La apropiación del espacio público es un derecho que todos como ciudadanos ejercemos consciente o inconscientemente. La ciudad es escenario para las manifestaciones más diversas de una urbanidad que se expresa de múltiples formas, desde la compra del periódico en el quiosco de la esquina hasta el encuentro de pancartas y banderas en la plaza mayor.
Este “derecho a la ciudad” es una de las reivindicaciones que últimamente se ha manifestado con más insistencia en distintos puntos del planeta, con una fuerza especial en Brasil, donde una economía en desarrollo, sumada a futuros eventos internacionales, parece la esperanza para su progreso en esos tiempos difíciles. Aun siendo cierto que este crecimiento económico debería suponer una mejora para las grandes ciudades de este país, con marcadas deficiencias de transporte público, vivienda, salud o educación, la materialización de estas mejoras no parece llegar de forma clara.
Todo empezó en São Paulo, con las protestas por el aumento de 20 céntimos en el precio de los billetes de los transportes públicos, manifestaciones en las que los participantes y razones fueron creciendo a medida que pasaban los días. El país entero salió a las calles, y las quejas ampliaron su foco, sintetizándose como la expresión de la indignación de unos ciudadanos que quieren usar el espacio urbano, participando en su construcción. Una de las frases más repetidas en las pancartas era “Disculpen las molestias, estamos cambiando el Brasil”, pues el deseo para una ciudad más humana está en cualquiera de los más de veinte millones de habitantes de esta metrópolis, donde el aumento del coste de vida no se está traduciendo en una mejora del bienestar social, más bien incrementa las diferencias entre quiénes se lo pueden permitir y quiénes no.
La crisis de la movilidad, acompañada de deficiencias en el resto de los servicios públicos, son cuestiones que están a la orden del día en las ciudades contemporáneas, donde los fenómenos de expansión metropolitana suscitan la proliferación de espacios de acceso restringido, como son los grandes centros comerciales o los barrios cerrados, en muchos casos negando la ciudad real. Las barreras que marcan esta negación son tan físicas como sociales, siendo São Paulo un paradigma de esta tendencia, contraria al deseo popular manifestado el pasado mes de junio en sus calles. Así fue como una mayoría de ciudadanos anónimos usó la ocupación del espacio público como mejor reivindicación para su necesaria e urgente mejora.
Si por un lado estas manifestaciones consiguieron su primer objetivo, cuando las autoridades municipales devolvieron a los billetes de transporte su precio anterior de tres reales, la discusión para un mejor espacio urbano sólo había empezado. Aprovechando este clima reivindicativo popular, la responsabilidad de los arquitectos para “hacer la ciudad” tomó una posición más firme que nunca, pues la conciencia popular de necesidad de una ciudad más humana está en las calles. Por eso cabe destacar la pertinencia en la forma y el contenido de la recién inaugurada exposición bienal de arquitectura de São Paulo, en su decima edición.
Con el título Cidade: Modos de Fazer, modos de usar, ya destaca la intención de la muestra para aproximarse a la ciudadanía, pues la dificultad para entender la arquitectura como instrumento social de mejora de la calidad de vida urbana es una misión pendiente en Brasil. El desarrollo de grandes ciudades brasileñas viene marcado por su falta de planeamiento, con la mayoría de sus asentamientos construidos de forma espontanea, dando como resultado una ciudad deficiente de infraestructuras y servicios, donde el papel de la arquitectura y el urbanismo ha estado muy frágil o ausente, vistos como lujos para proyectos excepcionales, no como instrumentos sociales y necesarios.
Para ello, esta bienal, como conjunto de exposiciones, debates y seminarios, se presenta con la intención de afrontar los procesos urbanos, asociándolos al uso de la ciudad por parte de su población. Se tratan cuestiones cuotidianas relacionadas con el espacio urbano, dando a entender que “hacerlo” y “usarlo” son acciones que no pueden separarse, aproximando así a la ciudadanía la necesidad de la arquitectura para “hacer ciudad”. Para transmitir esta idea no tan sólo se tuvo cuidado en el contenido, sino también en los escenarios. Lejos de cerrar las exposiciones y otros eventos en edificios de acceso restringido, la primera marca de la bienal es la red por la que se esparcen sus intervenciones durante los dos meses de durada. La reivindicación para una mejor movilidad, punto de partida de las manifestaciones de junio pasado, se expresa aproximando las propuestas a puntos de fácil acceso desde la red de metro, llegando al punto de instalar intervenciones dentro las mismas estaciones.
Con ello, no tan solo se ofrece una simple muestra para acercar la arquitectura a la ciudadanía como el remedio que necesita la ciudad, sino que se pretende que el escenario también forme parte de esta exposición. Se quiere demostrar cómo la dificultad que los paulistanos tienen para conocer su propia ciudad, de la magnitud de un país, puede mejorar si ese “derecho a la ciudad” se reivindica ejerciéndolo, fomentando el uso de la red de transporte público frente al transporte individual, uno de los principales catalizadores de este colapso urbano. Por lo tanto, descubrir la ciudad como arquitectura es quizás su principal misión, en una red de exposiciones que, esparciéndose estratégicamente por la urbe, están situadas en espacios exponentes de la arquitectura paulista, como el SESC Pompeia y el MASP, los dos de Lina Bo Bardi o el Centro Cultural São Paulo, de Luiz Telles.
Sin entrar de forma detallada en los contenidos de las exposiciones, cabe destacar el predominio de la defensa de un modelo de ciudad donde el proyecto arquitectónico y urbanístico son indisociables. Construir la ciudad debería ser algo más que producir vivienda, infraestructura o espacio público, más bien debería hacerlo todo simultáneamente, pues la experiencia urbana necesita esa complejidad para ejercerse con dignidad. Este es un derecho que los ciudadanos de São Paulo expresaron durante cuatro días de forma explícita en sus calles y que continúan reivindicando todos los días en muchas otras ocasiones, como es el caso de esta bienal.
sobre o autor
Joel Bages Sanabra es arquitecto formado en la Escola Tècnica Superior d'Arquitectura de Barcelona, mestrando, en la Faculdade de Arquitetura e Urbanismo (FAU), Universidade de São Paulo (USP). Proyecto de investigación apoyado por la agencia CAPES.