“Participé en el taller de Composición, no de diseño como algunos le dicen ahora; la arquitectura no se diseña, se compone.” (Ignacio Díaz Moralez) (1)
Entre los arquitectos y estudiantes de arquitectura, hasta los años sesentas, la palabra diseño era prácticamente desconocida. Los cursos donde se aprendía a proyectar y componer, se llamaban en el siglo XIX y principios del XX, Composición de Elementos, Composición de Arquitectura o Composición a secas. Es a partir del Plan de Estudio de 1935 y los sucesivos, donde aparecen los nombres de Taller de Arquitectura, Taller de Proyecto y Taller de Composición. El primer registro oficial en un Plan de estudio, donde aparece la palabra Diseño en vez de Proyecto, es en el Plan de 1976 del Autogobierno de la Escuela de Arquitectura de la UNAM, donde el área de conocimiento relativa al Proyecto llevaba tal nombre. Años atrás había aparecido como título de materias sueltas como Teoría del Diseño, Diseño básico, entre otros.
En 1974 se inaugura la Universidad Autónoma Metropolitana y entre sus Divisiones académicas se cuenta con la de “Ciencias y Artes para el Diseño“(sic), cualquier cosa que esta frase signifique. Una interpretación sería: “Física y Química, Música y Pintura para el Diseño”, o las combinaciones que ustedes imaginen, por poner sólo un ejemplo.
El primero que encontramos, cita la palabra por escrito es el arquitecto italiano Leon Battista Alberti (1404-1472) en el siglo XV. Terminó el manuscrito de su obra en latín en 1452 y lo llamó De Re Edificatoria. Su hermano Bernardo la publicó por primera vez, trece años después de su muerte. En 1512 Geoffroy Tory, famoso tipógrafo, la publicó en París, por primera vez dividida en capítulos. La primera versión en italiano data de 1546 y la primera al inglés, -de Giacomo Leoni- aparece en 1726. De su tercera edición hemos traducido los textos. El título del Libro I Capítulo I de la obra de Alberti (2) es “Of designs; their values and rules”. En este capítulo el autor se refiere a su concepto de diseño y la palabra aparece en varias ocasiones:
“Toda la fuerza y regla del diseño consiste en la correcta y exacta adaptación e unión de líneas y ángulos, que componen y forman la cara –fachada- de un edificio” (3).
Y en forma más explícita, líneas adelante dice:
“llamaremos diseño al firme y gracioso preordenamiento de líneas y ángulos concebidos en la mente e ideados por un ingenioso artista” (4).
Ambas citas nos parecen complementarias. En las dos aparecen las palabras líneas y ángulos y se mencionan su correcta adaptación y unión y su preordenamiento. Líneas y ángulos de la fachada de los edificios. El que Alberti no hable ni de superficies ni de volúmenes es muy significativo y no me parece una omisión, ni se necesita ser un especialista para interpretarlo. Si el Proyecto y la Composición se caracterizan por manejar espacios que constan, -mucho más allá de líneas y ángulos-, de longitudes, superficies y sobre todo, volúmenes, entonces Alberti no manejó el significado de “diseño” como su sinónimo. Alberti habló de un orden inicial y parcial y del manejo correcto de líneas y ángulos, en otras palabras, habló del trazar, abocetar, dibujar algunas proyecciones, no las plantas o secciones verticales, sino expresamente “las caras de los edificios”.
Por otra parte, veamos que pasa con la palabra en el sentido etimológico. Viene del latín signa, plural de signum, que quiere decir, “señal, marca, insignia” y aparece la palabra diseñar en nuestro idioma en 1535, del italiano disegnare “dibujar” y del latín designare, “marcar, designar”. La palabra diseño aparece unos años después en 1580 (5). Curiosamente la raíz de enseñar y enseñanza es insignare que significa lo mismo que designare la raíz de diseño. Podríamos colegir, al menos en sentido figurado que, al diseñar ponemos marcas, señales, dibujos sobre el papel y al enseñar lo hacemos sobre la mente de los alumnos.
Por lo hasta aquí visto y reiterando, podemos afirmar que Leon Battista Alberti en el siglo XV escribió en forma clara y explícita sobre el diseño, como el trazar y dibujar mediante líneas y ángulos las fachadas de los edificios y también, complementariamente, se refirió al diseño como el preordenamiento, es decir, lo que ahora llamamos la prefiguración, aunque parcial, de lo que se tiene que dibujar. Etimológicamente, también hemos visto que el diseño significa solamente dibujar y designar, que son las dos significaciones principales del “disegno” en italiano y del “design” en inglés.
Por lo tanto, ni en el origen de la palabra ni en el sentido albertiano, el diseño tiene la extensión y la connotación de la palabra proyecto, que como hemos visto, implica la prefiguración, la composición y la representación, como sus tres partes básicas.
En conclusión, la palabra diseño en nuestro idioma tiene una significación limitada. Se refiere al dibujo o representación gráfica de los proyectos y en sentido amplio, puede significar la prefiguración, su ideación parcial y nada más. El diseño en ambas interpretaciones, es un momento del proceso proyectual completo y no es una de sus partes más importantes. La complejidad del proyectar – el lanzar hacia delante – y en especial, de la composición de los espacios, el “poner con” son contenidos que rebasan por mucho sus alcances.
Si esto es así, ¿Por qué se han sustituido, – sobre todo en las escuelas –, las palabras adecuadas en nuestro idioma, que hemos empleado desde siempre, por otra palabra imprecisa y de otro idioma? La respuesta es compleja, anotemos sólo que en un país como el nuestro, en el que la dependencia cultural no sólo persiste, sino que se sigue reproduciendo, es más fácil, repetir las ideas que nos vienen del mundo “desarrollado”, que producir y defender las nuestras. Si en los países anglosajones, su práctica académica y profesional hace que el “design”, sea tomado como la totalidad, al sustantivarlo; – “urban design”; “architectonic design”; “landscape design”; “industrial design”; etc. –, entonces, ¿por qué no hacerlo nosotros? Si copiamos su arquitectura “internacional”, su high tech, y en algunos casos, hasta su forma de vida; ¿Por qué no hacerlo con sus términos? Claro, que por elemental congruencia, sugeriríamos, a quienes así piensan y hablan, que trataran de cambiar el nombre de nuestras escuelas. De Escuelas o Facultades de Arquitectura a Escuelas o Facultades de Diseño y así, enterramos de una buena vez a los milenarios arquitectos y nos quedamos con los “modernos” diseñadores o “licenciados en diseño”
En torno al tema, otra respuesta, desde otra disciplina, es la del siempre recordado escritor y periodista Nikito Nipongo:
“el español cuenta con la palabra diseño –dibujo- que es distinta aunque se le parezca en forma, de la palabra designio, propósito. Así dibujar es diseñar y designar es formar propósito. El inglés sólo tiene una palabra para referirse a ambos conceptos, “design” es dibujo y propósito, diseño y designio. Consecuentemente “to design” equivale en inglés a dibujar y designar.
Pues bien, en vez de mantener la riqueza de nuestro idioma, por malinchismo, lo empobrecemos al enjaretarle al verbo español diseñar, además de su propia significación, la espanglesa de designar, proyectar, intentar. Puesta en marcha semejante corrupción, el susodicho diseñar ya en spanglish, se vuelve un comodín y acaba en sinónimo de pensar, de concebir y aún de cortar: “diseñó un tratado de matemáticas”; “va a diseñar una nueva política”; “está diseñando un nuevo vestido” (6). ¿Qué les parece? Por no defender la riqueza de nuestro idioma y por malinchismo, agrega Nikito Nipongo, aceptamos palabras de otros idiomas –en especial del inglés- que no tienen la precisión ni la extensión de las nuestras.
Esta pretensión de hablar en nuestro idioma y con las palabras precisas, sólo quiere decir, que si no lo hablamos correctamente, nadie lo va a hacer por nosotros. Por otra parte, es una posición abierta e incluyente, porque si no existen las palabras en español, acepta utilizar las de otros idiomas. Lo que no acepta, en la necesaria defensa del idioma y en un sentido amplio, de nuestra cultura, es emplear palabras imprecisas e inexactas para sustituir a las nuestras. Esta reiterada idea de la precisión y exactitud de las palabras la ilustra uno de nuestros poetas mayores, muerto a la cristiana edad de los 33 años:
“nada hay mejor que cortar la seda de la palabra sobre el talle viviente de la deidad que nos anima.”
Palabras justas para lo que se quiere expresar, palabras a la medida, palabras que combinan los poetas en forma emocionante e insuperable:
“Quizá la más grave consecuencia del lenguaje postizo y pródigo consista en el abandono del alma. Bajo el despilfarro de las palabras el alma se contrista, como una niña que quiere decirnos su emoción y no puede...” (7)
Continuamos ahora, como hemos anotado – después de los análisis de las palabras Arquitectura y diseño –, con el estudio de los requisitos o condiciones que son propios de las obras arquitectónicas, en nuestro país, extensivo a la región latinoamericana, y en nuestro tiempo.
notas
1
DÍAZ MORALES, Ignacio. Del espacio expresivo en la arquitectura. México, Editorial UAM-X, 1994, p. 30.
2
ALBERTI, Leon Battista. The ten books of architecture. (1775). Dover Publications, 1986.
3
“The whole force and rule of the design, consists in a right and exact adapting and joining together the lines and angles which compose and form the face of the building”. Traducción de Alfonso Ramírez Ponce.
4
”…we shall call the design, a firm and graceful preordering of the Lines and Angles, conceived in the Mind and contrived by and ingenious artist”. Traducción de Alfonso Ramírez Ponce.
5
COROMINAS, Joan. Breve diccionario etimológico de la lengua castellana. España, Gredos, 3ª edición, 3ª reimpresión, 1983, p. 531.
6
”Perlas Japonesas”. Periódico Excelsior, México, 10 out. 1978.
7
LÓPEZ VELARDE, Ramón. Ensayos siglos XIX y XX. La derrota de la palabra. Ed. Promexa.
sobre el autor
Alfonso Ramírez Ponce es arquitecto mexicano, profesor da Faculdade de Arquitetura da Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), escritor, conferencista, proyectista y constructor de obras de bajo costo, con materias primas como el ladrillo. Asesor de la FPAA (1992-2000) y de la Fundación Rigoberta Menchú. Ganador del Premio Armando Mestre de la República de Cuba. Primer premio del Concurso sobre Transferencia Tecnológica para el Habitat Popular, organizado por el CYTED – Ciencia y Tecnología para el Desarrollo.
Alfonso Ramírez Ponce, Ciudad de México México