Los modelos
La ciudad de Buenos Aires es el resultado de varios siglos de intentos y concreciones, ideados y consumados por aquellos que bajaron de los barcos, designación que podemos aplicar tanto al plano físico como al mental. Correspondería, entonces, como calificativo de las antiguas directivas reales, de los propios conquistadores, y de aquellos que volvieron convenientemente instruidos del útil viaje de estudios o de unas vacaciones comme iI faut por la Madre Europa (salvando las distancias temporales).
No hay duda de que la ausencia de una cultura indígena local consolidada influyó en la construcción de una ciudad pensada por europeos para una geografía americana y como contenedora de una población que hubo de resultar mayoritariamente trasladada.
Si desde su fundación Buenos Aires siguió los lineamientos que los españoles habían fijado para sus colonias allende los mares, los grandes cambios operados en el siglo XIX reflejaron las luces de París, más los destellos italianos, alemanes, ingleses. El multitudinario siglo XX apareció, a su vez, como una fuente inagotable de ofertas... otra vez europeas, pero también americanas (del norte)...entre las que las nuevas generaciones buscaron identificarse.
Algunos intentos aislados por moldear una identidad propia y no tan sólo apropiada, quedaron minimizados por la contundencia jerárquica de lo importado (el made in), aunque esto no debe extrañar, ya que se correlaciona con nuestro nacimiento y con las contradictorias señales que hemos recibido de un pasado conocido a través de la Historia Oficial.
Si entendemos a la identidad como al conjunto de caracteres peculiares que diferencian a las culturas entre sí, podremos observar que la nuestra se fue formando a través de la búsqueda de una "calidad de similitud" (lo idéntico) más que como una compenetración con los propios rasgos subyacentes o con los modelos cercanos. En este sentido recordemos la importancia que Freud dió a la identificación con los modelos primarios y secundarios en la plasmación de la personalidad del individuo, que como bien afirma Braier, puede asimilarse a la identidad de un pueblo (2).
Se apuntó, en el curso de nuestro pasado, a que "dos cosas distintas aparezcan como idénticas", a "llegar a tener las mismas ideas, voluntad y deseo", todo lo que en cualquier diccionario se define como identificar: en este caso colonia (nosotros) con Metrópolis (ellos... los europeos).
El modelo, en su sentido primero de "objeto que se reproduce o se imita/perfecto en su género, digno de ser imitado", fue el medio por el cual pudimos acceder a ese tan perseguido carácter de lo idéntico, más que al de una propia identidad (3.)
El resultado que tal ejercicio produjo – la copia del modelo – resultó disminuido con relación al original, sólo un reflejo de lo auténtico. Al tiempo, la elección de modelos se aceleró con el desgaste, tanto en su significación como en el período temporal de su validez. Este empobrecimiento, cuantitativo y cualitativo, lleva, como ha ocurrido en esta padecida cultura posmoderna a que sea "la idea misma de modelo lo que ha perdido vigencia", como ha caracterizado Marina Waisman (4).
Lúcida y claramente, esta autora ha explicado como todo trabajo histórico implica un recorte de la realidad teñido por la inserción del historiador en una ideología determinada (5). El mismo esquema podemos aplicarlo a los constructores de nuestra ciudad (fundadores, profesionales, dirigentes, gobernantes) quienes buscaron, clasificaron, seleccionaron y potenciaron ciertos datos a los que jerarquizaron ideológicamente para que – una vez materializados – conformaron una estructura sustentadora del poder que deseaban ejercer.
"Toda ideología es una referencia al poder, y hay una última relación entre espacio y poder, poder y lugar. En la medida que la arquitectura manipula espacios, atribuye diferentes significaciones a los roles sociales y les reconoce cuotas de poder distintas. Aquí, ciertamente, hay un planteo ideológico. No solamente clases poderosas y clases sin poder, sino también lo público y lo privado, lo individual y lo colectivo, lo masculino y lo femenino, lo joven y lo viejo, pueden ser relaciones de poder que tienen manifestaciones espaciales" (6).
Como bien ha apuntado Pedro Almeida, el urbanismo es el campo en el que lo antedicho se manifiesta con mayor énfasis "en cuanto al apropiamiento y uso del espacio urbano" (7) el que – en cuanto público – es donde la acción del Estado se patentiza más evidentemente, no sólo en su conformación física sino también en los usos sociales provocados por y derivados de esa conformación. De ahí que sea importante tener siempre presente de que manera y quienes eligieron el modelo y como lo materializaron, en que espacio y en que sociedad se insertó, el nivel de éxito de la empresa, cual ha sido la herencia aceptada e incorporada a la sociedad receptora.
A través de nuestra historia, los porteños tuvimos como primer espacio urbano público la intención de una Plaza Mayor resuelta a la manera de lo reglamentado por un lejano rey; varios siglos después contamos con un gran parque urbano proyectado a la manera de lo pensado para un lejano New York combinando perfectamente con numerosas plazas acabadamente francesas a la manera de una lejana París; luego vimos crecer paseos en los que las columnas de cemento y las representaciones pictóricas reemplazaron al desdeñado árbol, a la manera de un lejano... Los espacios verdes públicos de Buenos Aires, entonces, siguieron diferentes modelos desde el primigenio 1580 (8).
El modelo español partió de cero, del campo virgen, y por ello a veces aparece como instaurador de raíces a las que hoy deberíamos (?) respetar como propias.
El modelo francés vino a modificar radicalmente una estructura social y urbana de tres siglos de antigüedad y fue poco a poco siendo adoptado como naturalmente propio. Desde mediados del siglo XX, las contradicciones locales y la complejidad del mundo contemporáneo llevaron a los ocasionales proyectistas de plazas y parques por un zigzagueante camino sin resultados concretos y persistentes, el que a veces tomó la forma de una carrera alocada tras un nuevo modelo, lo que se combinó con la falta de una idea rectora en cuanto a lo urbano (lo que no había sucedido en los casos anteriores), desembocándose en una crisis que todos juntos tenemos que tratar de resolver.
Debemos analizar y comprender nuestras necesidades y nuestros deseos, conocer a fondo nuestro pasado para poder tener una posición crítica ante lo heredado, rescatar lo realmente significativo, y de ahí en más proponer y exigir al Estado la materialización de espacios verdes públicos que nos manifiesten en nuestra totalidad física, intelectual y volitiva, como resultado de una Historia en la que nos reconozcamos como protagonistas y no como meros espectadores de las decisiones tomadas en nuestro nombre.(9).
El espacio verde público
Para su equilibrio, la ciudad construida (llena) necesita espacios abiertos (vacíos) que como remansos en la diversidad nos permitan incorporar la necesaria amplitud: ambos son términos indispensables para lograr un todo armónico.
"Para que sirve ese espacio vacío? Quizás para tener esa placentera sensación de toma de distancia con el mundo cotidiano de la ciudad (...) ¿Para que sirve el silencio entre las palabras? ¿Para que sirve el intervalo del sueño? En fin, para simplificar, digamos que el vacío es parte indispensable de la vida misma" (10).
Con el transcurso del tiempo, a medida que vamos percibiendo el vacío como presencia le vamos otorgando significado, lo vamos llenando de espacio, lo creamos como referencia y con él nos relacionamos, tal como lo ha expresado Breyer (11).
Esos espacios libres públicos, de propiedad comunal, pueden ser verdes o no. Entre los primeros tenemos las plazas, plazoletas, canteros, bosques, bulevares. Entre los segundos, los campos de deportes, baldíos, encrucijadas de tránsito, atrios religiosos y civiles, estacionamientos para vehículos, el sistema circulatorio en general.
Los objetivos principales de la existencia misma de los espacios verdes públicos se dirigen a cumplimentar nuestras necesidades básicas de higiene (pulmones de la ciudad), de goce estético y deportivo (recreación), de vida de relación (grupos sociales diversos) (12).
"Espacio abierto que puede ser espacio verde cuando el material vegetal está presente y es principal componente. Espacio verde, entonces, caracterizado por su dinamicidad, su variación a lo largo del año y su evolución prolongada en el tiempo" (13).
Aunque un espacio verde – en términos generales – abarca desde un cantero a un bosque, contemporáneamente se considera que los niveles necesarios pueden establecerse en patios (referidos a la manzana), plazas (referidas al barrio), parques urbanos (referidos a la ciudad) y parques metropolitanos (referidos a la región) (14).
No hay duda de que la palabra plaza es la que más nos apela como habitantes de una ciudad estructurada por barrios que están directamente relacionados con su escala. Como primera aproximación, podemos definirla como un "lugar espacioso rodeado de casas, en el interior de un poblado", y cuando además "es un lugar arbolado de cierta extensión para caza o para recreo" tenemos un parque. A la inversa, cuando es de reducida superficie, que resulta del trazado de calles o avenidas y que se deja libre por necesidad del tránsito, estamos frente a una plazoleta, que no es lo mismo que placita (diminutivo de plaza) (15).
A mediados del siglo pasado, se definía a una plaza como un "local más o menos ancho, mas o menos espacioso, dentro de las poblaciones, donde se venden géneros comestibles y de otras clases, se tiene el trato común de los vecinos y comarcanos, se celebran ferias, mercados, fiestas públicas" (16). Hoy, para nosotros, debe "tener como complemento jardines y árboles, además de asientos para solaz y descanso, por ser un paseo público" (17). Ambas definiciones contienen un punto común de partida: el espacio libre dentro de la ciudad, al que venimos de caracterizar y que podemos graficar como el negativo de la trama.
La arquitectura paisajista, conformada con el aporte de varias vertientes (horticultura, botánica, jardinería, historia, sociología) es la que se ocupa de dar forma y color a esos espacios vacíos, y por ende, a darles significación. "La forma, al definir al espacio, da existencia cultural al entorno" (18).
Los rasgos de la arquitectura paisajista combinan, como en ninguna otra disciplina, aquellos provenientes de la ciencia con los de un arte múltiple y temporal. El paisajismo produce, mediante una materia biológicamente viva, situaciones en continuo cambio en las que lo simbólico adquiere una importancia esencial, principalmente para volver a instaurar la fascinación de la idea del paraíso terrenal, del Jardín del Edén. Contemporáneamente, debe devolvernos el sentido mágico y misterioso del origen, al que nosotros sumamos en forma colectiva e individual los contenidos de la vida cotidiana y las significaciones propias de nuestro tiempo.
Este arte público se realiza por medio del Estado con los fondos públicos, es decir comunes y aportados por todos, con el objeto de que todos los habitantes disfruten del bien general (19). Su nacimiento, durante el siglo XIX en Francia, estuvo ligado al del nuevo arte de construir la ciudad, y al surgimiento paralelo del tiempo libre dentro del proletariado industrial, factores que se conjugaron en la aparición del parque público como necesidad urbana y social.
"El jardín público debe su existencia y su desarrollo a una conjunción de innovaciones científicas, políticas y jurídicas (...) La teoría arquitectónica se pone de acuerdo con la medicina, la filosofía social y el derecho para establecer la primacía del espacio público sobre el espacio doméstico y le confiere desde entonces la misión de sanear y embellecer la ciudad enferma de sí misma" (20).
En nuestra ciudad, el trayecto que va desde el primitivo asentamiento hasta la multitudinaria metrópolis de hoy, fue arduo, lento, con idas y venidas. La relación con la naturaleza se dió de manera dual: primero se trató de dominarla, y cuando se lo hubo conseguido, se trató infructuosamente de reconquistarla. Cuatro siglos se invirtieron en este camino al que ahora se necesita imperiosamente tratar de revertir para lograr una relación más fluida del hombre con el entorno natural.
La plaza, el parque, el espacio verde público, han acompañado ese proceso en distintos roles y con distintos objetivos, lo que se tradujo en la instauración consecutiva de diferentes modelos que plasmaron desigualmente nuestras necesidades (reales o transplantadas) pero que poco a poco fueron asumidos por una sociedad que hoy los considera como propios, formando ya parte indisoluble de la memoria colectiva.
El modelo español
La primera influencia extranjera recibida por nuestro suelo ha sido la aportada por el urbanismo español, construyéndose a través del tiempo un "modelo clásico de ciudad colonial hispanoamericana", como ha sido definido por Hardoy, al que respondió nuestra ciudad de fundación tardía (21).
La plaza hispanoamericana fue la resultante de varios procesos culturales, que en su sincretismo, nos legaron un modelo que respondió a variadas influencias y orígenes.
Cuando la tipología hispanoárabe fue introducida en América, en nuestro continente ya existían espacios públicos que, aunque variaban en su materialización, respondían a pautas parecidas a las europeas (22). En el mundo indígena esos espacios públicos constituían, por una parte, escenarios ceremoniales de vastas proporciones cuya ubicación estaba determinada por dos ejes urbanos principales de composición, y por otra, la versatilidad de la estructura urbana permitía el desarrollo de sitios donde se instalaron los mercados. Pero no sólo se practicaba la construcción de estos dos tipos de plazas secas, sino que la importancia dada a la jardinería privada sobrepasaba en exotismo a la herencia mora, sobre todo por contarse con una flora muy rica y un clima adecuado a su buen desarrollo. Aunque ambas prácticas lo fueron en comunidades no asentadas en la zona rioplatense, bien valen como antecedente insoslayable para ubicarnos en nuestro marco americano.
El origen de la plaza española (23) se remonta al medioevo y debe buscarse en la coexistencia de dos culturas diferentes en un mismo territorio, la cristiana y la musulmana, de las que emergió un producto integrado, mejorado, conceptualizado y exportable a nuestra América conquistada: una plaza que reconoce su nacimiento común como sitio de mercado. En la península, poco a poco, los mercados de extramuros comenzaron a ser alojados en construcciones definitivas, y el sitio del mercadeo pasó a ser la plaza urbana del arrabal mercantil. Así, a partir de ese lejano siglo Xl la plaza y el mercado quedaron unidos, en un proceso que se repetirá en nuestro Buenos Aires colonial.
Durante los siglo XIV y XV, como preanuncio del gran cambio que producirá la conquista americana, se gestó la ciudad ordenada y geométrica del Renacimiento, que trajo aparejada la adecuación de los poblados hispanomusulmanes a este nuevo ideal urbano. Sobre las antiguas ciudades mudéjares, a costa de demoliciones, se corporizó el concepto de nova urbe, con sus calles más anchas y rectas, sus plazas uniformes, con paseos y perspectivas abiertas.
La ciudad ideal del Renacimiento poseía un amplío espacio central o plaza, con el edificio principal situado en eje y aislado, siendo el punto focal la iglesia, manteniendo todos los accesos la misma importancia. Algunas indicaciones de los tratadistas clásicos, como Vitruvio y Alberti, se encontrarán casi literalmente repetidas en las Ordenanzas de Población españolas, en una influencia decisiva y permanente (24). Así, la reglamentación de las urbes a fundarse, determinó las formas perimetrales y los usos de nuestras plazas hasta la emancipación nacional.
No hay duda de que el elemento más importante utilizado en aquel proceso de urbanización lo constituyó la Plaza Mayor americana, lo que llevó a Ricard a decir que "... una ciudad hispanoamericana es una Plaza Mayor rodeada por calles y casas, más que un conjunto de calles y casas en torno a una Plaza Mayor". Destacó asimismo, que este "centro y símbolo de la ciudad" fue más grande que la española, no siendo monumental por sí misma sino por los edificios que la rodeaban. En cuanto a sus funciones, a la tradición de plaza municipal, en nuestro continente se le sumó la presencia de la iglesia, la residencia de las autoridades, del tribunal, de la prisión (25).
Nuestra Plaza Mayor
El Buenos Aires fundacional no tenía "... fosos, empalizadas, puertas ni centinelas (...) Cuanto rodeaba al nuevo asentamiento era la soledad, en su río inmenso sin orilla visible y la pampa inalcanzable" (26). Lo que sí tuvo desde primerísimo momento fue su Plaza Mayor, aunque no haya principiado más que en idea, en énfasis de presencia conquistadora y en demostración de la existencia de un orden jerárquico al que todo y todos debían sumisión.
En la fundación de la Ciudad de la Trinidad y el Puerto de Santa María de los Buenos Aires, se procedió en casi todo de acuerdo con lo estipulado por las Ordenanzas de Población, dando nacimiento a la nueva urbe en el lugar que desde entonces quedó nombrado como Plaza Mayor.
Sus características salientes fueron:
a) morfológicamente debía ser de perímetro rectangular con un largo de una vez y media de ancho. Sin embargo el fundador Juan de Garay la pensó cuadrada (de lados iguales) y aunque los avatares de la historia la volvieron rectangular, no lo fue en la proporción estipulada. La fuerza de los vientos (el pampero y la sudestada) determinaron que a su alrededor – en vez de las recovas – se erigiera una construcción compacta sobre la línea municipal y que sus ángulos se orientaran al SO y SE (27).
b) funcionalmente constituyó el ámbito más multifacético y a la vez contradictorio de la ciudad. Como elemento original del asentamiento adquirió el carácter de sitio orientador primero y de espacio institucional después. Una vez ubicados los recién venidos en el entorno inmediato, la actividad comunitaria tuvo ahí su escenario lógico ya que era la superficie demarcada como de todos, la referencia común. Del mismo acto fundacional se desprendieron algunas de sus funciones más importantes, como las de ser sitio de justicia, de religión, de administración y de milicia. Al ser sitio de encuentro fue naturalmente y por herencia el primer mercado de Buenos Aires, por mucho tiempo de piso (venta sobre mantas o ponchos) y luego de bandolas (primitivos cajones o puestos de feria). Pero ante todas estas actividades más o menos estables, lo que más variedad proporcionó a ese espacio fue la celebración de todo tipo de fiestas y regocijos, tan necesarios y tan escasos a ese grupo humano que trataba por todos los medios de fijar pautas y normas que lo convirtieran en una sociedad estable. Los juegos y los torneos, las justas deportivas, las corridas de toros, las mascaradas, fueron surgiendo y alternándose en el tiempo con la lectura de los edictos reales, la conmemoración de las fiestas del Santo Patrono, de algún triunfo militar, de la coronación de un nuevo soberano, turnándose con las actividades de mercadeo, las procesiones, los autos de fé o el Paseo del Estandarte.
c) paisajísticamente era un baldío barroso o polvoriento, de acuerdo a las condiciones climáticas imperantes, rodeado por primitivas y económicas construcciones. Sin embargo, esta verdadera sala de usos múltiples al aire libre cambiaba eficaz y rápidamente de fisonomía por medio de una arquitectura efímera que le proporcionaba hoy palcos y tarimas, mañana arcos de triunfo, pasado estandartes y banderas en los balcones circundantes.
d) nuestra Plaza Mayor excedió la significación propia de la conquista (carácter político-económico-evangelizador) para lograr "una valoración simbólica superpuesta" dada por la suma de los valores en uso y se convirtió así en una "referencia para toda la ciudad" (28). Con el transcurso de los siglos, ese simbolismo inmanente se fue transformando en una significación mucho más real, y la Plaza Mayor se perpetuó como el ámbito de mayor poder politico-económico del país. En definitiva, quien logra hoy apropiarse de ese espacio – aunque sea fugazmente – resume en sí el verdadero poder, independientemente de su condición de individuo o de masa, de gobernante o pueblo, de establishment o marginalidad.
Los huecos y las plazas mercado
En los primeros siglos de vida de nuestra ciudad (XVII-XVIII) la palabra plaza sólo designaba un sitio de mercadeo muy primitivo, baldíos o huecos que servían de paradas a las carretas que con todo tipo de productos se acercaban a esos solares y servían a la vez de puestos de ventas. Derivaba de la expresión plaza de Buenos Aires significando las operaciones comerciales o mercantiles de esta población. Con el asentamiento permanente en lugares fijos, aparecieron los comerciantes de tal o cual plaza y el vocablo se extendió en el uso designándose entonces a la Plaza X o a la Plaza Y como mercados o mercadillos de una zona o de un producto determinado (29).
Dentro de la ciudad existían numerosos solares vacuos en estado de abandono total, baldíos o huecos, de propiedad privada o pública, y se utilizaban para todo tipo de actividad temporaria.
Nuestra Plaza Mayor, también llamada "el mayor de nuestros huecos" (30) fue complementada como mercado techado (o galería comercial) en 1803 con la construcción de una recova de dos pisos con locales comerciales que dividió al hasta entonces espacio único: surgieron las denominaciones de Plaza del Mercado y Plaza de la Victoria para los dos sectores componentes.
Los otros ámbitos dedicados al comercio lo fueron de dimensiones reducidas (actual Plaza Dorrego) como de superficies de varias hectáreas (Lorea, Miserere, Constitución) llegando éstos a ser verdaderos centros de intercambio a gran escala hasta que a partir de 1850 fueron surgiendo los mercados-edificios propiamente dichos y los otrora "huecos se fueron transformando en las principales plazas porteñas de hoy" (31).
Los atrios y las plazuelas
La vida de adentro que llevaban los porteños de la aldea de la colonia, conformadores de una "sociedad conventual en espíritu y hábito" (32) estaba guiada por una práctica religiosa que regulaba la cotidianeidad, tanto por los toques de campana como por la conceptualización de lo divino y lo profano en los ámbitos urbanos.
En ese transcurrir sin diversiones, adquirían importancia los ritos, las procesiones, las celebraciones religiosas, actos que no necesitaban plazas para exteriorizarse, sino sitios cercanos a los del culto y eran generalmente los atrios: puntos de encuentro y charla, antes y después de los oficios. Adyacentes a los templos, surgieron también las plazuelas, de carácter mundano y comercial, albergaron tablados para teatro y música, así como puestos de ventas (33).
Una de las características de nuestra Buenos Aires indiana fue la ausencia de fuentes proveedoras de agua de consumo y para lavado, tan comunes en las ciudades europeas, ya que estas necesidades estaban cubiertas por la costa del Río de la Plata y por los numerosos arroyos y arroyuelos interiores.
La Alameda: primer "paseo" público
Los cambios en los modos de vida que se produjeron durante el siglo XVIII llevaron a la creación de espacios "para desahogo de los ánimos en aquellos tiempos que se conceden al descanso", y en 1757 se vió aparecer el primer signo de ese cambio con la construcción de la Alameda, ante "la necesidad de crear ámbitos específicos para el ocio dentro de la estructura urbana" (34) (35).
Nuestra Alameda, primer paseo público pensado como tal, nació en realidad como sauceda (por estar plantada con sauces) a la que luego se le agregaron ombúes y hasta se planeó incluir naranjos. Se deseaba crear un "clima acogedor para quienes pasean a pie a caballo o en carruajes" (36) y desde el primer momento se constituyó en el paseo democrático al que todos concurrían. Su situación privilegiada a la orilla del río, al borde de la barranca, y su cercanía con el puerto, lo convirtieron en la imagen respetable a ofrecerse a los viajeros que arribaban a una urbe que ambicionaba parangonarse a otras de mayor rango.
Las plazas de toros (37)
Al nacer el siglo XIX, el vecindario de Buenos Aires ya comenzaba a diferenciarse cada vez más en distintas clases sociales, con sus propias costumbres de vida y de recreo. Comenzó a tener lugar una arquitectura del esparcimiento, la que proveyó de ámbitos adecuados a los reñideros de gallos, a los teatros y a las plazas de toros.
La primera corrida que tuvo lugar en nuestra ciudad se realizó en 1609 en la Plaza Mayor, donde se siguieron levantando las construcciones para tal fin.
Pero la envergadura y asiduidad de esos espectáculos determinó que se levantaran dos ruedos especiales para ello, en la Plaza de Montserrat y en la del Retiro, abarcando el período 1790-1819. Los días de funciones eran de excitación general y de mucho movimiento en la ciudad. La concurrencia era inmensa, populachera, distinguiéndose a los negros, chinos, zambos, mulatos, criollos y godos, civiles, curas y militares, todos juntos disfrutando de la fiesta (38).
Hasta aquí las principales corporizaciones del modelo español, que en tanto fundacional, condicionó espacialmente el futuro desarrollo de la ciudad. Sobre esa estructura urbana hispana vino a establecerse el modelo francés, que transformó principalmente la resolución paisajística de acuerdo a pautas de uso y estética, acentuándose el cambio en lo visual y en lo social.
El modelo francés (39)
El jardín francés se corporizó, en su tierra de origen, en composiciones simétricas, en trazados regulares y grandiosos que abarcaban terrenos muy amplios sobre los que el hombre trataba de imponer su dominio sobre la naturaleza modificando niveles de suelo o realizando plantaciones alineadas, por ejemplo. El punto culminante del jardín francés se dió en el siglo XVII con la obra de Le Nôtre, la que representa a la filosofía racional de Descartes con su mundo de la ciencia moderna, su geometría analítica y su óptica geométrica.
El estilo de Le Nôtre resultó, de ahí, de un geometrismo a ultranza, con enormes ejes visuales que permitían captar toda la composición de un solo golpe de vista. Le Nôtre, como ningún otro, produjo escenarios para la representación del drama ficticio de la vida reglamentada por la corte, tendiente a afirmar la concepción ideológica del Estado absolutista: un modelo repetible en otras geografías, que le daba valor al concepto unitario del jardín en el que las partes apuntaban al todo.
La influencia inglesa en la jardinería francesa adquirió importancia con el nacimiento de la jardinería pública, ya bien entrado el siglo XIX, habiéndose registrado su época de mayor esplendor en la Inglaterra del siglo XVIII. Fue la emergente de una filosofía (el empirismo sensualista de Hume), de una religión (el puritanismo que preconizaba una moral elevada negando lo artificial), de una literatura (la garden literature), de la pintura (surgió primero en la tela del pintor y luego se plasmó en la realidad), del teatro (con sus representaciones en escenografías vegetales), del mejoramiento de la ciencia experimental y de la imitación de la naturaleza. El jardín inglés fue aquel de la variedad, el del discurso no unitario, el de los contrastes, de las continuas sorpresas, de los rincones, de la intimidad, del sentimiento o de la sensibilidad, el del acento en lo temporal.
Quien sintetizó en un nuevo estilo y en un nuevo uso a las dos corrientes mencionadas (francesa e inglesa) fue quien hoy es considerado por los mismos franceses como "el inventor del jardín público": Adolphe Alphand. Este supo interpretar el papel que le tocaba en la gran renovación urbanística impulsada por Napoleón III en París con la ejecución del plan del Barón de Haussmann, el que estableció "un sistema jerarquizado y ramificado en toda la capital que le confirió su originalidad incluyendo bosques suburbanos, parques intramuros, squares y plazas" (40).
Los primeros espacios verdes creados a partir de ese proyecto se constituyeron en las piedras fundamentales de la jardinería pública impulsada por razones de "moralidad" e "higiene": el Bois de Boulogne (1852) y el Bois de Vincennes (1860) como paseos de propiedad municipal.
Si antes los franceses debían frecuentar los jardines reales privados, desde ese momento comenzaron a disfrutar de plazas y parques de variado tipo, de todos por igual, y en todos los rincones de la ciudad: algo que siempre se quiso imitar en Buenos Aires pero que todavía no se ha logrado.
"El concepto mismo del jardín público y su arquitectura multiforme estará desde su nacimiento estrechamente asociado a un nuevo arte de construir la ciudad" (41). Esta nueva construcción de la ciudad – que partió de pautas de ordenamiento del tránsito, de la higiene, de la ética social – poco a poco fue incorporando las ideas de reunión de masas, de beneficio intelectual y material para la comunidad, en tanto y en cuanto fuera didáctico y permitiera la expansión lúdica. Indispensable para alcanzar esos objetivos, fue el desarrollo paralelo de una estética paisajística y de una horticultura que permitiera su materialización.
Con la valorización del ocio, ya se pensó en "... ocupar el tiempo muerto del proletariado, entretenerlo e instruirlo, hacerlo reposar de su trabajo haciéndolo cambiar de ambiente" (42).
Fue así como la jardinería pública fue evolucionando: del ensanche de las vías de tránsito y las rudimentarias alamedas, hasta la autonomía formal y funcional de los parques urbanos.
En la década de 1850, junto con el gusto por gozar de la naturaleza, se incorporó lo que Michel Vernes describe como "necesidad de concebir en un mismo movimiento a la ciudad y sus jardines" (43). Fue en esos momentos cuando Adolphe Alphand asumió la Dirección del Servicio de Parques de París, creado en 1855. Sabedor de que no estaba sólo modificando a la Capital de Francia, sino sentando las bases de un cambio conceptual en las urbes del mundo, puntualizó que sus escritos incluían consejos técnicos para "... aquellas administraciones municipales dispuestas a seguir desde lejos el ejemplo de París". A la vez se esperaba que la transformación de la ciudad-luz "... dé valor a las municipalidades a seguir su ejemplo, y a establecer en las más modestas proporciones...(diversos paseos)" quedando en claro el rol de los modelos y el de las copias: en escala, en tecnología y en necesidades (reales y aparentes). "... la horticultura europea logró en el mundo entero expansión a su conquista pacífica. Esa expansión ha sido en todas latitudes", expresó Alphand (44.)
Esa conquista pacífica (el subrayado es nuestro) – como sabemos – fue mucho más allá que al terreno de la jardinería, abarcando todo el espectro del campo de las ideas, convirtiéndose así nuestras plazas y parques en uno más de los espejos infinitos y lejanos en los que los argentinos ansiamos vernos reflejados como dignos habitantes de la codiciada París...del Plata.
Coincidió esa circunstancia con la estadía del por entonces joven pintor e ingeniero Pridiliano Pueyrredón en la París verdadera, adonde bebió en las fuentes de la cultura francesa, lo que luego trasladaría al Buenos Aires aldeano, como primera y tímida plasmación de aquello que el Presidente Bernardino Rivadavia había deseado instaurar tres décadas antes: una Buenos Aíres europea pero no hispana.
Pueyrredón regresó en 1854 y en los años siguientes proyectó y ejecutó una reforma que transformó totalmente la imagen de la tradicional Plaza Mayor, covirtiéndola en un primitivo modelo de plaza pública tal como lo entendemos hoy. Pueyrredón atacó todas las facetas de aquel legendario espacio: reconstruyó la Pirámide – nuestro primer monumento público evocativo de la Revolución de Mayo –, instaló asientos, pavimentó, formó jardines en canteros y plantó 300 paraísos en hilera. A su alrededor colocó una cadena sobre postes que sólo permitía el paso de los peatones, resguardándose así la integridad del paseo del posible destrozo por parte de los animales sueltos y del paso de vehículos, además de contribuir a jerarquizar el ámbito (45).
Los logros de Pueyrredón impactaron hondamente a los habitantes de nuestra ciudad y el modelo quiso ser prontamente imitado, reformándose algunas otras plazas como la de Concepción, Monserrat, Lavalle, Lorea, etc, repitiéndose la costumbre de cercar la plazas que continuó hasta bien entrado el siglo XX.
Veinte años más tarde, otro visionario, el ex Presidente Domingo Faustino Sarmiento, tras larga lucha y ardua tarea, logró inaugurar el Parque 3 de Febrero en la zona norte de la ciudad. Su idea de recrear el Central Park de New York y los parques públicos parisinos tuvo que abrirse paso entre una sociedad que invalidaba el sitio por recordar a un tirano y una notoria precariedad en la horticultura local. Sin embargo, sobre los restos de lo que había sido Palermo – la residencia del dictador don Juan Manuel de Rosas con sus frutales, canalizaciones y bosquecillos – Sarmiento construyó el primer parque urbano público porteño que hoy sigue manteniendo su protagónico papel, dentro del conjunto de los parques de Buenos Aires.
El proyecto y la realización reunieron a técnicos y jardineros franceses, polacos, suizos y alemanes: una verdadera conjunción que aseguró un grado científico y estético de carácter internacional. Las intenciones de Sarmiento también fueron amplias en cuanto al destino del nuevo paseo:
"En medio del asombroso desarrollo de la ciudad de Buenos Aires, cuyos suburbios se confunden al sur con Barracas y por el oeste con San José de Flores, échase de menos un parque que el Bois de Boulogne y Hyde Park o el Parque Central de Nueva York ofrecen no sólo a las clases acomodadas y al extranjero, sino a los millones de artesanos y sus familias que encuentran en el ejercicio y en el espectáculo de las bellezas naturales, convencidos por el arte, solaz a sus tareas diarias y recreo provechoso para la salud" (46).
Las transformaciones introducidas por Alvear
De 1880 a 1887 la población de la ciudad aumentó de 300.000 a 450.000 habitantes al pasar su superficie de 4.400 ha a 18.100 ha por la incorporación de otros municipios: la ciudad-capital comenzaba a ser una realidad. Fue el momento del gran cambio, durante el que "las antiguas plazas mayores y las plazoletas empedradas de las ciudades hispánicas se cubrieron de canteros triangulares, retazos de césped, árboles con caprichosos cortes y fuentes ornamentales" (47).
El Intendente don Torcuato de Alvear logró plasmar el reflejo de los modelos urbanos europeos correspondientes a los nuevos usos que se incorporaban a una ciudad deseada como cosmopolita, y claramente estableció su determinación de acción sobre los paseos públicos al asumir su mandato cuando expresó que no sólo había que tener buenas intenciones para efectuarlos sino también medios suficientes para que no queden "entre el polvo de los archivos o a esposición de los curiosos" (48).
Para lograr el cambio deseado, Alvear apeló al modelo conocido y en boga del haussmanismo parisino. Dentro de ese contexto, la composición, la simetría, la armonía, pasaron a la jardinería y consecuentemente al paisaje urbano total. Se valió de medios ya conocidos en otras latitudes pero novedosos para nosotros: jardinerías elaboradas y vistosas, elementos arquitectónicos incorporados (grutas, puentes, explanadas, escalinatas), uso profuso del agua (lagos, cascadas), amplios espacios de césped (pelouses), obras de arte ("que son necesarias para la educación popular"). (49).
Naturalmente, Alvear se rodeó de aquellos profesionales capaces de concretar sus ideas: el arquitecto Juan A. Buschiazzo (en quién se reconoce un protagonismo decisivo en la etapa transformadora desde su cargo de Director de Obras Públicas) y el francés Eugéne Courtois, en el área de los paseos. Este equipo concretó numerosos nuevos paseos, (transformaciones de mercados en plazas, plazas y plazoletas de barrio, jardines como marco de edificios públicos) remodelaciones de las principales plazas céntricas, y variados proyectos que no lograron llevarse a cabo.
Toda gestión de gobierno tuvo, tiene y tendrá sus detractores y sus apologistas, la de Alvear no es la excepción. Su obra puede calificarse de sobresaliente, correspondiéndose con el pensamiento y el objetivo que le dio origen. Fue la materialización más decisiva de la generación del 1880 en materia urbana, ya que preparó el terreno para la conformación de la digna Capital Federal que sobrevive desde hace más de un siglo como muestra palpable del poder de su ideología sustentadora.
A pesar de las acciones ejecutadas antes del gobierno de Alvear, no hay duda de que la fractura real entre la plaza de tradición hispanoamericana y la instalación del jardín público francés se dió con la tarea que llevó a cabo Eugéne Courtois durante la década 1878-1888. Luego de esa fecha, en París comenzó la labor de Edouard André y en Buenos Aires la de Charles Thays, su antiguo condiscípulo y socio. André había elaborado un Plan para Buenos Aires en 1868 y otro para Montevideo en 1890, y fue quien recomendó a Thays para la realización de trabajos que lo trajeron a nuestro suelo (50).
Si con Courtois se había comenzado con la transformación de los paseos porteños para adecuarlos al nuevo ideal urbano que deseaba terminar con la imagen hispano-colonial, con Thays se plasmó el patrón franco-colonial en tal magnitud – cantidad y calidad – que podemos hablar de una Buenos Aires anterior y otra posterior a su intervención.
Después de 1914 se produjo otro corte con el trabajo de Benito Carrasco y sus nuevas ideas sobre "la misión social" de los espacios verdes, aunque con poca variación estilística con respecto a su predecesor (51).
En la década de 1920 continuó la misma concepción clásica francesa con la acción del hijo primogénito de Thays, Carlos León, quien la mantuvo mientras fue Director de Paseos, hasta la mitad del siglo XX.
Los recursos estilísticos utilizados por la jardinería pública porteña en el período de vigencia del modelo francés fueron, casi sin variar:
1. perspectivas que se compusieron a través de ejes que tendían a ser infinitos.
2. centralidad lograda por elementos de gran fuerza, tanto en la composición principal como en las secundarias.
3. la simetría fue constante, hasta en realizaciones de carácter irregular.
4. los patrones de diseño correspondieron a los tipos geométrico, irregular y mixto.
5. hubo una clara subordinación a la traza viaria existente, salvo en casos aislados.
El vocabulario formal apeló a aquel del modelo original, combinándose entonces los elementos naturales con los artificiales: pelouses con belvederes y balaustradas, uso del agua y de las circulaciones arboladas, bosquecillos, decoraciones florales y vegetales, obras de arte, de ingeniería, de arquitectura, más un completo mobiliario, destacándose como desconocidos para el porteño de hoy, la plaza cercada y la incorporación de grutas y ruinas ficticias.
Hasta aquí hemos delineado la evolución de las dos primeras épocas del espacio recreativo público de Buenos Aires, aquellas correspondientes al modelo español sin vegetación y a su reemplazo por el modelo francés verde. Este último perduró como mera copia de la copia hasta la década del 1970 cuando, junto con la dictadura militar, se trató de instaurar un modelo devenido de esa ideología sustentadora: las plazas de cemento. Como las plazas son emergentes directas del poder en ejercicio, con el advenimiento de la democracia se impulsaron nuevas acciones que tuvieron -y tienen- la novedad del protagonismo vecinal.
notas
1
Secunda parte del articulo: BERJMAN, Sonia. "El espacio verde publico: modelos materializados en Buenos Aires – parte 2". Arquitextos, Texto Especial 048. São Paulo, Portal Vitruvius, jan. 2001 <http://www.vitruvius.com.br/arquitextos/arq000/esp048e.asp>.
2
BRAIER, Eduardo. "Barrio, Identidad y cultura". En: Revista de Psicoanálisis (Buenos Aires), Tomo XLII, n" 6, nov-dic 1985, p. 1245-1272.
3
Diccionario Larousse Usual. México, Larousse, 1979.
4
WAISMAN, Marina. "Las corrientes posmodernas vistas desde América Latina". En: SUMMA (Buenos Aires), nº 261, mayo 1989, p.45.
5
Idem. La estructura histórica del entorno. Buenos Aires, Nueva Visión, 1985, 3º ed. Idem. Documentos para una historia de la arquitectura argentina. Buenos Aires, Summa, 1980, p.14.
6
ALMEIDA, Pedro."Sociología urbana e ideología" En: Summarios (Buenos Aires) Año 10, nº 113, mayo 1987, p. 10.
7
Ibidem.
8
Algunos autores han intentado sistematizar las épocas en las que advierten cambios en los espacios verdes de Buenos Aires: BIANCHI, Luis María. "Las plazas de Buenos Aires" En: Summa Colección Temática (Buenos Aires) nº 3, 1983, pp. 44-50. Considera la existencia de 3 etapas: 1º de huecos y Plaza de Mayo, 2º modelos europeos (verde), 3º actual (confusión-desorden). Pablo Pschepiurca, en una ponencia presentada al Seminario CLACSO-CESCA (1983) sostuvo la existencia de 4 momentos: A) 1874-1891 Parque Tres de Febrero y parques planificados, B) h. 1920 barrios populares, C)1925 Plan NoeI, D) 1929 concepto de espacio verde, socialistas; 1940 espacio verde público; 1947 Plan Le Corbusier. Nosotros hemos preferido analizar el concepto de modelo, por cuanto abarcamos cronológicamente toda la vida de nuestra ciudad, tanto como las implicancias estéticas y sociales de la adopción de los mismos.
9
BERJMAN, Sonia. "¿y por la plaza como andamos?" En: DANA (Resistencia), nº 20, diciembre 1985, p. 73, Reflexiones.
10
LIVINGSTON, Rodolfo. "Elogio al vacío" En Clarín (Buenos Aires), 28 de agosto de 1984, Sección Opinión.
11
BREYER, Gastón. "El ambiente de la vivienda". En: Summa (Buenos Aires), nº 9, agosto 1967, pp. 73 y ss. Idem. La heurística del diseño, entre el teorema y el poema". En: Summa (Buenos Aires). nº 131, diciembre 1978, p. 29.
12
PETRONI, Carlos; KENIGSBERG, Rosa. Diccionario de Urbanismo. Buenos Aires, Cesarini, 1966, p.67.
13
MARENGO DE TAPIA, Marta. "La ciudad y sus espacios abiertos". En: Summa Colección Temática (Buenos Aires), nº 3, 1983, p. 14.
14
Idem. p.12.
15
Ver nota nº 3.
16
DOMÍNGUEZ, Ramón Joaquín. Diccionario editado en 1864. Citado por LAGLEYZE, Julio Luqui. "Las plazas de Buenos Aires". En: Todo es Historia (Buenos Aires) nº 90, 1974, p.76
17
ABAD DE SANTILLÁN, Diego. Gran Enciclopedia Argentina. Buenos Aires, Ediar, 1959-1963, Tomo VI, p. 449.
18
Ver nota nº 5, p. 89.
19
PAEZ DE LA CADENA, Francisco. Historia de los estilos en jardinería. Madrid, Istmo, 1982, p. 221.
20
VERNES, Michel. "Gènese et avatars du jardin public". En Monuments historiques (París) nº 142, enero 1986, p. 4
21
HARDOY, Jorge. "El modelo de la ciudad colonial hispanoamericana" En: Congreso Internacional de Americanistas nº 38. Munich, Klaus Renner, 1972, Tomo IV, pp.143-181.
22
CLIFFORD, Derek. Los jardines, historia, trazado, arte... Madrid, Instituto de Estudios de Administración Local, 1970, Cap. 10.
23
Torres Balbas, Cervera, Chueca, Bidagor. Resúmen histórico del urhanismo en España. Madrid, Instituto de Estudios de Administración Local, 1954.
24
HARDOY, Jorge Enrique. "Las características físicas de las ciudades ideales del Renacimiento en Italia". En: Boletín del Centro de Investigaciones Históricas y Estéticas. (Caracas) nº 21, noviembre 1975, p. 67. Ramón Gutiérrez. Arquitectura y urbanismo en Iberoamérica. Madrid, Cátedra, 1983, Cap. 5. Dentro de la geografía española, aunque en lengua catalana, fue sin duda el Crestiá (tratado urbanístico escrito por Eximenic en 1381) el que dió un impulso determinante a la revalorización de las ideas clásicas
25
RICARD, Robert. "La Plaza Mayor en España y en América Española" En: Estudios Geográficos (Madrid), Año Xl, nº 39, mayo 1950, pp.321-327. Idem "Apuntes complementarios sobre la Plaza Mayor Española y el rossio portugués". En: Idem, Año XIII, nº 47, mayo 1952, p. 229-237.
26
DE LAFUENTE MACHAIN, Ricardo. Buenos Aires en el siglo XVII. Buenos Aires, MCBA 1980. pp. 12-14.
27
Entre otros estudios referidos al tema, recomendamos ver: PAULA, Alberto de"La escala comarcal en el planeamiento indiano: estructura territorial y evolución de la campaña bonaerense". En: "Seminario La Ciudad Iberoamericana". Comisión de Estudios Históricos de Obras Públicas y Urbanismo de España, Buenos Aires, noviembre 1985, copia mimeografiada.
28
GUTIÉRREZ, Ramón; HARDOY, Jorge Enrique. "La ciudad hispanoamericana en el siglo XVI". En: Seminario... ya citado en nota nº 26.
29
GUTIÉRREZ, Ramón; HARDOY, Jorge Enrique. Buenos Aires en el siglo XVIII. Buenos Aires, MCBA, 1980, p. 74.
30
Ver nota nº 26.
31
BERJMAN, Sonia; FISZELEW, José. El Mercado de Abasto de Buenos Aires. (Resistencia), Instituto Argentino de Investigaciones de Historia de la Arquitectura y del Urbanismo, 1984, Cap. 1. (Los mercados porteños).
32
LAGLEYZE, Julio Luqui. Las iglesias de la ciudad de la Trinidad y Puerto de Santa María de los Buenos Aires. Buenos Aires, MCBA, 1981, p.9.
33
DE LAFUENTE MACHAIN, Ricardo. El barrio de Santo Domingo. Buenos Aires, MCBA, 1978, 3º ed, p. 49.
34
Expresión del Virrey Amat, impulsor del Paseo de las Aguas y de la Alameda de los Descalzos de Lima, hacia 1770-1790. Citado por ARDANAZ, Daisy Rípodas. "Las ciudades indianas" En: Difrieri et al. Atlas de Buenos Aires, Buenos Aires, MCBA. s/f, p.113.
35
GUTIÉRREZ, Ramón. Ver nota nº 24, p. 296.
36
Ver nota nº 34.
37
GUTIÉRREZ, Ramón. Ver nota nº 24, p. 292 y ss.
38
WILDE, José A. Buenos Aires desde setenta años atrás. Buenos Aires, Espasa Calpe, 1944, p.101. "La Plaza de Toros" En: Caras y Caretas (Buenos Aires), nº 378. Iº de enero de 1906.
39
BERJMAN, Sonia."Los espacios verdes de Buenos Aires hasta 1925". Buenos Aires, Facultad de Filosofía y Letras, Universidad de Buenos Aires, Tesis de Doctorado, 1988, inédita.
40
JARRASÉ, Dominique. "Le bouquet de Paris. Les jardins publics parisiens au XIXe siècIe". En: Monuments historiques (Paris), nº 142, janvier 1986, p. 56.
41
Ver nota nº 20.
42
Ibidem, p. 10.
43
Ibidem.
44
ALPHAND, Adolphe; ERNOUF, Baron. L'art des jardins.Paris, Rothschild. c. 1875, 3º ed, avant-propos de l'editeur, pp.XI-XII.
45
MCBA, Memoria 1856-57, , ver litografía de Kratzenstein,
46
SARMIENTO, Domingo Faustino. Mensaje al Congreso de la Nación, mayo 1874.
47
GUTIÉRREZ, Ramón. Ver nota nº 24.
48
MCBA. Memoria 1880, p. 228.
49
VARELA, Adrián Beccar. Torcuato de Alvear, primer Intendente Municipal, Buenos Aires, Municipalidad, 1926, p.203.
50
Para ampliar el tema de Charles Thays, ver los siguientes trabajos de Alberto de Paula: "Salta en la obra del paisajista Carlos Thays". En: Salta IV siglos de arquitectura y urbanismo. Salta, Sociedad de Arquitectos de Salta, 1982, pp. 57-63. "Carlos Thays" En: SUMMA Colección Temática. (Buenos Aires), nº 3, 1983, pp.51-55. "La arquitectura paisajista en la obra de Carlos Thays". Ponencia presentada a las primeras Jornadas de Investigación, FAU-UBA, octubre 1985, copia mimeografiada.
51
MCBA. Memoria de los trabajos realizados en los Parques y Paseos Público de la Ciudad de Buenos Aires. ANos 1914, 1915 e 1916. Buenos Aires, Weiss y Preusche, 1917.
sobre el autor
Sonia Berjman es doctora en Filosofía y Letras por la Universidad de Buenos AIres, doctora en Historia del Arte por la Université de la Sorbonne, Fellow postdoctoral de Dumbarton Oaks Library (Harvard University), ex Investigadora del CONICET y de la Universidad de Buenos Aires, Vicepresidenta del Comité Científico Internacional "Jardines Históricos-Paisajes Culturales" de ICOMOS.