La Semana de Arte Moderna celebrada en São Paulo en 1922 fue un manifiesto que rompió con los academicismos que dominaban las artes brasileñas, abriendo camino para el movimiento moderno en el nuevo mundo. Los modernistas – así como se denominaba un grupo de artistas e intelectuales vinculado con las vanguardias europeas – buscaban también encontrar algunas señas para la creación de una identidad propia, que tanto se pudiera reconocer en la esfera internacional y, sobretodo, que fuera capaz de producir un arte comprometido con la cultura brasileña. El alborozo provocado en los encuentros que tuvieran cita en el Teatro Municipal de la capital paulista chocaba con la clase burguesa de carácter agrícola en una ciudad que crecía a ritmos frenéticos. En medio a conferencias, conciertos, exposiciones, lecturas de poemas y manifiestos, la semana de arte sugería nuevos caminos para la creación de una identidad nacional.
São Paulo, a principios de siglo XX, vivía su primera gran explosión demográfica. En 1886 su población era de cuarenta y ocho mil habitantes, y en 1920, contaba ya con quinientos y ochenta mil, en su gran mayoría extranjeros. Europeos, árabes y japoneses se juntaban a los brasileños – una mezcla de negros africanos, indios y colonizadores. De la mistura de razas, culturas y religiones aparece el asiento paulistano. Los puentes, bulevares, viaductos, túneles y los primeros rascacielos cambian la configuración de la ciudad.
La velocidad de transformación de São Paulo es retratada por unos de los artífices de la Semana de Arte Moderna, el poeta Mario de Andrade (1893–1945), con sus poemas publicados en Paulicéia Desvariada en 1922. La obra se destaca por algunas experiencias literarias como el collage, la sonoridad futurista y acelerada, pero sobretodo en la oscilación entre la adhesión a la vida moderna y su más absoluto rechazo. Con Macunaíma, el héroe sin carácter (1928), el escritor paulista crea un mítico personaje, recurriendo al folclor y contraponiéndose a estereotipos importados. Macunaíma (complejo termo indígena, de naturaleza ambivalente e contradictoria, que podría ser traducido como el “gran mal”) nace en una maloca en el Amazonas, viaja por todo el Brasil y acaba por vivir en la metrópolis, São Paulo. Posee poderes que le permite cambiar de identidad, un personaje en constante indefinición y movimiento.
Durante la semana, el más elocuente del grupo de los modernos, Oswald de Andrade (1890-1954), provocaba el público con sus conferencias: “Tupi or not Tupi, this is the question”. Escribió el Manifiesto Poesia Pau-Brasil (1924), cargado de tintes nacionalistas y luego el Manifiesto Antropofágico (1928), que sostenía que la identidad brasileña era fruto de un proceso de canibalismo cultural. El término Antropofagia fue tomado por Oswald de un cuadro titulado Abaporu (hombre que come gente, en tupí-guaraní), que le había sido regalado por Tarsila do Amaral (1886-1973), en 1928. La pintora paulista, hija de hacendados que hicieron fortuna con el café, tuvo una carrera vinculada a los círculos artísticos parisinos, siendo suya la preciosa serie que retrata elementos de la fauna y flora brasileña.
Esta búsqueda antropológica ha marcado las raíces de los movimientos artísticos que se suceden en Brasil. En la posible falta de identidad propia, esa sería, en todo caso, polifónica, mestiza y multicultural. De la Semana de Arte Moderna surge un modelo a seguir, donde todo puede caber: la antropofagia. Alimentarse de todo lo que pueda ser comido, y de esta digestión, saldría un arte propio. Bossa nova, arquitectura moderna, tropicalismo, cinema novo, tribalismo; todo parece caber en esta inmensa ciudad.
El evento fue capaz de generar una inercia que luego se multiplicó en la frenética actividad económica y cultural que domina la gran São Paulo con sus dieciocho millones de habitantes. Un rico legado artístico-cultural que se mantiene en la fisonomía de la ciudad hasta hoy, como las ediciones de la Bienal de Arte de São Paulo, o en el precioso acervo de sus museos y galerías de arte. La antropofagia no puede parar
notas
[Texto publicado en la revista El Temps d’Art, núm. 18, marzo-abril 2005. Barcelona-Valencia].
Affonso Orciuoli, Barcelona, España
