La deriva del espacio público
En la medida que, ideológicamente, el espacio público se ha convertido tanto en el lugar común que intenta legitimar una pretendida ciudad democrática, como en el blanco de muchas críticas a las disfunciones y controles en la maquinaria urbana, es necesario, para empezar, redefinirlo.
De hecho, en función de cada sociedad, de cada momento y de cada contexto se da un tipo de relación con el espacio público. Por lo tanto, es imposible tratar del espacio público de manera general y abstracta, ya sea para enfatizarlo como para desautorizarlo.
Y se debe hablar del espacio público a través de las distintas miradas: los niños, las mujeres, la gente de la tercera edad, los jóvenes, los migrantes, los “sin techo”…
Antes que hablar de ejemplos en concreto debemos replantear los conceptos: no podemos definir el espacio público simplemente como el espacio en el que todas y todos somos iguales, en el que se representa el poder y también la ciudadanía activa. Solo es un auténtico espacio público, en el que todo el mundo puede decir o hacer lo suyo y lo que quiere, cuando es de dominio público, un espacio de derecho y de propiedad pública.
De todos modos, desde una revisión feminista de los derechos humanos y civiles, podríamos ir más allá y cuestionar el significado del espacio público. Si el espacio público es el de la representación de la ciudadanía en igualdad de condiciones, las mujeres no han disfrutado de él hasta hace poco en el mundo occidental – y aun hoy no plenamente-, ya que hay espacios que están, de facto, vedados a las mujeres. Por ello cabría preguntarnos si puede un concepto, que ha sido históricamente secuestrado como derecho de uso, apropiación y estancia a las mujeres, plantearse abstractamente como derecho universal. Las palabras están llenas de significados y “renombrar” es tarea imprescindible para construir un mundo de igualdad en derechos.
Y aunque se pudiera definir en abstracto, como ideal político filosófico, no existe un espacio público modelo, perfecto: la realidad del espacio público tiene muchísima complejidad. Cada uno de los elementos que lo componen -las sociedades en la que se encuentren, las situaciones de desigualdades, la diversidad de características del sitio, la organización y el diseño de este espacio público, entre otras características-, conducen a una realidad de realidades, lejos de ser un de los “tipos ideales” que había definido el sociólogo Max Weber.
Por lo tanto, en esta serie de artículos se tratará de demostrar, con muy diversos ejemplos, estas grandes diferencias entre el concepto abstracto y la situación real en la que se dan. Por ejemplo, uno de los primeros ejemplos que analizaremos, el caso de un paseo hecho por una promotora privada, en Manila, con todo lo que puede tener de lugar de consumo, es un espacio válido porque está en una ciudad que ha ido abandonando los espacios para caminar, y este espacio público, dependiente de un centro comercial, permite caminar por un lugar en el que no tienes que pagar, aunque sea de iniciativa privada. Tal vez en la sociedad de consumo en la que vivimos una definición para el espacio público sería aquel en el que se puede estar sin más, sin actividad, sin obligación, en definitiva, un espacio para perder el tiempo en actividades no productivas sino relacionales o introspectivas; un espacio libre de las presiones del hacer que abocan, en el mundo contemporáneo, invariablemente al consumo.
Pensar realmente en el espacio público como espacio de derecho es de una gran complejidad. El espacio público tiene el potencial de ser apropiado y transformado por una ciudadanía en evolución, que destrone la visión androcéntrica del derecho ciudadano. A pesar de sus limitaciones y sus insuficiencias, y de su origen falsamente democrático, el espacio público de hoy puede ser muy positivo para ir construyendo relaciones sociales. De momento no podemos hacer nada mejor que ser ciudadanas y ciudadanos, aunque en muchas ciudades del mundo la gente no sea ciudadana. El lugar para que la ciudadanía se pueda expresar en igualdad de condiciones, en teoría, es en un espacio público ideal, que luego se de o no puede obedecer a mil razones diversas.
El espacio público ha de ser el espacio para expresarse. Y en este sentido, el antropólogo Manuel Delgado tiene toda la razón cuando sostiene que en muchos de los nuevos espacios mal diseñados no se favorece la igualdad, ni la capacidad de apropiación y expresión. La prueba concluyente es en que medida las ferias, las fiestas populares, los juegos y los actos políticos tienen dificultades para darse en las nuevas plazas de diseño y en que medida se pueden realizar más cómodamente en las viejas plazas. Aunque podemos encontrar algún nuevo espacio que si permite el acontecer social, que es una de las excepciones que confirma la regla, como la Plaça dels Àngels en Barcelona, que es nueva y funciona como un lugar público, con muchas condiciones positivas, sin dejar de tener conflictos que, de todos modos, son la base de las relaciones personales y sociales. Los problemas no derivan de conflictos por diferentes intereses, sino de cuando los intereses de unos dominan sobre los de otros. La Plaça dels Àngels es un espacio de paso, al que se abocan actividades diversas produciendo la apropiación del espacio por gente diversa, y que no inhibe a ningún usuario. Es cierto que hay un tipo de usuarios que generalmente lo domina (los skaters), y aún así sigue siendo un espacio de uso muy variado. Le favorecen su apertura, su capacidad de conexión urbana y los pocos elementos que condicionen actividades predeterminadas. De alguna manera, el éxito de este espacio radica en que cada usuario y usuaria se lo apropia a su manera. Como plaza moderna es casi una excepción, ya que en los últimos años hemos asistido a un exceso de voluntad conductista desde el diseño hacia los y las paseantes. Hoy por hoy, los espacios públicos históricos tienen más valor de dominio público que muchos de nueva creación.
La cuestión central del espacio público es que no es, simplemente, un vacío. Por ejemplo, el espacio del Forum, por muy espacio de propiedad pública que sea no es, en absoluto, un espacio público. No basta el gran vacío, sino que tiene que estar dotado de sentido, y el sentido lo dan las actividades y usuarios diversos, que puedan entretejerse con ese vacío. Otra prueba de su escaso valor público es que los espacios abiertos del Forum se pueden alquilar por Internet; por lo tanto, pueden ser exclusivos y privados, y se puede hacer pagar para acceder a ellos.
El espacio público ha de estar abastecido, ha de tener razones de ser: es más que un vacío. ¿Y como se llena de contenido? Con la gente, pero la gente tiene que pasar y estar allí por algo. Entonces un espacio público es un sitio que congrega y que se atraviesa, por eso en la ciudad histórica, entretejida, múltiple y variada, se da más fácilmente la condición de espacio público, por que el que se pasa y se pasea. El problema está en la ciudad moderna, cuando no ha sabido hacer estos lugares. Por lo tanto, tampoco es solo un problema de diseño, sino de contexto urbano. No de diseño del objeto en si mismo, sino de las relaciones entre los objetos y de las relaciones entre los planos verticales de los edificios y los planos horizontales de las plazas y las calles. La clave está en las sinergias que se dan en la confluencia de estas dos ecologías: la de los edificios y la del espacio abierto.
Este primer artículo se constituye en un cierto manifiesto de nuestra posición delante de lo que es un espacio público y por lo tanto, por omisión, de lo que no es. En los siguientes números vendrán las definiciones, el desarrollo y los ejemplos concretos de lo que es la plaza y la calle como elementos vertebradores de lo que es el espacio público. Muchos ejemplos realizados en ciudades catalanas y españolas, de buenas y malas prácticas, de buenas gestiones públicas, a veces más anónimos, a veces participativos, a veces de autor. Espacios públicos que funcionan por la adecuada introducción de sus elementos o por sus medidas, ampliando los espacios de acera; o por la introducción de mecanismos para que los coches no sean priorizados; por desarrollar calles que tengan una buena relación entre el plano vertical y horizontal con actividades diversas; por potenciar la proliferación de la vegetación; o por implementar una iluminación que favorezca a los usuarios que van a pie. En definitiva, por entender el espacio público como un auténtico lugar de relación.
sobre el autor
Josep Maria Montaner e Zaida Muxí, arquitetos residentes em Barcelona, Espanha.
Josep Maria Montaner e Zaida Muxí, Barcelona Espanha