delgado, por su parte, trabaja el espacio público como el ámbito por antonomasia del juego, es decir de la alteridad generalizada (5). En ese ámbito se producen deslizamientos y bifurcaciones “cuyos protagonistas ya no son comunidades coherentes, homogéneas, atrincheradas en su cuadrícula territorial sino actores de una alteridad que se generaliza, paseantes a la deriva, disimuladores natos, peregrinos eventuales, viajeros de autobús, citados a la espera que definen consensos sobre la marcha” (6). Citando a Birdwhistel, propone el espacio público como “una proxemia del espacio social y personal, [...] una ecología del pequeño grupo con sus relaciones formales e informales, sus jerarquías, marcas de sometimiento y dominio, sus canales de comunicación que determinarían territorialidad. Territorialidad como identificación de los individuos con un área que interpretan como propia, y que se entiende que debe ser defendida de intrusiones, violaciones o contaminaciones” (7), pero que dan lugar a estructuras líquidas que confrontan con el espacio construido. Delgado diferencia la ciudad de lo urbano. La ciudad es un espacio habitado, lo urbano no; “lo urbano es un espacio que no puede morado, [...] se desarrolla en espacios deshabitados e incluso inhabitables. En relación con el espacio en que se despliega, no está constituido por habitantes poseedores o asentados, sino más bien por usuarios sin derechos de propiedad ni de exclusividad sobre ese marco que usan y que se ven obligados a compartir en todo momento” (8). En tal sentido el espacio público es un espaciamiento, una extensión urbana regida por la distancia, que se usa de paso, territorializada por técnicas y prácticas simbólicas que la organizan y que son innumerables, que proliferan hasta el infinito renovándose a cada instante. Interesa explorar esta noción del espacio público como el espacio de nadie, que se construye con la distancia y admite sólo consensos que producen una territorialidad instantánea. Lo dicho amplía la atención que ya no se deposita sólo en aquéllo fijo y determinado que tiene el territorio del espacio público convencional de la ciudad sino también, y especialmente, en la topografía móvil de lo público que se genera en la acción disolvente de individuos, de lo que resulta una territorialidad por defecto, opuesta a la de los espacios proyectados. También aquí es funcional el espacio de borde, puesto que el ciudadano desplazado y nómada de la ciudad contemporánea se identifica con la indeterminación de los bordes, en los que recupera pertinencia y legitimidad.

Desde el campo del pensamiento, el aporte de Gilles Deleuze y Félix Guattari constituye una referencia válida para este trabajo (9). La profusión de conceptos propuestos por los autores permite pensar la diferencia y la multiplicidad que se intuye infunden el espacio público y que brindan la potencia de una inherente proyectualidad de lo público. El espacio público puede ser pensado desde lo eventual del rizoma del comportamiento social y sus procesos aleatorios e imprevisibles o bien desde la estabilidad de la forma física y su estratificación material, forma que por su propia fijación e inercia está siempre amenazante por los desplazamientos y rupturas de la acción social. La acción social se expresa como actividad en el espacio público, mejor aún, como despliegues de actividades que a modo de descargas pulsionales de cuerpos y objetos, dispositivos y mecanismos, organizaciones y procesos generan concentraciones más o menos focalizadas (detenciones, coagulaciones) o flujos (tránsitos, desplazamientos) no siempre gobernables ni previsibles. Las actividades en el espacio público son desestabilizadoras, introduciendo una temporalidad signada por aceleraciones, ralentizaciones, corrimientos, espesamientos, etc. La articulación de un tipo de actividades rizomática y formas físicas consuetudinarias propone permite una aproximación no estructural a lo público, un abordaje de los efectos no previstos explicables por el devenir de lo público antes que por la prescripción de lo normado del espacio público.

El concepto de territorio, por su parte, es trabajado por las autores tanto en un sentido afirmativo, como lugar de la distancia crítica entre dos seres de la misma especie con las cuales se asegura y regula la coexistencia de los miembros de una misma especie sino que también hace posible la coexistencia de un máximo de especies diferentes en un mismo medio, especializándolo (10). Este territorio esta indicializado, está marcado, tiene expresión. Pero también el territorio es hablado en su disolución, cuando operan en el mismo líneas de fuga (11) que lo desterritorializan, cuando ocurre un movimiento de abandono de toda regularidad, de quebrantamiento de la estabilidad. Esta desterritorialización produce diferencia y se experimenta como intensidad del traspaso, como efecto de vectores que operan en un campo. El juego de lo urbano y de su espacio público es un juego de territorialidades que se desterritorializan introduciendo lo aleatorio y eventual como una condición de la expresión. La acción en el espacio público bien puede asimilarse a los que los autores proponen como un plan de contingencias, algunas regularidades transitorias cuyo tiempo no es el de cronos (continuo, secuencial) sino el de aión (12), el tiempo indefinido dado por el intervalo en el que coincide un demasiado tarde con un demasiado pronto. El aión es un tiempo sin medida, el tiempo del acontecimiento. Los espacios de borde de la ciudad son concomitantes con esta temporalidad aiónica que impone la vida cotidiana, ámbitos del despliegue de una acción contingente que en su devenir marca territorios, dibujando o confirmando bordes.

Estos conceptos confrontan decididamente con una idea de ciudad y de espacio público normada y, en tanto tal, estructurada y definida. La ciudad contemporánea y el espacio público -su más relevante expresión- no desaparecen bajo la amenaza que sufre su razón estructural, sino que se vuelven un fenómeno de multiplicidad. En la ciudad estructurada (por la historia, la planificación, la memoria colectiva) el espacio público formal convive con lo público propio de la ciudad emergente de la complejidad del presente. La ciudad actual es una ciudad desafiada, sospechada, descreída de los atributo de sistema por la cual es entendida como una unidad compleja de partes en tensión. El espacio público de la ciudad estructurada es un territorio organizado a partir de la existencia de lugares primaciales generadores de centralidad, lugares geográficos en los que se produce una fijación espacio-temporal de formas, usos y significados históricamente amalgamados (plazas fundacionales, edificios institucionales, etc.) capaces de producir territorios definidos por la pauta de centralidad que implican. Los propios procesos urbanos de la modernidad industrial alteraron tempranamente la estabilidad solo registrable en la ciudad premoderna. La metropolización y la suburbanización introdujeron tempranamente en la experiencia del espacio público un grado de distanciamiento e indiferencia que, transcurrido el largo proceso de desarrollo capitalista, se expresa en la actualidad como un estado de exacerbación de tendencias registrables en la historia reciente. De tal modo, los actuales procesos de dispersión, gentrification y escisión de la ciudad intensifican la percepción del espacio público como una dimensión desestabilizada y errática de la ciudad, enteramente anómico, degradado y devaluado.

Las consideraciones realizadas constituyen un marco teórico necesario con el que se procura entender el espacio público desde las nociones de borde antes que desde las certidumbres de las estructuras, aceptando que en el presente de nuestras ciudades, en ocasiones el espacio público se ofrece como una de referencia estable y cierta, un espacio estratégico para el ejercicio de la ciudadanía y en otras, por el contrario, se constituye en una ámbito dominado por lo eventual y lo contingente, territorios inestable e indeterminado de la acción táctica de sujetos desamparados.

Bordes como fenómeno de lo público

Tanto el concepto de borde como el de centro contribuyen a explicar la noción de territorio. En anteriores trabajos se ha tratado de explicar que los elementos materiales y simbólicos de centralidad son constitutivos, en el sentido de determinación categórica, del espacio público como un territorio definido, en el que se proyectan dominios y se determinan jurisdicciones de manera inequívoca (13). El espacio público de una ciudad es un caso de territorialidad definida por la convergencia espacio temporal del derecho público y una extensión física sobre la cual ese derecho tiene efecto jurisdiccional. El motivo de este trabajo es entender que los procesos de la territorialidad del espacio público en la ciudad contemporánea, y sus fenómenos de distopia y desterritorialización, no son procesos lineales simples sino que por el contrario su fenomenología presenta dificultades epistemológicas y metodológicas que la arquitectura y el urbanismo deben revisar en un intento de recuperar pertinencia como prácticas proyectuales en la ciudad. Para ello se propone desplazar la mirada desde los aspectos constitutivos de la centralidad generadora de territorios llevándola a los bordes, que marcan el límite, margen o confín de lo público y donde precisamente se avivan los conflictos físicos y sociales, materiales y simbólicos, de la ciudad contemporánea. En síntesis, y reiterando, se trata de apreciar el corrimiento que va del espacio público (material, normativo, estructurado y estructurante) a lo público (narrativo, simbólico, fluyente, lábil).

El espacio público se vive como la preexistencia que da lugar a la experiencia particular y propia, experiencia de acción que lo modifica dando lugar a episodios de lo público. Lo público es el efecto de esa acción de vivir en la realidad eminente de la vida cotidiana, en la que los hombres se ven incorporados a determinadas situaciones tal como ellos mismos las definen en el contexto de su vida en ciudad.

La ciudad contemporánea como fenómeno histórico que se especifica en nuestras ciudades, queda determinada por las tendencias propias de la mundialización (capitalismo transnacional de base posindustrial, modo informacional de producción, repliegue de la subjetividad) que caracterizan la condición contemporánea de la vida urbana, con efectos particulares según el caso que se considere. Al articularse esas tendencias históricas estructurales con la coyuntura local se suscitan problemáticas y fenomenologías particulares en las ciudades y el espacio público, que constituyen el objeto de este trabajo y el objetivo amplio de la investigación en la que el mismo se basa. Esta problemática se manifiesta como desajustes de las coordenadas espacio-temporales que hasta ahora han brindado referencia, identidad y sentido al espacio urbano. En el caso de algunas ciudades argentinas, fenómenos tan dispares como la ampliación del impacto y la incidencia de los medios de comunicación en el cuerpo social, la generalización de formas de consumo dirigido, la declinación de roles tradicionalmente cubiertos por el Estado, la debilidad de los sistemas de representación política y, en general, la acción convergente de distintos dispositivos de disciplinamiento social, han provocado una radical declinación del sentido jerárquico del espacio público dando lugar a fenómenos complejos y novedosos que ameritan su estudio.

Desplazamientos

Es evidente que el espacio público urbano ya no se explica sólo como la contraparte física substantiva de una sociedad civil, entendida ésta como sujeto histórico de la ciudad. La devaluación del valor simbólico del espacio público, la consecuente degradación de su imagen y las disfunciones que presenta expresan la condición crítica del espacio público en nuestras ciudades, crecientemente reguladas por lógicas econométricas, leyes de mercado y parámetros relativos sólo a la producción y el consumo. Prosperan las formas desagregadas, prevalecen los intereses y las miradas sectoriales (para unos es un espacio técnico, vial y de infraestructuras, para otros es el ámbito del peligro y la negación de la alteridad, espacio de la oportunidad y el abuso, de la trasgresión y la anomia, etc.) por lo que el supuesto de que el espacio público es factor de continuidad cognitiva, perceptiva y valorativa de la ciudad ha perdido entidad en una aproximación empírica y fenomenológica de la ciudad aun cuando perviva en la formalidad del sistema legal.

El problema que se presenta radica en la disociación entre las formas físicas, los usos sociales y los significados culturales del espacio público urbano. Tal disociación conlleva a las aludidas territorialidades inestables del espacio público y a procesos inciertos e indeterminados en la ciudad.

El problema de la disociación se explica inicialmente por un juego de derivas, de desplazamientos y descentramientos que estaría ocurriendo toda vez que la relación estructural entre formas, usos y significados se altera en un algún grado y modo. En tal sentido, se reconocen cuatro desplazamientos significativos:

Del espacio público a lo público. El espacio público como categoría constitutiva de la ciudad tiene implicancias físico-espaciales y socioculturales que lo caracterizan como el ámbito general, común, colectivo, universal y superior de integración social en un espacio físico único. Se presenta como un factor de continuidad e integridad de la ciudad física conformando un estado de hecho y de derecho que se sustenta en al menos tres campos que lo legitiman: Estado, Sociedad y Cultura. Desde el Estado, el espacio público es todo aquello que compete y cae en su jurisdicción; desde la Sociedad, es el ámbito de acción de la ciudadanía y la integración del vínculo intersubjetivo, y desde la Cultura, es el sistema de representación de un imaginario colectivo merced al cual se incluye la alteridad, la diversidad y la diferencia en un sistema simbólico socialmente compartido. Estas nociones de espacio público suponen una correspondencia entre la forma física que se percibe (calles, plazas y parques, edificios, espacio y ámbitos) los usos que la acción social practica en el espacio físico (servicios educacionales, administrativos, sanitarios, de seguridad y justicia, de esparcimiento, recreación y culto, etc.) y los significados asumidos o derivados de esa acción (ciudadanía, comunidad, civismo). Sobreviene lo público cuando estas relaciones se quiebran o transgreden, tomando prioridad la acción intersubjetiva de individuos que acontece prescindiendo de la normativa (jurídica, política, social, cultural). Los ejemplos son muy variados: ocupaciones abusivas de veredas con fines particulares o privados, congregación social en lugares insólitos; vandalismo y ocupaciones intempestivas de grupos; ficciones de espacio público de los shopping centers, parques temáticos, etc.

Del lugar a la distopía. El concepto de lugar supone una sólida correspondencia entre formas, actividades y significados, con una marcada estabilidad espacio-temporal que brinda identidad, memoria y referencia a la sociedad. El lugar tiene un fuerte efecto organizador del espacio urbano generando una topología que facilita la comprensión y valoración de la ciudad. Además, la existencia de un sistema de lugares significativos, asociados a formas relevantes y usos pertinentes que brinda a la ciudad una dimensión de totalidad, un sistema complejo pero integrado. Cada lugar público conforma un núcleo de centralidad material y simbólica (la plaza, la escuela, la calle principal) que territorializa el espacio urbano generando una topología de continuidades perceptivas, cognitivas y valorativas que alcanza a la sociedad en su conjunto. En la distopia el lugar muta, aunque no desaparece. Pierde intensidad, se desajustan las relaciones o se disocian los términos generándose experiencias desconcertantes que quiebran la posibilidad de comprender la ciudad como una entidad total, continua y estructurada Son ejemplos al respecto los fenómenos de la urbanidad emergente: corredores, áreas de vacancia, barrios cerrados.

Del territorio a la territorialidad. La noción de territorio supone un estado de hecho fundado en un derecho. Es una integración espacio-temporal de un sistema normativo (leyes, valores, creencias) que se aplica sobre una extensión geográfica (la ciudad, un barrio, una cuadra) en la que un poder (el Estado, las instituciones intermedias) ejerce su jurisdicción. Se ve distorsionado por la proliferación de poderes formales e informales que operan en el espacio público en el contexto de una sociedad contradictoria y conflictiva. El territorio es consecuencia de hechos de centralidad que lo constituyen (lugares), pero sus efectos se dispersan en su extensión espacial y se agudizan en sus bordes. El borde es el punto de la extinción del dominio y la jurisdicción que determinan el territorio; allí el sistema entra en crisis al estipularse la necesidad de una articulación con una territorialidad otra, diferente. El espacio público tradicional se define como un territorio estable y preciso; a mayor consolidación física y social de la ciudad le corresponde una más estable configuración de la territorialidad pública, es decir, bordes netos, límites precisos. Las disrupciones de la condición contemporánea desafía la estabilidad que se ve alterada por invasiones y sabotajes, transgresiones y rupturas que hacen del espacio público un territorio eventual sobreviniendo episodios de territorialización / desterritorialización tan desconcertantes como intensos y productivos. En la territorialización eventual de lo público la atención se desplaza a los límites del territorio antes que a su centralidad constituyente. Son ejemplos los territorios instantáneos de las tribus urbanas, los efectos directos de un barrio cerrado.

Del proyecto a la proyectualidad. El proyecto como instrumento de aplicación del conocimiento disciplinar de la arquitectura y el urbanismo supone certidumbre epistemológica y metodológica. En general se acepta que a partir de un programa y un sitio y, reconocidas unas condiciones objetivas de producción, el proyecto urbano-arquitectónico propone la debida forma, con ajuste a expectativas de usos y conforme a sistemas simbólicos. El proyecto satisface así el objetivo superior de sintetizar una contradicción presente con un sentido de progreso y superación atando al propósito estético el valor ético. La aceptación de la incertidumbre y la probabilidad por sobre las certezas y las posibilidades tanto como las condiciones de indeterminación y eventualidad de los procesos urbanos signados por las economías de flujo, la terciarización, la informatización, la massmediatización de la vida urbana, etc., modifican los supuestos positivistas del proyecto haciendo surgir la proyectualidad como una práctica de contingencia, un tipo de operación imprevista en la que los elementos disponibles establecen relaciones instantáneas de sentido antes que estructuras representativas de órdenes y valores establecidos. La proyectualidad sobreviene en el punto en que formas, actividades y significados estando co-presentes producen un sentido para la contingencia y una expresión para el acontecimiento.

El reconocimiento de estos desplazamientos abre frentes problemáticos de los cuales los más relevantes son de orden operativo y ético. Operativo puesto que las disciplinas proyectuales reconocen una construcción histórica que ha cristalizado en el predominio de métodos deductivos de determinación de la forma arquitectónica del tipo análisis-diagnóstico-propuesta y sus retroalimentaciones; éticos, por cuanto es necesario mitigar, en un momento de extremo debilitamiento de las visiones ideológicas, el riesgo de una aceptación omnisciente y pasiva de estos desplazamientos. En efecto, estos estados de hecho se presentan como originados en procesos fuertemente performativos y dotados de gran potencial de proyectualidad, por lo que se naturalizan por las prácticas cotidianas y, por lo tanto, resultan eximidos de cualquier juicio de valor y carentes de tensiones de cambio. Por el contrario, reconocer estos estados de hecho relativos al espacio público no implica aceptar automáticamente sus desplazamientos sino más bien entender las problemáticas que habiliten a los arquitectos y urbanistas a trabajar nuevas hipótesis para la comprensión y la acción en el espacio público, anteponiendo una actitud crítica y reflexiva que descubra en cada caso –en cada incidente de lo público- cómo ponen en tensión tales desplazamientos el sentido que históricamente ha tenido el espacio público, con miras a su reproposición.

Advertidos estos problemas, el reconocimiento de estos desplazamientos permitiría trazar mejores hipótesis para la acción en la ciudad. Permitiría también una revitalización de la crítica de los procesos urbanos que no sólo ponderaría el mayor o menor encuadramiento en un concepto de ciudad como sistema sino también en el concepto de multiplicidad rizomática de lo público.

Consideración final

La ciudad contemporánea, que en el contexto de este trabajo se reconoce escindida, presenta una imagen discontinua y heterogénea, lo que significa fuertes fracturas o disrupciones cuya comprensión y valoración social interesa reconocer. La mera existencia de bordes, fronteras o límites, no constituye por sí misma fenomenología urbana original, pero sí es un problema social, medio-ambiental o técnico-funcional que se actualiza en el presente. Es signo de fractura del lazo social (por proscripción, negación, segregación o guetificación de grupos o segmentos sociales), de degradación ambiental y desvalorización del paisaje y de disfuncionalidad por incompatibilidad de usos, déficit de servicios y obsolescencia de infraestructuras.

En la ciudad escindida se reconoce la existencia de una ciudad central, históricamente sedimentada, con mayor grado de estructuración, con gradientes de centralidad (centros regionales, centro urbanos, centros barriales) que es reconocida como la ciudad oficial, la que establece la referencia tácita respecto de la cual se miden las diferencias que proponen las ciudades otras, la de la suburbia residencial, la marginal y pobre, la ciudad  tomada de los barrios cerrados, la ciudad desplazada de los enclaves comerciales de esparcimiento, la dispersa de las periferias de crecimiento extensivo, la de los corredores viales a los que se añaden usos variados otrora propios de la ciudad central (conjuntos habitacionales, salas de cine), etc. En cada uno de estos estados de la ciudad escindida es posible verificar las tensiones entre espacio público y lo público, lugares y distopias, territorializaciones y desterritorializaciones, proyectos y emergentes de proyectualidad. Bajo el síndrome de la ciudad escindida la fenomenología de lo múltiple prima por sobre la fenomenología de lo mismo al debilitarse la unidad urbana, siendo los bordes la manifestación de esta problemática que se resignifica en el contexto de la hipótesis de la ciudad escindida. En este marco los bordes son expresión de un disgregación extrema de barrios, modos de vida, condiciones socioeconómicas y ambientales antes que interfaces necesarias, suturas o transiciones entre partes de la ciudad aceptablemente equivalentes.

El estudio de la fenomenología de los bordes, tal como es experimentada por el habitante urbano cotidianamente, puede mejorar la comprensión del espacio público y potenciar la actuación proyectual en territorios de lo público. En tal sentido, no sólo debe buscarse tal fenomenología en las marcas persistentes e inerciales del espacio público físico sino también en las marcas efímeras y espontáneas de las contingencias y eventualidades de lo público. Precisamente, la aleatoriedad resultante de acciones espontáneas, intencionadas pero no estructuradas, intensas pero no previsibles, de personas o grupos de actantes de la ciudad genera en el orden físico del espacio público una territorialidad diferente, sobrepuesta o impuesta que enerva el espacio público convencional, desbordando incluso sus límites físicos.

El juego entre coincidencia / no coincidencia entre espacio público y lo público, esta ocurrencia de hechos que en ocasiones significan una articulación estructural -y por ello previsible y legal- de formas, actividades y significados, y en otras una desconcertante desarticulación, demuestra la complejidad actual de la ciudad contemporánea. Tampoco es original la ocurrencia de lo inesperado en un espacio pautado, pero sí es igualmente indicativa de la problemática contemporánea la intensidad con que este juego se despliega.

La práctica proyectual de ,para y en el espacio público se retrae frente a este juego. El proyectista formado en una matriz convencional necesita de datos ciertos (un programa funcional, un sitio, ciertos recursos), y contextos productivos (normas, consensos, tradiciones) determinados y estables para desarrollar el proyecto, consecuencias del cual propondrá una particular configuración (estructuración) de formas, actividades y significados. En las situaciones de distopia y desterritorialización, el proyectista queda bloqueado por la incertidumbre y la indeterminación de las situaciones que debe enfrentar, por las pluridimensionalidad y conflictividad de las situaciones proyectuales que lo convocan. ¿Cómo intervenir con un sentido público en el barrio cerrado, cuyo vecindario se autosegrega y atrinchera tras cercos fieramente custodiados? ¿Cómo intervenir en la ciudad marginada, autoorganizada sobre la base de una legalidad paralela a la de la ciudad integrada y oficial? ¿Cómo intervenir en las áreas centrales tradicionales en las que se degrada el patrimonio arquitectónico y urbano, se acelera la especulación inmobiliaria y aumentan las disfunciones de servicios e infraestructuras? ¿Cómo intervenir en las áreas de vacancia, espacios abandonados con vestigios de sus pasados industriales, ferroviarios o portuarios, cuya reinserción urbana sólo se piensa en términos de unidades de negocios en el marco de la hegemonía neoliberal? Es evidente que el espacio público presenta desafíos tanto en el orden ontológico de su centralidad simbólica como en la fenomenología que lo expresa.

Este trabajo, entre monográfico y ensayístico, es en sí mismo indicativo de la tensión que se percibe en el campo disciplinar y procura formular, una y otra vez, preguntas que devuelvan la mirada hacia las potencialidades y vigencias del saber urbano-arquitectónico: ¿Puede la arquitectura y el urbanismo incluir o abarcar en su epistemología y metodología la inestabilidad de los territorios de lo público? ¿Qué relaciones se establecen entre la forma arquitectónicamente determinada (fachadas, exteriores e interiores sistematizados para el uso público) y los dispositivos para-arquitectónicos (elementos físicos livianos o ligeros, fijos o móviles, permanentes o efímeros) que proliferan en el espacio urbano? ¿Qué relaciones se verifican entre los usos que la forma habilita o infiere y los que la acción social establece? ¿Qué valoración social se infiere de estas acciones espacializadas? ¿Existe posibilidad para la acción proyectual cuando hay disyunción entre formas y usos? Si se acepta la pertinencia de estas preguntas se estará aceptando a la vez la crisis disciplinar y con ello la necesidad de revisar los constructos más consolidados de las disciplinas proyectuales. Para ello será conveniente acudir en colaboración a los estudios de antropología y sociología urbana, de políticas de desarrollo y gestión local, de manejo de recursos y desarrollo sustentable, etc., será necesario buscar mejores correspondencias entre el pensamiento y la práctica proyectual con ajuste a nuevos paradigmas que incluyan inevitables dosis de incertidumbre e indeterminación, de multiplicidad y devenir, de eventualidad y contingencia. La apuesta es la recuperación de una buena vida pública en nuestras ciudades, lo cual no depende sólo de la insistencia en la rearticulación estructural de formas, actividades y significados de los espacios públicos sino también de administrar la proyectualidad inherente de lo público, reconociendo los bordes como espacios físicos inestables que se re-dibujan constantemente marcando y desmarcando una y otra vez el complejo devenir de la vida urbana.

notas

1
Diccionario on line en Internet de la Real Academia. Ver http://buscon.rae.es/diccionario/drae.htm.

2
Ver: ARROYO, Julio. Espacio público. Fenomenologías complejas y dificultades epistemológicas. Ponencia aceptada en el VII Seminário de História da Cidade e do Urbanismo, Universidad Federal de Bahía, 2002.

3
Ibidem.

4
Ibidem, p.129.

5
DELGADO, Manuel. El animal público. Barcelona, Anagrama, 1999, p. 14.

6
Ibidem, p. 25.

7
Idem, p. 30.

8
Idem, p. 33.

9
DELEUZE, Gilles y GUATTARI, Félix (1980). Mil Mesetas. Capitalismo y esquizofrenia. Valencia, Pre-textos, 1997.

10
Ibidem, p. 325.

11
Idem, p. 517.

12
Idem, p. 517.

13
Ver: ARROYO, Julio. Espacio público. Fenomenologías complejas y dificultades epistemológicas. Cit. SCHUTZ, Alfred (1974). El problema de la realidad social. Bs. As., Amorrortu, 1995.

sobre el autor

Julio Arroyo, profesor. Facultad de Arquitectura, Diseño y Urbanismo, Universidad Nacional del Litoral, Santa Fe, Argentina.

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