Magdalena Reches y Julio Cesar Diarte: Desde sus inicios como estudiante de arquitectura hasta hoy día a vivido la transformación que supuso la informática como herramienta para la arquitectura.
¿Cómo las ha asumido usted en sus proyectos?
Helio Piñon: Hace una década –mucho antes de ser capaz de usarlas– me di cuenta de la revolución que suponen los instrumentos de realidad virtual para el proyecto de arquitectura: lo manifesté en mis clases y en mis textos, siempre que tuve ocasión. Desde hace un par de años mi valoración entusiasmo ha aumentado –si cabe–, al ser capaz de usarlos yo mismo.
Desde el principio valoré el uso del ordenador de un modo no solo distinto, sino diametralmente opuesto al que se suele argumentar en su defensa: jamás valoré el hecho de que permita elaborar configuraciones que superan la imaginación del sujeto que lo maneja, como parece que ocurre en determinados ámbitos de la arquitectura anglosajona. Siempre valoré de la realidad virtual la posibilidad de llevar a cabo un control visual del proyecto, más allá de intenciones o conceptos: en realidad, estoy convencido de que el ordenador bien utilizado devolvería la arquitectura al ámbito de la visualidad, del que jamás debió salir.
MR y JCD: ¿Cuáles son las ventajas y desventajas que presentan ante las herramientas tradicionales?
HP: Debo confesar que no encuentro desventajas respecto a los instrumentos tradicionales en el uso de programas informáticos para modelar la arquitectura, del mismo modo que no encuentro desventajas en el aire acondicionado respecto a la bolsa de agua caliente con que nos aliviábamos del frió en los años cuarenta.
Por el contrario, estoy convencido de que el modo de usar dichos programas pone en evidencia las limitaciones de quien lo utiliza, lo que ha contribuido a crear una especie de leyenda negra del ordenador aplicado al proyecto. Creo que se debe celebrar el hecho de que la mera habilidad para reproducir mediante el dibujo manual no siga confundiéndose con la capacidad para construir –es decir, ordenar y enlazar– mediante los programas de modelado en tres dimensiones.
MR y JCD: ¿Cómo influyen estas nuevas herramientas en el aprendizaje de la arquitectura?
HP: Habría que distinguir entre unos programas y otros: unos permiten delinear con precisión –lo que no es poco–, pero tienden a fomentar una mentalidad mecánica, poco proclive a la concepción arquitectónica: mi elogio se refiere sobre todo a los programas de modelado en tres dimensiones. Esos programas suponen una revolución en el proyecto de arquitectura ya que permiten pasar de la representación a la construcción: es decir, superan el dibujo como instrumento de deseo, para plantear el modelo como instancia de verificación. Una verificación para la que no se debe esperar a tener el modelo concluido, sino que en cada momento de su elaboración se tiene la conciencia visual de lo que se está proponiendo, por lo que se puede actuar en consecuencia.
Tales programas –entre los que se destaca claramente el Sketch Up– actúan con unos criterios y con instrumentos análogos a los de la construcción material, de modo que obligan a hacer un proyecto del modelo antes de proceder a su realización. Paradójicamente, más allá de las ventajas en el ámbito de la visualidad pura, estos modeladores propician una conciencia constructiva técnica del objeto totalmente ausente en los modos tradicionales de representar: en efecto, la similitud entre los elementos que propician los instrumentos del programa y los elementos constructivos materiales hacen que la propia concepción del modelo virtual converja con la concepción técnica elemental de la obra.
MR y JCD: ¿Cómo influyen, los programas de diseño digital e internet, en el desarrollo del conocimiento de un arquitecto?
HP: La influencia de los procedimientos informáticos en el proyecto está frenada irresponsablemente por un sentimiento generalizado de rechazo por parte de sectores importantes del profesorado: un rechazo que solo puede explicarse, por una parte, por el sentimiento reaccionario que es connatural a sectores significativos de la profesión de arquitecto –la obsesión por la novedad emblemática pone de manifiesto el inmovilismo en lo esencial que anida en quienes se llaman arquitectos– y, por otra, por la ignorancia activa sobre los nuevos instrumentos, generalizada entre muchos arquitectos y –lo que es peor– entre sectores importantes de la docencia; una ignorancia no siempre explicable por razones de edad.