La noticia de su muerte nos tomó por sorpresa pues, aunque nonagenario, se le veía rozagante y seguía trabajando, incansable, en varios proyectos. En meses recientes se sucedieron diversas actividades para celebrar sus 90 años, cumplidos el pasado 29 de mayo, en las que derrochó simpatía, elegancia y vitalidad. Falleció en el transcurso de la noche del grito de Independencia, la que transita del 15 al 16 de septiembre. Teodoro González de León (Ciudad de México, 1926-2016), uno de los grandes de la arquitectura mexicana, escogió una fecha grande para dejarnos.
Su pérdida se suma a la de una magnífica camada de arquitectos egresados de la Unam nacidos en la tercera década del siglo 20 (o en años muy cercanos) que han ido partiendo paulatinamente dejando a las generaciones posteriores con cierta sensación de orfandad: Manuel González Rul (1923-1985), Imanol Ordorika Bengoechea (1931-1988), Honorato Carrasco Navarrete (1926-1992), Carlos Contreras Pagés (1925-1993), José Luis Benlliure Galán (1928-1994), Alejandro Prieto (1924-1997), David Muñoz (1924-2000), Jaime Ortiz Monasterio (1928-2001), Abraham Zabludovsky (1924-2003), Enrique Landa (1921-2004), Ricardo Flores Villasana (1925-2004), Alejandro Caso (1926-2004), Héctor Velázquez (1922-2006), Ramón Torres (1924-2008), Agustín Landa (1923-2009), Guillermo Rossell de la Lama (1925-2010), Pedro Moctezuma (1923-2011), Ricardo Legorreta (1931-2011), Luis Guillermo Rivadeneyra (1920-2012), Antonio Attolini (1931-2012), Pedro Ramírez Vázquez (1919-2013), Carlos Mijares Bracho (1930-2015) o Manuel Larrosa (1929, fallecido tres días después que Teodoro tras haber recibido la Medalla Bellas Artes 2016). Algunos de sus contemporáneos, como Fernando López Carmona (1921), Agustín Hernández (1924), José María Gutiérrez (1924), Juan Martínez Romo (1926), Manuel Rosen (1926) o Carlos Ortega Viramontes (1927), siguen entre nosotros. Todos ellos se formaron, ya fuera en despachos o en las aulas de la Escuela Nacional de Arquitectura de la Unam, con los maestros de la primera generación de la arquitectura moderna mexicana: Carlos Obregón Santacilia, José Villagrán, Francisco J. Serrano, Juan O’Gorman, Carlos Lazo, Mario Pani, los cuatro Enriques (Del Moral, De la Mora, Yáñez y Carral), Augusto H. Álvarez, Juan Sordo Madaleno…
Extraordinario dibujante de amplísima y exquisita cultura, Teodoro González de León fue el más prolífico de los arquitectos de su generación. Como estudiante de los últimos años en la Academia de San Carlos, presentó con sus compañeros Enrique Molinar y Armando Franco una contrapropuesta para el proyecto de Ciudad Universitaria que fue tomada en cuenta por Pani y Del Moral para el plan maestro del conjunto inaugurado en 1954 y declarado Patrimonio de la Humanidad en 2007. Su capacidad e iniciativa le abrieron las puertas del despacho de Le Corbusier en París, donde pasó año y medio trabajando y tuvo oportunidad de ver en construcción la Unidad Habitacional de Marsella (que también fue incorporada recientemente a la lista de patrimonio mundial de la Unesco).
Como profesionista de éxito supo transitar del México desarrollista de los años sesenta y setenta, cuando el gobierno priista era el principal cliente de los arquitectos con proyectos de corte social, al México neoliberal que a partir de los años noventa se entregó descaradamente a las leyes del mercado mientras el gobierno evadía los grandes problemas de vivienda, educación y salud para dejarlos en manos de la iniciativa privada. Nadie – o casi nadie – construyó tanto como él, y fueron pocos los que generaron tanta admiración, aunque también tanta controversia con algunas de sus últimas obras cuando, ya consagrado e idolatrado, se permitió devaneos formales y agresiones al patrimonio moderno que han motivado la crítica de un amplio sector de la sociedad.
Su eclosión se dio en las décadas de 1970 y 1980 con las fecundas relaciones profesionales que estableció con Abraham Zabludovsky y Francisco Serrano Cacho, con quienes proyectó la Embajada de México en Brasilia (1976). Antes había construido con Zabludovsky el conjunto habitacional Torres de Mixcoac (1971) y la Delegación Cuauhtémoc (1973), pero la consagración de esta mancuerna llegaría con las nuevas sedes del Infonavit (1975) y El Colegio de México (1976, el prestigioso centro de investigaciones sociales que fue fundado por Alfonso Reyes en 1938 como La Casa de España para alojar y alejar de la guerra civil española a un puñado de intelectuales republicanos que hicieron de México su segunda patria). En estos edificios utilizaron por primera vez el acabado de concreto cincelado con grano de mármol tan característico de sus obras posteriores, como la Universidad Pedagógica Nacional (UPN), varias sedes bancarias de Banamex, el Museo de Sitio de Chichen Itzá, y dos obras paradigmáticas en el bosque de Chapultepec: el Museo Tamayo (1981, que muchos consideramos su obra maestra), y la ampliación del Auditorio Nacional (1991) que fue la última colaboración profesional entre ambos creadores.
Su relación con Pancho Serrano se intensificó a partir de la construcción del edificio de Nafinsa (1984), a la que siguieron varias obras en Villahermosa (la sede de Gobierno, la biblioteca estatal y el Parque Tomás Garrido Canabal, con Aurelio Nuño), el Centro Minero Nacional en Pachuca y el Palacio de Justicia Federal en el DF (con Carlos Tejeda), y a finales de los noventa las embajadas de México en Guatemala y Berlín, y sendos conjuntos en la zona financiera de Santa Fe: la sede de Hewlett Packard y el Corporativo Arcos Bosques donde destaca el famoso “pantalón de Teodoro”.
En aquellos años se consolidó el lenguaje arquitectónico de potente expresión plástica que caracteriza la obra de González de León, en el que los espacios exteriores, tratados con taludes y plataformas aterrazadas unidas por generosas escalinatas, se funden con macizos cuerpos geométricos articulados por patios. Muros, pórticos y pérgolas adquieren volumen con el acabado rugoso del concreto cincelado y se convierten en elementos escultóricos que definen los espacios habitables. Sobre el concreto aparente característico de su obra, que le valió el apodo de “Teodocreto”, el arquitecto escribió: “Otra constante en nuestros edificios es el uso del concreto con acabado cincelado profundo para resaltar el agregado de mármol. Surgió como consecuencia de una prolongada experimentación y en respuesta al aspecto monótono que tiene el concreto normal. Este acabado [otorga] una textura cálida y artesanal, que revela la mano humana y se emparenta con las piedras naturales. Es un material que tiene buena respuesta al paso del tiempo, condición básica de la arquitectura” (1).
A finales de los ochenta se unieron al equipo de trabajo de Teodoro, en el que ya figuraban sus asiduos colaboradores José Arce y José María Larios, los jóvenes Ernesto Betancourt y Miguel Barbachano, talentosos egresados de la Unam que contribuyeron en el desarrollo de proyectos que vieron la luz en los noventas, como la plaza Rufino Tamayo, la torre del Fondo de Cultura Económica (que se yergue entre El Colegio de México y la UPN, en las faldas del Ajusco), el museo de sitio de El Tajín, la embajada de México en Belice, la Escuela Superior de Música del Centro Nacional de las Artes, y su propia casa en la colonia Condesa.
En 1997 González de León desató gran revuelo con el proyecto de una torre de oficinas para Telmex que se pretendía levantar en el centro comercial aledaño al sitio arqueológico de Cuicuilco. Luchadores sociales lograron frenar su construcción argumentando que el escultórico rascacielos afectaría las visuales desde la pirámide circular (¿alguna semejanza con el Espacio Escultórico y el edificio H, tan criticado por el propio Teodoro?) y en su lugar se construyó un inocuo inmueble de baja altura. Cierta discordia causaron también sus intervenciones en el patrimonio construido: la transformación del exconvento de la Enseñanza en sede de El Colegio Nacional (1994), la antigua estación de bomberos en Museo de Arte Popular (2006) y el cine Lido/Bella Época en centro cultural y librería del Fondo de Cultura Económica (2006). Incluso alteró dos de sus obras maestras con las recientes ampliaciones al Museo Tamayo y a la biblioteca de El Colegio de México que, aunque bien logradas, no a todos dejaron satisfechos. Para zanjar la polémica afirmaba –no sin razón- que los edificios antiguos tienen que “ganarse la vida" adaptándose a las necesidades que dictan los nuevos tiempos.
Teodoro no fue profesor de la Unam pero se mantuvo vinculado a su alma mater de diversas maneras, empezando por su participación en la concepción del plan maestro de Ciudad Universitaria y por el hecho de que muchos de sus más cercanos colaboradores en su larga trayectoria fueron egresados de la Facultad de Arquitectura (FA, antes Escuela Nacional de Arquitectura). En 1991 ocupó la séptima edición de la Cátedra Extraordinaria Federico Mariscal y dejó embelesado al público a lo largo de las diez sesiones que dura este evento anual de la FA. Cuando Felipe Leal inició su gestión como director (1997-2005), organizó el Taller de la Ciudad de México con Alberto Kalach, Juan Antonio Tonda y el propio Teodoro, del que surgió el proyecto “Vuelta a la ciudad lacustre” que proponía una audaz alternativa para la recuperación ambiental de la cuenca del Valle de México. El proyecto apareció en el número 3 (verano 2000) de Bitácora-Arquitectura, la entonces nueva revista de la FA que volvería a publicar sendos artículos sobre el arquitecto: en el número 6 (otoño 2001) una jugosa entrevista de Felipe Leal para celebrar el doctorado honoris causa que le otorgó la Unam en septiembre de 2001, y en el número 10 (otoño 2003) el artículo “Columna, estructura y composición en la obra de Teodoro González de León”, de José María Larios.
Su último contacto con la máxima casa de estudios vino con la construcción del sorprendente Museo Universitario Arte Contemporáneo (MUAC, 2008) que nos dejó a todos “con el ojo cuadrado” (como reza su eslogan). La gran plaza que lo precede se convirtió en la nueva puerta de acceso al Centro Cultural Universitario, construido treinta años antes por Arcadio Artís y Orso Núñez. Sin embargo, el deslumbrante protagonismo del nuevo edificio, con sus tersas fachadas de concreto blanco y su paramento inclinado de cristal, vino a alterar la armonía que tenía el conjunto, cuya unidad se había conseguido con las fachadas brutalistas de concreto estriado que caracterizan a estos magníficos recintos culturales de la Unam, entre los que sobresale la sala de conciertos Nezahualcóyotl que está celebrando actualmente el 40 aniversario de su inauguración.
Al final de su carrera profesional, González de León se dejó seducir y consentir por desarrolladoras inmobiliarias para las que realizó varios proyectos, algunos afortunados – como el complejo urbano Reforma 222 – y otros que levantaron ámpula. Dolió en particular que se plegara a la salvaje especulación inmobiliaria para desfigurar dos referentes urbanos de la arquitectura moderna mexicana: el Superservicio Lomas (1948), de Vladimir Kaspé, y el Conjunto Manacar (1965), de Enrique Carral. El primero se había salvado de su inminente destrucción unos años atrás, cuando se pretendió construir un rascacielos de trescientos metros de altura que se convertiría en el más alto de Latinoamérica, un proyecto del afamado arquitecto holandés Rem Koolhaas en sociedad con Fernando Romero (autor del Museo Soumaya) que fue frenado por la opinión pública y la oportuna intervención del INBA. Ante su fracaso, los inversores adoptaron una estrategia diferente: contratar al arquitecto más afamado de México y, con argucias legaloides, sortear las endebles leyes de conservación del patrimonio construido del siglo 20 que rigen en nuestro país (2).
Así, sobre el terreno que ocupaba el Superservicio Lomas, se eleva hoy la desbalanceada Torre Virreyes, un rascacielos de cristal ritmado con delgadas costillas verticales de concreto que inclina en voladizo uno de sus costados desafiando la gravedad. El edificio original tuvo que ser totalmente derribado para construir el estacionamiento subterráneo, y los inversionistas – ¿quizás para esquivar las críticas por su destrucción, o para cumplir con alguna normativa? – decidieron reconstruir su peculiar remate curvo que resolvía el ángulo agudo de la esquina con un gesto expresionista; el resultado es un pobre remedo que no hace justicia a la memoria de Kaspé. Por su parte, el caso del Manacar es quizás más dramático, sobre todo para quienes rondábamos los rumbos de Mixcoac en nuestra juventud y disfrutamos de su generosa sala cinematográfica que lucía un telón de madera plegable decorado por Carlos Mérida (¿dónde habrá ido a parar esta pieza cuando la sala sufrió su primer embate al convertirse en multicines?). De aquel elegante conjunto arquitectónico, obra maestra de Enrique Carral, no quedó referencia alguna y en su lugar está emergiendo una estructura compleja y aplastante que agobia de sólo mirarla.
Teodoro concibió sus grandes obras como esculturas habitables que se han convertido en auténticos hitos urbanos. Pero su obra póstuma, el “cubo transitable”, una escultura de madera y tubos metálicos que se expuso en el Museo Tamayo, nos recuerda que era también amante del detalle, de lo fino y lo sutil, y que era capaz de manejar con maestría la pequeña escala, lo que dejó demostrado en su faceta de pintor y escultor, menos conocida para el gran público pero que merece una magna retrospectiva que ya estamos esperando.
Partió así Teodoro González de León, otro “grande” que se nos va, y que junto a Luis Barragán, Mario Pani, Pedro Ramírez Vázquez y Ricardo Legorreta, definió los caminos que ha seguido la arquitectura mexicana del último medio siglo. Descanse en paz.
notas
NE – Publicación original: DEL CUETO RUIZ-FUNES, Juan Ignacio. Adiós a Teodoro González de León, un grande de la arquitectura mexicana. El Pais, Ciudad del Mexico, 9 sep. 2016 <http://cultura.elpais.com/cultura/2016/09/20/actualidad/1474326012_279774.html>.
1
ADRIA, Miquel. Teodoro Gonzalez de Leon: obra reunida. Ciudad del Mexico, Arquine, 2010.
2
KOCHEN, Juan José. Un dorito para la ciudad. Arquine, 12 dic. 2015 <www.arquine.com/un-dorito-para-la-ciudad>.
sobre o autor
Juan Ignacio del Cueto Ruiz-Funes es coordinador del Centro de Investigaciones en Arquitectura, Urbanismo y Paisaje (CIAUP) de la Facultad de Arquitectura de la UNAM. Un extracto de este artículo fue publicado en el diario El País-México el 20 de septiembre de 2016.