Arquitectura para los muertos. Lugares de despedida, recogimiento, contemplación. Recorridos míticos, mágicos, simbólicos. Puntos de encuentro y de memoria. Espacios trascendentes e íntimos. La arquitectura funeraria es expresión de nuestra relación con la muerte. Empero el aspecto de gran parte de la arquitectura funeraria actual, expresión de la desacralización de nuestra cultura, pudiera ser también manifestación del rechazo pueril al memento mori en la sociedad occidental, que intenta minimizar muchas veces ese choque, escondiendo el dolor, convirtiendo estos lugares en sitios asépticos, neutralizados.
Como si de esta forma la muerte misma desapareciera, se hacen lugares delatores del esfuerzo por alejarse de la conciencia del acecho de la muerte, de rehuir el impacto que implica tropezar con ella. Arquitectura en la queda difuminada la muerte, se distrae a los vivos de la realidad de que un día se muere y se amortigua la dureza de acompañar el tránsito del cuerpo inerte por los rituales previos a la inhumación. Resulta difícil pensar que esa neutralidad sea voluntad de evitar la obscenidad que es entrometerse en la intimidad de la agonía y la muerte.
Panteones, cementerios, tanatorios, capillas, crematorios, mausoleos… aspiran a ser símbolos de recuerdo y respeto. Pero es en el dramatismo y complejidad de obras como el Cementerio de Igualada de Miralles y Pinós (2), el Crematorio Treptow de Axel Schultes, el Crematorio Woodland de Asplund, el Cementerio San Cataldo de Rossi… que se adentran en la búsqueda de una arquitectura que esté imbuida de una emoción capaz de cobijar la sinceridad del dolor profundo ante la muerte de un ser querido, a la vez que hablan de los significados de la muerte para el hombre contemporáneo – más allá de ser una construcción o recinto protocolario donde atender plañideros o acudir en fechas señaladas –, en los que intuir o reconocer la reflexión y el sentimiento profundos acerca de lo funerario en nuestro tiempo.
Aldo Amoretti y Marco Calvi han construido una necrópolis contemporánea cuyas estructuras están concebidas para acoger el proceso natural de transformación del cuerpo muerto de manera que la solución funcional que rige el programa de este cementerio -cuyo objetivo primordial es evitar la saturación- se basa en el respeto tributado a la memoria del que allí descansa y en el inevitable olvido progresivo sobre él que trae el tiempo. El cementerio de Armea en Sanremo (Italia) consta de tres zonas de inhumación: “Una sucesión de entierros, en un gradual pasaje de lo personal a lo colectivo” es como describen los arquitectos la forma en que se habita esta ciudad de los muertos.
La zona de enterramiento está imbricada con la topografía natural, conformada por sarcófagos y nichos para depositar cenizas, identificados con lápidas. De la tumba, al cabo de cuarenta años, los restos son trasladados a un nicho individual situado en una torre osario – “una especie de urna colectiva” – desde la que, cuarenta años más tarde, una vez los restos “han perdido su individualidad” se depositarán en un osario o urna cineraria comunes, donde permanecerán para siempre. La concepción del planteamiento funcional de este cementerio ha tenido en cuenta, quizá involuntariamente, la futura ausencia de quienes velan hoy a sus muertos, así definiendo a la muerte como la fatal culminación del ciclo de la vida y al cementerio como el receptáculo de la desintegración de la materia humana.
Para Jordi Badia, director del estudio BAAS y autor de numerosos proyectos de arquitectura funeraria, es referente el sentimiento inspirado por un concepto elaborado por el escultor Jorge Oteiza en el que plantea la percepción religiosa de los espacios vacíos y la comprensión de la tumba como un lugar de partida y no de permanencia: “A la fórmula ‘aquí yacen’ correspondería más justamente la de ‘desde aquí se han ido’”. La luminosa estructura blanca, como levitante entre cielo y tierra, que huye de la opacidad de la construcción funeraria, del Tanatorio de Terrassa quiere transmitir, en palabras de este arquitecto, esa sensación de la inminencia de la partida, del paso al otro lado.
La capacidad de invocación a la dimensión numinosa y arquetípica de la muerte y del alma parece adquirir su mayor intensidad en aquellos proyectos en los que arquitectura y naturaleza se funden, en una especie de indescriptible intercambio de energías. El Tanatorio de León – proyectado por Badia junto a Josep Val – se entierra para esconderse de su entorno: una lámina de agua como cubierta actúa también como fachada en la que el reflejo del cielo deviene alegoría de la muerte mientras la estructura interior, donde en las salas de vigilia la única visión posible es la del cielo, se percibe como una losa de espesor infinito. La idea del infinito en la muerte, la inquietud que inspira imaginar la infinitud de la eternidad, halla un impresionante símbolo en el “escenario cósmico” creado por la ilimitada extensión del cielo y el mar entre los que se sitúa y compone el Cementerio de Finisterre de César Portela. Un cementerio cuyo espacio está integrado por mar, montaña y cielo y unas mínimas edificaciones diseminadas desordenadamente por el territorio abierto de una ladera, inspirado en los arcaicos enterramientos celtas. Sin temor a evocar lo románticamente siniestro, Portela hace que el fundamento de este cementerio sean las resonancias emotivas despertadas y alentadas por el fuerte paisaje, “buscando la trascendencia del lugar hacia el silencio”, apelando a la esperanza mediante una obra en la que la arquitectura quiere disolverse en la naturaleza calladamente como símbolo de silencio, ausencia y memoria.
Espacios y estructuras pensados no sólo como memorial, morada final o antesala a ésta sino como lugares de encuentro para los vivos y la Muerte, en los que reconocer que lo esencialmente sagrado es la materia y la conciencia de una vida humana en el espacio y en el tiempo terrenal. Arquitectura que haga sentir, en la carne y el espíritu, la vida ante la muerte.
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Articulo publicado originalmente con el título "Cementerios. Entre la vida y la muerte" en La Vanguardia, 27 abr. 2005.
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MASSAD, Fredy; GUERRERO YESTE, Alicia. "Enric Miralles. A inconclusa arquitetura do sentimento". Arquitextos n. 048.01. São Paulo, Portal Vitruvius, maio 2004 <http://www.vitruvius.com.br/arquitextos/arq048/arq048_01.asp>.
TEIXEIRA, Carlos M. "Enric Miralles, 1955-2000". Arquitextos, Texto Especial n. 002. São Paulo, Portal Vitruvius, jul. 2000 <http://www.vitruvius.com.br/arquitextos/arq000/esp002.asp>.
sobre o autor
Fredy Massad y Alicia Guerrero Yeste, titulares del studio ¿btbW, son autores del libro "Enric Miralles: Metamorfosi del paesaggio", editorial Testo & Immagine, 2004